Hace algunos años, no me avergüenzo decirlo y reconocerlo, no tenía ni la menor idea sobre el triste periplo que había padecido casi medio millón de españoles en Francia como refugiados de guerra. Y, más adelante, más de diez mil de ellos como deportados en los campos de concentración nazis tras la huida desesperada de una España que había caído bajo la pesada losa de un régimen dictatorial y profundamente represivo, que no ocultaba sus simpatías por el fascismo italiano y el nazismo alemán, tras la humillante derrota de la II República Española en la sangrienta y todavía supurante Guerra Civil Española (1936-1939) o Guerra de España.
Sí sabía, en cambio, que muchos españoles se habían exiliado en Francia tras la caída del gobierno de la II República, y algunos a Sudamérica e incluso al norte de África, pero no en qué adversas condiciones ni en qué terribles circunstancias. Al igual que una gran mayoría de españoles, no conocía la verdadera y trágica realidad que habían vivido nuestros compatriotas en los campos de concentración franceses, ni del paso de decenas de miles de ellos por las Compañías de Trabajadores Extranjeros (CTE) empleados como mano de obra barata, casi gratis, ni de su valiente participación en determinadas unidades de combate de las fuerzas Aliadas durante de la Segunda Guerra Mundial, como La Nueve, ni de su vital actuación en la resistencia francesa... ni de todo el sufrimiento, mantenido a raya por el orgullo, la esperanza y la dignidad, que habían pasado centenares de miles de españoles republicanos que lucharon en varias guerras y en diversos frentes contra la locura de un voraz y casi imparable fascismo.
Sabía que, de mi comarca, la Sierra de las Nieves (Málaga) -porque estuve elaborando un libro de historia sobre la misma hace algunos años- hubieron varios vecinos de algunos pueblos que acabaron siendo cruelmente asesinados en el campo de concentración austríaco de Mauthausen, concretamente en su mortífero anexo de Gusen.1 Mucho más tarde y con una gran sorpresa me enteraría de que tan sólo uno de ellos logró sobrevivir a tan traumática y dramática experiencia. La cuestión es que tenía un conocimiento muy superficial sobre el tema, tanto que no había acabado de desperezar mi curiosidad.
Por fortuna, años después, un día, leyendo algunas reseñas de libros en una revista online, llamó mi atención la portada de LOS ÚLTIMOS ESPAÑOLES DE MAUTHAUSEN, del periodista Carlos Hernández de Miguel, en la que aparecía la imagen de un uniforme de prisionero, un “pijama” a rayas azules y blancas, con una cartela blanca en la que se recogía un número y un triángulo azul con una S dentro. Adquirí el libro y lo leí casi de inmediato, casi de una sentada. Me supo a poco, a bastante poco, a pesar de que el libro se compone de casi seiscientas páginas y está extraordinariamente documentado, muy bien redactado y los contenidos correctamente expuestos y argumentados. Así que empecé a profundizar en el asunto trabajando más bibliografía, artículos, fotos, documentales… indagando sobre el tema con una curiosidad e indignación crecientes.
Sentí verguenza e irritación al leer aquellos terribles testimonios de los deportados españoles, el brutal y bochornoso trato que habían recibido en la vecina Francia como refugiados, las tribulaciones que pasaron durante la Segunda Guerra Mundial, la terrible y mortífera estancia en los campos de concentración nazis, los actos heroicos en los que habían participado y que habían sido deliberadamente olvidados en nuestro país ¡borrados de nuestra historia!...
Pero además de indignación, aquella investigación me provocaba una simpatía y solidaridad -además de un infinito cariño y compasión- por estos miles de compatriotas españoles (y sus sufridas familias) a los que el franquismo condenó al exilio cuando no a una cruel muerte. Y a los que la llegada de la democracia que abanderaba la Constitución de 1978 sentenció a un deshonroso olvido institucional que todavía y para mayor vergüenza, aún perdura.
No han sido sino las asociaciones memorialistas, las familias y las iniciativas de personas comprometidas como el investigador Benito Bermejo Sánchez o el periodista Carlos Hernández de Miguel, entre otros muchos, los que han puesto luz sobre el tema y luchan por el merecido reconocimiento de esos miles de españoles. A medida que leía o que caían en mis manos nuevas publicaciones y testimonios, descubría otra historia de España, una historia que nunca nos contaron, una historia de España que deliberadamente se ha ido olvidando, apartando, obviando en los libros y las clases de historia… Una verdadera vergüenza.
A medida que ampliaba mis conocimientos sobre los deportados españoles, empezaron a llamar con fuertes aldabonazos a la puerta de mi memoria los vecinos de la Sierra de las Nieves deportados a Mauthausen que, resurgiendo y tomando forma desde sus propias cenizas, uno por uno, venían reclamando su merecido lugar en la memoria y en la historia. Decidí investigar sobre sus vidas y así es como poco a poco acabé entrando de lleno en el apasionante mundo de la deportación española a los campos nazis, implicándome en ello sin oponer la más mínima resistencia en lo emocional. Fruto de esos primeros e indecisos pasos investigadores vio la luz un pequeño trabajo en mi blog personal.2
Mi curiosidad y otros indicios que iba encontrando me llevaron, poco a poco, al bello pueblo de Tolox, famoso por su balneario, su Cohetá de San Roque, por su Día de las Mozas, por su Cencerrá, por la extraordinaria hospitalidad de sus gentes… lugar donde nació y vivió el único de los deportados de la comarca de la Sierra de las Nieves que logró sobrevivir al infierno concentracionario nazi: Francisco Domínguez Fernández, más conocido como Frasco Mingue, el deportado número 3934. Conseguí hablar con sus sobrinos -ya bastante mayores- que, entre contagiosas y liberadoras lágrimas de emoción, reconocimiento y alegría, me proporcionaron alguna información y unas cuantas fotografías de su amado tío, así como su carné de deportado, entre otros documentos.
Con el material cedido por sus familiares, con sus emotivos recuerdos y los de otras personas con las que tuve oportunidad de hablar e intercambiar correspondencia, así como con los documentos procedentes de diferentes archivos europeos y americanos, las memorias de otros deportados y una buena bibliografía, pude tejer, a retazos, la vida de privaciones y horrores que llevó Francisco Domínguez Fernández durante casi diez años. Desde que huyó prácticamente con lo puesto de Tolox en el frío invierno de 1937, su paso por los campos de concentración franceses, su captura y estancia en el campo de concentración de Mauthausen, hasta poco después de su liberación con muchísimos kilos menos e incontables cicatrices en el cuerpo y en el alma un primaveral y providencial cinco de mayo de 1945 en el pueblo austríaco de Mauthausen.3
Biografía concentracionaria de Francisco Domínguez
Mientras hacía el trabajo no se apartaba de mi mente una anécdota que mis amados y admirados tíos, Mercedes y Ramos, me contaron sobre el hermano del suegro de Andrés Rueda, un buen amigo de su juventud: el jovencísimo ardaleño Antonio Trigo Ortega. En un principio, su hermano Juan pensaba que había muerto en Australia cuando en realidad lo había hecho en Austria. Este joven e idealista ardaleño nacido en Almargen murió en Gusen, subcampo dependiente de Mauthausen, en noviembre de 1941, con tan sólo 24 años de edad y después de pasar unas peripecias y desventuras dignas de ser noveladas.
Antonio Trigo Ortega
Las circunstancias hicieron que un día de febrero de 2019 Andrés Rueda contactara conmigo a través de mis tíos y me proporcionara algunos datos, fotografías y cartas de Antonio que la familia guarda como oro en paño. Con ese material, una auténtica gasolina para mi curiosidad, empecé a buscar información sobre este joven ardaleño de ojos inmensos y mirada abisal que acabó reducido a cenizas y humo por el fanatismo del régimen nazi, en diferentes archivos españoles, europeos y americanos, entre distintas asociaciones de deportados a nivel nacional e internacional, entre diversas instituciones… también tuve la suerte de poder entrevistar a su hermano Juan Trigo, que a pesar de su edad guarda unos nítidos e imborrables recuerdos de él y de las penalidades y circunstancias sufridas, tanto por él como por su familia.
Aunque este libro, este estudio, inicialmente se concibió para recuperar la vida de la figura de Antonio Trigo, sin embargo, paralelamente fui rescatando datos y documentos sobre los otros tres ardaleños muertos en el mismo campo y, triste coincidencia, también a finales de 1941, porque estimaba que era absolutamente necesario que ellos tuvieran también cabida en este trabajo. No tenía sentido rescatar la memoria de Antonio y dejar la de los otros deportados en la mil veces infame cuneta del olvido. Ellos son Joaquín Cantalejo Sánchez, Juan Rodríguez Naranjo y Pedro Sánchez Muñoz, al que hemos acompañado de su hijo Pedro Sánchez Moreno por razones que explicaremos más adelante.
Joaquín Cantalejo Sánchez
Pedro Sánchez Moreno
Es por este motivo por el que hay más páginas dedicadas a Antonio que al resto de ardaleños y porque, también, ha sido de él del que más información he podido encontrar inicialmente.
Al igual que en una investigación anterior muy similar que versaba sobre la vida del ya mencionado toloxeño Francisco Domínguez Fernández, para reconstruir la vida de Antonio y del resto de ardaleños he tratado de combinar en lo posible varias fuentes.
En primer lugar, las de la memoria, ya que Antonio permanece vivo en el recuerdo de sus hermanos, Juan y Encarna, e incluso, en la de sus sobrinos y sobrinos nietos a través de los relatos familiares. En ese sentido los testimonios de su hermano Juan Trigo han sido excepcionales por la cantidad de detalles que recuerda, lo que nos ha permitido hacer un seguimiento de Antonio en sus años mozos y durante el golpe de Estado, así como en los inicios de la guerra. También me ha sido posible recurrir a la memoria de las nietas y sobrinas de algunos de los otros deportados, e incluso de uno de los hijos de Pedro Sánchez Muñoz, como veremos, pero en estos casos los recuerdos, aunque intensos y volcánicos, no son totalmente directos.
En segundo lugar, las fuentes archivísticas han supuesto -como no podía ser de otra forma en este tipo de investigación- unos importantes pilares para este estudio que me ha llevado a consultar más de una treintena de archivos oficiales de administraciones públicas, de asociaciones, fundaciones, ayuntamientos, juzgados de paz… en distintos lugares de España, Europa y Estados Unidos, lamentablemente con desiguales resultados.4 En ellos he tenido la suerte de hallar, sin excepciones, a unos técnicos archivísticos de extraordinaria profesionalidad y diligencia.
Comunicación defunción de Antonio Trigo
Cabe añadir que no me ha faltado las fuentes bibliográficas, tanto estudios de investigadores (historiadores, periodistas, familiares…), que se ha multiplicado en los últimos años, como biografías o experiencias de deportados que plasmaron en papel,5 donde hallamos una gran cantidad de publicaciones entre libros, tesis doctorales, artículos... que he combinado con la consulta de multitud de sitios web especializados, así como el visionado de numerosos documentales, entrevistas…
Por último, otra de las fuentes que he empleado en la medida en que me ha sido posible han sido las cartas remitidas por los deportados en el exilio a sus familias, tanto de nuestros protagonistas como las de otros españoles que coincidieron con ellos en los mismos transportes, en los mismos lugares, en las mismas fechas, en las mismas tribulaciones y sufrimientos…6 Al final de este libro se recogen todas esas fuentes por si algún lector tiene mayor interés y quiere profundizar más sobre el tema o sorprendentemente descubre a algún familiar suyo entre los deportados y se anima a buscar más indicios sobre él.
Debo confesar, sin embargo, que esta investigación no me ha dejado para nada impasible. Escuchar y hurgar entre los muchos y dolorosos recuerdos de seres queridos, personas que te atienden con voz rota, quebrada por los fantasmas de la memoria y los recuerdos, mientras que se les desborda alguna oceánica lágrima que lucha con fiereza por surcar las profundas arrugas del rostro; remover los escasos recuerdos que todavía los mantienen atados al presente, al amor y al cariño de los suyos más allá de la muerte, más allá de las cenizas... Todo ello hace, que poco a poco, el sujeto que tienes entre manos deje de ser una imagen mal conservada en un viejo y ajado papel fotográfico, un código alfanumérico entre millones de referencias en un archivo, un mero número de registro, un nombre mal escrito en un documento raído, deteriorado y manoseado... para transustanciarse en una persona de carne y hueso, en un ser humano, en el hijo, el hermano, el amigo de alguien... Porque es inevitable dejarse arrastrar por los sentimientos al escuchar a los familiares de Antonio, contemplar al muchacho jovial, con toda una vida por delante con la novia que nunca llegó a ser esposa y madre, leer sus cartas cargadas de desgarradores sentimientos y esperanzas, recibir el regalo de su sonrisa en fotografías, seguir su rastro... Ese camino de ida sin vuelta a través de miles de kilómetros y multitud de países hace ya casi ochenta años...
Con los otros deportados ardaleños y, más particularmente con el caso de Pedro Sánchez Muñoz y de su hijo, me sucedió lo mismo. Quizás con más intensidad.
Por otra parte, cada vez que me implico en una investigación de esta índole sufro un enorme desgaste emocional; es anímicamente extenuante releer los duros testimonios y las malas experiencias de los deportados -y de sus familiares, no los olvidemos, víctimas también por la ausencia forzosa de sus seres queridos- de los que algunos se quedan grabados en la memoria por su crudeza, sus horribles vivencias, el rechazo que sufrían allá donde iban, su explotación física. Sumergirse en el terror y la fatalidad de la Segunda Guerra Mundial y en el sufrimiento inenarrable de los campos de concentración y exterminio nazis te pasa una factura muy difícil de pagar. Oír narrar a las familias el sufrimiento y los padecimientos sin consuelo heredados de sus padres, de sus abuelos, hermanos, tíos… tampoco te deja incólume. Uno no es inmune a eso, desde luego que no y el sentimiento de indignación y de injusticia no hace más que crecer hasta hacer hervir la sangre. Por ello, cada día que pasa, estoy más convencido de la necesidad de hacer llegar al común de la ciudadanía las historias de nuestros deportados porque, como españoles, es necesario que ellos tengan su lugar en nuestra historia y en nuestra memoria colectiva y que su recuerdo, su llama, no se extinga, como forma de dignificarlos y de honrarlos tras décadas de olvido.
Sin embargo, esta investigación, que me ha llevado varios años a base de robar muchas horas al sueño, no ha estado exenta de algunas gratas y emocionantes sorpresas, como ha sido el caso de Pedro Sánchez Muñoz. Sobre este hombre, del que inicialmente tenía muy pocos datos, he podido averiguar que también tuvo un hijo que sufrió el encierro y la ignominiosa fatalidad de Mauthausen y Gusen con él, Pedro Sánchez Moreno, pero que milagrosamente sobrevivió y fundó su familia en Francia, como veremos.
Tras muchas vicisitudes y algunas carambolas informáticas, logré contactar con sus descendientes en Francia. Pero lo más sorprendente es que tras publicar una breve reseña de Pedro y su hijo en mi blog el día 25 de abril de 2021, se puso en contacto conmigo parte de la familia española que desconocía por completo la existencia de este hombre, de su hijo y de todo lo que habían sufrido. Tampoco tenían conocimiento de sus parientes franceses. Y es que la feroz represión de la Dictadura del general Francisco Franco hizo que muchas familias no sólo se exiliasen y rompiesen, sino que ocultasen por miedo incluso a sus descendientes y por motivos de seguridad, las historias de un tío, de un abuelo, de un pariente cercano… que habían sido republicanos y que se habían señalado en la causa.
En la práctica totalidad de los deportados españoles a los campos nazis observamos el mismo esquema vital y el padecimiento de similares vicisitudes. Todos ellos huyeron de una España que ha caído en manos de una férrea y represiva dictadura que nació al calor del fascismo italiano y del nazismo alemán, tras la Guerra Civil Española. Motivos no les sobraban, pues la mayoría había formado parte de las milicias republicanas o del Ejército Popular de la II República y combatido contra los golpistas, o habían desempeñado cargos políticos o institucionales relacionados con la II República o eran personas que militaban en alguna partido o sindicato de izquierdas que se habían señalado lo suficiente como para no esperar nada bueno de los vencedores de esta contienda bélica fratricida cuyas profundas heridas aún hoy día no dejan de supurar.
Entre exilio y represión, eligieron lo primero a sabiendas de que lo segundo podría haber terminado con sus huesos en una fosa común tras pasar por un pelotón de fusilamiento o verse privado de libertad durante largos años en uno de los siniestros penales o cárceles franquistas con similares resultados, en muchas ocasiones.
Exilio, decíamos, en el helado mes de febrero de 1939 en una Francia de la que esperan de forma vana una acogida mínimamente humanitaria, país que recibe a casi medio millón de exiliados como si fueran reses, recluyéndolos en improvisados campos de concentración a orillas del Mediterráneo (Argelès-sur-Mer, Barcarès, Saint Cyprien…) sin las menores condiciones higiénicas ni sanitarias, sin infraestructuras, sin apenas alimentos… Eso sí, rodeados de densas e ignominiosas alambradas de espino y bajo un férreo control y disciplina de las autoridades galas que emplearon a unas embrutecidas tropas coloniales para controlar a los refugiados españoles.
Otros caminos del exilio español se dirigieron al norte de África, a Rusia y desde Francia, a México, país que acogió a miles de exiliados, y otros países sudamericanos.
Desde estos campos y ante las inhumanas condiciones en que se encontraban, miles de españoles optaron por regresar a España viviendo desiguales desenlaces. Muchos miles de los que se quedaron murieron de enfermedades e infecciones. El resto de exiliados se distribuyó por otros campos ya algo mejor acondicionados, pero siguieron siendo maltratados y mal alimentados puesto que el objetivo de las autoridades galas era deshacerse de ellos y que volvieran a su país. Los exiliados españoles fueron unos indeseables para el gobierno galo, no en cambio para el pueblo francés, que acabó ganando su simpatía y suministrando alimentos, ropa y otros elementos de primera necesidad mediante donaciones y otras vías de ayuda.
En septiembre de 1939 Alemania invadió Polonia.7 Francia y el Reino Unido declararon inmediatamente la guerra a Hitler, catapultado a Fürer del III Reich por una sociedad enloquecida y fanatizada. Empieza la contienda más sangrienta de la Historia de la Humanidad. Los franceses, necesitados de toda la mano de obra disponible y todos los recursos humanos ante el conflicto bélico, obligaron a elegir a los varones españoles que quedaban en los campos entre dos opciones: volver a España con Franco o integrarse en el ejército francés ya como combatientes ya como mano de obra en unidades de trabajo militarizadas, las famosas Compañías de Trabajadores Extranjeros, las CTE. Varios miles se incorporaron como militares, como combatientes concienciados en luchar contra el fascismo, mientras que la mayoría, decenas de miles, se incorporaron a las CTE.
Hasta mayo de 1940, en que Alemania inició el asalto a Francia, los españoles estuvieron realizando trabajos de refortificación, de defensa, obras en carreteras, puentes, cuarteles, campos de tiro, aeródromos… pero especialmente sus labores se destinaron al reforzamiento de la famosa Línea Maginot, obra de tan magna complejidad y tamaño como tan sencillamente inútil. Como sabemos, los alemanes atravesaron Holanda y Bélgica para ocupar Francia en varias semanas sin necesidad de atacar la Línea Maginot, capturando a cientos de miles de prisioneros de guerra franceses, entre los que se encontraban la mayoría de españoles. La mayor parte de ellos fueron aprisionados en las playas de Dunkerke, donde se libraron durísimos combates con el resultado de miles de muertos, y en la bolsa de los Vosgos, al sur de la ciudad de Nancy. En total fueron alrededor de diez mil los españoles capturados por los alemanes entre los despojos del humillado ejército francés, en junio de 1940.
En Dunkerke la marina inglesa, apoyada por embarcaciones civiles, pudo salvar a varios cientos de miles de soldados británicos y franceses. También había españoles que combatieron entre las filas francesas y que lograron ganar a duras penas las costas británicas. Pero las autoridades inglesas, tras retenerlos y someterlos a duros interrogatorios, los mandaron de vuelta a la Francia de Vichy, donde entraron nuevamente en la dinámica de la deportación y recalaron en los campos nazis, de donde muchos de ellos no saldrían jamás…
El resto de españoles de las CTE fueron integrados en los GTE, los Grupos de Trabajadores Extranjeros, al servicio de la Francia del mariscal Philippe Pétain, a estas alturas de la vida convertido en un esbirro más de Hitler que en un verdadero patriota francés, en un traidor... En ellas decenas de miles de españoles fueron explotados laboralmente durante casi un lustro en la agricultura o la industria. Muchos de ellos acabaron en la organización TODT realizando trabajos de fortificación para los alemanes (bases navales, fortificaciones, búnkeres, rampas de lanzamiento de misiles…). Un elevado número de españoles que huyeron al norte de África tras la Guerra Civil acabaron prestando de forma obligada su fuerza de trabajo a la Francia cobarde y vasalla de los nazis, especialmente en las cuasi legendarias obras del malhadado Transahariano.8 Con el tiempo, de entre éstos se compondría la legendaria La Nueve, la famosa compañía integrada en la División Leclerc que acabaría liberando París. Pero esa, aunque apasionante, es otra historia...
La siguiente estación del particular calvario de nuestros compatriotas españoles apresados por los germanos fueron los frontstalag, unos campos de prisioneros que los alemanes organizaron en suelo francés desde donde iban remitiendo prisioneros a los stalags o campos de prisioneros en suelo alemán. Algunos españoles permanecieron meses en los frontstalag mientras que otros tan sólo estuvieron en ellos algunas semanas antes de ser llevados a algunos de los muchos stalags. En ellos ocurre lo mismo, hay quienes pasaron varios meses y hay quienes pasaron apenas unas semanas antes de ser transferidos a un fatal destino: algunos de los muchos campos de concentración nazis del III Reich como Sachsenhausen, Dachau, Floosenbürg, Auschwitz-Birkenau, Buchenwald… Pero la mayoría fueron a parar al de Mauthausen, en Austria, del que llegó a depender más de un centenar de subcampos, entre ellos el de Gusen, el más importante, incluso de mayor tamaño que el campo matriz, y donde serían brutalmente asesinados la mayoría de los españoles.
Algunos deportados llegaron el verano de 1940, otros hacia finales de ese año a lo largo del siguiente. Avanzada la guerra, los españoles que llegaban procedían de las detenciones en Francia por mantener actividades subversivas y de resistencia.
Y, además de hombres, medio millar de valientes españolas fueron enviadas a campos de concentración nazis, concretamente al de Ravensbruk, por su participación en actividades de la resistencia en Francia, campos donde fueron explotadas laboralmente y sufrieron muchos malos tratos y vejaciones.
Para los españoles los campos de concentración suponían una siniestra novedad, pero no para los alemanes porque los nazis habían empezado a construir los primeros de ellos en los años treinta. Estos primigenios campos tenían como objetivo el recluir y “reeducar” a opositores políticos entre los que se encontraban, especialmente, comunistas, socialistas, sindicalistas y todo tipo de personas de izquierdas, también personas consideradas enemigas y peligrosas para el régimen nazi… En paralelo los nazis pusieron en marcha el denominado Aktion T4, un programa de eugenesia forzosa, de crueles asesinatos selectivos centrados en personas que consideraban una carga para Alemania y la sociedad: de esta forma cientos de miles de personas discapacitadas o con determinadas patologías mentales, de lisiados… fueron recluidos en “sanatorios” para ser brutalmente asesinados -privados del mejor regalo que les puede ofrecer la existencia: la vida- e incinerados, sin más, al poco tiempo. Un auténtico horror, un genocidio, una brutal barbaridad que aún hoy día no tiene ni nombre.
Comenzada la Segundad Guerra Mundial, el sistema concentracionario nazi se amplió y se volvió de una gran y siniestra complejidad donde la mano de obra esclava que suponían los millones de prisioneros se transformó en una enorme fuerza de trabajo que movió los intereses no sólo de los SS y el III Reich, de los nazis, sino también de miles de empresas -pequeñas, medianas y grandes- y empresarios carentes de los mínimos escrúpulos y principios éticos y morales, que veían en esta mano de obra esclava una gran oportunidad de negocio y con la que ganaron inmensas e inmorales fortunas.
El campo de Mauthausen tenía varios subcampos dependientes, siendo el de Gusen el más importante. Desde el campo principal se distribuía a los prisioneros a diferentes destinos para explotarlos laboralmente hasta la muerte. Cuando en el campo principal ya no daban más de sí, los prisioneros en peor estado de salud y menos productivo eran enviados a Gusen, donde tardaban días, semanas y como mucho algunos meses, en ser brutalmente exterminados. La mayor parte de los españoles asesinados lo fueron en Gusen. Los hornos crematorios no daban abasto para incinerar tal cantidad de muertos, por lo que funcionaban 24 horas al día y todos los días del año impregnando el ambiente de un fuerte y perenne olor a carne humana abrasada... Ese intenso y penetrante hedor podía olerse a kilómetros.
Los protagonistas de este relato siguieron esta tenebrosa secuencia vital hasta el final de sus días, que aconteció en los últimos meses de 1941. Y es que entre finales de 1941 y principios de 1942 se produjo la mayor mortandad de españoles merced a la combinación de una serie de siniestros factores: la inadecuada alimentación, la falta de higiene, la brutal explotación laboral, la inexistencia de tratamiento sanitario, las crueles palizas, las terribles condiciones climáticas y de existencia… A partir de esa fecha, los nazis empezaron a mirar algo más por los prisioneros porque los necesitaban como fuerza de trabajo para sus armas y fábricas de armamento, pues el frente requería de más soldados alemanes y esa mano de obra debía ser suplida. Además, los bombardeos de los Aliados estaban inutilizando muchas fábricas armamentísticas, por lo que las trasladaron hacia las zonas del este, más alejadas de la capacidad aérea Aliada. De esta forma en los entornos de Mauthausen y Gusen se crearon una serie de instalaciones industriales subterráneas para la fábrica de armamento y material bélico.
Capítulo aparte merece el siniestro castillo de Hartheim y los terribles camiones fantasma, donde se encerraban a los prisioneros y se les asfixiaba con los gases emitidos por el tubo de escape del vehículo. Se calcula que alrededor de medio millar de españoles fueron llevados a estas instalaciones, gaseados e incinerados.
Los fracasos alemanes en el frente del este ante el ejército soviético, como el de Stalingrado (batalla que se libró entre agosto 1942 y febrero 1943), así como la llegada masiva de Aliados por el oeste tras el desembarco de Normandía (junio 1944), hicieron ver a los generales nazis (a los pocos que no lo habían visto antes) que la suerte estaba echada, que más temprano que tarde el III Reich iba a sucumbir sin remedio. Los alemanes se quedaban sin recursos humanos, sin soldados, sin suministros básicos, sin armas, sin fábricas, sin capacidad ofensiva ni defensiva… A medida que el rodillo ruso avanzaba por el este se fueron liberando los campos, mostrando al mundo aquel horror inenarrable que habían creado los nazis y que hoy día, incomprensiblemente, muchos, demasiados, niegan... El último de los campos en ser liberado fue el de Mauhtausen, lo que aconteció oficialmente un cinco de mayo de 1945.
Los prisioneros, ya liberados, fueron reconducidos a sus países de origen tras un período de adaptación en que recibieron atención médica y una alimentación adecuada. Todos menos los españoles, que se quedaron un mes más en el campo porque ningún país los reclamaba. Volver a España, como sabemos, suponía la muerte o la privación de libertad durante años en unas condiciones extremas, por no hablar de la presión que podían recibir desde un régimen dictatorial como el franquista y desde la propia sociedad. Finalmente, y ante el apoyo de la sociedad francesa, Francia acogió a los poco más de tres mil quinientos españoles supervivientes y les ofreció una nueva vida, aunque no fue nada fácil para ellos, porque tuvieron que trabajar muy, muy duramente para labrarse un futuro y dejar atrás casi diez años de guerras, sufrimiento, torturas, hambre…
Muchos españoles murieron tras la liberación, a los meses o años, como consecuencia de los negativos efectos físicos arrastrados en su salud por la estancia en el campo y las extremadamente malas condiciones de existencia. Otros, no se sabe a ciencia cierta cuantos, no pudieron superar las cicatrices psicológicas de unas vivencias horripilantes y tomaron el camino del suicidio liberándose de la única manera que podían de un presidio de dolor y recuerdos insufribles… De los que permanecieron en Francia, muchos nunca regresaron a España. Otros, muy pocos, lo hicieron algunos años antes de que muriera Franco y fiando su vida a un pasaporte francés. Tras lustros o décadas, pudieron abrazar nuevamente a sus madres si para entonces éstas vivían, y a los seres queridos que permanecían con vida. Muchos optaron por viajar a España una vez muerto Franco, pero con el miedo siempre en el cuerpo de quedar en manos de la Guardia Civil y ver el final de sus días más pronto que tarde. Ninguno de ellos creía que, tras la guerra y la derrota de los alemanes, las potencias Aliadas iban a dejar al general Francisco Franco, estrecho colaborador del régimen nazi, regir los designios de España. Se equivocaban…
A día de hoy los deportados españoles en Mauthausen han tenido más reconocimiento en el país vecino que en el nuestro propio. Sólo en los últimos tiempos -ya tardíamente porque los que todavía vivían, casi centenarios, han muerto en los últimos años- ha habido cierto movimiento de recuperación de sus historias y de su memoria desde investigadores, periodistas, familias, asociaciones e instituciones de carácter memorialistas; mediante un gran número de publicaciones y de reediciones de antiguos libros, artículos, estudios; a través de actos de reconocimiento y de la creación de memoriales, monumentos… que están tratando de hacer un merecido y necesario hueco a la figura de los deportados españoles en la Historia de España.
Por mi parte, decir que a pesar de la extensa bibliografía estudiada y de los numerosos archivos consultados, es cierto que me han quedado algunos otros por consultar. En unos casos y después de años y de varias peticiones ni me han contestado, dado el ingente volumen de soliciutdes que manejan, mientras que en otros la mala conservación de determinados documentos ha impedido obtener copia digital y como mis recursos y mi tiempo son limitados, no he podido desplazarme personalmente y visualizarlos in situ. También es verdad que hay cierta bibliografía que no he podido trabajar por no haber estado a mi alcance, así como personas y familias que pese al esfuerzo por localizarlas finalmente no las he podido contactar y cuyos testimonios habrían completado este trabajo… En definitiva, por distintas razones no he podido disponer de algunos materiales y ciertos testimonios que me hubieran ayudado a componer y perfilar mucho mejor estas historias de vida. Más adelante, cuando cuente con más documentos y haya podido contactar con más personas, introduciré los cambios oportunos en esta investigación. Los resultados, que a continuación se exponen, no puedo demorarlos más.
Y en vista de que la edición a papel de este libro va a demorarse más de lo esperado y hay personas que no pueden esperar, he decidido compartirlo on line en descarga directa para que las historias de estos deportados sean conocidas y sus memorias restituidas y dignificadas.
DESCARGA DIRECTA ARDALEÑOS DE CENIZAS
Enlace:
https://www.dropbox.com/s/06k9wkxcdvxwfho/ARDALE%C3%91OS%20DE%20CENIZAS_WEB.pdf?dl=0&fbclid=IwAR3gvlcTV0ljxXpq8KsuHL9z9vOl5IpTHhagvYDskQjQz2uX5DCUVEh6LlQ
1 Sáɴᴄʜᴇᴢ Gᴜᴇʀʀᴀ, Diego Javier:: Sierra de las Nieves desconocida. Historia, patrimonio y cultura. Parte I: El territorio y su memoria http://airesdemonda.blogspot.com/2013/11/sierra-de-las-nieves-desconocida.html
2 Sáɴᴄʜᴇᴢ Gᴜᴇʀʀᴀ, Diego Javier: El genocidio nazi en la Sierra de las Nieves: http://airesdemonda.blogspot.com/2015/05/el-genocidio-nazi-en-la-sierra-de-las.html
3 Sáɴᴄʜᴇᴢ Gᴜᴇʀʀᴀ, Diego Javier: Francisco Domínguez Fernández. Un toloxeño con billete de ida y vuelta al infierno: http://airesdemonda.blogspot.com/2018/05/francisco-dominguez-fernandez-un.html
4 Para mí ha sido una verdadera pena no haber podido contar con todos los certificados de nacimiento de algunos de los protagonistas nacidos en Ardales, dado que algunos de ellos no constan en el archivo municipal de este municipio.
5 Son numerosos los testimonios que he empleado procedentes de diferentes protagonistas y testigos en distintos momentos para ilustrar determinados acontecimientos y sucesos.
6 Ello me ha llevado a contactar con numerosos familiares de deportados por toda la geografía española, de los que he obtenido una extraordinaria ayuda y un cálido apoyo.
7 Hitler había llegado a un entendimiento con otro de los grandes matarifes del siglo XX, Iosif Stalin. Ambos habían firmado un pacto de no agresión en agosto de 1939 (Pacto Ribbentrop-Molotov), de facto, un acuerdo para repartirse Polonia y Europa oriental en áreas de influencia entre ambas potencias.
8 Este ambicioso proyecto ferroviario francés pretendía comunicar el Mediterráneo con el río Níger, controlando así el comercio desde el Golfo de Guinea, con más de 3.000 km de raíles. Fue hacia 1881 cuando se aprobó la propuesta para la unión de los territorios franceses de África y la expansión colonial por medio del ferrocarril. Este proyecto, que por numerosas dificultades nunca llegó a finalizarse, quedó devorado por las arenas del desierto.
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