miércoles, 29 de septiembre de 2021

LA NORIA DE PUERTO O SANIYA DE AFETARIX. UN INGENIO HIDRÁULICO DE RAÍCES ANDALUSÍES EN EL PAGO DE LOS HUERTOS DE MONDA. PARQUE NACIONAL SIERRA DE LAS NIEVES


En primer lugar, quiero agradecer a nuestro vecino Miguel Ángel Puerto González, Capitán Chirla, y a su familia el haberme permitido acceder a la protagonista de esta entrada, la Noria de Puerto o de los Huertos, o Saniya de Afetarix, y compartir conmigo sus recuerdos familiares para poder componer esta entrada. No olvidemos que hablamos de una propiedad privada y que bajo ninguna circunstancia es de libre acceso.

 

 *    *    *    *

 Fachada de la noria de Puerto o saniya de Afetarix.
 

Ya lo he manfiestado en este blog en numerosas ocasiones -no me cansaré de decirlo- y aquellas personas que hayan leído algo de lo que he escrito relacionado con el patrimonio cultural en Monda y de las poblaciones que se encuentran en el entorno del Parque Nacional Sierra de las Nieves, pensarán que me repito más que el chorizo frito con ajo (¡Ajú que bueno!) cuando digo que el mayor patrimonio de esta tierra es el agua y los elementos que a ella se le asocian: los paisajes agrarios dibujados por el pincel del agua manejado por el Ser Humano, como son las huertas con sus intricadas redes de acequias, sus musicales albercas acompañadas por el coro de las ranas, los tableros de cultivos...; fuentes para el abastecimiento público y lavaderos cargados de miles de historias; numerosos ingenios hidráulicos como molinos harineros y de aceite, batanes de paños; infraestructuras hidrológicas como presas y azudes; otros muchos patrimonios como los mismos pozos de nieve... y no menos interesantes aunque en nuestra tierra, quizás, un poco más desconocidos, como son las norias. En esta entrada hablaremos de ellas y específicamente de la Saniya de Afetarix, o sea, de la conocida como Noria de Puerto o de los Huertos -ya explicaré el nombre- un fabuloso ingenio hidráulico que atesora miles de años de tradición y de conocimientos técnicos que presenta un estado de conservación realmente bueno y que es una gran desconocida.

¡Vamos allá!

 

INTRODUCCIÓN

 

Vista de los Huertos desde el castillo. 
A la izquierda el Chaparral y al fondo, la Vega
y Rozuelas.
 

Vista aérea del pago de los Huertos en los años setenta.
Obsérvese el viejo molino de aceite, la vaquería o cebadero de María Mancha,
el lavadero y fuente de la Villa así como la misma noria.
La alberca ya había desaparecido con la construcción de la carretera.

Pero para contextualizar debidamente esta maravilla de la ingeniería hidráulica tenemos que hablar primero y de forma obligada del entorno en el que se encuadra: la zona de los Huertos, situada en la parte baja del pueblo y en la salida hacia Guaro, un espacio agrícola irrigado de origen andalusí cuyo nombre original era Afetarix, tal y como nos refieren las fuentes escritas y cuyo significado a día de hoy desconozco por completo (se que se está elaborando un libro sobre la toponimia mondeña por varios especialistas, por lo que su o sus significados serán desvelados en no mucho tiempo). La noria de Afetarix o noria de Puerto forma parte integrante e indisoluble, al igual que la red de acequias, atarjeas, albercas… de un espacio mucho mayor: la zona de huertas, de la que es uno de los elementos más importantes y sin duda alguna el más singular. Esta zona de huertas, como hemos dicho, es de origen andalusí al igual que el pago de Pitalata o las huertas de Alpujata, posiblemente de época nazarí o incluso algo anterior. 

 

Inédita imagen aérea del pago de los Huertos de fines delos años ´60 o principios 
de los ´70 de la pasada centuria, en su máximo esplendor.

El pago de los Huertos se surte de las aguas procedente de la fuente de la Villa (llamada fuente del Alfaquí en época andalusí, según las fuentes documentales) y de la fuente de la Jaula (llamada Alhaura en época andalusí, según los documentos archivísticos, y que significa álamo), que la nutren y avenan a través de una intrincada e inteligente red de acequias, partidores, albercas... La fuente de la Jaula también suministraba y suministra agua al pago de Pitalata, término de origen andalusí que sí se ha mantenido en el tiempo llegando hasta nosotros. Al parecer, según el libro del apeo de Monda del siglo XVI, el agua de la acequia que partía desde la fuente de la Jaula hacia el pago de Pitalata, iba a parar a una alberca, como ocurre en Alpujata, pero esa alberca o no se ha conservado o con el tiempo fue derribada y vuelta a construir en otra ubicación, no sabemos a ciencia cierta su destino, pero aparece mencionada varias veces en la citada fuente documental. En las inmediaciones de esta alberca debía estar el lavadero del Almocaber, que citan también las fuentes escritas, que dan al conocido como arroyo de la Chorrera el nombre de arroyo de Lavia, término cuyo significado también desconozco. En este arroyo y aguas abajo de la fuente de la Jaula, cuesta hoy imaginarlo, había lo que las fuentes documentales llaman enriaderos, esto es, lugares donde se remansaba el agua ganando cierta profundidad mediante la realización por parte de algunos vecinos de efímeros muretes de piedra sin argamasa que retenían parte del caudal. Como hemos hecho muchas veces cuando éramos niños y queríamos hacer una pequeña poza para refrescarnos.

Esbozo de la red hidráulica de los pagos de Afetarix y Pitalata.

 

Espacio irrigado de Pitalata.

En estos enriaderos se sumergían los haces de esparto para ser cocidos, tratamiento previo para su posterior manipulación, majado, trenzado y conversión en cuerdas, cordajes, hondas, alpargatas… y un sinfín de elementos de la vida cotidiana. La industria artesana del esparto, cuyos saberes y conocimientos técnicos tienen muchos miles de años, fue de capital importancia en un pequeño pueblo rural como Monda hasta que la llegada de la era del petróleo, con la diversidad y economías de escala de sus materiales plásticos, desbancó para siempre este saber milenario que escasamente malvive en la memoria de algunas personas mayores antes de su irremediable total extinción.

En este arroyo de la Lavia, la Chorrera, es posible que hubiera un pequeño azud, como ocurre con otros cauces fluviales (Alpujata, donde había varios; Rochiles, donde hemos localizado uno...) Las fuentes documentales no lo mencionan, pero el que estas letras escribe recuerda como de pequeño, años antes de ser embovedado el arroyo, las aguas se remansaban en una estructura de obra que si bien parecía relativamente reciente, no sería extraño que estuviera amortizando una estructura anterior, aunque no necesariamente de época andalusí.

De la fuente de la Villa, muchos siglos antes de que se construyera su lavadero, partía una acequia que iba a parar a una gran alberca, según refieren también las fuentes escritas. Lo sabemos porque en el apeo de la hacienda del morisco Álvaro Majaio se recoge, entre otras propiedades:

-Morales: 

   - 2 en la fuente de la villa, uno cabe la fuente y otro cabe la alberca y una mata quemada linde con tierras de Alvaro Hoxaini.

Esta alberca, que era de origen andalusí, fue destruida con la construcción de la carretera de Monda a Guaro. De ella todavía los más mayores guardan memoria y se conserva alguna que otra foto aérea donde se atisba muy fugazmente. 

 

Alberca y lavadero de la Villa, ya desaparecidos. 
En la parte izquierda de la alberca observamos  una construcción
circular, que puede tratarse de alguna estructura hidráulica que
ayudara en la distribución de las aguas.

Fotografía donde se aprecia el detalle parcial de la vieja alberca
junto al concurrido lavadero de la Villa .

Plano de mediados del siglo XX donde se recobe la fuente y lavadero 
de la Villa, la vieja alberca y donde he dibujado 
la posición de la noria.

Entre la alberca y la fuente de la Villa, que se nutre a través de una mina (técnica para la captación de agua subterránea de origen oriental extendida por los musulmanes), había un lavadero. El lavadero de la Villa. No se conoce la fecha de construcción, que debió ser a finales del XIX o principios del XX. Ese primer lavadero quedó destruido por la acción de un rayo, según algunos testimonios. Más adelante, hacia los años sesenta del siglo XX, se levantó un nuevo lavadero público con pilas independientes, toda una innovación con un gran plus de higiene y salubridad. Este lavadero, con la llegada de la electricidad y las lavadoras, quedó en desuso y sufrió una enorme transformación constructiva: fue parcialmente derruido y se levantó un edificio sobre él que tuvo muy diversos usos (bar, restaurante, pollería -menudos pollos asados de puta madre hacían los Pichones, todavía me acuerdo-, almacén, centro de formación que acogió un módulo de Escuela Taller de Turismo…)  mientras que en los bajos del mismo se conservó parte del pilar de lavar original, que hacía las veces de alberca para conservar el agua que luego se empleaba en los regadíos. 

 

Fuente y lavadero de La Villa.
(Colección Biblioteca Pública Municipal de Monda).
 
El lavadero de la Villa (lo poco que quedaba de él) en tiempos en que era utilizado 
como Escuela Taller. 
(Colección Biblioteca Pública Municipal de Monda).

Con los nuevos aires europeos y subvenciones transpirenáicas que prometían el oro y el moro y un futuro esperanzador en cuanto a la equiparación con los derechos y servicios europeos, se reestructuró por completo el lugar y se levantó el edificio que hoy día contemplamos y cuyo cometido era el de servir de oficina de atención turística… Con esta última actuación el pilar del lavadero, el único elemento original que conservaba el monumento y que de alguna manera podía haber sido un reclamo turístico de carácter cultural y un elemento para la salvaguarda de nuestra identidad cultural, fue completamente demolido y arrasado por maquinaria pesada y por la ignorancia, en lugar de haber sido integrado en la obra nueva desde una perspectiva y un planteamiento inclusivos que abogaran por mantener la memoria del lugar y el respeto al pasado, a lo que somos, al lugar de dónde venimos…El pogreso, le llaman. Ni comentar quiero la remodelación estética de opinable gusto de la que fue víctima la fuente de la Villa -verdadero atentado a su integridad estética de honda tradición estética y vernácula- que, por otra parte, guarda un misterio. Según cuenta la leyenda, hay un pasadizo secreto que conecta este lugar con el castillo de Monda y que era utilizado por los mondeños andalusíes en épocas de asedio. También cuenta la leyenda, al más puro estilo de Cuentos de la Alhambra, que ese pasadizo está lleno de riquezas olvidadas… Todas las leyendas tienen su fundamento y en este caso lo más probable es que lo que ayudó a la imaginación a emprender el vuelo sería la existencia de una mina o galería que recibe el agua procedente de las entrañas del cerro de la Villeta y que vierte a la fuente. Este tipo de solución para obtener agua no es ni de origen musulmán ni privativo al mundo andalusí, pero bien es cierto que fueron los mahometanos los que les sacaron un mayor provecho y lo propagaron por un amplísimo espacio territorial.

 

Estado lamentable, en mi opinón, en que quedó la fuente tras su remodelación, 
que la privó, por desgracia, de su estética tradicional desvirtuándola completamente.
(Fuente: https://andaluciarustica.com/monda-fuente-de-la-villa.htm ).
 
 
Aspecto que presenta la construcción que se levantó sobre lo que fuera el lavadero de la Villa, 
con unos arcos que pobremente parecen pretender remedarlo. 
A la izquierda, ubicación donde estuvo la alberca.

Pero volvamos al tema central, que me salgo de madre, como siempre… El agua, que brotaba -y brota- de las entrañas del cerro de la Villeta y que veía -y ve- la luz a través de la fuente de la Villa, se almacenaba en una gran alberca, hoy desaparecida, como acabamos de decir, de la que partían dos acequias principales o madres, una hacia la derecha y otra hacia la izquierda, que a través de una serie de partidores y atarjeas, eran conducidas a los diferentes bancales y tableros según los turnos de riego establecidos por los agricultores.

 

Acequia madre a su paso por la saniya de Afetarix.

Las fuentes nos refieren que al ser poca el agua de la que se disponía, las tensiones y peleas entre agricultores eran frecuentes. Estas acequias principales, o madres, eran, en origen, de tierra. Con el tiempo y sólo en épocas relativamente recientes se fueron construyendo de obra para evitar la "pérdida" de agua por filtración. Pongo “pérdida” entre comillas porque el agua, realmente no se perdía, sino que al filtrarse por los bancales contribuía a mantener un nivel de humedad que favorecía a los cultivos. Más recientemente, a veces, algunas incluso se llegaron a entubar. Las acequias secundarias, los ramales que llevaban agua a los distintos tableros por la fuerza de la gravedad el agua, también eran de tierra y con el tiempo algunos se hicieron de obra e incluso se entubaron. Finalmente, de los ramales el agua fluía directamente a los bancales haciéndose circular a través de lomos de tierra, por todos los árboles y cultivos, mediante un sabio y hábil manejo de la chapulina por parte del agricultor. 

Partidor o distribuidor de aguas de riego.
 
 
Acequia terriza dentro de un bancal.

Pero no toda el agua se destinaba al riego en el mismo momento del turno, puesto que algunos regantes tenían algunas albercas y en ellas almacenaban el agua de sus turnos de riego para posteriormente emplearla según estimase más oportuno o para disponer de una necesaria reserva. Por ello, además de las acequias principales y ramales secundarios y sus partidores, en estas huertas existen otras infraestructuras relacionadas con la captación, el almacenamiento y distribución del agua, como son las albercas, algún que otro pozo que nos hemos encontrado por sorpresa y la singular protagonista de esta entrada: la Noria de Afetarix o Noria de los Huertos, que cuenta bajo su suelo con un fabuloso aljibe.

Una de las acequias culebrea entre los bancales.

Una de las albercas de la zona de los Huertos.  

Además de todo este patrimonio cultural material cuyo origen, cuyas raíces, hay que buscarlas induvitativamente en el mundo andalusí, tendríamos que tener presente todo el patrimonio cultural inmaterial, más invisible y menos evidente, pero existente y no menos importante: el trabajo de acequiero, el tema del reparto de los turnos de agua, los conocimientos agrícolas, los conocimientos técnicos para la construcción o manutención de las infraestructuras hidráulicas... todo un ancestral legado de conocimientos y sabidurías que se están perdiendo.

Uno de los bancales.

Esas huertas no estaban ahí por casualidad, no se generaron de forma espontánea, sino que las establecieron los habitantes andalusíes de Monda -los primeros mondeños, dado que el pueblo es de fundación islámica y no cristiana- gracias a la proximidad del manantial de la fuente de la Villa y porque la agricultura de irrigación era su principal medio de vida. De modo que tratamos de un paisaje cultural con un gran componente antrópico y en el que se han sucedido y suceden numerosos cambios porque es un paisaje vivo. Huelga decir que por encima de estas huertas se encuentra el caserío y por encima de éste, el castillo de la Villeta. Esa es la estructura urbana de nuestra población y de otros vecinos municipios que, debido a su mismo origen andalusí, siguen el mismo esquema compositivo de Monda porque comparten raíces e historia: Guaro, Ojén, Tolox, Alozaina, Yunquera, Casarabonela, Istán... En todos ellos nos encontramos una fortaleza de mayor o menor importancia en cota dominante (aunque no todos las han conservado hasta el día de hoy); algo más abajo, aunque a veces envolviendo a la fortaleza, se encuentra el caserío; y, finalmente, en la parte más baja, las zonas de huertas que surten de productos a los habitantes. Así tuve ocasión de mostrarlo y reflexionarlo en URBANISMO Y ARQUITECTURA POPULAR EN LA SIERRA DE LAS NIEVES. UN PATRIMONIO DESCONOCIDO.

 

La impresionante estampa del caserío de Yunquera, 
con sus huertas a los pies.

Y es que, durante la Edad Media, tanto en el mundo islámico como en el cristiano, el agua tuvo una importancia capital, principalmente para su empleo en el regadío, el consumo humano y animal, pero también para servir de fuerza motriz de determinadas máquinas y artilugios, como los molinos de harina, los batanes, los martinetes... Fueron muchas y muy diversas las obras que se emplearon para controlar y administrar agua a las poblaciones y tierras de labor a través de elementos de captación, de pozos, norias, azudes, acequias, qanats… que han dejado su huella física y su huella toponímica a lo largo y ancho de nuestro país. Y si bien está claro que fueron los musulmanes los que trajeron a la Península Ibérica y potenciaron los usos del agua (regadíos, norias, molinos, martinetes…), muchos artilugios movidos por la fuerza del agua y muchos ingenios relacionados con su extracción, almacenaje, etc., encajaron y se difundieron rápidamente en el mundo cristiano peninsular recibiendo mejoras y otras aplicaciones.

Fuente de los Chorros, en Ojén.
(Fuente: https://www.malaga.es/es/turismo/patrimonio/lis_cd-5313/cnl-133/fuente-de-los-chorros).

 

El Molino de Santisteban, en Guaro, el más antiguo
del entorno del Parque Nacional Sierra de las Nieves.

Hoy día, huelga decir, casi todo el sistema de regadío del pago de los Huertos se organiza a través del riego por goteo, por lo que las acequias se encuentran muy transformadas, algunas abandonadas, otras devoradas por la vegetación... También es cierto que hay menos agua, eso es indiscutible, y es que el cambio climático no es aquello que queda dentro de la pantalla de nuestro televisor y que nos conmueve (o no) instantáneamente mientras lo observamos desde la comodidad de nuestro sofá en el refugio del salón de nuestra casa pensando que sólo le afecta a otros, a esas pobres gentes que viven dentro de la pantalla del televisor unas enormes sequías o unos bíblicos diluvios. Podemos ver como muchas huertas, otrora fabulosos vergeles donde crecían lozanos y azaharinos los naranjos, los limoneros salpicados de sus amargosos frutos dorados, los granados, los nísperos y otros frutales, las hortalizas... se encuentran huérfanas de los necesarios cuidados y mimos por la poca o nula rentabilidad que ofrecen los productos agrícolas en un mundo con unos mercados totalmente globalizados y completamente pensado, dominado y modelado por las dinámicas capitalistas ultraneoliberales. De todas ellas sólo hay una pequeña huerta que recibe unos primorosos cuidados por parte de su propietario, una huerta que resiste a todos estos envites cual aldea gala que yo se me, la de Miguel Peral -el Perita, para que nos entendamos- donde, de manos de este agricultor y posiblemente sin que sea totalmente consciente de ello, perviven todos esos extraordinarios conocimientos y legados provenientes del mundo andalusí y transitado por los cristianos de repoblación hasta llegar a nuestros días.

 

 

¿QUÉ ES UNA NORIA? ACLARANDO TÉRMINOS

Bueno, pues una vez expuesto muy brevemente el contexto, vayamos al grano, vayamos a conocer la Saniya de Afetarix o Noria de los Huertos, empezando por su significado, porque todas las palabras tienen sus orígenes y uno o varios significados, lo cual enriquece nuestra extraordinaria lengua, el castellano, y a veces, según el contexto, el momento y el tono empleados, puede significar una u otra cosa. Por eso vamos a empezar por ahí, para aclararnos un poco, así que ¿Qué es lo que dice la RAE sobre la palabra noria? Al parecer es un término que procede el árabe hispánico o andalusí, na‘úra, y este del árabe clásico nā‘ūrah. No es de extrañar, pues el castellano está ensortijado de miles de palabras y vocablos de muy diversos orígenes dado el cúmulo de culturas y civilizaciones que a lo largo y ancho del tiempo han hollado nuestra ajada piel de toro. Entre ellas es de destacar la cultura islámica y su legado lingüístico, que tiene un peso importante en el mundo agrícola, entre otros. Siguiendo con nuestro tema, la palabra noria tiene varios significados, a saber:

    1. f. Máquina compuesta de dos grandes ruedas engranadas que, mediante cangilones, sube el agua         de los pozos, acequias, etc

    2. f. Pozo, de forma comúnmente ovalada, del cual se saca el agua con una noria.

    3. f. Artilugio de feria consistente en una gran rueda con asientos que gira verticalmente.

De los tres significados el que nos interesa es el primero (que da nombre al tercero, todo hay que decir). Se refiere a los ingenios compuestos por ruedas que servían para elevar agua. Se distinguen dos tipos:

-Las norias de corriente (fluvial o de vuelo), compuestas por ruedas verticales, sin engranajes, que eran movidas por ríos o canales de agua, también nombradas en algunos lugares como aceñas. La misma rueda tenía carácter motriz y de transporte del agua. De este tipo eran las de la antiquísima noria de la Albolafía de Córdoba (la actual es de 1965, pero la original era del siglo XII) o la noria de la Aceña, en la malagueña población de Cuevas de San Marcos. Se trata de ruedas de grandes dimensiones, de diámetros que superaban los diez metros, que elevaban el agua de un curso fluvial estable.

 

Noria de la Aceña, en Cuevas de San Marcos.
(Fuente: https://www.malaga.es/es/turismo/patrimonio/lis_cd-5278/noria-de-la-acena ).
 
 
Distribución de las norias fluviales en la Península Ibérica. 
Obsérvese como todas se encuentran ubicadas en cauces fluviales importantes.

 

-Las norias de sangre (de tiro, saniya o sakia/saqiya, aceña, cenia…), accionadas por fuerza animal o humana y que extraían el agua de pozos de hasta diez metros de profundidad mediante un sistema de ruedas de madera engranadas que transformaban un giro horizontal en otro vertical para subir el agua del pozo. 

Recreación de una noria de sangre.
(Fuente: https://www.geocaching.com/geocache/GC41YF8_noria-de-sangre?guid=4acd9c65-aa91-4edc-8852-53af192931a4 ).

 

Este segundo tipo de noria es la que nos interesa y de la que vamos a tratar en esta entrada. Es muy frecuente y se conservan muchísimos ejemplos en toda la España peninsular e insular que ofrecen diferentes variantes tipológicas. Es muy conocida la noria de la población almeriense del Pozo de los Frailes, las de las islas de Fuerteventura (Canarias) y Mallorca (Baleares), las de Murcia y Valencia, las numerosas que se distribuyen o distribuían por la costa y el interior peninsular... Por otro lado, estarían las accionadas por el aire, pero que no contemplamos en esta entrada.

El origen del nombre, na‘úra, parece que procede del verbo na´ar, que viene a significar “gruñir” o “gemir”, en clara alusión al singular chirrido que emitían cuando entraban en funcionamiento. Como curiosidad señalar que en Palma del Río (Córdoba), las norias de tiro eran conocidas como chirriones. También se cuenta (sin rigor histórico, todo hay que decirlo) que la noria de la Albolafía de Córdoba, una gran rueda de madera, fue mandada destruir por Isabel I de Castilla (Isabel la Católica, para entendernos), en 1492 durante su estancia en la ciudad. Al parecer la todopoderosa reina, transmutada por parte de la más rancia historiografía en musa del nacionalcatolicismo español, se alojaba en el alcázar de la ciudad, a no mucha distancia de la susodicha noria, que por las noches no la dejaba descansar debido a su perenne chirriar. 

 

Noria de la Albolafia, en Córdoba.
(Fuente: https://mateturismo.wordpress.com/2013/07/30/la-callada-albolafia-de-cordoba/ ).

Pero, quizás, sería conveniente hacer una precisión terminológica más afinada y más relacionada con su posible origen. Según algunos estudios, este tipo de ingenio hidráulico no aparece en las obras de importantes arquitectos y científicos romanos y griegos (Vitrubio, Herón, Filón...), al contrario que la noria de rueda vertical y eje horizontal (que parece que nació en oriente próximo hace más de dos mil años), empleada para elevar agua para el riego, para el consumo, para extraerla de las minas, para su transformación en fuerza de trabajo... por lo que han sido muchos los estudiosos e investigadores que creen que no pudo tener origen en la tradición grecolatina y han apuntado a que, más bien, este tipo de máquina fuese un invento persa, aunque necesariamente inspirado en los principios de la mecánica helenística, como señala Caro Baroja (Tecnología Popular Española, 1983). A la sazón muchos ven en la sâniya o sakia, también conocida como sakieh o saqiya, más conocida, quizás, como rueda persa, a su precursora. Por tanto, es más correcto emplear el término noria para sistemas que emplean la fuerza del agua en movimiento, mientras que a los ingenios movidos por animales sería más correcto denominarlos sâniya, sakia, saniya o saqiya, aunque en nuestra tierra, como en otros muchos lugares, se las conozca y denomine mucho más comúnmente como norias de sangre u otros términos que derivan de la lengua andalusí como el de aceña -y es que la diversidad terminológica por la que son conocidas estas norias de sangre en todo nuestro país, responde a su enorme y rica diversidad sociocultural- o, como en determinadas zonas levantinas: ceña (Murcia), cinia o sinia (Cataluña), cenia (Valencia) y en las Baleares con el término sini (Mallorca), todas, todas, todas, provenientes de la voz árabe sâniya (con el significado de “elevadora”) que se popularizó en al-Andalus por encima del término correcto para su denominación que, según recoge el autor sevillano del siglo XII Ibn Hisham al- Lajmî, era el de al-dûlâb o al-dawlâb. Desde ahí evolucionó al árabe andalusí assánya, de donde proceden los vocablos referidos.

Rueda persa.
(Fuente: https://es.wikipedia.org/wiki/Rueda_persa#/media/Archivo:The_%22Persian_Wheel.%22.jpg ).

Ambos sistemas, aunque se empleen para la extracción de agua, son muy diferentes; la aceña -saqiya o sâniya-, compuesta por dos ruedas engranadas (una vertical y otra horizontal), se mueve mediante la fuerza animal (o humana, en muchos casos) y eleva agua de un pozo, de un aljibe... en definitiva, de una masa de agua estacionaria, a través de dos sistemas: directamente con la rueda vertical en contacto con el agua (cuando ésta no se encuentra muy profunda) o a través de una serie de cangilones o arcaduces -recipientes tubulares de barro con un agujero en el fondo, para vaciarse de agua cuando la máquina estuviera parada y no afectarla sometiendo el mecanismo de madera a negativas tensiones con su peso estático- amarrados a una doble maroma que a modo de correa se engrana en la rueda vertical, cuando la masa de agua se encuentra a mayor profundidad (pozo, aljibe...), y que recibe el nombre de rosario, de ahí que a este tipo de ingenios también se les conozca como "noria de rosario"; mientras que la noria fluvial o de corriente presenta una rueda simple, de gran tamaño normalmente, que se estaciona sobre un curso de agua en movimiento (acequia, río, arroyo, canal...) utilizando la propia fuerza del agua para hacerla girar y con ello elevar agua en unos cangilones o contenedores integrados. La similitud de este sistema con la aceña (saqiya o sâniya) de rueda vertical sin rosario hizo que se extendiera la confusión entre ambas y que a la voz “noria”, aplicada a las grandes ruedas elevadoras de agua establecidas en cauces vivos, se le añadiera “de sangre”, para diferenciar unas de otras.

Una vez aclarada la cuestión terminológica -espero no haber liado más a los pocos lectores- podemos continuar.

La verdad es que, aunque a este artilugio hidráulico se le conozca como rueda persa y se le atribuya este origen en una época imprecisa entre la Antigüedad y la Edad Media, no está realmente del todo claro su procedencia... Hay quienes, sin embargo, ubican el invento de la noria de sangre en la India o en Egipto, algunos incluso lo llevan a China… Empero, hay que decir que en los últimos años ha cobrado más fuerza la tesis del origen en el Egipto helenístico de manos, entre otros, del investigador Luis A. García Blánquez, que ha señalado la mención de este tipo de artilugios en papiros y fuentes literarias egipcias desde el siglo III a. C. y arqueológicas desde el siglo II a. C., más específicamente en la zona de Alejandría. En esta antigua ciudad, cuna de grandes maestros, sabios e inventores, se encontró un monumento funerario de entre los siglos I a. C. al I d. C. en el que aparecía la representación pictórica más antigua de este tipo de ingenio hidráulico, tal y como la describe el mencionado Luis A. García Blánquez:

Aquel estuco, identificado también de E. Manzano (1986: 625), rememora una escena cotidiana de su vida y nos muestra una máqui­na compleja con una rueda vertical coloca­da en la boca de un pozo, unida mediante engranajes (no visibles) a un eje vertical con un doble travesaño al que van uncidos sen­dos búfalos de agua, que marchan sobre una plataforma elevada circular encintada con sillares.

 

Estuco funerario al que se refiere Luis A. García Blázquez.
(Fuente: https://docplayer.es/58749109-Las-acenas-de-acequia-islamicas-del-sistema-hidraulico-andalusi-de-murcia-senda-de-granada-antecedentes-tecnologicos-y-propuesta-funcional.html ).

Por tanto, en la situación actual de la investigación, parece que esta máquina elevadora de agua tuvo su origen en el Egipto de época helenística (323 a C. a 31 a. C.) lugar desde el que posteriormente se difundiría por otras regiones y culturas, que irían aplicando otras mejoras técnicas con el tiempo u otras adaptaciones. Lo que está totalmente claro es que fueron los árabes los que distribuyeron la saniya o saqiya por todo el mundo occidental llevando a la Península Ibérica un modelo procedente de la tradición siria o egipcia. Al parecer llegó a nuestras tierras con anterioridad al siglo X y no guarda relación con la noria bereber del norte de África, sino que más bien parece, según señalan algunos especialistas, que al-Andalus se convirtiera en un foco de irradiación secundario de este tipo de ingenio propiciando su difusión por las zonas costeras del actual Marruecos y otros lugares del Mediterráneo. Este sistema de elevación de agua, esta máquina, no llegó a la Península Ibérica de forma aislada, sino formando parte de un conjunto de saberes y conocimientos técnicos, máquinas, herramientas… vinculados a un nuevo tipo de agricultura en la que los espacios irrigados eran preponderantes y cuya aplicación supuso una auténtica revolución agraria y una transformación de los paisajes sin precedentes.

Contamos con una interesante descripción de este artilugio hidráulico recogido por Ibn al-Awan (siglos XII-XIII), citando a otro escritor anterior llamado Abu-el-Jair al-Isbili, y que el citado Julio Caro Baroja recoge en su obra:

Dice que cada dos varas de la maroma de la noria haya cinco arcaduces, y que cuantos más fueren
los dientesen la rueda pequeña… vendrá a ser esta máquina más liviana y ligera, y lo mismo si el palo travesaño fuera largo; el cual no perjudica sea de treinta palmos. Que también se da fácil (curso a la maroma) doble con cortar del palo derecho lo que sobresale por encima del horado del travesaño; y lo mismo si las rodajas que llevan los arcaduces fueran de madera pesada…respecto a que así se logra aquel efecto. Dicen, que para estorbar el encuentro de las gradas de la escalerilla con los arcaduces en el agua del pozo se haga a cada uno de estos en el fondo un pequeño agujero, con lo cual no ladeándose está libres de quebrarse unos con otros; los cuales vaciándose al parar la maroma, por esta causa dura la misma mucho tiempo
”.

¿Y qué función específica tenía una noria o una aceña a la hora de elevar agua? Se preguntarán muchos. Muy sencillo y muy importante; en arqueología hidráulica existe lo que se llama línea de rigidez que según Barceló, Kirchner y Navarro, el trazo del canal principal o acequia madre delimita el crecimiento del espacio irrigable y el área de influencia, porque de él se deriva el agua de riego de un sector determinado. Se da la circunstancia de que el riego, al ser por gravedad, impide que el agua pueda subir de forma natural más allá de la cota que marca el manantial, por lo que la zona irrigada siempre quedará por debajo del punto donde nace o se capte el agua, lo que determinará la zona potencialmente irrigable. Pero, y aquí entran los ingenios hidráulicos para elevar agua, si se establece un mecanismo para elevar agua a una cota superior, la superficie irrigable se puede ampliar de forma considerable. Por otro lado, el disponer de más agua no sólo podía suponer el aumento de la superficie irrigada sino el disponer de más agua para regar con mayor abundancia la superficie de irrigación ya instaurada. Este último parece ser el caso de la protagonista de esta historia, de la Saniya de Afetarix o Noria de los Huertos, que se nutre de un manantial que brota en sus entrañas y que se concentra en un aljibe, como veremos. En otras zonas, cuando no se podía desviar un caudal o hacer llegar el agua mediante acequias, se operaba un pozo y sobre el mismo se instalaba la noria, elevándola unos metros sobre el terreno para que el agua pudiera circular por la fuerza de la gravedad y llegar a los cultivos.

Estructura de una noria de rosario donde podemos ver el sistema de elevación de agua.
(fuente: http://www.asambleamurcia.es/sites/external/murcia_agua/fo8cp8.jpg).

 

 

DESCRIPCIÓN DE LA NORIA DE LOS HUERTOS O

SANIYA DE AFETARIX

La ubicación de este ingenio hidráulico ha llamado bastante mi atención, porque normalmente este tipo de máquina para elevar agua nos la encontramos en zonas más o menos llanas pero en nuestro caso, la aceña de Afetarix se instala en la terraza de una ladera con una fuerte inclinación hacia el arroyo del Tejar. La mayoría de las que he visto y analizado para darle forma a este trabajo se ubican en zonas más o menos llanas siendo que muchas incluso se sobreelevan del terreno artificial y artificiosamente mediante una plataforma cilíndrica de varios metros de altura, normalmente de mampostería reforzada por verdugadas de ladrillo y a veces, también, reforzada con varios contrafuertes, a la que se suele accede por una rampa, operada para que suba, feliz y dócil, el pollino. El objeto de esta elevación no es otro que el subir el agua a más altura para que, merced a los efectos de la gravedad que tan negativos efectos tiene para los que ya vamos peinando canas o sacándole lustre a la calva, descienda con el suficiente impulso y energía para circular por las acequias y cumplir su vital función irrigadora. Pero, bien es cierto que la zona donde se encuentra la saniya, desde que se construyó la carretera a Guaro hace más de medio siglo y otras edificaciones e infraestructuras andado el tiempo, se ha visto notablemente alterada y modificada. Sabemos gracias al testimonio de Miguel Puerto, su propietario, que junto a ella había una alberca hoy desaparecida y que recibía las aguas de la noria, que posteriormente era repartida por los tableros de cultivos.

Otra cosa que no ha pasado desapercibida a mi entender es que, mientras que la mayoría de las saniyas toman el agua de pozos subterráneos excavados exprofeso y otras se colocan junto a los cauces de los arroyos, aprovechando las aguas subalveas y elevándose sobre estructuras de mampostería y ladrillo que asemejan pequeños y rechonchos torreones, como ocurre en algunos lugares de Málaga, la saniya de Afetarix se alimenta de las aguas de un aljibe que se oculta en su subsuelo y que se nutre de un manantial que brota in situ.

Planta y alzado de la estructura de la noria.

 

Cuando nos vamos acercando a ella desde la carretera de Guaro, de la que tan sólo dista una decena de metros, podemos comprobar que la saniya de Afetarix se conforma por varios elementos o estructuras. En la parte superior, a cielo abierto, nos encontramos con el primer elemento, el interior de la noria, el piso por donde transita la bestia que tira de los mecanismos. Tiene un diámetro de unos seis o siete metros y está envuelta por un muro de casi medio metro de grosor que discurre de forma circular, operado en mampostería con inserciones de ladrillo de barro cocido que le proporciona más consistencia. Este muro se eleva por encima de los dos metros en la mayor parte de su alzado conservado. Pensamos que, en origen, debía estar enlucido, aunque no encalado, sólo que el tiempo ha desprendido su protectora piel de argamasa. Esta cerca perimetral estaría rematada por un perfil en V invertida, que salvaguardaba el muro de los efectos de las lluvias al evitar la penetración de las aguas pluviales, solución económica y frecuente en la arquitectura popular y que todavía podemos contemplar en algunos rincones de nuestro pueblo. En el lado que da al sendero que baja para adentrarse en el corazón de las huertas, se encuentra el acceso, que se opera en el muro mediante un pequeño vano protegido por una puerta metálica, que antaño sería de madera. En las jambas de la puerta se emplean algunos ladrillos de barro cocido cuya función era la de proporcionar un mejor agarre y más estabilidad a las inserciones del marco de la puerta. Este muro perimetral se encuentra muy descuidado debido al paso de los años y su antigüedad, por lo que una variada vegetación ha “okupado” su infinidad de huecos y grietas, proporcionándole cierto aspecto de ruina romántica.

Detalle del interior de la zona superior.

Traspasado el humilde umbral de la entrada accedemos a un espacio circular en el que llama nuestra atención dos elementos. El primero, al fondo a la derecha, se trata de un habitáculo de planta cuadrangular que conserva alrededor de un metro del alzado y elaborado con la misma técnica que el muro circular que envuelve la noria. Sus dimensiones son pequeñas de unos nueve o diez metros cuadrados. En origen estaría cubierto con un tejado sencillo a un agua, sobre un entramado de madera o, incluso, con una cubierta de materia vegetal. Se trataría, seguramente, de la cuadra para el pollino y del lugar donde guardar herramientas y elementos de repuesto para el sistema de elevación de agua.

El segundo elemento es un vano en el suelo hacia la zona central, pero no completamente centrado. Se encuentra protegido por una valla metálica para evitar desgracias y accidentes. Este vano, alargado y estrecho, como de unos 2 x 1 m, es el que contenía la rueda vertical a la que se le adherían los cangilones o arcaduces a través de una maroma, por donde ascendía el agua. En los extremos de este vano debía haber un par de pilares para colocar la viga y el sistema donde iba encajado la rueda horizontal, que no parece conservarse, aunque es posible que no los hubiera y en su lugar se hubiese instalado una viga de madera apeada en las paredes de la noria y reforzada por troncos alargados donde se engranara la rueda horizontal, como ocurría en muchas norias. Creemos que esta segunda solución era la más apropiada para este ingenio en concreto porque así liberaría de peso extra a la estructura inferior, el aljibe, y porque son muy numerosos los ejemplos. Todo el suelo está cubierto de vegetación hasta una altura generosa. Si lo limpiásemos y retiráramos tanto la maría vegetal como los sedimentos térreos, nos encontraríamos con el piso de la noria, que seguramente estuviese empedrado con cantos rodados.

Interior de la noria.

Sobre el hueco del suelo que acabamos de describir se instalaba el juego de ruedas de madera, la horizontal o rueda del aire, como se la conoce en algunos lugares, y la vertical o rueda el agua, como a veces también es llamada. Cada una tenían sus ejes encajados en diferentes estructuras, pero poseían unos dientes que estaban en contacto y que convertían el movimiento de la rueda horizontal en vertical al engranar con la rueda del agua. Estas piezas, al ser de madera, acusaban un desgaste muy acentuado, por lo que el mantenimiento del mecanismo, que podía llegar a contar con alrededor de doscientos elementos, debía ser continuo y delicado.

De la rueda horizontal, que podía estar colocada en alto o en bajo, partía el mayal, una estructura conformada por una o dos piezas de madera donde se amarraba al burro, que era el que hacía girar la rueda del aire vuelta tras vuelta, durante infinitas horas, accionando el mecanismo de extracción de agua. Para que el animal no se mareara durante ese agotador trasiego de horas y horas, se le tapaba los ojos con un trapo.

A la rueda vertical se le instalaba, a manera de correa, una doble maroma en la que se amarraba una serie de arcaduces o cangilones, pequeños recipientes de barro con forma de vaso grande, separados unos de otros a una distancia calculada, que recogían el agua a cada vuelta de noria. Por este motivo este tipo de ingenio era comúnmente conocido como norias de rosario, por el símil entre la maroma con los arcaduces y el rosario para la oración, que cada vez emplea menos gente pero no con menos devoción. 

Detalle del sistema y elementos de elevación del agua,
el "rosario".

A medida que con su alegre caminar el pollino iba haciendo girar el mecanismo y que los arcaduces ascendían llenos de agua, éstos, en el giro de retorno hacia el aljibe, vertían el agua en una artesa de madera acoplada en el centro de la rueda vertical, desde donde era conducida por un pequeño canal o acequia hasta una alberca que se ubicaba en las inmediaciones. Al ser las piezas de los engranajes de madera y someterse a notables tensiones durante su accionamiento, el chirriar y “gemir” de la maquinaria debía ser constante.

Como decíamos, el agua extraída iba a parar a una artesa de madera y de ésta, a un conducto de agua o acequia que vertería el líquido elemento en una alberca. Dada la remoción del lugar y las distintas obras del último medio siglo, el espacio ha sido modificado, con lo cual no estamos seguros del todo donde debió estar la alberca original. Lo que si sabemos porque lo tenemos retenido muy difusamente en la memoria y porque así nos lo ha señalado sus propietarios, es que unos metros más abajo de la noria había una alberca a la que daba sombra una frondosa higuera.

No se han conservado los elementos que componían el mecanismo de la noria dado que estaban hechos en madera, ni tampoco hemos hallado restos de cangilones ni de la vieja maroma…

Los cangilones debían hacer un incansable y continuo recorrido subterráneo de varios metros hasta sumergirse en las oscuras, frías, misteriosas y musicales aguas del aljibe, situado inmediatamente bajo la noria. Calculamos que desde el fondo del aljibe hasta el suelo de la noria debía haber unos seis o siete metros, aproximadamente. Sabemos por la familia Puerto-González que el aljibe se encuentra alimentado por un manantial que brota en el mismo lugar, no por la acequia madre ni por el afloramiento de la fuente de la Villa. Se trata de una surgencia, de un nacimiento de agua aprovechado desde hace siglos para abastecer las huertas y servir de complemento hídrico a los aportes de a la acequia madre. 

Cangilón atado a la doble maroma.

 

El agua, tras ser extraída, era conducida mediante un pequeño canal o acequia a una alberca que se ubicaba en el exterior y que hoy día se encuentra desaparecida. En esa alberca se almacenaba el agua y se sumaba las de la acequia en el momento del riego.

Al aljibe, a ese fabuloso mundo subterráneo sustentado por arcos de ladrillo que remedan el mundo andalusí y envuelto por bóvedas de medio cañón, se accede a través de un pequeño y estrecho portillo, casi un ventanuco, ceñido con un robusto arco de medio punto compuesto de ladrillo de barro cocido. Sin observamos con detalle la pared donde se ubica la entrada al aljibe, veremos que sobre la puerta de acceso a éste y a una considerable altura hay un orificio cuadrangular revestido de ladrillo. Nuestra teoría, teniendo en cuenta la disposición de este agujero y el lugar donde se ubica, es que el aguad de lluvia que caía sobre la noria se conducía a través de este canal hasta caer al aljibe y así sumar las aguas de lluvia a las del manantial.

Corte en perfil de la construcción. 
 

Detalle de la zona de acceso al interior del aljibe.
 
 
Detalle del desagüe.

Para acceder al interior del aljibe hay que bajar varios escalones de ladrillo y atravesar una sencilla cancela de hierro de tres piezas engastada en las paredes, a modo de sencilla reja, que se encuentra muy oxidada dado el espacio en el que se encuentra. Tras bajar los primeros escalones con cuidado de no tropezar y caernos a esas acuosas entrañas y cuando tenemos oportunidad de alzar la vista, lo que se abre ante nuestros ojos, enseguida, nos llena de misterio y de fascinación a partes iguales... parece, no, es como si entráramos en otro mundo, en otro tiempo… Además, no escapa a los sentidos la humedad y la frescura del ambiente.

Detalle de la puerta de acceso, hoy prudentemente cerrada.

La planta del aljibe es irregular, aunque tiende al rectángulo. Interiormente, en el eje más longitudinal, está dividido en tres naves separadas por robustos arcos de medio punto ejecutados a base de ladrillos de barro cocido, y rematados por bóvedas de medio cañón. El primer espacio, que se abre directamente a la entrada, es de forma alargada y cubierto por bóveda de medio cañón. Está edificado con ladrillo de barro cocido y luego revestido por un enlucido muy rico en cal que impermeabilizaba el conjunto al objeto de evitar filtraciones. A la derecha, en la pared que la separa de la nave central, hay dos arcos de medio punto que dan acceso al cuerpo contiguo, que discurre paralelo; el primero de los arcos, el más próximo a la entrada es bajo, y no se puede pasar bajo él, pero el siguiente es algo más alto y nos lleva justo a la siguiente nave, debajo del hueco de la noria. 

 

Detalle del interior del aljibe.
Obsérvese el robusto arco de ladrillo a la derecha de la imagen.

Detalle de uno de los viejos arcos del interior del aljibe.
 

Observando el hueco por donde ascendían los cangilones llenos de agua, nos ha llamado la atención algunos elementos que hemos visto en otras saniyas estudiadas: se trata de arcos cuya función es servir de soporte al vano de planta rectangular del pozo por donde asciende el agua, para que éste presente más estabilidad estructural y no se cierre sobre sí mismo.

Dentro de este mundo subterráneo, oscuro, húmedo, misterioso… se dan las condiciones necesarias para la habitabilidad de una amplia y bien avenida comunidad biológica conformada tanto por vegetales, insectos y pequeños animales, entre los que hemos visto algún que otro dormilón murciélago.

Un pequeño murciélago echándose una tranquila siesta.

 

 

ORIGEN DE LA 

NORIA DE LOS HUERTOS O SANIYA DE AFETARIX

Es complicado saber el origen de esta maravilla de la ingeniería hidráulica dado que las fuentes documentales consultadas no hacen ninguna mención a ella, ni de forma directa ni de forma indirecta; no aparece ni en el Libro del Apeo del siglo XVI, ni tampoco en el Catastro de Ensenada (1752), ni el Suplemento de Medina Conde a su Diccionario Geográfico Malacitano (finales del siglo XVIII) ni en el dibujo del ingeniero militar Domingo Belestá y Pared elaboró junto a su informe sobre la batalla de Munda (fines siglo XVIII), ni el Diccionario de Pascual Madoz de mediados del siglo XIX... Tampoco aparece mencionada en los documentos de propiedad y viejas escrituras, ni en antiguos catastros ni planos del siglo XIX… Nada. Ni tan siquiera recurriendo a la memoria hemos podido hallar demasiadas pistas pues preguntado a Miguel Puerto Gómez, hijo de María Gómez, y a Miguel Puerto González, hijo del primero y nieto de la segunda, nos ha contestado que la noria era propiedad de la familia materna, del padre de María, Juan Gómez. Pero no han podido seguir para atrás.

Representación del pago de los Huertos a fines del siglo XVIII, 
por Domingo Belestá. No se observan elementos como la fuente, la
alberca y la noria porque seguramente el dibujante los pasó por 
alto al tener el dibujo como objeto despejar las dudas sobre la 
batalla de Munda. Eso sí, esboza los bancales y los árboles, 
recoge el camino de Guaro, el arroyo del Tejar y el de la Chorrera.

Lo único que hemos encontrado y que nos ha ayudado a datarla es una inscripción en una de las paredes del interior del aljibe, se trata de una cartela grabada en la pared que recoge la fecha de 1726 con una caligrafía muy rústica. Sin embargo, no podemos estar seguros de si se trata de una fecha de construcción o de rehabilitación de esta infraestructura. Lo más posible es que sea lo primero. Además, aparecen otros elementos grabados en sus paredes que son de difícil interpretación pero que pueden tener una función propiciatoria, quizás en el sentido de que no falte el agua.

Tampoco sabemos si antes de la noria hubo un pozo u otra noria anterior. Es posible que se construyera en una época en que el régimen de lluvias fuese menos generoso y que del manantial de la Villa brotase menos agua y fuese necesaria la búsqueda de aguas subterráneas para suplir las supuestas carencias del líquido elemento. Es sólo una hipótesis.

También desconocemos si en origen era propiedad de una persona o de varias, de una comunidad de regantes... Lo que sí que podemos inferir es que su construcción corrió a cargo de personas que sabían muy bien lo que estaban haciendo y que conocían muy bien la técnica y la tecnología de estos ingenios, posiblemente obreros cualificados venidos de otra zona. Hay que tener en cuenta que las piezas y engranajes de madera podían llegar a constar de alrededor de dos centenares de elementos encajados mediante clavos de madera y metal y que había que elaborar cuidadosamente para que encajaran, con unas medidas y relaciones de tamaño determinadas y con unos cálculos de peso y elevación del agua desde determinada profundidad previamente estudiados. Esta labor no podía hacerla un carpintero cualquiera.

Es posible que los cangilones o arcaduces se encargaran en algún alfar cercano, posiblemente de Coín, dado que en el tejar de Monda -que ya hemos tratado en este blog- se fabricaban tejas y ladrillos, según tenemos constancia y ni tan siquiera estaba funcionando todos los meses del año. 

 

Diferentes tipos de cangilones.
(Fuente: https://es.wikipedia.org/wiki/Cangil%C3%B3n#/media/Archivo:Cangil%C3%B3n_o_arcaduz.jpg) 

Tampoco debemos olvidar el aljibe, construido en ladrillo de barro cocido y dotado de bóvedas de medio cañón, obra compleja que requería la presencia de trabajadores especializados y, dirigidos por ellos, un maestro de obras o un arquitecto con los conocimientos técnicos y constructivos suficientes como para darle cuerpo a una obra de estas características y que lleva en pie, no lo olvidemos, trescientos años. Pocas construcciones en Monda pueden presumir de tener esa o más edad; tenemos que mirar la iglesia, los restos del castillo o algunas viviendas antigua, como al casa del Doctor Jiménez Encina y la de doña Eduvigis, para encontrar construcciones tan antiguas.

 

 

CONCLUSIONES E IDEAS PARA UNA PUESTA EN VALOR

LA CREACIÓN DE UN CENTRO DE INTERPRETACIÓN DEL AGUA EN MONDA

A pesar de que la llamada cultura del agua (sistemas de captación, almacenaje, irrigación, distribución...; ingenios hidráulicos; técnicas y tecnología, cultivos, conocimientos agronómicos, oficios de acequieros, alcaldes del agua...) la introdujeron los musulmanes, la sociedad cristiana que la siguió después de su expulsión, aprovechó y adoptó en gran medida esa cultura del aprovechamiento hidrológico y del diseño de espacios irrigados. En nuestro pueblo, prueba de ello es que las huertas de Afetarix, Pitalata y Alpujata, de origen nazarí, siguen vivas hoy día, aunque, eso sí, muy, muy transformadas desde aquellas fechas.

Las huertas de Alpujata y Arroyo Viejo.

Y no sólo eso, en nuestro municipio han proliferado huertas muy posteriores, unas más grandes y otras más pequeñas, que se han diseñado a partir de manantiales o minas y la creación de bancales, de aterrazamientos, siguiendo las tradiciones, conocimientos y técnicas implantadas por los musulmanes muchos siglos atrás. Tenemos, sin ir más lejos, las huertas del Curita (¡Que baños y refrescones en esa sacrosanta alberca! ¡Cojones!), que toman sus aguas de un manantial que las distribuye inteligentemente por varias albercas para ampliar la zona irrigada a través de un intrincado, inteligente y organizado sistema de acequias y partidores. 

 

La mítica alberca del Curita, llena a reventar.

Las aguas del manantial eran remansadas en un azud o pequeña presa, de la que queda muy escasos vestigios, y desde la que partía una acequia en parte excavada en la roca hasta la famosa alberca en la que se bautizó la infancia de incontables generaciones de mondeños. Todavía se puede apreciar algunos elementos de aquella vieja estructura, como el arranque de algunas paredes de ladrillo de barro cocido enlucidas con una argamasa muy fuerte en cal.

Restos de los que sería una infraestructura
hidráulica de captación por encima de las huertas.

Esta huerta se encuentra cercenada por la carretera que nos conduce a Coín. En ella, junto a la mencionada carretera, se encuentra el manantial y alberca de la fuente de la Teja (no confundir con el Tejar), que contribuye a regar algunos bancales más bajos en los que encontramos también algunas albercas y redes de acequias. 

 

Fuente y alberca de la Teja, el estado
actual es lastimoso.
 
 
Pequeña alberca situada del lado abajo de la carretera, 
que también ha vivido tiempos mejores.
 

En esta huerta, muy próxima a la calzada romana de Monda, había un extraordinario legado patrimonial que desgraciadamente se ha perdido por el descuido, el olvido y la desidia. Se trata del puente romano. Todavía puede encontrarse algunas dovelas en el cauce del arroyo que podrían ser perfectamente recuperables… Esas dovelas están talladas en travertino, una roca neogénica muy porosa que es muy ligera y que los romanos, y otras culturas, las emplearon en multitud de construcciones. Yo recuerdo este puente cuando todavía estaba parcialmente en pie e incluso podría cruzarse, pero de eso ya hace muchos años.


Mi pequeño ayudante, con su envidiable cabellera, posa sentado en una de 
las dovelas talladas en travertino del destruido puente romano.

Pero esa es una historia que vamos a contar en otra entrada, porque me vuelvo a salir de madre y me pongo de muy mala hostia cada vez que veo como parte del patrimonio y la historia de los mondeños se va al mismísimo carajo... En este espacio irrigado, posiblemente originado en los siglos XVIII o XIX, encontramos una serie de elementos y aprovechamientos que hacen tornar nuestros ojos hacia la herencia del mundo islámico. Aunque, todo hay que decirlo, no podemos descartar que este sistema de huertas sea mucho más antiguo y tenga sus raíces también en el mundo andalusí dado que poco más arriba, en el Calvario, aparecen restos arqueológicos de la cultura nazarí (época nazarí, ss XIII-XV) y de restos arqueológicos mucho más antiguos en La Torrecilla (siglo X, época emiral-califal). De cualquier forma, esta huerta no aparece referida en el Libro de Apeo de Monda. 

 

Perímetro de las huertas de El Curita junto con manantiales y albercas.

Algo más abajo, en ambas márgenes del arroyo Alcazarín, aparecen dos pequeñas parcelas irrigadas plantadas de cítricos. Ambas se nutrían de un pequeño azud y manantial que había poco más arriba del puente de la carretera de Coín y que ha desaparecido con las riadas, tormentas y crecidas del arroyo. Se conserva parte de los acequiados originales bajo el puente y algo más abajo. 


Vista del puente de la carretera a Coín desde el sur.
El pequeño azud que había en el lugar ya no se conserva. 
 
 
A la derecha de la imagen, la antigua acequia tallada en piedra.
A la izquierda, la nueva acequia de plástico. 
 
 
Bajo el puente del Alcazarín todavía puede verse restos de
estructuras de las acequias.
 
 
Imagen del margen izquierdo del arroyo Alcazarín donde vemos
una de las acequias hecha de obra y expresiones
artísticas pictóricas de dudoso gusto.
 
 

Canalón metálico que salva el cauce del arroyo de la Teja
para llevar el agua a la parcela colindante.
 

Las acequias eran de ladrillo de barro cocido en algunas partes y en otras simple y llanamente se labraba la acequia en la piedra viva que aflora del cauce y se recrecía con alguna que otra hilada de ladrillos. A la parcela del margen izquierdo, según bajamos el arroyo, para que llegara el agua, debía salvarse el cauce del arroyo de la Teja. Para ello se colocó un canalón metálico que sobrevolaba el mencionado arroyo y llevaba en volandas las aguas a su destino. Solución ésta muy antigua y que en el pasado empleaba troncos ahuecados como conductos hidráulicos. Hoy día las acequias están amortizadas y ambas propiedades se nutren a través de gruesos conductos de material plástico y, además, la acción erosiva del arroyo Alcazarín estos últimos años ha sido terrible. Estas pequeñas huertas son muy recientes en el tiempo, apenas un siglo, ya que se hicieron tras la construcción del puente según he podido observar en las obras de las conducciones hidráulicas, que se adosan a esta infraestructura viaria. Hace cien años se aplicaba las mismas soluciones y técnicas para el riego que hace alrededor de mil años ¿No es sorprendente? También cabe la posibilidad de que ya existieran antes de la construcción del puente y que tras la edificación de éste, la infraestructura hidráulica se adaptara a las nuevas condiciones y transformaciones del espacio.

 

Huertas junto a las márgenes del Alcazarín, con sus acequias. 
 

Otra de las huertas, cercana en el tiempo y en el espacio, es la de Rochiles. Esta pequeña huerta tiene su punto de captación en el arroyo de Rochiles -que nace en la zona de Camino Alto y recoge las aguas aledañas-, antes de un pequeño salto de agua, punto en el que se construyó una pequeña presa a base de ladrillo de barro cocido con una argamasa muy fuerte de cal y arena para remansar el agua y de la que se conserva muy pocos elementos emergentes. El cauce está muy alterado y afectado, especialmente por la construcción de un edificio de viviendas que ocupa parte del mismo, así como las obras de la carretera a Marbella y de una finca próxima. Desde esta presa partía (y parte) una acequia que se conserva a tramos y circula soterradamente algo más de cien metros hasta llegar a una alberca, donde se almacenaba el agua para el posterior riego de las zonas aledañas. Es posible que los lugares que hoy día ocupan algunas viviendas, en el pasado formaran parte de los espacios irrigados. La transformación urbanística del lugar no nos permite saberlo. El sistema de captación, transporte y almacenaje construido hace alrededor de cien años, quizás algunos más o algunos menos, se conserva en muy buen estado y se lo debemos enteramente a la herencia de la tradición musulmana.

 

Zona de captación, acequia, alberca y espacio irrigado de Rochiles.
 

Detalle del azud o pequeña presa del arroyo de Rochiles.
 

Aprovechando las aguas de este arroyo para lavar la ropa
hacia los años ´70 del siglo pasado.

En el casco urbano existía una serie de huertas que también tenían origen nazarí y que fueron desapareciendo con la ampliación de las viviendas, la construcción de nuevas casas y edificios... y de las que aparentemente no quedan más vestigios que las fuentes del pueblo: la Mea-mea, la Esquina, la Jaula y la Villa, que son de origen andalusí y cuyas aguas, además de surtir a la población, se empleaba en el riego de estas huertas urbanas. Había una pequeña alberca en lo que es hoy la plaza de la Constitución cuyas aguas también se empleaban para el riego, pero fue destruida hace siglos, no sabemos realmente cuando y en qué circunstancias. Conocemos de su existencia sólo por las fuentes escritas del siglo XVI. Del valor cultural del agua ya hemos hablado anteriormente en este blog: El AGUA QUE NO CESA. A la sazón conservamos un documento gráfico sobre nuestro pueblo de extraordinario valor dado que, entre otras, cosas, recoge los espacios de huerta que habían dentro de lo que hoy es el casco urbano, que son muy numerosos. Se trata del plano dibujado por el ingeniero Domingo Belestá y Pared y del que ya hemos hablado en este blog.  

Representación del Monda a fines del siglo XVIII, por Domingo Belestá.
En verde he marcado tanto los bancales de los Huertos como 
los huertos urbanos que recoge el dibujo.
 

Lo que quiero decir, a través de estos sencillos y cercanos ejemplos, es que gran parte del legado andalusí sigue vivo y presente en nuestro pueblo. Y no sólo en las huertas, en las fuentes, en los ingenios hidráulicos, en los cultivos... en nuestro lenguaje pervive la herencia andalusí cuando empleamos algunos de los más de 4.000 arabismos que sobreviven en la lengua de Cervantes, como nombres de multitud de ciudades y poblaciones (Gibraltar, Albacete, Almería, Algeciras…) o muchísimos otros nombres y términos: albahaca, aceituna, azúcar, guitarra, albañil, limón, arroba…; en nuestra gastronomía, cuando degustamos determinados productos y platos de origen andalusí junto con el mismo empleo del aceite o en ciertos productos de repostería…

El cuidado de la huerta

Por tanto, la Saniya de Afetarix o Noria de los Huertos es un elemento de carácter singular y excepcional, dada su antigüedad (unos tres siglos), su aceptable estado de conservación y el entorno vivo y dinámico en el que se sigue manteniendo, aunque haya dejado de funcionar hace muchas décadas. Representa uno de los muchos elementos de aprovechamiento del agua que introdujeron los musulmanes en la Península Ibérica y no tiene parangón en la Sierra de las Nieves, al menos que sepamos. Quizás su caída en desuso haya sido el motivo de su buen estado de conservación al no introducirse sistemas de ruedas metálicas y otros elementos que hubieran distorsionado el conjunto o modificado irreversiblemente el espacio, como ha ocurrido frecuentemente en muchos de estos ingenios. 

En el resto de los pueblos del entorno del Parque Nacional Sierra de las Nieves el patrimonio cultural ligado a los espacios irrigados no es de menor importancia que los de Monda. En todos ellos se repiten las mismas infraestructuras adaptadas, naturalmente, a las particularidades de cada localidad: zonas de captación, presas, azudes, acequias y canalizaciones con multitud de partidores, albercas, molinos hidráulicos, batanes en algunos casos, cultivos aterrazados… Sin embargo, en no todas ellas hemos encontrado norias, ingenios que debieron existir, pero o que no se han conservado o de los que no se guarda registro documental ni memoria. En Yunquera el nombre de la calle Cangilón (callejero de 1894), nos puede poner sobre la pista de la pasada existencia de una noria. En Alozaina su PGOU ha recogido tres norias de tradición medieval, las de la Alquería, la del Huertecillo y la de Paniagua. Desconocemos en que estado de conservación se encuentran. En Guaro tenemos conocimiento de una noria en las huertas que están junto a la Avenida de Andalucía, con mecanismos metálicos. En Ojén, Casarabonela e Istán, sus PGOU´s no recogen la existencia de ninguno de estos ingenios hidráulicos, mientras que de Tolox y El Burgo tampoco tenemos noticias. Y no sólo en la Sierra de las Nieves, por toda la geografía malagueña proliferó este tipo de ingenio con sus muchas variantes. Recordar, como curiosidad que, en Málaga, el complejo de La Noria que gestiona la Diputación Provincial de Málaga, le debe su nombre a uno de estos ingenios que todavía se conserva, mal que bien, en sus inmediaciones, la Noria de Godino.

 

Acequia del Molino, en El Burgo.
 
 
Acueducto sobre arco que abastecía al Molino de los Patos, 
en Yunquera.
 

 
Nacimiento del río Molinos y acequias de Istán. 
 
Acequia y molino harinero en Tolox. 

Acequia del Moro, en Jorox, Alozaina.

La Noria de Godino, en Málaga, en un lamentable estado de abandono.
(Fuente: https://www.laopiniondemalaga.es/malaga/2021/03/20/noria-godino-cuatro-siglos-total-43568857.html)

Por tanto, nos encontramos ante un elemento de un valor extraordinario y singular pues se trata de un ingenio hidráulico cuya tecnología tiene alrededor de dos mil años y que ha transitado por diferentes culturas y regiones del planeta a lo largo de los siglos, adaptándose y acomodándose a las necesidades de cada lugar, mejorando la vida de los campesinos y la productividad de sus paupérrimos terruños. Tengamos presente que desde que se inventó en Egipto, en Persia o en la India, ha sido transmitida de generación en generación, de civilización en civilización (egipcios, persas, indios, musulmanes, cristianos...) a amplias regiones del planeta.

La puesta en valor de la Saniya de Afetarix debería venir de la mano de una puesta en valor integral del patrimonio cultural hidráulico, tanto material como inmaterial, de Monda en su globalidad -que es mucho, muchísimo- a través de un Centro de Interpretación del Agua. Evidentemente debería restaurarse la noria, consolidar sus estructuras, proporcionarle un sistema de ruedas de madera con los cangilones y dotarla de medios interpretativos, a la par de organizar visitas guiadas dentro del marco más amplio de una ruta o paseo a crear en este precioso entorno de huertas en el que se muestre e interprete desde una perspectiva integradora, la organización del espacio irrigado con sus acequias, sus albercas, su noria... la memoria de los agricultores y los conocimientos técnicos agrícolas, etc...

Esa puesta en valor no sólo puede ser desde la perspectiva estética del lugar, también tiene que incurrir en la potenciación y valorización de los productos que se cultivan fomentando su promoción a través de actividades como talleres de carácter técnico y científico, de la organización de actividades culinarias, de la promoción de lo producido en base a su calidad y su histórica tradición, de la puesta en práctica de antiguos oficios y saberes...

Ese Centro de Interpretación del Agua debería dar cabida a todo el patrimonio histórico cultural, tanto material como inmaterial, relacionado con el agua en Monda: las huertas de Afetarix, Pitalata, Alpujata y del arroyo del Viejo, con sus redes de acequias, sus molinos, sus norias, sus albercas, sus cultivos y productos, sus saberes y oficios... principalmente, además de otras; las fuentes y lavaderos municipales, con sus miles de historias y memorias, con sus legados...; el patrimonio biológico de los ríos y arroyos con sus plantas, animales e insectos... Ese centro de interpretación debería servir como expositor de nuestro patrimonio cultural hidráulico, sí, pero también como elemento dinamizador de los colectivos sociales del municipio a través de la memoria, y del turismo y del desarrollo socioeconómico que tenga el tema del agua como eje primario, como pilar central, dentro del importante y singular contexto territorial en el que nos encontramos: Reserva de la Biosfera Sierra de las Nieves, Parque Nacional Sierra de las Nieves, Reserva Intercontinental de la Biosfera…

Pero, terminemos ya, por fin, y no lo podemos hacer de mejor forma que con este bello poema que Antonio Machado dedica a la noria en Soledades. Galerías. Otros poemas:

La tarde caía
triste y polvorienta.
El agua cantaba
su copla plebeya
en los cangilones
de la noria lenta.
Soñaba la mula
¡pobre mula vieja!,
al compás de sombra
que en el agua suena.
La tarde caía
triste y polvorienta.
Yo no sé qué noble,
divino poeta,
unió a la amargura
de la eterna rueda
la dulce armonía
del agua que sueña,
y vendó tus ojos,
¡pobre mula vieja!...
Mas sé que fue un noble,
divino poeta,
corazón maduro
de sombra y de ciencia.

 

(c) Diego Javier Sánchez Guerra