De Joaquín Cantalejo Sánchez no
sabemos demasiado y por desgracia disponemos de muy pocos datos archivísticos y documentales, pero los suficientes como para poder reconstruir, a retazos, su periplo por Europa. Sin embargo, también hemos tenido la enorme suerte de contar con la memoria y los recuerdos familiares de su
nieta Isabel Polo, recuerdos heredados de su madre y de sus tías y custodiados por ella con tesón y orgullo junto a unos pocos documentos, alguna que otra vieja foto y una o dos cartas de su abuelo. Los pocos
datos sobre las circunstancias que le obligaron a marchar de España y que
conocemos de él, Isabel los ha podido compartir en internet en el marco del proyecto De Andalucía a Mauthausen, promovido por la profesora del IES
Sierra de Yeguas, María José García Notario. Loable y necesaria labor la que realiza esta profesora en favor de la recuperación de la memoria y de las historias de los deportados andaluces a los campos de exterminio nazis y su difusión entre el alumnado.
Según diferentes fuentes documentales, Joaquín había nacido en Ardales el día 22 de enero de 1903 (otras fuentes indican el mismo día pero dos años después, hasta que no dispongamos de su certificado de nacimiento no vamos a salir de dudas) en el seno de una familia humilde y trabajadora. Estaba casado con Remedios Mora Paz y tenían dos hijos, Manuel de tres años de edad y María, que había nacido a finales de 1936 y que contaba con tan sólo tres meses cuando este país se fue al traste tras el fallido golpe de Estado contra la legalidad republicana y la sangrienta guerra civil que le sucedió. Su oficio, como nos relata su nieta, era el de “carguero”, o sea, arriero. Tenía un borriquillo con el que iba de acá para allá llevando una carga de productos y trayendo otros. Un trabajo muy humilde con el que se ganaba la vida y el pan diario para dar de comer a su familia.
A través del relato familiar
sabemos que era un hombre que no se había señalado en asuntos políticos ni
implicado en circunstancias comprometedoras -como otros muchos miles de españoles que llevaban una vida pobre, pero tranquila- hasta que, avanzado el frente de guerra a Ardales y acercándose muy peligrosamente el ejército golpista, las autoridades ardaleñas del momento le proporcionaron una escopeta
y le ordenaron hacer guardias y vigilancias. Obligado por las circunstancias,
Joaquín, como muchas otras personas que deseaban que nunca hubiera estallado la
guerra ni que se hubiera desencadenado aquella atroz locura, no tuvo más remedio
que transigir y hacer lo que le ordenaban porque, ciertamente, si se hubiera
negado, podía haber acabado siendo fusilado dadas las extremas circunstancias. Y, ciertamente, en las indagaciones y búsquedas archivísticas que hemos realizado, no hemos hallado ningún procedimiento ni ningún expediente o acusación sobre la persona de Joaquín Cantalejo Sánchez. Ni tan siquiera aparece mencionado en la documentación de la Causa General en lo que a Ardales se refiere. Documento al que nos hemos acercado y que hemos consultado con la debida prudencia dado el cuestionable carácter objetivo que tiene así como su evidente finalidad propagandística y justificativa del golpe de Estado, con la consiguiente represión.
Toda vez que el ejército golpista avanzaba y se vino abajo con facilidad la débil línea defensiva republicana -sustentada por milicianos mal pertrechados, mal preparados y peor abastecidos- establecida en las inmediaciones de Ardales, Joaquín tomó a su familia: su mujer, Remedios, y sus hijos, María y Manuel, y huyó con ella a Málaga con todo lo que pudo cargar en su borriquillo, esperando, como miles de malaqueños de las zonas rurales y familias de otras provincias, encontrar refugio en la capital. Pero Málaga había sido abandonada a su suerte por el gobierno de Francisco Largo Caballero... Perdida toda esperanza en la defensa de la ciudad del Guadalmedina, la familia, junto a varios centenares de miles de desesperados refugiados, se dirigió a pie a la ciudad de Almería y logró atravesar el infierno de la carretera de Málaga a Almería pasando mil fatigas, una desesperación atroz y un miedo terrible pues en esa carretera, por la que huían de la muerte cientos de miles de personas, millares de civiles indefensos fueron brutalmente masacrados, asesinados o mutilados por la aviación fascista y por los bombardeos de los barcos del bando sublevado Canarias, Baleares y Almirante Cervera, que se cebaron cruel y cobardemente en una masa de población completamente indefensa y que huía despavorida. El de la carretera de Málaga, La Desbandá es, con diferencia, el peor crimen perpetrado sobre la población civil en la Guerra Civil española, como hemos podido conocer a través de cientos o miles de testimonios, del relato del médico canadiense testigo de los hechos Norman Bethune y de su ayudante, Hazen Sise, que realizó numerosas fotos de los refugiados. Crimen que se silenció durante décadas y que hace unos años rescató del olvido el profesor Jesús Majada Neila.
Suponemos que la familia quedó un tiempo en Almería en calidad de refugiados hasta que las autoridades republicanas les buscaran nuevos destinos en Valencia y Cataluña. No sabemos cómo ni en qué circunstancias, pero seguro que pasando mucha hambre, mucho frío y muchas necesidades, la familia logró llegar a Valencia evacuada por las autoridades y, desde allí, marchar a Francia más adelante. Las fechas y las situaciones son un tanto confusas pero hay que entender que ha pasado alrededor de ocho décadas y que las circunstancias eran especialmente caóticas. Uno de los traslados lo hicieron en barco, pero no se sabe con certeza si desde Almería a Valencia o de Valencia a Francia. En el barco también fueron testigos de como la muerte se cebaba entre los más débiles y frágiles, entre los heridos y los enfermos, cuyos cuerpos eran inmediatamente arrojados al mar...
EL DURO ADIÓS
Isabel Polo sabe que, al llegar a
suelo galo, las autoridades francesas metieron a la familia en un campo de
concentración, pero desconoce en cual. Ciertamente casi medio millón de españoles se refugiaron en Francia huyendo de la guerra, de sus consecuencias y del nuevo régimen dictatorial. Los franceses los introdujeron en una red de campos de concentración en condiciones lamentables, con falta de alimentos, de higiene, de cuidados médicos... Miles de españoles murieron en los campos por las adversas condiciones, especialmente los más vulnerables: niños y ancianos.
Nosotros hemos tratado de localizar a Joaquín y a los suyos en numerosos archivos franceses, pero con infructuoso resultado pues durante la II Guerra Mundial se destruyeron ingentes cantidades de documentos, por lo que en los archivos existen unas insalvables lagunas, unos insondables vacíos documentales. Tampoco se conserva apenas correspondencia de la familia, más que dos o tres cartas, que hubiera sido de una extraordinaria utilidad para reconstruir mejor los pasos y la vida de esta familia y de de Joaquín.
La situación de la familia era extrema; vivía en un campo de concentración hacinada con miles de españoles, con un nivel de higiene y salud ínfimos y muy escasos alimentos. El matrimonio contaba con dos hijos pequeños a los que cuidar y alimentar, mientras que los franceses solo les daban algo de harina para hacer gachas y poco más, según recuerda la nieta. Es cierto que las autoridades francesas trataron muy mal a los refugiados, pero el pueblo francés, aunque receloso al principio por las negativas noticias que habían recibido en la prensa francesas acerca de los "rojos españoles", generalmente ayudó a los refugiados suministrándoles alimentos, ropas, tabaco... a través de las vallas de los campos o mediante donaciones.
Isabel no tiene constancia en
cuales circunstancias, pero sabe que su abuelo aceptó irse a trabajar a la Línea Maginot, un complejo sistema de defensas en la frontera franco-alemana. Imaginamos que se integraría en alguna de las muchas CTE (Compañías de Trabajadores Españolas) compuestas por decenas de miles españoles. Estas compañías, si bien era voluntario su acceso al principio, tras la invasión alemana de Polonia y la declaración de guerra de Francia a finales de 1939, se volvió prácticamente obligatorio. Es posible que le dijeran a Joaquín que podría enviar dinero a su familia para
adquirir alimentos, que les tratarían mejor, que mejoraría su situación, incluso a lo mejor que les podrían proporcionar una nueva vida en Francia… El caso es que Remedios, en cuyo interior se estaba gestando una nueva vida sin que ambos progenitores aún lo supieran, se quedó
sola con su hijo Manuel y su hija María, mientras el cabeza de familia marchaba
para mejorar la situación familiar. En ese, por ahora, desconocido campo de concentración francés, se
despidieron y no se volvieron a ver más… en ese campo de concentración tuvo
lugar su duro y definitivo adiós. Nunca más volverían a verse ni a oírse. Joaquín partió hacia un futuro incierto sin saber siquiera que Remedios estaba embarazada...
Finalmente, Remedios echó cuentas: sola en Francia y en aquella penosa situación, con dos niños pequeños, ya en un avanzado estado de gestación y sin saber si Joaquín podría volver o no... decidió arriesgarse y volver a Ardales a pie en una odisea de semanas sufriendo hambre, necesidades y todo tipo de privaciones, con sus dos niños pequeños, a los que se unió por el camino una hermanita: Remedios, que nació en Riudaura (Gerona). Es enteramente imposible imaginar la clase de calvario que pasaría esa mujer y esos tres chiquillos por una España, que tras la guerra, debió de ser un auténtico erial...
La historia de Remedios es casi tan dura como la de su marido y digna de ser novelada como ejemplo de madre luchadora y de trabajadora infatigable. Llegada a Ardales con sus hijos recibió la ayuda de algunos conocidos y de algunos familiares, especialmente de la abuela materna, pero aun así pasaron muchísimas necesidades y calamidades en los siguientes años, teniendo los niños que ponerse a trabajar a una edad muy temprana a cambio únicamente de recibir alimentos: Manuel, criando cerdos y su hermana María, sirviendo en una casa.
Mientras tanto Joaquín seguía vivo en algún lugar de Francia próximo a la frontera de Alemania y las cartas que enviaba llegaban a casa de sus padres, con los que, al parecer, Remedios no tenía buena relación, por lo que poco le hablaban de su marido. Cuando ella entró a trabajar en el único sitio donde le ofrecieron trabajo, en un bar, con lo mal visto que estaba en la época, Joaquín, enterado por su familia, no quiso saber de ella… Remedios quedó con el alma y el corazón completamente destrozados.
Durante su estancia en una CTE francesa continuó la correspondencia y una de las cartas llevaba en su interior una fotografía de Joaquín, en cuyo reverso escribió estas letras dedicadas a su madre:
“Recuerdo De ijo Joaquin Cantalejo Sanchez De Frasia”
Muchos años después, un día que ya no se olvidaría jamás, llegó una carta procedente de Alemania. Como ni Remedios ni su hija María, madre de Isabel Polo, sabían leer, tuvieron que ir al Ayuntamiento para que se la leyeran. En aquella carta iba mecanografiado el negro destino de Joaquín y de esta forma se enteraron de su muerte. “Mi abuela vivió siempre con la esperanza de que volviera algún día”, cuenta Isabel. “Cuando le dieron la noticia de que mi abuelo había muerto, se vistió de luto y para ella fue el final de la esperanza”, sentencia su nieta. Y es cierto que muchas familias de deportados españoles no se enteraron de su suerte hasta años después, en algunos casos, hasta décadas después. Y algunos otros, no llegaron a enterarse nunca.
Volviendo con nuestro protagonista al año 1940, sabemos que Joaquín pasó a formar parte de una CTE para desarrollar trabajos en la mencionada Línea Maginot pero, por desgracia, no sabemos en cual, lo que nos hubiera ayudado a conocer algo mejor su forzosa estancia en Francia, los lugares donde prestó su fuerza de trabajo, etc. Pero gracias a la Amical de Mauthausen y otros campos y todas las víctimas del nazismo en España, sabemos que fue hecho prisioneros por los alemanes entre el 20 y el 26 de junio de 1940 en Saint-Dié-des-Vosges, en el noreste de Francia, muy cerca de la frontera con Alemania y no muy lejos de la ciudad de Estrasburgo donde, más tarde, iría a parar. Además de Joaquín, otro ardaleño, Pedro Sánchez Muñoz, fue hecho prisionero en el mismo lugar y en las mismas fechas, por lo que sospechamos podría haber pertenecido a la misma Compañía de Trabajadores Españoles que Joaquín y, quizás, procediera del mismo campo de concentración francés.
De Pedro realmente sabemos muy poco, casi nada, pues por desgracia no hemos conseguido localizar a sus familiares y la búsqueda en los archivos no ha sido muy fructífera. Por la Amical de Mauthausen sabemos que estaba domiciliado en la calle Lemus, nº 5 del castizo barrio de La Trinidad, en Málaga, en uno de los muchos viejos corralones que conformaban y daban personalidad a éste y otros barrios obreros de Málaga donde se hacinaban miles de familias y que hoy prácticamente se han extinguido. Pedro estaba casado con María Moreno Alcántara, de la que tampoco hemos logrado hallar pista alguna.
No sabemos en que frontstalag, o campo de prisioneros en suelo francés, estuvieron recluidos Joaquín y Pedro, pero sabemos que ambos fueron a parar al Stalag VD de Estrasburgo, junto con miles de españoles, no antes de noviembre de 1940, fecha en la que se abrió este campo de prisioneros que permaneció en activo hasta junio de 1942. En este campo de prisioneros, según hemos podido constatar por el testimonio de Joan Keyner recogidos en la edición francesa del libro de Montserrat Roig, Los catalanes en los campos nazis, se pasaba bastante hambre; al parecer se distribuía de vez en cuando cuatro o cinco kilos de arroz entre los prisioneros, por lo que robaban lo que podían, como la cebada de los caballos que, tras ser bien molida, era hervida. Aprovechaban también las peladuras de las patatas, las cuales cocían.
La familia de Joaquín únicamente conserva de él alguna que otra vieja y ajada foto y dos cartas que les escribió; la primera iba dirigida a su familia en la persona de su hija María y la segunda a su hermano. No sabemos desde donde ni en que fechas las remitió (tampoco hemos podido verlas todas, aunque sí acceder a su contenido), pero imaginamos que tuvo que ser o poco antes de su captura por los alemanes o poco después cuando estuvo recluido en el Stalag V D de Estrasburgo y, seguramente, a punto de ser trasladado a un fatal destino, porque desde el campo de concentración de Mauthausen no dejaban ponerse en contacto con los familiares. Tampoco podían dar los datos de remisión, por lo que Joaquín nunca supo, a ciencia cierta, si sus cartas llegaron a su destino. Se trata de dos breves epístolas en las que el tono cariñoso de la carta que dirige a su hija, que tiene un regusto a despedida definitiva, contrasta con el tono fatalista y sincero con el que escribe a su hermano, sabedor, quizás, de la negra suerte que le esperaba:
A su hija María:
Apresiable y querida hija Recuerdo de tu queridísimo padre Resibe este Recuerdo en tu coraso que ba de la Manos de tu padre que te quiere de coraso y no te olvida ni tan solo un mumeto y lo es Joaquin Cantalejo Sanchez
Maria Cantalejo Mora.
Al parecer, esta fue la única carta que llegó a manos de Remedios Mora y que la familia conserva con un extraordinario cariño. La segunda carta de la que tenemos constancia iba dirigida a su hermano:
Querido hermano, haz lo que puedas por mis hijos. Mira por ellos porque yo no puedo.
Por un lado, escribe un hombre llevado por el cariño y amor de un padre, por otro, un hombre que tiene la certeza de que probablemente no va a vivir mucho tiempo y que acepta su destino. Joaquín, que cosa tan tremendamente dolorosa, que sufrimiento más martirizante, nunca llegó a conocer a su hija Remedios, nunca llegó a estrecharla entre sus brazos, nunca llegó a cantarle nanas, hacerle carantoñas, emocionarse con su sonrisa...
PRISIONERO DE ALEMANIA
EN EL STALAG V D DE ESTRASBURGO
Llegados al Stalag V D de Estrasburgo, un campo de prisioneros de guerra alemán, a los prisioneros se les recogió una serie de datos personales como el nombre, origen, unidad o CTE donde servían... a la par que se les asignaba un número. Por la escasa documentación conservada sabemos que Joaquín Cantalejo recibió el nº 3095 y Pedro Sánchez el 2637. Este campo de prisioneros se encontraba en una región francesa que había sido anexionada a Alemania tras la invasión. Formaba parte del Wehrkreis o Región Militar V, que tenía sede en Stuttgart, y en el que se encontraban otros stalags o campos que albergaban a decenas de miles de prisioneros de guerra.
En el Stalag V D de Estrasburgo permanecieron como prisioneros de guerra de los alemanes miles de republicanos españoles, hasta que entre septiembre de 1940 y enero de 1941 fueron trasladados a Mauthausen en once transportes ferroviarios. En esos cinco meses fueron transportados, en total, unos 3.385 republicanos españoles con destino al campo de concentración de Mauthausen. De todos ellos, el transporte o convoy más numeroso fue el que arribó el 13 de diciembre de 1940. En él se encontraban los ardaleños Joaquín y Pedro. Así lo recuerda el deportado español y superviviente Patricio Serrano:
El 11 de diciembre, se hizo formar todo el contingente español y lo rodearon SS armados de metralletas y acompañados de perros lobos. Tuvimos que cruzar toda la ciudad hasta la estación. Todo el mundo nos miraba, pero no sabíamos si era con odio o con compasión. Nos hicieron subir en vagones de tercera clase herméticamente cerrados, y así atravesamos Alemania, pasando por Stuttgart y Nuremberg.
El traslado solía hacerse en unas condiciones infames, terribles, dentro de vagones destinados al transporte de animales y ganado, cerrados por fuera y con la única ventilación de un mínimo ventanuco en uno de los extremos por el que apenas entraba el aire. En el interior se hacinaba un gran número de prisioneros, no había aseos, tan solo un bidón para hacer las necesidades que expedía unos nauseabundos olores, ni espacio para poder tumbarse a descansar. La atmósfera se encontraba cargada, pestilente, falta de oxígeno... Entre los republicanos españoles que iban en ese transporte se encontraba el superviviente alicantino José Jornet Navarro, que en distintas entrevistas describía su experiencia en ese traslado:
Los de la Gestapo nos dieron mantequilla y manzanas ¡imagínese! Y nos metieron en vagones de carga. Fueron tres días y tres noches encerrados, sin agua ni comida, haciendo nuestras necesidades en un rincón del vagón, que estaba precintado, con vómitos, diarreas y sin saber a dónde íbamos.
Todas las pruebas documentales conservadas y todos los indicios apuntan a que el gobierno español, en aquellos momentos en manos del general Francisco Franco y firme aliado del régimen de la Alemania nazi, se desentendió por completo de la suerte de los republicanos españoles. Son numerosos los investigadores, historiadores y estudios que señalan la responsabilidad directa del régimen franquista en la deportación a los campos nazis de los españoles capturados por los alemanes que, si bien en principio tuvieron la condición de prisioneros de guerra por estar integrados en el Ejército francés, se les ignoró este estatus y se les deportó a los campos de concentración para su exterminio. El resultado, casi diez mil españoles deportados a los campos de concentración nazis y más de la mitad cruelmente asesinados...
ÚLTIMA PARADA:
MAUTHAUSEN
La noche del 13 de diciembre de 1940 -que sería la última para unos cuantos prisioneros españoles- a eso de la una o las dos de la madrugada, el tren realizó la última parada en la estación de un pueblo llamado Mauthausen del que casi ninguno de los pasajeros había oído hablar. El puñetero invierno austríaco era muy crudo, inhumano y daba mordidas de veinte o veinticinco grados bajo cero a unos hombres que carecían de ropajes y de una vestimenta mínimamente decente para combatir esas temperaturas. Los prisioneros salían aturdidos de los vagones por el largo viaje, las duras condiciones, el cansancio, el hambre, la desorientación, el frío... fuera les esperaban los nazis, que los recibirían con sus feroces perros y un amplio repertorio de insultos y golpes en un idioma que, a base de palos, iban conociendo a la par que odiando. Obligados a formar junto a la estación, fueron forzados a marchar al trote abriéndose paso por la nieve y el gélido viento bajo una copiosa nevada en dirección al que sería un horroroso destino lleno de torturas, muerte y sufrimiento: el campo de concentración de Mauthausen. Por el camino más golpes e insultos. Algunos nunca llegaron al campo, pues murieron durante el trayecto como solía ocurrir con siniestra frecuencia.
En el interior del campo, nada más llegar y bajo un frío terrible, debían de formar en la apple platz, un gran espacio a cielo abierto en medio del campo. Allí las autoridades les informaba de lo poco que debían saber y les indicaban con siniestra sorna cual era la única salida del campo: la chimenea del crematorio. Al superviviente José Jornet Navarro no se le olvidaron nunca las palabras con las que los recibieron:
Vosotras, españolas, mariconas, el único camino de salida son las chimeneas del crematorio.
Tanto a Joaquín como Pedro, al
igual que el resto de los españoles, debió helárseles la sangre cuando
escucharon aquello... La noche la
pasaron en unos barracones durmiendo al raso, helados. Al siguiente día fueron despojados
de sus pertenencias, de sus ropas, de los pocos recuerdos que podían tener de
sus familias (fotos, cartas...) y llevados a su proceso de deshumanización: les raparon el pelo de la cabeza al completo y les rasuraron todo el vello del cuerpo, después les rociaron con un producto antiparásitos que les quemaba la piel. Seguidamente los conducían a las duchas donde se les dieron
baños alternos de agua hirviendo o helada, para hacerlos sufrir. Tras ello les proporcionaron el uniforme de prisionero como
vestimenta y unos incómodos zuecos de madera como calzado. Los más curiosos
se dieron cuenta de que el uniforme llevaba un triángulo azul con una S dentro,
y los presos más veteranos les explicaron que era el símbolo con el que el
colectivo de los republicanos españoles era identificado en Mauthausen: apátridas
españoles, una total incongruencia.
Les tomaron sus datos personales (fecha de nacimiento, lugar de procedencia, oficio, credo...) y les asignaron un nuevo registro numérico que debían conocer en alemán, pues ya no podían responder por sus nombres, sino por su número y en el idioma germánico. Tanto Joaquín como Pedro, los primeros ardaleños en llegar a Mauthausen de los cuatro que finalmente pasaron por este infierno, recibieron sus números: Joaquín el 4662 y Pedro el 5262 y los clasificaron como Rotspanier, “rojos españoles”. Todas estas labores las hacían otros presos bajo la atenta mirada de los guardianes.
Como bien se sabe, gran parte de los republicanos españoles que tuvieron la mala fortuna de ir a parar a Mauthausen fueron enviados a la cantera que explotaban los SS, la Wiener Graben, donde realizaban trabajos de extrema dureza en el que debían acarrear piedras a sus espaldas ascendiendo pesadamente por la tristemente famosa “escalera de la muerte”. Otros muchos debieron realizar otros trabajos, como llevar piedras hasta las barcazas del Danubio, excavar y aplanar los terrenos, dedicarse a las obras de ampliación del campo...
Mauthausen fue el campo de concentración nazi donde fueron a parar más deportados republicanos españoles, pero que también hubo en otros campos como Buchenwald, Dachau, Ravensbrück (donde mandaron a las mujeres prisioneras españolas)... Actualmente, como prisioneros de Mauthausen, han sido identificados 7.533 españoles. De éstos, perdieron la vida unos 5.000, la mayoría en el subcampo de Gusen. Se sabe que 457 fueron gaseados en el castillo de Hartheim; otros 339 fallecieron en el campo central, en el mismo Mauthausen; en Styer fallecieron 58; y el resto en diferentes comandos o grupos de trabajo externos.
En el campo de Mauthausen no pasarían demasiado tiempo los dos ardaleños, ni tres meses, pues el 17 de febrero de 1941 fueron enviados a Gusen y es posible que marcharan a ese infierno peor que Mauthausen de forma voluntaria, pensando que sería un destino menos malo. Que equivocados estaban... Los nazis necesitaban liberar espacio del campo matriz para la llegada de nuevos prisioneros y enviaban a Gusen a los que se encontraban enfermos o en peores circunstancias físicas para ser exterminados mediante el trabajo. Muchos, al principio, fueron voluntarios, pues pensaban que, como decían los siniestros gestores del campo, era un lugar mejor acondicionado donde podrían recuperarse y los tratarían mejor.
GUSEN:
EL INFIERNO
El subcampo de Gusen se ubicaba a unos 4 kilómetros del campo matriz de Mauthausen. Su construcción se inició a finales de 1939 y poco después llegaron los primeros prisioneros, hasta que a finales de 1941 llegó a la cifra de 8.500. Llegó a tener tal entidad que contó con un registro de prisioneros propio. Cuando se decidió instalar una trituradora de piedra, el trabajo se encomendó principalmente a los españoles que, desde Mauthausen, habían sido trasladados a Gusen a lo largo de 1941. Entre sus muros hallaron la muerte unos 3.900 españoles, sobre todo en los meses del invierno de 1941-1942, entre ellos los cuatro vecinos de Ardales. Más adelante, a partir de 1943 se excavaron grandes túneles, para poner a salvo de los bombardeos de los Aliados las industrias de guerra (fabricación de armamento, material de aviación…) y se abrieron Gusen II y posteriormente Gusen III.
Como decíamos, el 17 de febrero de 1941 llegaron Joaquín y Pedro a Gusen. Allí les asignaron una nueva numeración: Joaquín recibió el número 10786 y Pedro el 10728. El día a día de los prisioneros españoles en Gusen era muy duro y las condiciones eran mucho peores que en Mauthausen; el prisionero turolense Pascual Castejón Aznar, nos dejaba estas impresiones sobre este siniestro subcampo:
Aunque en Gusen el régimen disciplinario era menos duro que en Mauthausen, las condiciones de vida eran peores. La mayoría de los presos sólo aguantaba tres o cuatro meses con vida. Cuando el agotamiento se apoderaba de los prisioneros, se les trasladaba a la barraca de los inválidos. Allí... les daban la mitad de la ración, con lo cual la muerte llegaba antes. Así, los muertos, de todas las nacionalidades, se contaban por millares... Cuando mi decaimiento fue tal que ya no pude trabajar ni andar, me ingresaron en una de las barracas de inválidos. En ellas, concretamente en la 31 y en la 32, se llevaron a cabo las mayores matanzas del campo. Allí se trasladaba a los más débiles y se les dejaba morir de hambre. Muchos no podían con tal sufrimiento y acababan lanzándose contra las alambradas electrificadas para poner fin a su vida. A otros, sin embargo, nos faltaba coraje para ello, y además aún albergábamos la esperanza de poder salir con vida de allí.
Entre ocho y nueve meses pudieron sobrevivir estos dos ardaleños en este subcampo, un tiempo auténticamente récord si tenemos en cuenta los malos momentos que corrían y las penalidades y privaciones por las que pasaban. Pedro murió un 27 de septiembre de 1941 y Joaquín lo hizo dos meses después, el día 26 de noviembre, el mes que más españoles murieron en Gusen: 930. Pedro, según los documentos del campo de concentración y que obran en los archivos de la International Tracing Servicede Bad Arolsen, murió a las 07.30 horas a causa de una neumonía lobar mientras que Joaquín fallecería a las 02.00 horas de una gripe intestinal. No podemos creer ciegamente en estas afirmaciones pues en no pocas ocasiones los prisioneros perdían la vida de forma violenta y más tarde en los libros de defunciones, era frecuente que se falsearan las causas.
Lo cierto es que la mayoría de los
españoles que pasaron por Mauthausen-Gusen murieron en el invierno de 1941 a 1942 por la conjunción de varios
factores: un frío extremo en un invierno especialmente gélido, la falta de
alimentación adecuada y la carencia de una higiene y de una asistencia
sanitaria mínima, la intensa explotación laboral de la que fueron víctimas y el
brutal maltrato físico al que se vieron sometidos por sus crueles guardianes. El objetivo que tenían los nazis era exterminar a cuantos más, mejor. Pero en 1942 las tornas en los frentes empezaron a cambiar y los nazis tuvieron que "mirar" más por los prisioneros para hacerlos producir en la industria de guerra (armamento, aviones, munición...).
Los cuerpos de Joaquín y Pedro, huesos revestidos de una fina piel adherida, casi transparente, tuvieron que esperara varios días amontonados en la confusión y el siniestro anonimato de un amasijo de cadáveres junto a los hornos crematorios, que no daban abasto ante la masiva muerte de prisioneros, para su "liberación" en forma de humo y cenizas. Este trabajo lo realizaba un grupo de prisioneros que los nazis hacían desaparecer de vez en cuando, renovándolos por otros, para que no quedaran testigos. Normalmente eran judíos y al grupo de trabajo se le denominaba sonderkommando. Existe una extraordinaria y muy recomendable película, "El hijo de Saúl", de Lászlo Nemes, que trata sobre este asunto.
Según testimonio de algunos supervivientes, tras la cremación, los restos de huesos eran molidos hasta transformarlos en polvo y mezclados con las cenizas. Polvo de hueso y cenizas encontraron varios destinos: a veces eran arrojados al Danubio, otras se esparcía por terrenos agrícolas y en ocasiones se empleaba para la construcción de carreteras y caminos en zonas de suelo muy húmedo...
Pero Joaquín, como el resto de deportados ardaleños, malagueños, andaluces, españoles... no ha desaparecido del todo. Vive en la memoria y el recuerdo de los suyos y lucha por sobrevivir en la dolorosa Historia de este país.
EPÍLOGO
El régimen nazi aniquiló en los campos de concentración a más de once millones de personas por diferentes condiciones de nacionalidad, cultura, creencias, "raza", política... buscando hacer una gran limpieza étnica en toda la Europa invadida con la idea de imponer a la "raza aria", la "raza superior" para ellos y, hoy día, por desgracia, también para muchos. Después de hacerlas pasar por unos horribles sufrimientos y de explotarlas laboralmente a través de empresas propias, como la DEST, o de otras pequeñas y grandes empresas -algunas convertidas en grandes multinacionales hoy día que han reconocido, más o menos, su relación con el régimen nazi y los beneficios que obtuvo explotando mano de obra esclava- todas acabaron en el mismo lugar: los hornos crematorios. Se hubo de inventar incluso una palabra para designar aquel horror en el que los judíos de toda Europa llevaron claramente la peor parte: GENOCIDO. Palabra acuñada en 1944 por el abogado judío Raphael Lemkin.
El genocidio nazi tuvo lugar durante otra barbaridad provocada por ellos, la II Guerra Mundial, contienda bélica en la que participaron múltiples países y que se libró en diferentes frentes de batalla (Europa, norte de África, Pacífico...) y que duró desde septiembre de 1939 a septiembre de 1945, en la que murieron entre 50 y 60 millones de personas (algunas estimaciones elevan las muertes a 80 - 100 millones), la mayor parte civiles, como consecuencia del hambre, las enfermedades, los enfrentamientos, los asesinatos... Un horror verdaderamente inenarrable, por mucho que nos lo quieran mostrar en películas americanas y documentales de Canal Historia y por muy duras que sean las imágenes que nos muestren.
Fue en este agitado contexto en el que cuatro ardaleños marcharon con dirección a Francia -junto a casi medio millón de españoles- huyendo de la recién conquistada España para la dictadura franquista y de la atroz represión que se cernía sobre ella. Los cuatro pasaron por multitud de dolorosas experiencias (huida de España, alejamiento de la familia, campos de concentración franceses, trabajo en las CTE...) y tras atravesar media Europa y varios campos de prisioneros, acabaron en un campo de concentración donde sufrieron un terrible proceso de deshumanización, explotación y maltrato, que acabó con su muerte y transformación en polvo, cenizas y humo esparcido por el viento. En el otro extremo, a miles y miles de kilómetros y a lo largo de muchos años, nos encontramos con el inconsolable sufrimiento de las familias, que a la dureza de vivir bajo un férreo régimen dictatorial en una España asolada por el hambre y la pobreza devenidas de una cruenta guerra civil, tuvieron que añadir la falta de sus seres queridos, la ausencia de un padre a veces desconocido, de un hijo, de un hermano... Hubo madres que estuvieron toda su vida esperando a diario que el hijo desaparecido apareciera por la puerta de su casa. Muchas murieron sin conocer su negra suerte con ese inconsolable dolor... Otras tuvieron que esperar décadas, auténticos océanos de tiempo, para poder ver y abrazar nuevamente a sus hijos...
Joaquín Cantalejo, Pedro Sánchez, Juan Rodríguez y Antonio Trigo son cuatro de los miles de españoles que murieron en uno de los campos de concentración nazis más terribles que hayan existido y que han sido injustamente olvidados por la Historia, al igual que el resto de españoles deportados a los campos nazis. Los cuatro deberían tener un monumento en su pueblo, un memorial -al igual que ocurre con el vecino municipio de Teba y otros muchos de España y Europa- que mantenga viva la llama de su memoria como víctimas de los totalitarismos y que alerte a la sociedad sobre las derivas extremistas y totalitarias que, como las del pueblo alemán en los años treinta del siglo pasado, pueda llevar a la Humanidad a una catástrofe similar.
(c) Diego Javier Sánchez Guerra