Yo soy Virtudes García Durán y nací el año 26, el
dieciocho del tres.
Así empezaba la entrevista que mantuve con Virtudes el no
tan tórrido verano pasado, una señora de avanzada edad, joven espíritu y
fuertes manos natural de Pozo Blanco (Córdoba) pero afincada en Monda desde muy
joven. Su voz no tiembla pero te hace vibrar al escucharla hablar y narrar los
avatares de su vida, sus buenas y malas vivencias, sus buenos y malos recuerdos
que rememora siempre desde el ánimo, desde una perspectiva vital y una actitud positivas.
Virtudes sonríe a la cámara mientras
no pierde un ápice de concentración
Me recibió en su pequeño taller, en su minúsculo pero inmenso rincón
artesano donde atesora innumerables objetos elaborados con esparto -algunos de
lo más variopintos-, con la hospitalidad y la amabilidad que derrocha a mares,
como sabemos quienes la conocemos. A lo largo de nuestra productiva conversación no deja de recordarme con orgullo la de homenajes que ha recibido desde distintas instituciones y asociaciones. El motivo del encuentro fue doble, por una
parte una vecina del pueblo me invitó a que en mi blog hiciera visible el papel
de la mujer rural, que recuperara y reivindicara la memoria de algunas mujeres
trabajadoras, de sus vidas y experiencias, de lo que han aportado (y aportan) a
nuestra historia, a nuestra memoria y a nuestra comunidad. Por otra parte la
entrevista con Virtudes era para mí, amén de lo expuesto hace un momento, una
obligación moral y ética. Virtudes es una de las pocas personas que
trabajan el esparto en nuestra tierra. Sí, de las pocas. Ya casi no quedan. El
trabajo de esta fibra vegetal hunde sus raíces en la prehistoria, hace varios
miles de años. El trabajo del esparto y la cultura que conlleva no está en los
libros, no está en los documentales, no está en Internet… está en las manos, en
la cabeza y en el corazón de personas como Virtudes de las que ya, por
desgracia, van quedando menos…
El del esparto es un trabajo duro que requiere
de habilidad y experiencia
Por este motivo la entrevista de Virtudes está
estructurada en dos partes, por un lado su experiencia vital y por otro su
habilidad y cualidad como artesana del esparto, que le ha sido de gran utilidad
durante toda su vida y aún hoy día le sigue siendo.
Nacida el jueves 18 de marzo de 1926 en el seno de una
familia campesina estuvo escolarizada hasta los diez años -como recuerda con
nostalgia- ya que al estallar la Guerra Civil hubo de huir con su familia a
Pozo Blanco. Era una buena estudiante a quién la maestra tenía gran
aprecio. En Pozo Blanco, como
refugiados, la familia hubo de adaptarse a unas condiciones de vida difíciles.
Su cuñado, herrador de profesión, fue llevado al frente para atender a las caballerías mientras que
el resto de la familia con su padre a la cabeza, se las buscó cuidando una
huerta de un vecino y realizando distintas labores. En ella estuvieron trabajando varios años.
Virtudes apenas aparta la vista de su trabajo
Virtudes evoca el espíritu positivo de su madre que en tan
difíciles circunstancias siempre lo encontraba todo muy fácil: Nos buscábamos la vida diferente, pero a la
vez muy fácil, porque mi madre lo encontraba todo muy fácil; allí está el
lavadero al lado, ¿sabes?, y cogíamos con la ropa sudada, porque no había jabón
ni donde comprar, y entonces nos íbamos y nos refregábamos la ropa, luego se
secaba y por lo menos se quitaba el sudor. Pero mi madre se enseñó a hacer
jabón. Su madre, por ejemplo, entre otras labores se dedicaba a hacer
jabón. Con las cenizas que su hijo Fernando, hermano de Virtudes, y su esposo
le traían de las panaderías de Pozo Blanco (a las que surtían de leña) y el
aceite usado que iba recogiendo por el pueblo de casa en casa, hacía un jabón
estupendo.
En esos difíciles años de guerra y posguerra escaseaban
muchísimos productos. Entre ellos el café. Sin embargo la imaginación y la
necesidad se conjugan siempre en circunstancias adversas; con las bellotas que
recogían para come, también hacían “café”. Virtudes recuerda como las bellotas eran para comer y hacer café,
que me enseñó mi madre a hacer un café que estaba buenísimo; la bellota se
pelaba, el pellejo se raspaba con el cuchillo y la partía, la hacía cascos y
los tostaba con una mijita de azúcar o de lo que pillara. Y cuando no tenía
azúcar, en la sartén se tostaba y luego se hacía el café. Pero las bellotas
que recogía tenían dueño… Cuando vimos
aquel montón de bellotas, nos acercamos a coger. Pero al momento un señor a
caballo de Pozo Blanco, allí, porque en el tiempo de la guerra que era, estaban
cuidando la ermita, uno de Pozo Blanco y otro de Villanueva de Córdoba. Allí no
se podía coger ni una bellota.
Al final de la guerra la familia decidió trasladarse a
Monda, pues aquí tenían parientes y familiares. Los propietarios de la huerta
donde trabajaban les dieron tres pesetas de plata, como recuerda Virtudes con
cariño y agradecimiento. Llegaron a Monda en mayo de 1940 vía Cártama, donde
les dejó el tren. El resto del camino lo hicieron en autobús.
Virtudes ya no volvió a la escuela, a pesar de su juventud
y su apego por aprender. Tras la guerra vinieron años muy duros y tuvo que
hacer como la mayoría de las niñas y mujeres de familias humildes: trabajar
muchísimo para aportar a la economía familiar. Trabajó cogiendo almendras,
aceitunas y realizando muy distintas labores agrícolas, como el resto de su
familia y como cualquier esforzado varón. Recuerda que cuando iba a cavar con
el padre debía ponerse pantalones y un sombrero, por lo que en no pocas
ocasiones la confundían con un muchacho. Yo
a trabajar de todo, decía.
Una anécdota que no puede faltar es la de la feria del año
41 o 42. Cuenta Virtudes con voz nostálgica y con una sonrisa que surca todo su
rostro iluminando su cara, que en esas fechas ella era ya una mocita y que
necesitaba tela para que su madre le hiciera un vestido para la feria, para la
cual quedaba alrededor de un mes. Lo que no había era dinero para comprar la
tela. Ni corta ni perezosa Virtudes contactó con una vecina que se dedicaba a
recoger esparto para ir con ella, María Bernal, y obtener material con el que
hacer serones y poder comprar la tela para el tan ansiado vestido. Fue su madre
quién le enseñó a hacer pleita. Con los serones que logró elaborar en ese mes
pudo comprar la tela. Fue su madre la que le confeccionó el vestido con el que
lucirse en las fiestas, como cualquier moza de su edad.
Dominar el trabajo del esparto lleva su tiempo
Es a partir de ahí donde comienza la relación de Virtudes
con el trabajo del esparto, la cual perdura en la actualidad…
Desde antes de la aparición de
la agricultura, hace miles de años, se tiene constancia del trabajo de ciertas fibras
vegetales para elaborar alpargatas, cestos, capazos y todo un interminable
elenco de elementos de uso cotidiano. El trabajo de las fibras vegetales se
mantuvo durante milenios y no decayó hasta la aparición y generalización de
nuevos materiales que, como el plástico, ofrecían otras posibilidades a un
precio muy competitivo. A partir de ese momento su aprovechamiento fue
reduciéndose hasta que ha quedado relegado a engañar el tedioso y lento
discurrir del tiempo de muchas personas mayores, que encuentran en su ocupación
una salida a su secular aburrimiento.
Juan Galeas, vecino de Istán y persona muy querida en su pueblo, muestra a un curioso visitante sus labores de esparto
En todos los pueblos de la Sierra de las Nieves se ha
trabajado con estos materiales y todavía son muchos los mayores que mantienen
vivo este languidecente saber artesano de forma ya casi testimonial.
El esparto es una de las
fibras vegetales más explotadas y trabajadas. Se trata de una planta de la familia
de las gramíneas que se presenta en forma de macollas diseminadas y tiene
alrededor del metro de altura. Su recogida se hacía en verano, normalmente
entre los meses de julio a septiembre, y se podía trabajar de tres maneras:
verde, seco o majado, en función del objeto a realizar.
Macolla de esparto
El esparto se va
trenzando y uniéndose, formando pleitas o fajones, que luego tomarán forma de
cestos, serones o esteras. Pero dejemos, una vez más, que sea Virtudes la que
nos ilustre:
Primero es coger el
esparto. El mes de agosto es el mejor ¿sabes porqué? Porque con un día que le de el sol, se pone rubio. Y
en otro tiempo necesita muchos días y si le llueve se estropea, se pone el
esparto malo. Después de recogerlo hay que tenderlo al sol para que se seque y
se ponga dorado. Después, para echarlo a trabajar, primero hay que sacudirlo,
quitarle todos los pinchos que tiene y después meterlo en agua. Yo lo meto de
noche en agua y lo lío en un trapo. A la mañana siguiente ya está para
trabajar.
Manojo de esparto a remojo
El esparto (para
cocerlo) tiene que estar cuarenta días en una alberca o en un arroyo. Que no le
falte el agua. Cuarenta días para cocer el esparto. A los cuarenta días ya se
coge, se tiende al sol que se seque (y
ya está blanco) y ya se puede trabajar. El esparto cocido se trabaja mejor. Con
el esparto cocido se hacía los alpargates. Mi Fernando (su hermano) tenía
mucha bulla de alpargates, ¿sabes? Y cuando se ponía así me decía “Virtudes,
ayúdame”. Y el padre de Anita Gil, que vivía ahí donde Pepe Palomo tiene la
casa, enseñó a mi Fernando a hacerlo entretejido. Las suelas la traían o mi
Fernando las compraba de camión; ponía una gafera en la suela de camión y luego
ponía el capellán entretejido.
Las manos habilidosas y curtidas de Virtudes
El esparto majado se utilizaba para muchas
cosas, para hacer reatas. Ha hecho muchas reatas para bestias. Para majarlo
había que darle con una maza de madera. Eso no sabe hacerlo todo el mundo, eso
no sabe cualquiera. No puede ser con el esparto y darle porrazos, no, hay que
mover el manojo de esparto y dándole porrazos para que vaya por todo alrededor,
no dándole porrazos en un sitio fijo.
Cosiendo la pleita
Con el esparto sin
majar se hacía las espuertas, los
serones, las esterillas para encima del hato, (los rondeles para el molino eran
de esparto majado), recogedores de esparto…
Yo empecé a hacer
los serones, yo hacía de 25 brazas. En un día lo hacía, se lo vendía a la gente
del Portugal, a la “Gordita”, a las “Nenas”… esas son las que cosían los
serones. Los que no tenían bestias, se ponían el serón en la cabeza y los
llevaban a vender a Coín. Yo les hacía el rollo y se lo vendía y ahora ellas
tenían que coser el serón. Yo hacía la pleita de un serón, eso se le mide el
centro en una cuarta, 25 vueltas y donde termina la vuelta, 25 vueltas 25
brazas. Y luego ellas tenían que comprar
las tomisas o hacerlas para coser el serón. Paca la “Nena” y la madre, y todos
esos, tenían que llevarlos en la cabeza
(a Coín) o como fuera. No tenían bestia.
Dando forma a la pleita
No fue el esparto la única fibra vegetal que ha trabajado,
también la palma, que ha sido profusamente utilizada por todas estas tierras
desde tiempo inmemorial. La palma me
enseñó María Bernal a hacer las escobas. Cogíamos la palma. Hacíamos brochas
para blanquear y escobas para barrer.
Detalle del trabajo de la palma
Virtudes, una mujer trabajadora, luchadora y
contagiosamente vitalista, es una de esas personas que al igual que los agricultores,
cabreros, caleros… ha contribuido a construir y modelar la memoria de los
paisajes mondeños a través del desempeño de uno de los saberes y haceres más
antiguos de la humanidad. El legado que reside en sus conocimientos, que
atesora en su interior, es del todo incalculable.
De ella me quedo con dos
frases que creo que pueden definir bastante bien su carácter:
El trabajo del
esparto no se ha acabado nunca en mi casa. Nunca he dejado de trabajar, es que
no puedo estar pará.
Estoy dispuesta a
enseñar al que quiera aprender las cosas que yo se hacer, que se muchas cosas.
Nos despedimos de Virtudes en su taller,agradecidos
por el tiempo que hemos compartido
© Diego Javier Sánchez Guerra