José
Mateo Rivas, al igual que su vecino Antonio Piñero Mateo, fueron dos de los
miles de españoles que fueron asesinados en el campo de concentración nazi de Mauthausen-Gusen
(Austria), en el marco del proyecto genocida de la Alemania nazi, dirigida por aquel
entonces por el fanático Adolf Hitler.
Ambos
fueron dos de las más de diez millones de víctimas que la locura genocida de
los nazis transformaron en cenizas, después de explotarlos laboralmente hasta la extenuación y hacerles pasar por horribles
sufrimientos. Ya hablamos de estos dos vecinos de Yunquera en una entrada anterior, junto con otros
vecinos de la Sierra de las Nieves, que acabaron en los campos nazis, en EL GENOCIDIO NAZI EN LA SIERRA DE LAS NIEVES.
Huelga decir que ambos yunqueranos ya fueron objeto de estudio por mi amigo y compañero de trabajo (y también yunquerano) Salvador Díaz Flores en el año 2011 en su blog Escrito sobre el viento..., con el título de Yunqueranos en Mauthausen, donde realizó una muy buena exposición de los acontecimientos y tibulaciones padecidas por ambos hombres.
Conocemos
muy poco de lo sucedido a estos dos yunqueranos, de sus situaciones particulares,
más allá de las fechas de nacimiento e ingreso en diferentes campos, lo que nos
proporciona una información muy circunstancial. Sin embargo, la familia de José
Mateo Rivas conserva como oro en paño tres de las muchas cartas que envió desde
su forzado exilio francés. Las otras misivas que envió, nadie sabe que destino
tuvieron, si se perdieron en el camino, si fueron destruidas por la censura…
Además,
contamos con la información de los archivos de Mauthausen y Gusen, los del Portal de
Archivos Españoles (PARES), los de las diferentes asociaciones y amicales como
la Amical de Mauthausen y otros campos y de todas las víctimas del nazismo en España, las memorias de algunos deportados supervivientes… que nos ofrecen algunos
escasos datos, pero que son de bastante utilidad, por lo que disponemos del
suficiente material como para reconstruir muy a vuelapluma las tribulaciones
que pasó José Mateo Rivas (y con él, Antonio Piñero Mateo), desde que marchó de
Yunquera hasta que murió en el siniestro castillo de Hartheim, en Austria, a
finales del verano de 1941.
La
falta de tiempo, la clausura temporal de algunos archivos españoles y europeos
en el período de alarma en relación a la pandemia del dichoso coronavirus que me
ha impedido, por el momento, obtener más información, han dado como resultado una
ligera reconstrucción de la vida de ambos yunqueranos, pero en el futuro, cuando
los vientos cambien, tengo la intención de emplearme a fondo para reconstruir
mucho más pormenorizadamente sus vidas.
Antes de nada agradecer a la yunquerana ENCARNACIÓN RUIZ MORENO el haberme proporcionado copias de las cartas de José Mateo, sin las cuales esta entrada no habría podido tener lugar ¡¡¡Muchas gracias Encarni!!!
Veamos.
En
febrero de 1937, en el contexto de la Guerra Civil, dentro de la Batalla de
Málaga, las tropas sublevadas bajaban desde Ronda y llegaban a El Burgo y otras
poblaciones indefensas, tras la orden de repliegue que recibieron las milicias
populares republicanas del mando malagueño cuyo responsable era el coronel Villalba. El
camino hacia la ciudad del Guadalmedina estaba abierto. Muchos vecinos de
distintos pueblos huyeron a Málaga temiendo por sus vidas, con lo que en esta
ciudad acabaron concentrándose miles y miles de refugiados con sus bartúlos y escasas pertenencias a cuestas. Posiblemente José Mateo, que pertenencía a la familia de los "Rebuzcos", contaba entonces
con 31 años de edad, estuviera entre ellos. Y también Antonio Piñero, que tenía uno 36 años.
No
sabemos, a ciencia cierta, el porqué de la huida tanto de José Mateo como de
Antonio Piñero. Es posible que pertenecieran a algún sindicato o partido o,
incluso que, aún no formando parte de ninguno, tuvieran simpatías por las
izquierdas. Lo cierto es que ninguno de los dos aparece en la investigación posterior
sobre las responsabilidades en el marco de la llamada CAUSA GENERAL. Los informes
de Yunquera al respecto son bastante pormenorizados, acusándose a un gran
número de personas de diferentes delitos (asaltos a la iglesia, a propiedades
privadas, detenciones, asesinatos…). Ni José Mateo ni Antonio Piñero aparecen
en el señalado proceso bajo ningún tipo de acusación o sospecha. No sabemos los
motivos reales de su precipitada marcha.
El día siete de febrero llegaban las tropas golpistas a la ciudad de Málaga, mientras centenares de miles de refugiados huían por la carretera de Málaga a Almería buscando desesperadamente un refugio, un resguardo en esta última ciudad. Durante la denominada Juía o Desbandá, varios barcos y aviones rebeldes ametrallaron y bombardearon a la masa de refugiados, compuesta por mujeres, niños, ancianos, hombres y los despojos de los batallones milicianos que no habían sido capaces de resistir en el frente, en una actuación tan criminalmente cobarde como inclasificable. Es muy probable que Antonio Piñero llevara el mismo camino…
Huida a Francia e ingreso en un campo de concentración francés
Es
difícil seguir la pista de José Mateo, pero posiblemente llegara como refugiado
a Almería y desde allí fuese reenviado por las autoridades a Valencia o a
Cataluña, donde permanecería como refugiado hasta el final de la guerra, en la
que cruzaría la frontera francesa en la conocida como Retirada, a principios de febrero de 1939, junto a medio millón de españoles que huyendo
de las represalias del ejército vencedor buscaron refugio en el país de la
libertad, la legalidad y la fraternidad... palabras que los españoles
encontrarían completamente huecas e hipócritas nada más cruzar la frontera,
ante la actitud poco hospitalaria de los franceses y el brutal maltrato que padecerían.
Las
autoridades francesas, desbordadas por la situación y sin demasiado interés por
los españoles, confinaron inicialmente a los refugiados en grandes descampados
y playas junto al mar (Aregelès-sur-Mer, Barcarés, Saint Cyprien…) sin
instalaciones e infraestructuras algunas, sin apenas alimentos ni cuidados
médicos, bajo la guarda de severos guardias... varios miles morirían porque no
podían resistir unas condiciones de vida inhumanas. Más adelante la situación
iría mejorando algo para los refugiados al construirse barracones y otras
infraestructuras, siempre insuficientes para dar cobertura a la enorme masa de refugiados con la mínima dignidad.
Las
autoridades galas nunca quisieron hacerse cargo de tal masa humana. Siempre
hizo lo posible para que los refugiados volvieran a España. A los pocos meses,
alrededor de la mitad de los refugiados había vuelto a sus hogares, pues se había dado noticia de que el nuevo gobierno español surgido del Golpe de Estado del 18 de julio de 1936, acaudillado por el general Francisco Franco, había prometido no ejercer represalias sobre aquellas personas que no hubieran cometido delitos de sangre. La realizdad, como sabemos, fue bien distinta, pues muchos de los que volvieron fueron acusados de distintos delitos y sufrierono importantes penas de cárcel, trabajos forzados e incluso penas de muerte. El resto
permanecería en Francia y algunas decenas de miles tuvieron que exiliarse a
distintos países americanos.
No
sabemos con total certeza el campo de concentración francés en el que estuvo el
yunquerano José Mateo Rivas, muy posiblemente acompañado por Antonio Piñero
Mateo, pero sospechamos que fue en el de Barcarés. Lo pensamos porque más
adelante, como indicaremos, fueron a parar a una Compañía de Trabajadores
Españoles, la nº 89, que se formó en este campo de concentración. Es muy
posible que inicialmente estuvieran en el de Argelés o en el de Saint Cyprien y
posteriormente los trasladaran a Barcarés, como ocurrió con decenas de miles de refugiados.
A mediados de marzo de 1939, Robert Capa visitó el inmenso campo improvisado en la playa de Argelès-sur-Mer dónde se encontraban hacinados más de 80.000 republicanos españoles, describiendo este campo como:
Un infierno sobre la arena: los hombres allí sobreviven bajo tiendas de fortuna y chozas de paja que ofrecen una miserable protección contra la arena y el viento. para coronar todo ello, no hay agua potable, sino el agua salobre extraída de agujeros cavados en la arena.
A mediados de marzo de 1939, Robert Capa visitó el inmenso campo improvisado en la playa de Argelès-sur-Mer dónde se encontraban hacinados más de 80.000 republicanos españoles, describiendo este campo como:
Un infierno sobre la arena: los hombres allí sobreviven bajo tiendas de fortuna y chozas de paja que ofrecen una miserable protección contra la arena y el viento. para coronar todo ello, no hay agua potable, sino el agua salobre extraída de agujeros cavados en la arena.
Sabemos
que ingresó en una de las muchas Compañías de Trabajadores Españoles, una CTE,
unidad creada por las autoridades galas tras la invasión de Polonia por
Alemania en septiembre de 1939 y la declaración de guerra de Francia al país germano. El Estado
francés quería aprovechar la mano de obra española que representaba los
refugiados para emplearla primordialmente en tareas de fortificación en la
frontera con Alemania e Italia. Cada CTE estaba compuesta por unos 250 hombres
y además de tareas de fortificación, también trabajaron en industrias,
agricultura, montes, minería… supliendo la mano de obra francesa que estaba movilizada en el
frente. Hubo más de 200 CTE en las que fueron encuadrados más de 60.000 españoles.
Tenemos
conocimiento de que tanto José como Antonio se integraron en la Compañía de
Trabajadores Españoles nº 89 gracias a una carta de José Mateo, fechada el 12
de noviembre de 1939. Por ella sabemos que se encontraban en la población
francesa de Chorges, muy cerca de la frontera con Italia, donde debieron estar realizando
tareas de refuerzo fronterizo. Por la familia de José, sabemos que había
mandado casi una docena de cartas a su mujer, Frasquita, y que no le había
llegado hasta ese momento contestación alguna. En su carta, cargada de
sentimientos, expresaba su firme deseo de volver a España, a los brazos de su
amada Frasquita, los de su madre, hermanos, amigos y familiares. Su carta
terminaba así:
Recuerdos para tus hermanos y hermanas
y para toda la familia y un fuerte abrazo para mi madre y tu mi querida esposa
recives los mas durces besos y habrazos de este tu esposo que no te
orbida y lo soy Jose Mateo Ribas.
Frasquita, por desgracia,
se quedó sin los durses besos y habrazos de José Mateo.
El
maño Pascual Castejón, nacido en la población de Calanda en 1914, también
estuvo en la CTE nº 89 y logró sobrevivir al infierno del campo de
concentración nazi de Mauthausen. En relación a los trabajos que estuvo haciendo en esta CTE
recogía en sus memorias:
"el trato era aceptable, si bien las jornadas de
trabajo eran larguísimas y la comida escasa. En una de esas compañías coincidí
con varios calandinos Gualberto Escuin, Ramón Navarro, Enrique Gascón, Félix
Navarro y Manuel Gascón (...) fuimos conducidos por los gendarmes a los Alpes
Marítimos, donde nos dedicamos a ensanchar las carreteras de la frontera
italiana. Nuestro sueldo cincuenta céntimos diarios, a condición de no caer
enfermo, en cuyo caso, no se cobraba nada".
Por
el investigador francés Alban Sanz (Cartas del Exilio), sabemos que esta compañía estuvo
desempeñando funciones y trabajos relacionados con la mejora de las defensas
francesas en las poblaciones de Barcelonette y Villard de Chorges (ambas cerca de la frontera con Italia,
entre noviembre y diciembre de 1939). Pero por una de las cartas de José Mateo,
sabemos que también esta CTE estuvo trabajando en la población de Corny, entre
Nancy y Metz, en enero de 1940.
El
nueve de diciembre de 1939 remite otra carta a Frasquita y a su hermano. En ella
manifiesta la sorpresa de haber recibido contestación de su mujer tras casi
tres años separados y sin noticias el uno del otro. Al parecer Frasquita, en
una carta enviada entre noviembre y diciembre de 1939, le preguntaba por un
primo suyo y le ponía al día sobre la familia, los nacimientos de algunos
sobrinos, los trabajos en la campaña de la aceituna… José Mateo responde que no
sabe nada del primo, que el único del pueblo que está con él es “el Piñero el
de la Perrera”, o sea, Antonio Piñero Mateo. En esta carta le comenta a Frasquita
que va otra misiva para su hermano, al que da instrucciones para que le envíe
los “papeles” para poder volver a España. José estaba completamente convencido
de volver a su lugar de nacimiento, de volver a los brazos de su amada
Frasquita.
A
esta carta José no obtiene contestación de Frasquita dado que el nueve de enero de 1941
remite la tercera y última carta que conserva la familia. Es posible que se
perdiera por el camino. Sin embargo, si que recibe la carta de su hermano con
los documentos solicitados para volver a España:
Recibi,
los papeles que me mandó mi hermano, así que pronto pienso ir a verte, o sea en
la proxima expedición partiré para España.
Le
indica que la Nochebuena la pasó como cualquier otra noche, pero que el día de Navidad
le dieron muy bien de comer, incluso un puro. José y Antonio se encuentran en ese momento en la población de Corny, un lugar entre Nancy y Metz al que llegaron después de muchas horas de tren, 38 en concreto. José y Antonio, acostumbrados a otro tipo de clima, de tierra, de sol... pasan un frío brutal, como recoge el primero en su última carta:
Por aquí hace mucho frío que diferencia de este terreno al nuestro, aqui no entramos en calor hasta que no nos metemos en la cama, pues el suelo siempre está helado...
No hemos pasado por alto que las tres cartas están escritas con distinta caligrafía, por lo que pensamos que José no sabría escribir o sus conocimientos de la escritura eran muy rudimentarios, por lo que creemos que para componerlas hubo de dictarlas desde su corazón, desde sus sentimientos, a una persona que plasmara sus palabras sobre el papel, de ahí la diferentes caligrafías de cada misiva.
A
partir de ahí no se conoce más correspondencia de José ya sea porque la
extraviara la familia, porque no llegara a su destino… ¡Quién sabe! Lo que
sabemos es que, a pesar de contar con los documentos para volver a España como hemos podido saber por una de sus cartas, nunca
regresó a la tierra que lo vió nacer. ¿Qué pudo ocurrir? Puede que las autoridades francesas no le
permitieran volver, que le llegara una de las cartas de su familia avisando de
lo cruda que estaba la cosa con los procesos represivos, los encarcelamientos, condenas,
ejecuciones… y que podría no estar libre de toda sospecha. A ciencia cierta lo más seguro es que nunca lo sepamos.
La
invasión alemana de Francia
En
la primavera de 1940 Alemania invadió Francia. Tardó varias semanas en llegar a
París, ante el desbarajuste del ejército francés y su completo descalabro. Ni
la Línea Maginot ni la red de fortificaciones que levantaron los franceses con
la ayuda de decenas de miles de españoles encuadrados en las CTE, sirvieron
para nada.
Los
alemanes hicieron cerca de un millón de prisioneros, entre los que se encontraban
miles de españoles; José Mateo y Antonio Piñero estaban entre ellos. No sabemos
el punto exacto ni la fecha en que los detuvieron, pero el mayor número de
españoles que fueron capturados por los alemanes tuvo lugar en la región de Les
Vosges, el 20 de junio de 1940.
Desde
el punto de detención los prisioneros eran reenviados a campos de prisioneros
en Francia, los frontstalags, unos campos de tránsito en los que los prisioneros
pasaban semanas, o incluso meses, antes de su reexpedición a un campo de
prisioneros en territorio del III Reich. Había algo más de un centenar de
ellos. Tampoco sabemos el frontstalag en que pudo haber esado los yunqueranos.
En
el stalag XI B de Fallingbostel
No
volvemos a saber de él más que a través del portal PARES del Ministerio de
Cultura y Deportes, donde existe una base de datos de españoles llevados a
campos de concentración nazis. Tras la invasión alemana de Francia, miles de
españoles fueron capturados y enviados a los campos de prisioneros alemanes,
conocidos como stalags (stammlager), junto a casi un millón de
prisioneros de guerra franceses, a principios del verano de 1940.
José
Mateo fue llevado al campo de prisioneros XI B de Fallingbostel (Baja Sajonia, perteneciente a la Wehrkreis o Distrito Militar nº XI, con sede en Hannover),
donde recibió el número de prisionero 41644 y en el que también había muchos
españoles. Entre ellos estaba su vecino Antonio Piñero Mateo, que recibió el
número 41793. Allí permanecieron algún tiempo, unos escasos tres meses, hasta ser transferidos al campo de concentración de Mauthasusen, en
Austria, al que llegarían el día ocho de septiembre de 1940. En los campos de
prisioneros la vida era muy dura y el rancho escaso, pero más o menos se
respetaba los tratados internacionales en cuanto al cuidado de los prisioneros por lo que la existencia de éstos en nada se podía comparar con los que iban a parar a los siniestros campos de concentración.
El
desinterés cuando no la connivencia del gobierno dictatorial del General Francisco
Franco sumado al desentendimiento del Mariscal Pétain, líder de la Francia no
ocupada, sentenció la vida de los casi diez mil españoles que acabaron en
campos de concentración nazis, la mayoría de ellos en Mauthausen, pero también en otros
como Dachau, Sachsenhausen... Franco no los quería, evidentemente, y el militar
francés no los tenía en cuenta porque no eran franceses, a pesar de haber
formado parte del ejército francés... Para Franco los españoles eran considerados
unos indeseados porque se trataba de republicanos que se habían opuesto al
golpe de Estado activa o pasivamente (algunos eran soldados, pero no todos
evidentemente, había campesinos, jornaleros, obreros…), algunos, ni siquiera
eso, sólo habían huido de los efectos y consecuencias de la guerra e incluso
querían volver a sus hogares. El gobierno alemán dirigió varias peticiones al
español para ver qué hacía con esos rotspnaier, rojos españoles, pero
obtuvo la callada por respuesta.
En septiembre de 1940 Ramón Serrano Suñer, cuñado de Franco y Ministro de Gobernación, flagrante filonazi, se entrevistó con las máximas autoridades nazis en Berlín: Heinrich Himmler (jefe de la policía alemana y de las SS) y otros dirigentes, como Wilhem Frick, Joachim von Ribbentrop y Robert. El mismo día de su marcha de la capital alemana, el 24 de septiembre de 1940, la oficina de seguridad del Reich emitió una orden dirigida a todas las oficinas de la Gestapo en Europa con indicaciones específicas para que los españoles que se encontraban en los campos para prisioneros de guerra fueran trasladados al campo de concentración de Mauthausen. Es a partir de ese momento cuando los españoles empezaron a ser trasladados de los stalags a Mauthausen de forma masiva.
Primera página de la orden de la Oficina del Seguridad del Reich en la que ordenaba a la Gestapo sacar a los españoles de los campos de prisioneros de guerra y enviarlos a campos de concentración
Algunos autores, como David Wingeate Pike, mantienen que en esta entrevista no se decidió el siniestro destino de los españoles, dado que ya había otros españoles en Mauthausen y otros campos antes de la citada reunión (lo cual es cierto) y que no hay prueba documental de que aquel asunto se tratara en esa reunión. No obstante otros autores no comparten el mismo parecer, especialmente Carlos Hernández de Miguel, que más recientemente y tras una exhaustiva revisión de fuentes documentales, archivos, testimonios… defiende que en esta entrevista se selló el destino de los prisioneros españoles, pues Serrano Suñer daría consignas al régimen nazi para que los republicanos fueran trasladados a campos de concentración. No son pocos los investigadores que secundan a Hernández de Miguel.
Sin embargo, lo que sí que es cierto, es que, como se ha dicho, fue a partir de esa reunión cuando los republicanos españoles que se encontraban en los campos de prisioneros fueron buscados por la Gestapo y conducidos al campo de concentración de Mauthausen. El gobierno español del General Francisco Franco conoció el fatal destino que estos españoles compartirían con millones de judíos, soviéticos, eslavos, gitanos… y los abandonó a su suerte. Sabemos que conocía el asunto porque varios españoles prisioneros en Mauthausen fueron reclamados por el gobierno español a instancia de sus familias, que tenían ciertos contactos.
En septiembre de 1940 Ramón Serrano Suñer, cuñado de Franco y Ministro de Gobernación, flagrante filonazi, se entrevistó con las máximas autoridades nazis en Berlín: Heinrich Himmler (jefe de la policía alemana y de las SS) y otros dirigentes, como Wilhem Frick, Joachim von Ribbentrop y Robert. El mismo día de su marcha de la capital alemana, el 24 de septiembre de 1940, la oficina de seguridad del Reich emitió una orden dirigida a todas las oficinas de la Gestapo en Europa con indicaciones específicas para que los españoles que se encontraban en los campos para prisioneros de guerra fueran trasladados al campo de concentración de Mauthausen. Es a partir de ese momento cuando los españoles empezaron a ser trasladados de los stalags a Mauthausen de forma masiva.
Primera página de la orden de la Oficina del Seguridad del Reich en la que ordenaba a la Gestapo sacar a los españoles de los campos de prisioneros de guerra y enviarlos a campos de concentración
Algunos autores, como David Wingeate Pike, mantienen que en esta entrevista no se decidió el siniestro destino de los españoles, dado que ya había otros españoles en Mauthausen y otros campos antes de la citada reunión (lo cual es cierto) y que no hay prueba documental de que aquel asunto se tratara en esa reunión. No obstante otros autores no comparten el mismo parecer, especialmente Carlos Hernández de Miguel, que más recientemente y tras una exhaustiva revisión de fuentes documentales, archivos, testimonios… defiende que en esta entrevista se selló el destino de los prisioneros españoles, pues Serrano Suñer daría consignas al régimen nazi para que los republicanos fueran trasladados a campos de concentración. No son pocos los investigadores que secundan a Hernández de Miguel.
Sin embargo, lo que sí que es cierto, es que, como se ha dicho, fue a partir de esa reunión cuando los republicanos españoles que se encontraban en los campos de prisioneros fueron buscados por la Gestapo y conducidos al campo de concentración de Mauthausen. El gobierno español del General Francisco Franco conoció el fatal destino que estos españoles compartirían con millones de judíos, soviéticos, eslavos, gitanos… y los abandonó a su suerte. Sabemos que conocía el asunto porque varios españoles prisioneros en Mauthausen fueron reclamados por el gobierno español a instancia de sus familias, que tenían ciertos contactos.
Mauthausen, la puerta del infierno
Así
pues, poco tiempo estuvieron los yunqueranos en el campo de prisioneros alemán.
El día cinco de septiembre de 1940 fueron subidos a un cochambroso tren de transporte de
ganado en unas condiciones infames, como si fueran animales, sin apenas
alimentos ni agua, con un mínimo ventanuco para la ventilación y un recipiente metálico de forma cilíndrica para hacer sus necesidades, tras un penoso viaje de tres días, el ocho de septiembre de
1940 (obsérvese que antes de la reunión de Serrano Suñer con las autoridades
nazis) llegaron a la estación del pueblecito de Mauthausen (Austria) después de una travesía de varios
días dentro de un vagón de ganado y compartiendo espacio con cientos de
personas, en unas condiciones de hacinamiento y de falta de higiene brutales. En
la estación esperaban con rabia los temibles SS nazis, que condujeron al grupo
de prisioneros al campo de concentración de Mauthausen distante cinco
kilómetros, a paso ligero y a base de palos, insultos y dentelladas de perros, tras atravesar el pueblo bajo la tranquila mirada de sus vecinos.
En
este transporte de republicanos españoles iba un total de 201 compatriotas .
126 morirían en Gusen, el más mortífero de los subcampos de Mauthausen…
Un
prisionero español que sobrevivió a Mauthausen, Vicente Delgado Fernández, que
iba en el mismo transporte, describió en sus memorias su llegada al campo:
Para
nosotros era el día y la noche, un cambio enorme en nuestras vidas. Habíamos
pasado de estar en manos de buenos militares a las de los malvados guardianes,
que llevaban una calavera como símbolo en sus uniformes. Cuando las puertas de
los vagones se abrieron, a voces y golpes de fusiles nos hicieron bajar y
avanzar muy rápido. Estábamos muertos de miedo, nos mirábamos sin pronunciar
palabra. Los kilómetros que separaban el pueblo del campo los recorrimos a toda
velocidad. El campo contaba con una alambrada electrificada y los perros se
echaban sobre nosotros, empujados por sus guardianes. Así descubrimos el campo
de la muerte.
Todos
los supervivientes recuerdan el primer día en el que llegaron a Mauthausen,
donde les recibieron diciéndoles donde se encontraba la única salida: en la
chimenea del crematorio… Allí José Mateo Rivas dejó su nombre y lo intercambió
por el número 4345, a Antonio Piñero le dieron en 4353. A todos los prisioneros se les sometía a una
profunda limpieza y desinfección a la llegada, como recuerda el superviviente Emilio
Caballero Vico:
Sólo
llegar, a empujones y patadas nos pusieron a formar en pelotas, los barberos
nos destrozaron el cuero cabelludo con aquella máquina que no iban bien y
rompían los pelos y piel a la vez. Así horas de pie, luego al sótano, a las
duchas con un líquido que escocía, nos metieron a todos apelotonados allí,
media hora, con chorros de agua fría, luego quemaba… Me metieron en la barraca
19, cerca del crematorio, donde fuimos a parar a gran parte del grupo que
habíamos llegado desde el Stalag XI B, mi grupo.
En Mauthausen se encontraban unas productivas canteras de granito, donde hicieron trabajar duramente a los prisioneros. Muchos miles murieron en los trabajos en la cantera, despeñados por la "escalera de la muerte", y otros, de inanición, palizas… Lo más posible es que ambos yunqueranos trabajaran en este infierno de granito y que sufrieran el extenuante trabajo en la cantera.
El hambre, dicen los supervivientes, era una de las peores torturas a las que eran sometidos; las largas y duras jornadas laborales no se correspondían con una buena alimentación y los prisioneros pasaban un hambre atroz dado que la comida era escasa, de mala calidad y aguada. El deterioro físico se hacía notable en pocos días y en pocos meses llegaba la muerte...
En Mauthausen se encontraban unas productivas canteras de granito, donde hicieron trabajar duramente a los prisioneros. Muchos miles murieron en los trabajos en la cantera, despeñados por la "escalera de la muerte", y otros, de inanición, palizas… Lo más posible es que ambos yunqueranos trabajaran en este infierno de granito y que sufrieran el extenuante trabajo en la cantera.
El hambre, dicen los supervivientes, era una de las peores torturas a las que eran sometidos; las largas y duras jornadas laborales no se correspondían con una buena alimentación y los prisioneros pasaban un hambre atroz dado que la comida era escasa, de mala calidad y aguada. El deterioro físico se hacía notable en pocos días y en pocos meses llegaba la muerte...
Gusen, final de trayecto...
El
día 24 de enero de 1941 el primer transporte de españoles prisioneros en Mauthausen
sería enviado al subcampo de Gusen. Lo componía alrededor de un millar de desdichados, la mayoría
estaba enfermo o eran relativamente mayores y se encontraban en muy malas condiciones de salud, fruto
de la brutal explotación y de las escasa alimentación; también había muchos voluntarios
que esperaban ir a un sitio menos duro en la creencia de que no habría peor lugar que Mauthausen. Entre ellos se encontraban José Mateo y
Antonio Piñero. A los españoles se les hizo creer que iban a un lugar mejor,
donde podrían recuperarse. Muchos no lo creyeron, pero no podían negarse a ir. Los
prisioneros recorrieron a pie los casi cinco kilómetros que había entre ambos
lugares. La realidad se iba a revelar mucho más siniestra: los nazis debían hacer sitio en
Mauthausen para los nuevos prisioneros que iban a llegar unos días después, por ello necesitaban deshacerse de los prisioneros menos productivos.
Aunque
Gusen dependía del campo matriz, tenía su propio sistema de registro; José
Mateo recibió el número 9432 y Antonio Piñero el 9573. Las condiciones de
existencia y de trabajo eran mucho más duras que en el campo principal. Allí se
enviaba a los prisioneros que ya no daban más de sí, que se encontraban
agotados, enfermos… que ya no podían llevar el brutal ritmo de trabajo que se
le exigía. Tampoco sabemos que tareas estuvieron haciendo, pero en Gusen también
había unas importantes canteras de granito y un enorme pozo que se estaba excavando
para construir los cimientos de un molino para machacar la roca de las canteras, en el que
murieron casi dos mil españoles.
Sabemos
que Antonio Piñero Mateo murió en Gusen el día 14 de octubre de 1941, pero
desconocemos en qué terribles circunstancias. Sin embargo, José Mateo Rivas
murió días antes, el 28 de septiembre de 1941 en un lugar muy siniestro: el
castillo de Hartheim.
El
castillo de Hartheim se encuentra en Alkoven, Austria. En él fueron
asesinadas miles de personas con enfermedades físicas o psíquicas en el marco
de la Operación T4 (Aktion T-4), el proyecto de eugenesia nazi que
buscaba “mejorar la raza aria” a costa de asesinar a decenas de miles de
personas. Hitler empezó “limpiando” Europa por su propia casa… En el castillo de
Hartheim fueron gaseados miles de prisioneros de Mauthausen y alrededor de
quientos españoles. Entre ellos se encontraba el yunquerano José Mateo Rivas.
Los prisioneros que eran llevados a este siniestro lugar eran asesinados o bien
en las cámaras de gas del castillo o de camino a él, dentro de furgonetas
herméticamente cerradas a las que se les conectaba el tubo de escape del
vehículo en el interior. Una verdadera atrocidad.
El
final de todos los prisioneros asesinados era el mismo; sus esqueléticos y pellejudos cuerpos alimentaban
la siempre insaciable y hambrienta boca del horno crematorio, que no paraba ni de día ni de noche,
esputando por su chimenea una espesa columna de humo mezclada con cenizas que los vientos llevaban de
acá para allá caprichosamente hasta disolverse en la atmósfera. En el ambiente
quedaba el olor a hueso y carne quemadas y toneladas de cenizas…
El 13 de octubre de 1950 el Estado francés emitió el certificado de defunción de José Mateo Rivas, que iba dirigido a su viuda, Francisca Giménez, que en aquel entonces residía en C/ Puerta de la Iglesia, nº 15. En esa década fueron remitidos al Gobierno español tanto el certificado de defunción de José Mateo Rivas como todos los certificados de defunción de los españoles que fueron asesinados en los campos nazis, pero las autoridades franquistas no los hicieron llegar a los familiares en lo que representa un incomprensible acto de mezquindad y de una crueldad inclasificable.
Para los deportados la estancia en el campo de concentración y los sufrimientos que padecieron fue una experiencia horrenda que ha perseguido a los supervivientes a lo largo de toda su vida. Las familias que perdieron algún ser querido en este infame lugar lo pasaron muy mal, excepcionalmente mal, pues no tuvieron noticia ni supieron de la suerte de un hijo, un padre, un hermano, un nieto... en decenios. Malas personas, en muchas ocasiones, propalaban falsos rumores en los que acusaban a los deportados de haberse marchado con alguna mujer y haber abandonado a sus familias para acrecentar más el dolor de los seres queridos. Miles de mujeres españolas tomaron los hábitos del luto y los llevaron sufridamente como una segunda piel prácticamente hasta sus últimos días, callando y tragando su dolor, sufriendo en la soledad del silencio la ausencia de un ser querido. No fueron pocas las madres que murieron tras nunca haber perdido la esperanza de que algún día su hijo hubiera atravesado el escalón de la puerta de la casa.
El 13 de octubre de 1950 el Estado francés emitió el certificado de defunción de José Mateo Rivas, que iba dirigido a su viuda, Francisca Giménez, que en aquel entonces residía en C/ Puerta de la Iglesia, nº 15. En esa década fueron remitidos al Gobierno español tanto el certificado de defunción de José Mateo Rivas como todos los certificados de defunción de los españoles que fueron asesinados en los campos nazis, pero las autoridades franquistas no los hicieron llegar a los familiares en lo que representa un incomprensible acto de mezquindad y de una crueldad inclasificable.
Para los deportados la estancia en el campo de concentración y los sufrimientos que padecieron fue una experiencia horrenda que ha perseguido a los supervivientes a lo largo de toda su vida. Las familias que perdieron algún ser querido en este infame lugar lo pasaron muy mal, excepcionalmente mal, pues no tuvieron noticia ni supieron de la suerte de un hijo, un padre, un hermano, un nieto... en decenios. Malas personas, en muchas ocasiones, propalaban falsos rumores en los que acusaban a los deportados de haberse marchado con alguna mujer y haber abandonado a sus familias para acrecentar más el dolor de los seres queridos. Miles de mujeres españolas tomaron los hábitos del luto y los llevaron sufridamente como una segunda piel prácticamente hasta sus últimos días, callando y tragando su dolor, sufriendo en la soledad del silencio la ausencia de un ser querido. No fueron pocas las madres que murieron tras nunca haber perdido la esperanza de que algún día su hijo hubiera atravesado el escalón de la puerta de la casa.
Los
españoles asesinados en los campos nazis, así como los pocos supervientes, han
sido uno de los grandes olvidados de la historia de España. En Francia, en cambio,
han recibido todo el respeto de la población y distintos homenajes, formando
parte de sus libros de historia. Y ya va siendo hora de que nuestros deportados
ocupen el lugar que les corresponde en la fabulosa historia de nuestro país.
Donde
quieras que estés, Francisca: … recives los mas durces besos y habrazos
de Jose Mateo Rivas.
(c) Diego Javier Sánchez Guerra.