jueves, 21 de junio de 2012

CHAOUEN, EL EMBRUJO AZUL. LUZ Y COLORES ALLENDE EL MAR.



Uno de los bellos rincones de Chaouen

   Hacía ya varios años que quería ir a Chaouen, un pueblo marroquí que se descuelga de las laderas de la cordillera rifeña y que se encuentra a unos 160 kilómetros de la portuaria y bulliciosa ciudad de Tánger. Mi interés creciente por conocerla vino motivado por varias circunstancias: muchos amigos la habían visitado y me hablaban maravillas de ella; había visto algunas fotos estupendas del caserío y las zonas rurales colindantes que evocaban paisajes como los de la Alpujarra y la Sierra de las Nieves; y resulta que, además, está  encuentra enclavada en el Parque Natural de Talassemtane, formando parte de la Reserva de la Biosfera Intercontinental del MediterráneoEspaña (Andalucía)-Marruecos, donde también se encuadra nuestra Reserva de la Biosfera de la Sierra de las Nieves. Un lugar que se me antojaba maravilloso.

   Cuando surgió la oportunidad, no me lo pensé dos veces. Hice el petate y tiré para Tarifa, de cuyo puerto saldría el ferry para Marruecos.

   Antes de empezar quiero dedicar esta entrada a Paca la Francesa, que lleva visitando este pueblo casi cuatro décadas y que nos hizo de guía y Cicerone durante toda la estancia ¡Un besote, Paca! ¡De mayor quiero ser cómo tú!




  

Chaouen recostado en una ladera



Imagen de los territorios de la RIBM, que describen
una media luna.



AQUELLO QUE NOS UNE

   A pesar de parecer dos mundos completamente diferentes, existe un fuerte vínculo y una gran relación entre la Geografía y la Historia de estas dos orillas, unidas por ese puente de azuladas y poéticas aguas que es el Mediterráneo y que en esta zona llamamos Mar de Alborán. La formación orogénica de las sierras del sur de España y del Norte de Marruecos (Béticas y Rif) tuvieron lugar durante el movimiento Alpino y su sustrato geológico es muy similar, predominando las formaciones calizas con montañas elevadas, ásperas y duras que presentan el típico relieve kárstico donde abundan las cuevas, barrancos, cañones... y que suponen grandes reservorios de agua, al igual que ocurre en nuestras sierras. Las especies mediterráneas aparecen en los lados, incluso el pinsapo, sólo que el de Marruecos es una variante local, el abies marocana. Las influencias climáticas, marino-mediterráneas y oceano-atlánticas así como la latitud, se combinan de forma muy parecida en los dos lugares ofreciendo unas condiciones climatológicas muy similares.






Sierra de las Nieves y sierras del Rif sobre Chaouen, las similitudes son evidentes



Abies marocana bajo la nieve


   Y luego está la Historia. Ambas orillas poseen una historia común que no hace más que unirlas y entretejerlas a través de las diferentes culturas que han ido dejando sus huellas en ambos espacios: los fenicios, que fundaron numerosas factorías comerciales a lo largo de ambas costas (y por todo el Mediterráneo) para captar los productos del interior y luego venderlos en otros puntos del vinoso mar de Homero; los romanos, que crearon un Imperio territorial (recordemos el Mare Nostrum) articulado en provincias con numerosas ciudades, carreteras, infraestructuras… y que expandieron la explotación del trigo, la vid y el olivo y su civilización a ambas orillas.



Antiguo relieve que representa un barco fenicio


Plano de la antigua provincia romana de la Mauritania Tinginana


   Los musulmanes (aquí llegó el Islam pocas décadas antes que a la Península Ibérica) integraron las tierras de las dos zonas en el enorme universo cultural (y comercial) islámico; no pasemos por alto que las semejanzas que hay entre la Giralda de Sevilla y en el alminar de la mezquita Kutubía de Marrakech, es un claro exponente de esa riqueza cultural compartida. Más adelante los conflictos entre las naciones cristianas y musulmanas crearon una fuerte intolerancia: judíos sefardíes y moriscos fueron expulsados de la Península Ibérica, marchándose al actual Marruecos y otros puntos del norte de África y el Mediterráneo; los cristianos peninsulares llegaron a asolar las tierras del Norte de Marruecos tratando de expandirse a costa de los terrenos norteafricanos buscando controlar ciertos enclaves estratégicos, comerciales y militares; los piratas berberiscos estuvieron décadas asolando el litoral andaluz y raptando campesinos y mercaderes de nuestras costas por los que luego pedían rescate … lo que sembró nuestro litoral de decenas de torres almenaras (en árabe, "el lugar de la luz", porque encendía fuego para dar la alarma) para la vigilancia (de ahí proviene el dicho “no hay moros en la costa”). Finalmente y por avatares de la historia, Marruecos quedó bajo protectorado francés y español, una forma eufemística para no llamarlo por su nombre: una colonia dominada por potencias europeas de la que extraían sus recursos.



La Giralda y el alminar de la Kutubía; el parecido es indiscutible



Dibujo que representa una nave pirata berberisca



Torre de los Ladrones; una de las almenaras de la Costa del Sol en
el bello Paraje Natural de las Dunas de Artola.


   Miles de españoles murieron en la Guerra de Marruecos contra rebeldes como Abd el Krim defendiendo los intereses de otros (como en casi todas las guerras), entre ellos el famoso comandante Julio Benítez y Benítez, natural de El Burgo, que mostró una resistencia heróica a la hispana en  la posición de Igueriben: hasta el último cartucho de fusil, hasta el último aliento, hasta la última gota de sangre. Muchos otros alcanzaron la fama y se curtieron en sus campos de batalla llegando a ser importantes personajes de nuestra historia política y militar, como el General Francisco Franco o el feroz Teniente Coronel Millán Astray, fundador de la Legión.



El Comandante Julio Benítez, de El Burgo


   Finalmente Marruecos alcanzó la independencia a mediados de los años cincuenta de la pasada década y a mediados de los setenta, aprovechando la crisis política española, se anexionó la zona del Sáhara que estaba bajo mando español en la llamada Marcha Verde. En la actualidad el lugar es fuente de fuertes conflictos sociales.


El conflicto del Sáhara




TÁNGER

Trini, Paca y yo partimos un jueves por la mañana desde el puerto de Tarifa. El viento del mar, fuerte y fresco, traía un agradable olor a sal que encontraba un natural acomodo en mis fosas nasales. Era una sensación agradable, la verdad y muchas veces la suelo rememorar. Tarifa es una pequeña población costera que conserva un imponente recinto fortificado medieval con varias puertas y numerosas torres, prueba de su estratégica importancia fronteriza en tiempos medievales. Si hacemos caso a la leyenda, al mito, en esta fortaleza tuvo lugar el famoso episiodo de Guzmán "El Bueno" (siglos más tarde comparado con el general Moscardó), fundador de la casa de Medina Sidonia; el monarca Sancho IV había recurrido al experimentado militar para la defensa de Tarifa, sitiada por su hermano el infante don Juan, apoyado por meriníes y nazaríes. Éstos habían capturado al hijo de Guzmán, tratando de hacerle chantaje con la vida del joven. El padre, en una acción épica, lanzó una daga a los sitiadores para que con ella mataran a su hijo, porque la ciudad no la iba a entregar...De este supuesto acontecimiento nació la leyenda de Guzmán "El Bueno".

Igualmente esta ciudad en sus inmediaciones mantiene todavía algunas estructuras de carácter militar construidas después de la Guerra Civil por tener esta población una gran importancia en la geo-estrategia el Estrecho de Gibraltar, en estas fechas en que Europa se encontraba sumida en la II Guerra Mundial y Franco flirteaba con el nazismo alemán y el fascismo italiano. Al margen de estos hechos y acontecimientos históricos, esta localidad es mucho más conocida por su ambiente surfista y los deportes marinos, por lo que el ambiente es muy animado. Hay mucha marcha. El billete que habíamos comprado para trasladarons en ferry a Marruecos incluía una inesperada sorpresa: una visita guiada a la milenaria ciudad de Tánger con el almuerzo incluido, así que ya puestos, lo aprovechamos.




Puerta fortificada de Tarifa


   Desde Tarifa se atisbaba claramente nuestro destino el norte de África. En incontables ocasiones, bajando desde Monda a Marbella, había depositado mi vista en aquellas misteriosas montañas que se perdían en el horizonte, confundiéndose con las nubes y la niebla. Ese día iba a conocerlas por fín. Desde la costa, antes de embarcar podíamos ver muchos barcos en el mar, supongo que la mayoría serían cargueros y petroleros. El Estrecho es una zona muy concurrida ya que para ir a Oriente y Asia el camino marítimo más cercano por esta parte del Mundo es atravesar el Mediterráneo y continuar por el canal de Suez (Egipto) y el Mar Rojo hasta el océano Índico.

   A treinta y cinco minutos de mecidas marinas, de peligrosos vaivenes a la hora de utilizar el baño (no se cómo no me puse perdido), nos esperaba una antigua ciudad varias veces milenaria, con su viejo puerto junto a la recostada medina y su alcazaba (la kasba), de la que emergía alguna que otra torre o algunos tramos de muralla entre la maraña de antenas y edificios aparentemente desordenados. Los orígenes de esta ciudad hay que buscarlos con los fenicios en el primer milenio antes de Cristo, como muchas otras de la costa andaluza, cuando la crearon como puerto comercial, carácter que mantiene con su nuevo y descomunal puerto de TANGER MED. Se trata de una ciudad multitudinaria y bulliciosa, por donde circulan ríos de personas que van de un lado a otro agitadamente, sin parar.




La ciudad de Tánger desde el puerto


   Esta vetusta ciudad posee dos partes, la medina, que es la zona vieja, y la zona nueva, expansión urbanística más moderna y apiñada de edificios, donde hicimos un breve recorrido en autobús desde el que vimos la Mezquita Mayor, palacios y edificios del gobierno y algunas construcciones de la época de dominio español. La primera es sucia, macilenta y espesa. El calor, la basura y la pobreza eran los otros ingredientes de este paisaje de miseria tachonado en las calles que estaban algo más limpias de tiendas de productos de cuero, joyas, plata, madera, telas, cerámicas, especias... En el siglo XX fue una ciudad internacional libre donde se encontraron empresarios, numerosos negocios, extranjeros e incluso espías. Más tarde fue gestionada por los españoles, por lo que tiene algunos edificios de esa época como una gran iglesia y una plaza de toros. En la medina las construcciones están abigarradas, las copas de los edificios parecían tocarse y cerrarse sobre nostros, las casas parecían apoyarse las unas en las otras para no sucumbir ante el inexorable curso de la gravedad y de su propia decrepitud, con fachadas llenas de desconchones y roturas, humedades y ñapas, en un ambiente angosto y a ratos irrespirable de fuertes contrastes lumínicos en calles retorcidas que serpentean bajo algorfas, arcos y ropa tendida a secar; espacios por los que correteaban niños llenos de churretes jaleando ¡Messi, Messi! o ¡Cristiano, Cristiano! cuando veían turistas españoles, mientras los gatos hurgaban en la basura y algunos ancianos se sentaban en pequeñas sillas o escalones mirando pasar los días hasta que les llegara el último. Las mujeres, al margen de las turistas, no existían en aquel laberinto de calles.





Dos imágenes de la medina






Algunas fotos del ambiente en la medina, hervidero de turistas,
repartidores,  encantandores de serpientes...


   En tiempos pasados esta ciudad fue una joya y hoy, mejor ni pensarlo…

   Los guías nos llevaron por la medina de tienda en tienda para que nos gastásemos las pelas (evidentemente iban a comisión), mientras que por las calles vimos muchos ancianos y niños que nos asaltaban para vendernos toda suerte de baratijas y figuritas. Muchos de los niños pedían dinero y los guías los espantaban levantando la mano en una actitud verdaderamente carcelera y con una indudable intencionalidad de bajarla incompasivamente. Me dio la impresión de que ya tenían oficio en este quehacer. Los pequeños buscavidas huían como alma que lleva el diablo, como cuando se espantan las moscas de una sandía, desparramándose por las callejuelas en un abrir y cerrar de ojos.

   Aquello me hizo pensar y Paca me puso en el camino de la siguiente reflexión: allí donde no hay estado del bienestar, está la familia. Y una de las cosas más duras en el Mundo es el encontrarse sólo en el tercer mundo o en un país con escasos recursos, sin familia. Y los que más sufren esta circunstancia son los niños huérfanos y los ancianos, los más desamparados..




Un niño con la camiseta de Casillas se busca la vida vendiendo baratijas


   Almorzamos en un restaurante con el resto del grupo junto a un antiguo cine español, el Cine Alcázar. Estuvo bien. El local parecía extraído de un decorado de la película Casablanca, con multitud de arcos con una ornamentación muy recargada y exuberante, pero bastante avejentados. Allí nos recibieron varios músicos, unos sentados sobre una tarima elevada acolchada con cojines -algunos muy, muy ancianos- y otros sobre algunas sillas. Estuvieron tocando durante todo el almuerzo sin parar, recogiendo las dádivas que les daban los comensales. Tras él los guías nos llevaron a más tiendas con la vana esperanza de estrujar nuestras carteras. A eso de las cinco de la tarde regresamos al puerto, y mientras el resto del grupo embarcaba, nosotros cogimos un taxi con dirección a otra antigua e históric ciudad: Tetuán.



En el interiror del restaurante


DE TETUÁN A CHAOUEN

    El taxista, Mustafá, era un conocido de Trini. Era un hombre baja estatura, piel muy tostada, ojillos rasgados y de cierta edad; en Marruecos la gente suele aparentar más edad de la que tiene, el prematuro desgaste de una vida dura. Enseguida nos estrechó su mano fuerte y vigorosa. Lo conocía de otras veces en las que la había llevado a Chaouen años atrás. Era un buen tipo y se alegró sinceramente de verla, a pesar de que al principio le costó trabajo recordarla. Aunque en Marruecos los taxistas suelen ser bastante temerarios, Mustafá es un hombre afable y tranquilo. Conducía con bastante prudencia de camino a Tetuán. Por el camino vimos multitud de campos y cultivos con mucha gente desarrollando labores agrícolas y ganaderas, muchos animales de tiro, especialmente burritos, e incontables mezquitas sobre numerosos cerros con sus inconfundibles minaretes recortados en el horizonte y apuntando afiladamente al cielo.

   Pasamos por Tetuán para que Paca visitara a una amiga que no veía desde hacía algunos años. Estuvimos con ella un buen rato, hasta que nos acercó a la estación, donde cogimos otro taxi. Es una experiencia, mala o buena, pero una experiencia ser llevado por un taxista marroquí que no conduzca como Mustafá.



Trini y Mustafá saludan a cámara


   El conductor era joven e impetuoso, de rostro anguloso y nariz prominente. No hablaba francés ni español. Tampoco parecía interesarle. Nos miraba con cierto desprecio, cada vez menos disimulado. Sólo dijo una palabra inteligible: argent/dinero en francés, cuando acordamos el precio del transporte. Cuando salimos de Tetuán en dirección a Chaouen, a poca distancia, nos invadió un espeso y hediondo olor que provenía de una zona de vertederos junto a la ciudad. Los entornos estaban llenos de plásticos y papeles que llevaba de un lado al otro el viento a su capricho. Veíamos también algunas hogueras que expedían un humo realmente espeso y apestoso. Se trataba del basurero de Tetuán. El mal olor nos estuvo persiguiendo durante varios kilómetros.

 Nuestro joven chófer conducía de forma irreverente y con un total desprecio hacia toda forma de vida uno de esos mercedes color crema que ya era viejo cuando salía en las pelis en blanco y negro. Su tísico motor diesel, cansado de vivir, se retorcía entre estertores agónicos en los ascensos a medida que iba perdiendo velocidad, momento que el chófer aprovechaba para bajar la ventanilla y escupir irrespetuosa y compulsivamente a grandes bocanadas. Definitivamente, no le despertábamos simpatía. Este tío no ha conocido a su padre, pensé.



La he tenido que bajar de internet porque cualquiera sacaba la cámara en el taxi


   Las subidas ofrecían un cierto respiro y un descanso para nuestros corazones, pero el kamikaze se desquitaba peligrosa y temerariamente en las bajadas y en el llano. La carretera por donde transitábamos estaba muy concurrida; se encontraba llena de gente que iba o venía del campo cargando productos agrícolas, a veces en su espalda, a veces en sus burritos. Discurríamos por una zona accidentada y con un asfalto en mal estado con gravilla suelta en muchas partes, lo que acrecentaba vertiginosamente la posibilidad fatal de acabar nuestros días empotrados contra un árbol, en el fondo de un barranco o estampados contra uno de esos camiones cargados de descoloridas bombonas de gas provocando una estruendosa explosión.

   No creo que este conductor cumpla muchos años.

   Llegamos a Chaouen, por fín, con ganas de besar el suelo. Pero cuando miramos abajo, cambiamos de opinión.

   Era un lugar efervescente y lleno de personas que sonriendo, siempre sonriendo y con mucha educación, miraban a los turistas. Como llegamos ya casi de noche la gente estaba en la calle paseando y aprovechando el frescor del atardecer, como hacemos en muchos lugares de España.

   Ciertamente me la esperaba más viajera que turística y el ambiente, influenciado por décadas de llegadas de turistas y sus divisas, se mostraba mucho más abierto que en Tetuán. Todo el mundo te daba la bienvenida o te ofrecía chocolate, todo el mundo te iba saludando por la calle y te deseaba una buena estancia.




LA PENSIÓN MAURITANIA

 
   Nada más bajarnos nos asaltó un vecino del pueblo que insistía en llevar nuestras maletas y acercarnos hasta un alojamiento. Hay mucha gente que lo hace buscando ganarse una propina, tratando de ganarse la vida. Nuestro improvisado "botones" nos hizo entrar en la medina a través de la Bab al-Suq (la  Puerta del Zoco) y nos llevó precipitadamente por angostas calles que subían y bajaban, llenas de puestos, de gente, te tenderetes… mis sentidos no daban abasto ante tantos estímulos… ruido, olores, texturas, colores…todo demasiado tan de golpe y tras la negativa experiencia del enajenado Mad Max tetuaní me llegaba a provocar cierta saturación.




La calle de la pensión


   Finalmente llegamos a la Pensión Mauritania, un antiguo edificio en una calle estrecha, pendiente y llena de escalones azules como el cielo en los que los gatos campaban a sus anchas con tranquilidad mayestática, observando a los viajeros con total despreocupación y desinterés. Otros más, debían pensar. La entrada, que tenía una puerta azul de madera de duelas claveteadas el típico llamador de hierro circular, daba paso a un zaguán habilitado como recepción. Sobre una desgastada mesa de madera nos recibió el encargado; detrás suyo tenía un enorme y ajado plano del Norte de Marruecos y a su izquierda un casillero de madera sin barnizar donde estaban las llaves de las habitaciones encadenadas como prisioneras a un buen trozo de madera con una forma indeterminada. Este hombre nos informó del precio por noche y no tuvo inconveniente en que viéramos algunas habitaciones antes de decidir si nos quedábamos, cosa que hicimos porque ya era un poco tarde y no teníamos muchas ganas de deambular buscando otro sitio.



La reina de las escaleras



Nuestra habitación


   La pensión tenía planta cuadrada. Poseía un patio central por donde se descolgba la luz solar y que se había cubierto con una uralita de plástico en la última planta para que no se mojara cuando lloviera. El patio, cuyo alicatado había dejado de brillar hace ya muchos años por cubrirlo una opaca pátina, se había transformado en una salita común con mesitas, sillas y un sofá, albergando también una nevera de uso común. Un espacio acogedor. En torno a esta estancia se distribuían las habitaciones en tres de sus lados y a tres alturas. Se remataba la construcción con una terraza desde la que se disfrutaba de unas pintorescas vistas del pueblo y el entorno rural y a la que se accedía por una angostísima escalera, muy pendiente, cuyos peldaños no tenían las mismas dimensiones, por lo que cuando subíamos o bajábamos parecíamos estar borrachos. La baranda de madera, pulida por el roce de infinidad de manos a lo largo de los años, casi mejor ni tocarla.



El patio de la pensión


   Las habitaciones eran muy simples y no especialmente limpias ni sucias. Tenían varias camas. A 60 dirhams la noche no se puede pedir más. Pero dormimos bien todos los días. Los colchones se apoyaban en unos somieres de obra, bajo los cuales habían huecos para meter las maletas. Las puertas, pintada del color del azul típico y con pomos brillanetemente lustrados por el manoseo, no cerraban correctamente ni a la de tres. Estaban totalmente dislocadas y el marco se les antojaba incómodo a ratos, por lo que unas veces se podía cerrar sin esfuerzo y otras, había que apretujar con denuedo. Puertas y marcos eran como un matrimonio mal avenido, no se ponían de acuerdo para encajar.


Otro plano de la habitación con la socorrida botella de ginebra


   Los baños estaban a la altura de la categoría del local y llamó mi anteción que combinara retrete y ducha en un mismo elemento. Entraba uno que no quería ni tocar las paredes aguantando la respiración lo más que podía ya que el único punto de luz natural, cuando lo había, era un minúsculo ventanuco pegado al techo. Por él entraba la luz y debían salir los espesos malos olores, aunque no siemre era así. Había que hacer equilibrismos. Lo que me sorprendió es que dispusieran de agua caliente que, eso sí, funcionaba de vez en cuando, cuando se le antojaba, pero el calor pedía agua fría. Más me sorprendió que tuvieran internet por wifi libre con aquellas humildes calidades. Se nota que he viajado poco.

   Los otros residentes eran también turistas. Estadounidenses, australianos, italianos, franceses… que viajaban en grupo, solos o con uno o dos amigos. A veces algunos se conocían una misma noche y se iban a festejar. Como el edificio no estaba aislado, los residentes nos enterábamos de todo lo que ocurría sin quererlo, pues los gemidos, berridos en algunos casos, llegaban a escucharse hasta en la calle ¿Porqué estas cosas no me pasan a mí?, me preguntaba, mientras tomaba notas para esta entrada y terminaba de apurar el penúltimo gintónic.

   Aunque el lugar no destacaba por una reluciente limpieza, era un sitio cálido y acogedor donde nos dispensaron un muy buen trato, en una callejuela típica y tranquila, a varios pasos de la mezquita mayor. Sin lugar a dudas, volvería a quedarme allí y eso a pesar de las picaduras de chinches de la última noche


LA MEDINA DE CHAOUEN



Plano de la medina de Chaouen


   Chaouen es una población de algo más de treinta mil habitantes con una antigua medina y la zona nueva. Su medina fue fundada a finales del siglo XV para repeler la acción expansiva de castellanos y portugueses en el norte de África, asegurando el camino hacia poblaciones más al norte, como Tánger o Tetuán. Su naturaleza defensiva y su posición en la ladera de una montaña, condicionó su urbanismo.

   Posee un recinto amurallado con siete puertas, unas en acceso directo y otras en recodo. En su interior se distribuyen cinco barrios y en uno de sus lados se encuentra la kasba, la alcazaba, la zona fortificada donde residía el gobernador y sus soldados, hoy restaurada y con una discutible puesta en valor. Existen numerosas mezquitas (cinco dentro de la medina) y zawiyas (algo así como ermitas, para que nos entendamos, pero con funciones más diversas) y en la plaza Uta el Hamman se encuentra la mezquita aljama -la principal-, que posee un alminar octogonal del siglo XVIII que recuerda a las torres poligonales almohades (como la del Oro, en Sevilla). Las calles están salpicadas de numerosas fuentes que todavía surten de agua a muchas casas a la vez que contribuyen a refrescar el ambiente; en todas ellas hay un labieteado vasito de plástico para beber que comparte todo el mundo -o casi todo el mundo- y que a veces se amarra al grifo con un cordel, para que no se pierda.




Panorámica de Chaouen



La puerta del Ojo o Bab el Aîn


La Jamaâ El kbir, la mezquita aljama, con sus siete naves



La kasba o alcazaba con iluminación nocturna



Una de las fuentes con su inseparable vasito de
plástico color chocolate


   Además de las mezquitas y de su restaurada kasba, Chaouen conserva su funduq o fondaco. El fondaco (de donde proviene la palabra fonda) es un edificio de planta cuadrada con patio central y fuente en su centro. En sus cuatro lados y en dos o tres plantas se disponían talleres, almacenes, tenderetes, cuadras y las habitaciones para los mercaderes y viajeros. Suelen tener una sola puerta de acceso, normalmente monumental, que se cierra por las noches para proteger a los residentes. El de Chaouen, más o menos, conserva este carácter ya que dentro todavía quedan algunos talleres y tiendas. Allí conocimos a Mahmud, un vendedor beréber con bastante saber hacer en el oficio que aparte de vendernos algunas baratijas a "precio de amigo", nos estuvo hablando de la historia del edificio y sus usos.




   En Andalucía tenemos un fondaco de época nazarí en Granada, el llamado Corral del Carbón. Es toda una joya del arte islámico peninsular. Me fue muy grato ver un espacio como éste todavía vivo y en funcionamiento. Muy recomendable visitarlo.






Dos imágenes del Corral del Carbón de Granada,
con un aspecto más aséptico y definitivamente
orientado al turismo


   Muchos señalan las concomitancias de la medina de esta localidad con las de gran parte de poblaciones de Andalucía. Ciertamente muchos judíos, nazaríes y moriscos expulsados del sur peninsular fueron a parar a Chaouen, por lo que se ha venido señalando este motivo como causante del parecido al alegar que estas gentes habrían traído sus costumbres arquitectónicas con ellos mismos.



Escena de la expulsión de los moriscos


   Lo cierto es que la adaptación a una topografía adversa da lugar a calles muy inclinadas y angostas, en muchísimas ocasiones escalonadas con peldaños de desigual módulo, determinando la creación de un urbanismo muy quebrado, laberíntico y retorcido. Por doquier aparecen multitud de albarradas (embarradas, para los tolitos), escaleras exteriores de acceso con sus citaras, numerosísimas algorfas (todas estas características las podemos observar en muchos de los pueblos de la Sierra de las Nieves en mayor o menor medida)… pero también aparecen decenas de arcos apuntados y de medio punto que vuelan sobre las calles apoyándose en esquinas, en ángulos, en fachadas…unas veces amortizados en el piso superior como habitación y abajo como pequeñas galerías para los comercios y tenderetes; otras veces apareciendo desnudos, sin elementos adicionales. Su función puede ser doble, por un lado ejercer de arbotantes entre viviendas para dar más solidez estructural a las construcciones y/o, por otro lado, servir para distinguir unos barrios de otros e, incluso, para haber albergado algunas puertas.



Una de las calles escalonadas, con su fuente y sus rincones



Una de sus numerosas albarradas donde también juegan los niños



Una de las  múltiples algorfas


   La misma angostura de las calles beneficia su refrigerado ya que el aire las recorre como si por estrechos canutos circulara, creando una sensación de frescor a la que contribuyen vecinos y mercaderes humedeciéndolas con cierta frecuencia. La estrechez de las calles es otra cosa que compartimos debido al origen islámico de la mayoría de nuestras poblaciones.



Es frecuente ver a los comerciantes refrescando la calle
con una botella de plástico en épocas de calor


   Las casas tradicionales se realizan en mampostería que se enluce y se pinta, presentando volumetrías cúbicas con planta calle y una o dos alturas. Las cubiertas son a una o dos aguas, con teja mora, pero pueden verse numerosas terrazas y tejados en limahoya, que me recordaban a los que el arquitecto Luis Feduchi había observado en Ojén allá por los años setenta, cuando realizó su magna obra sobre arquitectura popular. Los aleros son muy diversos pero entre ellos aparecen muchos como los de nuestra tierra, como pueden ser los de “pico de gorrión” o los de una hilada doble de tejas. Es común ver como las tejas de los aleros se decoran con pintura blanca describiendo sencillos dibujos geométricos y reticulares.







Algunos ejemplos de viviendas allí y aquí





Algunos ejemplos de alero donde podemos
observar el sencillo detalle pictórico


   Otros de los elementos que sorprende y llama la atención es la inclusión del paisaje circundante. Cuando uno camina por las calles más abiertas, las que reciben más luz y se encuentran más elevadas, el bello paisaje rifeño aparece como un majestuoso telón de fondo, al igual que ocurre en los pueblos de la Sierra de las Nieves y de otros lugares de Andalucía (Ajarquía, Alpujarras…). Es tan fuerte su presencia que incluso en las calles más estrechas parece penetrar en ellas una panorámica compuesta por campos de cultivo, olivares, sierras y montañas… que se ven hoyados por numerosas casas y algunas mezquitas, muchas de ellas donaciones y obras pías.





El maridaje entre urbanismo y paisaje


   Las puertas son de lo más llamativo. Con hojas hechas a base de duelas de madera claveteadas y pintadas en el azul típico de Chaouen, con sus arcos de ladrillo de barro cocido de medio punto o apuntados, a veces ceñidos por un alfiz y decorados con motivos orientales. Aunque alguno hay de herradura. Las ventanas son pequeñas, unas veces cuadradas y otras con forma de arco, protegidas con rejas finas con cierto ornato. Muchas de ellas están abiertas y todas presentan un pequeño zaguán o un acceso en recodo, nunca en acceso directo con el fin de preservar la intimidad sus moradores. Sus llamadores, circulares y de hierro macizo con decoración incisa en zig-zag, son también muy característicos. Aunque he podido ver también algún que otro llamador que representa un mano con una bola ¿introducidos por los españoles en el siglo pasado?



Fachada y puerta típicas de Chaouen



Uno de los zaguanes



Típico llamador circular




Llamador de mano, muy típico en la Sierra de las Nieves



   Y el color. O, mejor dicho, los colores. Chaouen no es una medina blanca, sino blanquiazul (¡los colores del Málaga!). El azul, en diferentes tonos se emplea por doquier: en las fachadas, en las puertas, en las ventanas, como color de zócalo, en el suelo, en las escaleras, en las citaras, en las macetas…. Las calles son ríos de color azul de diferentes tonalidades. Según se dice fue introducido en los años treinta por la comunidad judía con una funcionalidad que va entre el espantar a los mosquitos y evitar dañar los ojos con el reflejo del refulgente sol veraniego, ya que el azul es mucho más suave que el blanco y amortiguaría el efecto reflejo del astro rey. A esta gama de azules se suman también el blanco típico mediterráneo y el ocre de las fachadas enlucidas y sin encalar, que a veces incluso podemos observar en los alminares de las mezquitas.

   Sea como fuere, la gama de azules otorga a Chaouen una fuerte personalidad y una identidad muy peculiares. Únicas
.






Como cielo se refleja en las fachadas


   Pero hay una cosa que no me gusta nada. Se ve que la electricidad la introdujeron no hace demasiados años. El cableado negro y sogueado aparece en muchas ocasiones en las fachadas o cruzando las calles, con lo que la contaminación visual es más que evidente. Igualmente las cajas de luz aparecen junto a muchas de las puertas, desfavoreciendo la belleza de los espacios urbanos.

   Pero volvamos a la medina. Por el día sus calles vibran como un hervidero rebosante de gentes que van y que vienen, de turistas con la cámara de fotos en mano (esa especie es la mía), de viajeros curiosos, de comerciantes, mercaderes ambulantes y tenderos, de gente que lleva y trae productos, de ancianos viendo cómo pasan las horas, de niños correteando y algunos mendigos… es una heterogénea, colorida y olorosa cascada de seres humanos. Pero por la noche la paz y el sosiego sólo se ven interrumpidos por la llamada al rezo. La religión islámica invita a sus fieles a rezar cinco veces al día y es el muecín o almuédano el encargado de llamar a la oración desde los alminares. En la medina hay varias mezquitas, con lo que cuando éstos llaman a la oración abriéndola con el verso Allahu Akbaru (Allah es el más grande), sus voces se entremezclan con la llamada de otro muecines componiendo un coro de voces que llaman a la fe
.



Uno de los puestos callejeros con aceitunas y un riquísimo queso
de un rico sabor un tanto amargo



Una mezquita del siglo XV, la Jamaâ Sebbanin


   Una de las noches hacia las cuatro y media de la madrugada los muecines horadaron el silencio de la noche con sus potentes y penetrantes voces, haciendo recorrer su reclamo religioso por calles y callejones, haciéndolas pasar bajo sus arcos y algorfas…llevando el mensaje divino a cada rincón de la población, a cada puerta, a cada casa, a cada corazón de cada creyente. Nos despertamos, claro. Lo cierto es que es impresionante, cuando uno no tiene la costumbre, oír la llamada al rezo de varios almuédanos que parecen competir a ver cual lo hace mejor.



Uno de los alminares en el silencio  de la noche


   Nos levantamos poco después para hacer una ruta nocturna por las calles solitarias y ver la medina bajo otra luz, esta vez eléctrica, más cetrina y amortiguada, creadora de otras texturas y otros matices al son del zumbido eléctrico de los contadores. La medina de noche no tiene nada que ver con la de día. Un paseo muy recomendable que finalizamos en el lavadero, donde las primeras mujeres y sus niñas ya llevaban tiempo lavando la ropa y las alfombras.







Algunas imágenes nocturnas


   Chaouen es también un paraíso gatuno. Estos pequeños felinos se pasean tranquilamente por doquier y sus depredadores naturales, perros y chiquillos, o casi no existen, caso de los perros, o no se meten con ellos, caso de los críos. Son unos animales muy respetados que forman parte del paisaje urbano. Chaouen sin gatos, no sería tan Chaouen, a pesar de sus colores.

   Es frecuente verlos tumbados al fresco, cruzando por medio de las calles o plazas con total tranquilidad ajenos al bullicio circundante, o subidos a alguna albarrada o citara, buscando la sombra protectora de alguna planta. Viviendo la vida
.







Los gatitos, unos elementos más de la medina


   Uno de los días realizamos un paseo al nacimiento de Ras el Maa (la cabeza del agua) y el paseo fluvial que corre paralelo al río. Es un manantial que ahora se encuentra protegido por una pequeña construcción y que nace en el vientre de las sierras calizas, junto a Chaouen. Proporciona agua al pueblo, a los lavaderos, a los antiguos molinos harineros y a los espacios irrigados. Gracias a la humedad del lugar aparecen higueras, adelfas y cañizares por doquier. En primer término las aguas del río se aprovechan para lavar en los tres lavaderos habilitados y en el mismo río. Es un trabajo reservado a las mujeres, que se ven ayudadas por sus hijas pequeñas. La ropa se lava en las pilas de los lavaderos pero esas grandes y coloridas alfombras se apañan en el mismo curso fluvial; sobre ellas se vierte el jabón y con un cepillo se frotan duramente para arrancarles toda la suciedad. Luego se dejan secar sobre los tejados de los lavaderos.



Nacimiento de Ras el Maa



Higueras y adelfas en el cauce del río



Mujeres lavando la ropa



Lavando las alfombras en el río


   Una acequia toma las aguas del río y las conduce a las zonas de cultivo, pero pasan primero por los molinos harineros. En Chaouen hay varios molinos hidráulicos que perdieron su original función. Hoy día son cafeterías o lugares para el arte. Todos los que alcancé a ver eran de un solo empiedro, ya que tan sólo tenían una cárcava, la típica bóveda que alberga la rueda o rodezno que movido por las aguas transmite su fuerza a las piedras molturadoras. Soy un apasionado de los molinos hidráulicos, por lo que disfruté como un chiquillo con este paseo.

   Este aprovechamiento del agua es muy similar al de nuestros pueblos hasta hace algunas décadas
.




Molino harinero y un servidor



Lavanderas en Monda hacia mediados del siglo pasado



Molino hidráulico en Jorox


   Mientras las mujeres y las niñas se esforzaban por lavar la ropa y las pesadas alfombras, los chicos apagaban su calor en las pozas del río.

   Otra de las mañanas tomamos un sendero que nos llevó a la mediación de las montañas que amparan Chaouen, donde buscábamos dos mezquitas rurales. La primera de ellas era la de Jamaâ Bouzaâfer, lugar desde donde se disfrutan unos preciosos atardeceres. Aunque fuimos por la mañana, las vitas seguían siendo estupendas. Estuvimos andando unas dos horas y vimos un paisaje campestre con muchas chumberas y pitas, así como muchas fincas donde se mezclan el cereal panificable, el olivar y las higueras. Este tipo de policultivos aparece mucho en los Libros de Apeo (s. XVI) y en el Catastro de Ensenada (S. XVIII) de los pueblos de la Sierra de las Nieves, por lo que parecía estar releyéndolos al observar el paisaje. En algunas grandes rocas del sendero por el que andábamos pudimos ver cómo algunos de los lugareños habían dejado arañadas con piedras algunas frases en su lengua. Para mí, imposibles de descifrar. ¿Podría tratarse de los nombres de quienes los escribieron o de algún tipo de inscripción de carácter religioso? Ciertamente en algunas de las fachadas de las casas del pueblo también podía verse muchas inscripciones, unas incisas y otras pintadas, ¿quizás con carácter apotropáico (protector) o la simple firma del obrero?




La Jamaâ Bouzaâfer



Vistas de Chaouen desde la Jamaâ Bouzaâfer





Un paisaje agrícola salpicado de cereal, olivos e higueras muy
parecidos a los de nuestra tierra





Dos de las inscripciones comentadas


   Desde allí pudimos ver muchas aves. En la zona de Chaouen dado su rico medio ambiente, se goza de una rica fauna ornitológica. Pudimos ver águilas, halcones, cuervos, garzas… por el escaso uso de pesticidas, según nos comentaron.



Una de las numerosas rapaces que pueden verse en los alrededores


   En unos de los márgenes del sendero nos encontramos un horno de pan todavía caliente. Fue una lástima no haber llegado en el momento en que lo estaban haciendo ya que podríamos haber desayunado allí. Estaba construido con barro y tenía esa forma de cúpula tan típica. Son frecuentes este tipo de hornos en el medio rural y recordemos como muchos de los cortijos y casas de campo de antaño de la Sierra de las Nieves, los incorporaban  también.



El horno de pan


   Continuamos por la vereda, a  veces ceñida por paramentos de piedra, mientras seguimos viendo a muchas mujeres y niños trabajando en las tareas del campo o con ganados. Hombres no vimos más que a uno. Imnediatamente me acordé de hace unos años, cuando haciendo un trabajo sobre juegos populares, muchas de las personas mayores de la Sierra de las Nieves que entrevisté me comentaban que desde muy pequeños debían andar guardando cabras o cerdos para ayudar al sustento familiar. Pero en mi mente quedó grabada una entrañable escena que no me atreví a registrar con la cámara por dos cosas: por respeto a la intimidad del momento y porque a la gente del campo no le suele gustar ser fotografiada. Una escena que me recordaba algunos pasajes de mi niñez. Había una madre segando, con su hoz, con sus manos curtidas, doblado el espinazo con resignación, mientras a su lado tres chiquillos -sus hijos, seguramente- se divertían meciéndose en un columpio que habían improvisado con una vieja soga bajo las ramas protectoras de un olivo. El más pequeño era el que con más fuerza reía.


Una campesina ayudada por su hija portando la carga



LA HOSPITALIDAD DE CHAOUEN

   Trini conoce a varias personas en este pueblo. A Khalid le tiene especial aprecio, así que lo llamamos. Se alegró mucho de verla y nos invitó a su casa a comer un cus-cus con su mujer, Saida, y su pequeño. Khalid es maestro de escuela en las materias de Geografía e Historia. Fueron muy, muy amables y atentos. Por la tarde Saida nos llevó a dar un paseo por una carretera que bordea Chaouen a los pies de la sierra. Estaba bastante concurrida, como los caminos y veredas de las afueras de nuestros pueblos donde vamos a andar con la fresca (la ruta del colesterol, para que nos entendamos). Desde una de sus curvas contemplamos un bello atardecer: el sol se ponía escapando tras las montañas,  corriendo tras el océano, mientras emitía unos estentóreos destellos color rubí que bañaban de luz encarnada todo el entorno, donde se recortaba el alminar de una de las mezquitas junto con los tejados de las casas
.



Atardecer en Chaouen


   Pasamos por un antiguo cementerio judío y una de las maqbaras, uno de los cementerios islámicos. Sus tumbas, como manda su religión, son muy sencillas, sin ornato, sin ostentaciones. Por el camino, a pesar de la hora, todavía veíamos a algunas mujeres trabajando en el campo segando o recogiendo las herramientas para volver a sus casas y seguir las tareas domésticas. La mujer, tal y como he podido observar, trabaja muchísimo.


Una de las tumbas con la cabeza orientada a La Meca, como manda la
religión islámica


    El domingo iniciamos el retorno. Sin muchas ganas, todo hay que decirlo. El lunes había que trabajar. Aunque habíamos llamado a Mustafá para que nos llevara a Tánger, vino su hermano porque a él le fue imposible. Mohammed se parecía al hermano, aunque era más joven. Un tipo afable y prudente al volante, educado y con buena conversación.







Algunas  de las fotos durante la vuelta que reflejan
un paisaje no tan diferente a nuestra tierra


   Llegados a Tánger nos despedimos y tomamos el ferry hasta Tarifa. Ya de vuelta Paca y yo paramos en uno de los miradores de Tarifa para echar un último vistazo a aquella tierra que emergía un poco más al sur, tras la agitada lengua de agua. El paredón calizo de Calpe se erguía impertérrito frente a nosotros mientras un fuerte viento despeinaba a todas las personas de alrededor menos a mí.



Paca y yo, al fondo África


   Me ha gustado mucho el lugar y el Norte de Marruecos y como dijo Arnold Schwarzenegger en Terminator: ¡Volveré!

Saludos




Diego Sánchez ©