A principios de agosto estuve haciendo un recorrido por uno de los lugares más bellos y biodiversos de España (y de Europa): Sierra Nevada, espacio natural catalogado como Parque Nacional, Parque Natural y Reserva de la Biosfera ya que disfruta de unos altísimos valores ecológicos y paisajísticos, una singular geomorfología de naturaleza glaciar y una especial biodiversidad cuyo resultado se refleja en un gran número de endemismos.
Hace algunos años tuve la oportunidad de subir al Mulhacén y tenía muchas ganas de repetir la experiencia, de volver a andar por aquellas tierras inhóspitas y acogedoras, aparentemente desiertas pero tan llenas de vida, aquellos lugares de tremendos y embaucadores contrastes geológicos, climáticos y biológicos.
Sierra nevada desde el Cenete
Así que aquel flamígero viernes de agosto por la tarde cogí el coche no sin cierta desazón por los últimos recortes del Gobierno y por un rumor que están haciendo circular por los mentideros de internet: que Rajoy va a decretar que las vacaciones dejen de ser pagadas. No iba a permitir que el escozor de estas cuestiones me fastidiara un fin de semana que se planteaba liberador, teniendo como destino un lugar donde mi móvil no iba a tener cobertura. Pero al llegar a la gasolinera para repostar, bajé del guindo de cabeza: ¡1.42 euros el litro de diesel! ¡Menuda clavada! No dejé de proferir blasfemias y juramentos hasta entrar en la provincia de Granada. Ahora que hemos llegado a septiembre, no quiero ni mirar el precio.
Mientras subía por la carretera de las Pedrizas podía ver como todo el paisaje a mi alrededor hervía de calor, flameaba, se fundía... Las llamas entraban por las ventanas -pues tenía el aire acondicionado estropeado- deshidratándome por momentos. En esta zona las sierras son muy ásperas y pendientes, y aún así han sido tradicionalmente espacios para el cultivo. Duros espacios para el trabajo campesino, casi condenas en vida. Todavía sobreviven al abandono y al olvido almendrales y algunos olivares, decrépitos en la mayor parte de los casos y devorados por la maleza y el tiempo. Pero a medida que ascendía y me aproximaba a los dominios del Surco Intra-bético, el terreno se abría y aunque se volvía algo más indulgente el calor no remitía; empezaba a abrirse ante mí un relieve más grato con lomas suaves donde podía avistarse campos donde doraba el cereal y extensos y sedientos olivares bastante cuidados, con los olivos peinados sobre el terreno en largas e interminables alineaciones. Sobre las sierras más altas y peladas ya podía atisbarse los modernos sembradíos del siglo XXI: las plantaciones de aerogeneradores.
Campo de aerogeneradores
El viernes hice noche en Híjar, en casa de unos amigos. Como si estuviera en mi casa. Siempre. Aquel lugar está en plena Vega de Granada y la carretera que conduce al pueblo, toda vez que se abandona Santa Fe, se encuentra bordeada de maizales y plantaciones de tabaco, entre otros cultivos. Para que cumpla sus efectos mortales y cancerígenos la hoja de esa planta debe ser secada en una instalación al uso: el secadero, y el paisaje circundante está salpicado de muchas de estas antiguas y frágiles construcciones. Son de madera y de muy humilde factura, realizadas a base de láminas separadas por dos o tres centímetros para que circule el aire y con ello seque la hoja. Recuerdan un poco a la casa del segundo cerdito del cuento de los Tres Cerditos.
Cultivo de tabaco y secadero
Tras una noche de cervezas, pizza y cariñosos recuerdos varios, por la mañana me levanté con algo de resaca y el estómago removido. Me fui con mi colega Alberto a recoger a dos compañeros más: José Antonio Madrid, el “Madriles” y Miguel. Éramos la cuadrilla que nos dirigíamos a conquistar la Mosca, laguna que se encuentra a los pies del colosal Mulhacén, increíble y respetable Titán de Sierra Nevada. “Madriles” era el guía de lujo que tuvimos, conocedor profundo de Sierra Nevada y un amante incondicional de esas altas y sinuosas tierras. Miguel es un desenfadado gigantón con barbas y pelo largo que con su buen humor nos hizo muy llevadero el camino. Alberto, mi amigo de toda la vida, es un “pieza”…como yo.
He aquí a los artistas
Las marcas de las palmas me duraron todavía un buen rato, mientras recuperaba la circulación de la sangre en aquella zona. ¡Coño! ¡Qué estrés!
Cuando bajamos, una ventolera terrible, gélida y con muy mala leche nos dio la bienvenida. A mí me pilló con mis estivales e infantiles pantaloncitos cortos. Estábamos a unos tres mil metros de altura y no se notaba la falta de oxígeno, pero el frío era tremebundo. Aceleramos el paso para entrar en calor y bordeamos el Veleta hasta llegar al refugio de la Carigüela, desde donde el paisaje glaciar empezaba a apreciarse en toda su desértica grandeza.
Sierra Nevada forma parte de la Cordillera Bética y contiene la mayor altura de la Península Ibérica: el Mulhacén, con 3.478 metros. Debe su nombre a Mulay Hasán, uno de los caudillos que capitaneó a una de las últimas facciones nazaríes que opusieron resistencia a la invasión de los Reyes Católicos, tío también del lacrimoso Boabdil. Sin embargo Sierra Nevada era conocida por los romanos como Mons Sulayr o Monte del Sol. Se formó hace muchos millones de años y ascendió del fondo marino como consecuencia del choque de placas Africana y Euroasiática.
Desde las altas cumbres hasta sus estribaciones se pueden diferenciar tres paisajes geológicos que se distribuyen de forma concéntrica:
1 El denominado núcleo nevado-filábride tiene una antigüedad de unos 500 millones de años y se compone, fundamentalmente, por micaesquistos (una roca de color oscuro y textura pizarrosa) y cuarcitas.
2 Bordeando este núcleo central aparece la zona alpujárride, con una banda de rocas metamórficas de unos 200 millones de años donde abundan las filitas (azuladas, violáceas, grises) conocidas comúnmente como “launas”; las calizas y dolomías. Las “launas”, junto con las pizarras, se emplean en las cubiertas planas de las casas alpujarreñas, dejándonos un singular paisaje urbano de volúmenes cúbicos.
3 La banda concéntrica externa es más reciente, tiene unos 15millones de años y se compone de materiales sedimentarios procedentes de la erosión de Sierra Nevada que se fueron depositando en las primitivas cuencas marinas que la rodeaban y que fueron elevadas con el choque de placas tectónicas. Abundan los bloques, cantos, arenas y gravas.
Pero ¿Qué es el glaciarismo? Durante períodos extremadamente fríos se produce el fenómeno de las glaciaciones: el hielo baja hasta cotas insospechadas, el tiempo se vuelve muy, muy frío, intensamente gélido. A cada período de glaciación sucede otro con un clima más cálido. Es lo que se llama período interglaciar. En ellos el hielo se funde y retrocede, concentrándose en los polos. En los últimos millones de años ha habido varios períodos glaciares con sus interglaciares, de hecho, nosotros vivimos en una época interglaciar. En el Cuaternario (2,5 m.a. hasta el presente), durante largos períodos de tiempo, el hielo cubrió gran parte de la Península Ibérica y otras regiones el mundo con varias glaciaciones, de las cuales las más importantes son Günz, Mindel, Riss y Würm
No se sabe con total certeza qué las ha producido; algunos investigadores la atañen al movimiento de placas terrestres mientras que otros, sin embargo, señalan como responsable a los cambios en la órbita terrestre, a las oscilaciones del eje de rotación de la Tierra que haría que los rayos del Sol incidieran de forma más oblicua y no tan de lleno.
Resumiendo breve e ilustrativamente. Es como una enorme y refrescante bola de helado de Casa Mira que se desborda del cucurucho en las manos de un niño -o de uno no tan niño-desparramándose y arrastrándolo todo a su paso. Es como un alud de hielo que se mueve a cámara super-lenta.
El hielo, en su oficio de escultor, ha cincelado estos paisajes y aunque ya no hay masas de hielo permanentes en Sierra Nevada, si queda un antiguo relicto en el corral (circo) del Veleta; se trata de una capa de suelo o piedra de profundidad variable donde la temperatura se ha mantenido por debajo de cero durante miles de años y que alberga hielo fósil asociado a un pequeño circo glaciar que se desarrolló en la denominada Pequeña Edad del Hielo (siglos XIII-XIX). El nombre técnico es permafrost y nos ofrece una importante información científica a cerca del cambio del clima en los últimos miles de años.
Además de los pasados efectos del glaciarismo, el hielo sigue haciendo de las suyas descomponiendo las rocas a través del denominado proceso de gelifracción: el agua se cuela entre las grietas de las piedras y cuando se hiela, aumenta su volumen actuando en forma de cuña, quebrando así las rocas. Merced a su labor de cantero, el líquido elemento nos ha dejado una superficie pétrea fragmentadísima donde las torceduras de tobillos pueden estar a la orden del día.
A pesar del clima extremo, de la indigencia de los suelos y de que el hielo abraza con su yermo manto gélido estas sierras la mayor parte del año, existe una gran biodiversidad que reside primordialmente en una flora endémica donde la Estrella de las Nieves es la mayor protagonista. Se trata de plantas adaptada a unas condiciones climatológicas muy adversas y a una edafología muy pobre que deben de florecer y polinizar a contra-reloj. A pesar de ello, la vida se abre camino y podemos ver numerosas especies vegetales y numerosos insectos.
Es posible ver por doquier grupos de cabras monteses. Al ser Parque Nacional, Parque Natural y Reserva de la Biosfera, la caza en este lugar es selectiva y está muy controlada. Es fácil acercarse a algunas cabras sin que éstas se espanten y sacar unas fotos fantásticas. Es más, a veces se te acercan demasiado en busca de comida.
LA EXPERIENCIA
Tras descansar un poco en la Carigüela y disfrutar de las vistas, emprendimos el camino hacia el Mulhacén guiados por “Madriles”. Hay una pista forestal que desde Borreguiles lleva a Trevélez, pero se encuentra en desuso y es la vía central que emplean los montañeros para tomar otros senderos que les lleven a otras cumbres, a otros destinos. Es muy frecuentada por ciclo-montañistas; la subida en bici es una espectacular y disfrutona putada, una auténtica picadora de piernas, pero la bajada es una pasada.
Cortamos un trozo de trecho por el lugar denominado “las cadenas”. Se trata de una zona donde el sendero se estrecha tanto que en uno de sus tramos hay que aferrarse a una pared sobre quince metros de vacío en cuyo fondo nos espera con querencia un colchón conformado por una aglomeración de pedrolos de tacto pizarroso y filos cortantes. Para ayudarse y no caer sobre el mullido pedregal, hay unas cadenas fijadas en la pared y paralelas al sendero que facilitan el paso a los senderistas. Para el que va la primera vez y no la conoce, puede ser una putada. La sensación de ir a lo Spiderman es indescriptible y la caída es imperdonable.
Seguimos por la pista, aguantando al fuerte y frío Eolo hasta llegar junto al pico de los Machos, en cuya base hay un circo glaciar con su valle deslizándose ladera abajo. Desconozco a que debe su nombre, pero su cumbre con forma de glande puede darnos una idea. La sensación de vértigo es muy fuerte y la inmensidad del paisaje engulle por completo al observador. A decir verdad, la enormidad de toda Sierra Nevada atrapa y devora al viajero.
Paramos a desayunar un poco más adelante, teniendo bajo nuestros pies uno de los enormes circos glaciares del lugar, donde se apreciaban perfectamente las cicatrices que en tiempos remotos el hielo había ocasionado al terreno con su gélida caricia. El circo, las morrenas, el valle en U y las estrías de base son muy fácilmente visibles. La laguna del circo tenía bastante agua y a su alrededor crecía un fino y esponjoso manto de hierba. Las cabras monteses comían de ella y de los restos que les iban dejando los senderistas.
Seguimos unos metros más adelante y salimos de la pista para tomar un sendero por la cara norte de la sierra. Al carecer el lugar de vegetación, estar tan inclinado y ser tan extremo el clima, el suelo se mostraba muy suelto, lleno de piedras y una tierra muy seca por la que era fácil resbalar. Si alguno hubiéramos caído, es posible que hubiésemos llegado a Güejar Sierra. Eso sí, un poco perjudicaditos y quizás con uno o dos miembros de menos. Subimos y bajamos durante varias horas. El sol ardoroso y el ambiente flameante donde no había una triste sombra empezaban ya a afectarnos. Tras una fortísima bajada llegamos a un lugar donde había dos lagunas. Allí tuvimos que descansar un buen rato disfrutando del paisaje, de la tranquilidad y del aire puro. Los cuádriceps de nuestras piernas ya empezaban a resentirse.
Cuando nos repusimos, emprendimos la marcha. Aunque ya quedaba menos, el último tramo se nos hizo especialmente fatigoso. Al cansancio y el calor acumulados se sumó otra repentina pendiente que nos acabó pasando factura. No había un mínimo espacio a la sombra donde refugiarnos de esa ardiente granizada de fotones. Cuando acabamos la subida pudimos observar como un tanto más abajo estaba esperándonos la Mosca, con su espejada laguna en el centro de un circo glaciar.
Al llegar a la Mosca encontramos a algunos senderistas recogiendo sus cosas. Habían pasado la noche y el día en la zona. Junto a ellos las cabras monteses ejercían relajadamente su trabajo de reciclado de basuras orgánicas. Ni se inmutaron ante nuestra presencia. De vez en cuando algunas nos miraban sosegadamente desde sus enormes y salientes ojos vidriosos. Estuvimos escudriñando el lugar buscando un rodal de piedras donde quedarnos hasta que vinos una pequeña visera de roca bajo cuyo abrazo pétreo y pesado nos refugiamos. Ésta tenía una pequeña pared de piedra para cortar el viento. Como estaba de cara al atardecer, seguimos con los baños solares un buen rato hasta que bajo algunas piedras empezaron a crecer algunas sombras, que buscamos con olímpico ímpetu.
A medida que charlábamos refugiados de aquel cancerígeno baño y nos abandonaba el olor a pollo asado, el día se iba escapando y el incombustible y achicharrante Helios, con sus rayos oblicuos y menos incandescentes, iba modelando nuevas formas y volúmenes, unas nuevas texturas, a la par que los colores adquirían otras tonalidades: la laguna empezaba a platear y en ella se levantaban pequeñas olas que le provocaba la caricia cariñosa del viento; un verde intenso brotaba de la hierba, el azul claro y prístino del cielo se iba sumergiendo en un dorado crepuscular al que seguía un relajante violáceo que llenaba la vista… A la llamada del frescor, las cabras empezaron a bajar en tropel para beber en la laguna; algunos machos descollaban por sus enormes astas bebiendo mansamente mientras los cabritos más pequeños, con sus menudos balidos, no se separaban de sus madres. Hombres y bestias compartían el mismo espacio.
Regresamos a nuestro pequeño y cavernícola hogar para cenar algo y abrigarnos un poco puesto que empezaba a refrescar. Así es Sierra Nevada, una tierra de contrastes. Chacinas, queso, pan y dos botellas de tinto de verano que habíamos echado y que habíamos cargado sufridamente, fueron nuestra cena bajo la atenta vigilancia de un macho cabrío de descomunales cuernos, y que devoramos con el apetito de una cuadrilla de zombis mientras nos contábamos muchas historias: las mujeres, como no, fue el tema principal. Pero por prudencia no voy a entrar en detalles.
Estábamos cansadísimos y tratamos de echarnos a dormir. Sierra Nevada nos tenía encantados y estrujados. El cielo ya se había vuelto oscuro y las luces de las primeras estrellas iban abriéndose paso en un firmamento puro y nítido, hendiendo la oscuridad. Mi saco de dormir, recién comprado, resultó pequeño. Fue lo que me dio la noche. Eso y el viento, que no dejó de soplar a rachas una vez tras otra arrastrando frío y tierra. Como no podía dormir miraba al cielo. Era muy fácil distinguir constelaciones como el Carro o Escorpión y estrellas como la Osa Polar así como el planeta Marte, en estas fechas cada vez más alejado de la Tierra. Pude ver algún satélite que cruzaba la bóveda celeste raudo y veloz, alguna que otra estrella fugaz… hasta que me alcanzó el sueño no sé ni a qué hora, pero debió ser tarde. Muy tarde.
“Cuando apareció Eos, la diosa de la mañana, la de rosados dedos” como se diría en La Odisea, el horizonte, perforado por los agrestes picos neveños, empezaba a teñirse de un intenso color magenta con algunas trazas rubíes. Algunas de las pocas personas que habían pasado la noche allí empezaban a levantarse y desperezarse para continuar su camino. Y así lo hicimos nosotros. Recogimos todas las bolsas de basura, todas nuestras cosas y nos dispusimos a subir una empinada senda que nos llevaría a la laguna de la Caldera, más cerca del Mulhacén.
El ascenso fue muy duro. Intenso. Al cansancio del día anterior le sumamos una noche a la intemperie que no nos había dejado descansar lo suficiente. No habíamos repuesto las fuerzas necesarias. Para más inri, el sol empezaba a azotar nuestras espaldas con sus lacerantes flagelos iridiscentes sin misericordia alguna. Cuando sufridamente llegamos al final de la cuesta de nuestro particular Calvario para comenzar el descenso hacia el otro lado, el viento venía con tanta fuerza que nos hacía perder el equilibrio. Tuvimos que refugiarnos tras una gran roca para tomar fuerzas. Ya quedaba menos. Sólo tres o cuatro horas de caminata.
Llegados al refugio de la Caldera, junto a la laguna del mismo nombre, paramos a echar algunas fotos. Podíamos ver como la gente ascendía camino del Mulhacén por un sendero que más bien parecía un hilito por donde discurrían pesadamente algunas hormigas. Hace unos seis años subí también y el paisaje y la experiencia fueron espectaculares. Sólo que aquella vez bajamos andando hasta la Alpujarra, concretamente al coqueto pueblo de Trevélez, una de las pequeñas localidades más bellas que hay en Andalucía. Pero esa es otra historia.
A partir de ahí seguimos el camino de la pista forestal, más fácil de transitar que las veredas y senderos y desde donde se atisban paisajes igualmente bellos. Para el desayuno nos guarnecimos en otro refugio que nos ofrecía unas vistas realmente espectaculares: en primer plano teníamos uno de los valles glaciares neveños con las sierras de Lújar y la Contraviesa al fondo y, como telón, el mar de Odiseo, el siempre poético azul Mediterráneo. “Madriles”, como es tan previsor y tan conocedor de esta Sierra, nos preparó para entrar en calor un cafetito y un té. Siempre que va a la montaña va bien equipado y así nos lo señala a los demás: “A la Sierra hay que venir preparado”. Con su pequeño infiernillo y su latita de aluminio, logró reconfortar los cuerpos de los ya olorosos cuatro maromos.
El resto del camino hasta los pies del Veleta fue sencillo, aunque un tanto largo. Acortamos por el paso de “las cadenas” y esta vez sí que tuve algo de miedo. Estaba cansado y me fallaban las fuerzas; fue por eso que el vértigo que tengo se manifestaba de forma más evidente. Pero como decía un amigo mío y con toda la razón: “si tienes vértigo, vives más intensamente la experiencia”. Al llegar a la pista que nos conducía al llano donde dejamos el coche, vimos como ascendían decenas de corredores. Resulta que ese domingo había una maratón que salía de Granada y que finalizaba en ¡el Veleta! ¡Y yo machacado por andar 25 kilometritos en dos días cuando esa gente se hizo cuarenta en una mañana!
La bajada hasta el parking fue brutal. Muy pronunciada. No seguimos por la carretera puesto que son muchos kilómetros en zig-zag, pero optamos por bajar en línea recta a través de un sendero sumamente inclinado. Menos mal que llevábamos los bastones para apoyarnos y descansar las rodillas, porque éstas ya estaban empezando a rechinar ante la falta de líquido sinovial (el 3en1 de las articulaciones, para que nos entendamos). Parecía que no íbamos a llegar nunca, pero llegamos.
Antes de volver a Granada para regresar a nuestras casas nos tomamos unas cervezas y unas raciones con las piernas bien estiraditas, como manda la tradición después de una gran caminata. Después, cada mochuelo volvió a su olivo.
Tan sólo espero volver a subir pronto.
Diego Sánchez
Excelente retrataura de lo acaecido.Ma Gustao un montón sólo esperó que cumples la promesa de volver a subir y que no tardemos tanto como yo en leer estos textos despues de3 o 4 años , btos guapetón.
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