lunes, 19 de abril de 2021

DEL MALAGUEÑO BARRIO DE LA TRINIDAD AL CAMPO DE CONCENTRACIÓN DE MAUTHAUSEN. PEDRO SÁNCHEZ MUÑOZ Y PEDRO SÁNCHEZ MORENO, PADRE E HIJO, EN EL INFIERNO NAZI

 

De las historias que estoy preparando para una próxima publicación y que versa sobre la vida de varios deportados ardaleños al campo de concentración nazi de Mauthausen, ARDALEÑOS DE CENIZAS, ésta es la que con diferencia más me ha conmovido, la que más ha revuelto mis entrañas. Se trata de la historia del ardaleño Pedro Esteban Sánchez Muñoz y de su hijo Pedro Sánchez Moreno, a los que las terribles circunstancias de la Guerra Civil Española y la imposición de la Dictatura del general Francisco Franco los llevaron al exilio francés primero (como cientos de miles de españoles), junto con toda su gran familia, y, después, a la deportación a uno de los campos de concentración más siniestros, brutales y sanguinarios del enorme archipiélago concentracionario nazi: Mauthausen, en Austria. Allí se apagaría la luz de Pedro, el padre, como veremos, pero su querido hijo Pedro lograría sobrevivir y formaría parte de uno de los kommandos o grupos de trabajo más famosos y conocidos, el de los jóvenes Poschacher o Pochacas, gracias al cual se pudo llevar a muchos nazis a juicio y demostrar su culpabilidad en el enorme genocidio que habían cometido porque algunos de sus miembros lograron salvar miles de negativos fotográficos comprometedores del campo de Mauthausen en los que se recogían multitud de crímenes perpetrados por los nazis, como veremos.

 

Pedro Sánchez Muñoz 
(Familia Sánchez)

El joven Pedro Sánchez Moreno en otoño de 1944
(Original de Francisco Boix en B/N)

Esta historia me ha producido gratas y emocionantes sorpresas; gracias a ella parte de la familia malagueña que nunca conoció ni tan siquiera la existencia de Pedro Sánchez Muñoz, ha averiguado con enorme sopresa la existencia de un tio-abuelo del que nunca habían oido hablar ni mencionar. Pero, además, también han descubierto la existencia de una parte de la familia que se exilió en Francia a raíz de la Guerra Civil Española y de la que no tenían conocimiento alguno. Ambas familias, después de más de ochenta años y varias generaciones separadas por la guerra y el exilio, acaban de descubrirse, acaban de encontrarse.

Antes de entrar en materia quiero mostrar mi agradecimiento a los hijos de Pedro Sánchez Moreno, residentes en Francia, por atender mis pesquisas, ayudarme en mis indagaciones y proporcionarme algunas fotografías, especialmente a Pedro Sánchez, con el que he mantenido muy enriquecedoras conversaciones. A las hermanas Inmaculada y Ana Marfil Soto, sobrinas-nietas de Pedro Sánchez Muñoz, por sus testimonios y apoyo. También agradecer a Francisco Cortés Torres la inestimable ayuda documental prestada y manifestar nuestro apoyo en su labor de difusión de la memoria histórica de la CNT y el movimiento libertario en Málaga: Memoria de la CNT Históricade Málaga y Provincia. Igualmente darles las gracias a Antonio Jurado Pérez, gestor de la página Barrio de la Trinidad (Málaga) por atendernos y proporcionarnos interesante material fotográfico. Dar las gracias a Ana María Tapia y Miguel Ángel Peña por las fotografías actuales aportadas del campo de concentración de Mauthausen, y al investigador Juan Karpetano Crespo por las indicaciones y aclaraciones en cuanto al número de ingresados en Mauthausen en el transporte en el que iban padre e hijo. Agradecer, como no, la invaluable labor de la Amical de Mauthausen y otros campos y víctimas del nazismo en España por la recuperación y difusión de la memoria de nuestros deportados a los campos de concentración nazis y por la ayuda prestada cada vez que les hemos planteado alguna cuestión.


MÁLAGA

De Ardales a Málaga la Roja

Pedro Esteban Sánchez Muñoz -del que por desgracia no contamos con fotografía alguna, por lo que no conocemos su rostro- había nacido en 1899 en el seno de una familia humilde y campesina de la pequeña villa de Ardales, famosa por su castillo, por su cueva, por encontrarse en ella la ciudad de Bobastro… Una población cuyos vecinos vivían de la agricultura primordialmente, en una época de fuertes tensiones sociales, políticass y económicas debida en gran medida a causa de la crisis agrícola de finales del XIX, que fue especialmente dura en Andalucía y Málaga, y cuyos negativos efectos se extendieron durante lustros. Las pérdidas de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, los últimos vestigios de lo que antaño -muy antaño- fuera el todopoderoso imperio español agravaron más una situación ya de por sí bastante crítica en un país empobrecido, atrasado y lastrado por continuas crisis económicas y políticas.

 


Creemos que Pedro debió marchar joven -quizás siendo niño- a la ciudad de Málaga con sus padres, Pedro Sánchez García y Margarita Muñoz Cherino, su familia, en busca de un mejor futuro. No sabemos si tenía hermanos, aunque lo suponemos dado que en aquellas fechas las familias solían ser bastante extensas. La ciudad de Málaga, aunque había perdido la enorme pujanza industrial de las décadas precedentes, seguía manteniendo un sector económico dinámico, especialmente relacionado con la actividad portuaria, donde trabajaban miles de braceros cargando y descargando barcos. También se mantenían algunas fábricas e industrias. Allí, en la milenaria ciudad del Guadalmedina, habría más oportunidades de trabajo, aunque las condiciones laborales y de vida de los trabajadores eran ínfimas, extremas, cobrando sueldos de auténtica miseria y haciendo frente a unos precios casi prohibitivos tanto de alquiler de vivienda como de adquisición de alimentos y productos básicos que mantenía a las clases populares y proletarias fuertemente amarradas a una insuperable pobreza. Y, no nos olvidemos, sin un mínimo Estado del Bienestar (asistencia médica y social, ayudas al desempleo…), por lo que la mortalidad infantil estaba disparada y la esperanza de vida era muy baja.


En un ambiente obrero y proletario como el malagueño, que hundía sus raíces en el siglo XIX, donde las familias pasaban necesidades y hambre, los sentimientos de defensa de los derechos laborales y la mejora de las condiciones de existencia, los sentimientos democráticos y sindicales habían arraigado fuertemente cuajando en forma de sindicatos obreros que procuraban defender y proteger los intereses de los trabajadores frente a una patronal férrea e insensible cuyo único objetivo era el de aumentar sus beneficios empresariales y cuotas de poder. Lucha de clases en estado puro. Esta situación dio lugar a numerosos conflictos, huelgas, protestas… a lo largo de los tres primeros decenios del XX, que eran duramente reprimidas por las autoridades. Incluso se daban peleas y enfrentamientos armados que se saldaban con heridos y muertos. Antonio Torres Morales, nacido en 1918 (y al que tuve la oportunidad de conocer), en su libro autobiográfico Recuerdos de guerra y represión de un miliciano malagueño, editado por la Federación Local de Sindicatos de la CGT de Málaga, lo recordaba así en el capítulo Las luchas sociales:

Era el año 1934 en el que las luchas sociales se sucedían diariamente entre el capital y los obreros; éstos querían tener una más justa parte en la producción y el capital luchaba para que esto no ocurriera, y de esta falta de entendimiento entre las dos partes, lo que salía eran huelgas y conflictos que a todos perjudicaban.

 


La proclamación de la II República un primaveral 14 de abril de 1931 y su moderno proyecto democrático reformador generó unas extraordinarias esperanzas entre las clases trabajadoras que veían en ella la posibilidad de mejorar sus condiciones de existencia y levantó unos enormes recelos entre las capas más adineradas e influyentes, porque veían que sus intereses podrían verse socavados.

Sin embargo, a lo largo de los años la violencia social se fue exacerbando, fue creciendo junto con un profundo sentimiento anticlerical que alcanzaría su apoteosis con los desgraciados sucesos de mayo de 1931, donde las masas saquearon e incendiaron numerosos templos de la capital sin que las autoridades alcanzaran a poner orden. En los años treinta del siglo pasado en Málaga la CNT era el sindicato más poderoso, seguido de la UGT, en una ciudad en la que anidaba un fuerte sentimiento de izquierdas y que fue apodada Málaga la Roja por sacar al primer diputado electo del Partido Comunista de España: el médico Cayetano Bolívar Escribano.

 


 

Y en ese ambiente de conflictividad social y de lucha obrera creció el joven Pedro Sánchez Muñoz, al que le conocemos domicilio en un viejo corralón del siglo XIX del popular barrio de La Trinidad ya casado con su esposa María Victoria Moreno Alcántara, con la que tenía seis hijos. El mayor de ellos, llamado Pedro, como el padre y como el abuelo paterno, había nacido en enero de 1922 y tenía 14 años cuando el Ejército, amparado y respaldado por amplios sectores conservadores, dio el golpe de Estado del 18 de julio de 1936 que desembocaría en el estallido de una cruenta Guerra Civil. Pedro, el hijo, era también una persona comprometida políticamente y tenemos conocimiento de que pertenecía a las JSU, las Juventudes Socialistas Unificadas. El corralón en el que vivían no es otro que el ubicado en calle Lemus nº 5 (antiguamente calle Concepción), un viejo edificio que se construyó a mediados del siglo XIX y que fue íntegramente reformado en 1988, calle más conocida por el Callejón de las Ratas, porque estos incómodos roedores abundaban en la zona atraídos por las panaderías que había. La familia vivía hacinada dentro del corralón, como muchas otras, y en unas precarias condiciones dentro de una pequeña vivienda con uno o dos aseos compartidos para todos los vecinos, sin agua corriente, sin alumbrado… junto muchas otras familias en similares circunstancias. Un ambiente, como hemos señalado, de necesidad y de fuerte sentimiento obrero.

 

Pedro Esteban, por lo que hemos podido averiguar, trabajaba como panadero y era un hombre noble y de fuertes convicciones que defendía los derechos de los trabajadores desde su pertenencia al sindicato obrero de “Jóvenes Panaderos”, del que era presidente en 1935 (cuando contaba con 36 años de edad) a juzgar por la documentación amable y diligentemente proporcionada por Francisco Cortés Torres (Memoria de la CNT Históricade Málaga y Provincia). Esta asociación tenía sede en la desaparecida calle Esquilache nº 10 del también popular y obrero barrio del Perchel. Su militancia en una asociación sindical le iba a salir muy cara tanto a él como a toda su familia; cuando las tropas del general Queipo de Llano apoyadas por tropas italianas se acercaban a Málaga aquel funesto febrero de 1937, acechándola por distintos frentes, Pedro Sánchez Muñoz y su hijo debieron huir por la carretera de Almería junto con cientos de miles de desesperados malagueños y vecinos de otras poblaciones que se habían refugiado en la ciudad del Guadalmedina, dejando atrás al resto de su familia.

Por el camino a Almería, junto con cientos de miles de refugiados, debieron soportar los cobardes tiroteos de la aviación y de los barcos de los golpistas, que acribillaban a una población civil en huida y sin posibilidad de defensa, dejando miles de muertos por el camino. Se trataba del crimen de la carretera de Málaga, la tristemente famosa Desbandá. Una vez llegados los refugiados a esta ciudad, exhaustos, hambrientos y ateridos, tuvieron que sobrevivir a más cobardes bombardeos.

Ana Pomares era una chiquilla cuando vivió todo aquello y recuerada que

Vino mi padre con un coche porque nos acompañaba otra familia. Queríamos ver por las ventanillas y eso fue un machaque. Los aviones ametrallaban, los barcos de guerra tirando cañonazos, sangre por todas partes... fue una carnicería. 


Desde Almería miles de refugiados fueron distribuidos en las semanas siguientes por Murcia, Valencia y Cataluña. Desconocemos el periplo de los dos pedros. Algunos indicios que no hemos podido corroborar apuntan a que ambos se alistaran en el Ejército Popular de la II República (o, incluso, ya hubieran formado parte como combatientes de algunas de las milicias malagueñas). Pero, por desgracia, no disponemos de información clara y contrastada al respecto.

Tras la caída del frente del Ebro y la evacuación de Cataluña, medio millón de refugiados españoles tomaron el camino del exilio en Francia. La II República Española ya sólo sería parte del pasado… Los refugiados, en unas pésimas condiciones, se agolpaban en los pasos fronterizos y en muy poco tiempo desbordaron por completo a las autoridades francesas. Desconocemos este extremo al igual que no tenemos claro el campo de refugiados o los campos en los que estuvieron. Nuestras pesquisas archivísticas no han dado resultados dado que grandes cantidades de documentos de los archivos de aquellos años se perdieron en incendios, fueron destruidos… por lo que existen unas lagunas documentales muy importantes.


 

 

EXILIO

Campos de arena, viento y desesperación. Saint-Cyprien

Lo siguiente que sabemos y también por indicios e informaciones indirectas, es que posiblemente padre e hijo fueran a parar al campo de concentración de Saint Cyprien tras atravesar la frontera el día diez de febrero de 1939 (a los pocos días los gobiernos de Francia y Reino Unido reconocían al general golpista Francisco Franco), con un frío terrible y bajo una copiosa nevada. Lo sospechamos porque en este campo se formó la 106 Compagnie de Travailleurs Étrangeres, donde se incorporaron padre e hijo en diciembre de 1939. El campo de Saint Cyprien se había creado en febrero de 1939 sobre una vasta extensión de arena junto al mar Mediterráneo que se cercó por alambradas de espino y se puso bajo una férrea vigilancia. Se “acondicionó” porque el campo de Argeles Sur Mer -de las mismas características- se saturó enseguida de refugiados y hubo que descongestionarlo con el ya mencionado de Saint Cyprien y el de Barcarés. Como éstos no eran suficientes, se fueron acondicionando otros en diferentes puntos del sur de Francia en los que se fueron redistribuyendo los refugiados y que disponían de unas condiciones y unas infraestructuras muy malas.


 


Las condiciones en estos campos de arena eran inenarrables en las primeras semanas pues carecían de infraestructuras para alojarse, de saneamiento, de agua potable… eran unos grandes espacios a cielo abierto donde las autoridades francesas estabularon a centenares de miles de españoles que pasaron hambre, frío, necesidad, enfermedades y padecieron el maltrato de las autoridades. En Saint Cyprien llegaron a haber unas ochenta mil personas internadas. Los refugiados conocieron muy pronto la generosidad y solidaridad del pueblo francés, que enseguida se volcó con los refugiados españoles a los que primordialmente donaron ropa y alimentos. Noble gesto que contrastaba con el de las autoridades galas.

 

EN LAS COMPAGNIES DE TRAVAILLEURS ÉTRANGERES

Mano de obra barata para el país de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad

Como decíamos, lo que si tenemos claro es que Pedro y su hijo, que contaba en esas fechas con tan sólo 17 años de edad, fueron a parar a la 106 CTE ya fuera de forma voluntaria o de forma voluntariamente forzosa, como decenas de miles de españoles. Las CTE eran unas compañías de trabajadores que dependían del ejército francés, por lo que tenían un carácter militar y en ellas hubo encuadrados decenas de miles de españoles que eran empleados en trabajos de fortificación de fronteras y en otras tareas para la preparación de la inminente guerra con Alemania, que había invadido Polonia el uno de septiembre de 1939. Sabemos que la 106 CTE fue destinada a la Línea Maginot, esa barrera que los franceses creían que serían su salvación ante los alemanes. Craso error, como sabemos. No eran los únicos malagueños de esa CTE pues sabemos que Domingo García López, vecino de Jimera de Líbar, también estaba encuadrado en la misma. Moriría en Gusen el 26 de noviembre de 1942.


 

Los franceses se tomaban los preparativos para la guerra con cierta inconsciencia y desazón (lo que ha venido conociéndose como “drôle de guerre”, la guerra de broma) porque pensaban que no tenían mucho que hacer frente al ejército alemán, a pesar de contar con suficientes soldados y armas (aunque algunas muy antiguas). Muchos deportados españoles que sobrevivieron al campo de concentración de Mauthausen, veteranos de la Guerra de España y que sabían cómo se las gastaba los alemanes, comentaban en numerosas entrevistas la bisoñez y falta de preparación de muchos mandos franceses. Mientras tanto los alemanes preparaban de forma organizada y meticulosa, teutónica, el asalto a tierras francesas. Finalmente, el día 10 de mayo de 1940 Alemania se lanzó sobre Francia como una feroz leona sobre una despistada gacela. El frente francés se derrumbó enseguida, se vino abajo como un castillo de naipes con un soplido, presentando una escasa resistencia. Los franceses se replegaron sin orden ni concierto y Alemania tardó en hacerse con el control del territorio galo apenas mes y medio apropiándose de miles de toneladas de material bélico y haciendo prisioneros a alrededor de un millón de soldados franceses, entre los que también se encontraban miles de españoles…


EN LA BOCA DEL LOBO

El Stalag VD de Estrasburgo

En la región francesa de los Vosgos los alemanes embolsaron a miles de españoles y franceses. Entre ellos se encontraban Pedro Sánchez Muñoz y su hijo Pedro Sánchez Moreno, que fueron detenidos el día 22 de junio de 1940, según hemos podido saber por la documentación conservada en el Archive Historique de la Défense (Francia). Dos días después el hombre más poderoso y temido de Europa, Adolf Hitler, firmaba un insultante y oneroso armisticio con una Francia humillada, completamente derrotada militar y moralmente, que quedaba subordinada a los designios del III Reich: parte de Francia sería directamente administrada por los alemanes, incluida la ciudad de París, y la otra parte con capital en Vichy y bajo el mando del general Petain, formalmente “libre” pero en la realidad también dependiente y colaboracionista de los invasores.


Junto a decenas de miles de prisioneros de guerra, los dos malagueños, padre e hijo fueron conducidos a un campo de prisioneros de guerra alemán, al Stalag VD de Estrasburgo, a casi cien kilómetros del lugar donde fueron capturados. Un territorio recién anexionado al III Reich y donde se había instalado uno de las decenas y decenas de campos de prisioneros o stalags que se distribuían por los dominios alemanes. Tardaron tres días en llegar por lo que tenemos razonadas sospechas de que el traslado se hizo a pie, a marchas forzadas, con escaso alimento y muy malos tratos; el catalán Antoni Barberà, nacido en Santa Fe (Argentina) en 1910, pertenecía a esa misma CTE y según se relata en el proyecto Recordem el passat, recuperem la digitat del Projecte Stolpersteine a Navàs, tras ser capturado en Saint Dié por la Wermacht, fue trasladado a pie hasta Estrasburgo. Una vez en este campo de prisioneros se les tomó sus datos y se les asignó una numeración: el padre recibió el número 2.637 y el hijo el 2.706. En este stalag y coincidiendo en las fechas de salida y llegada a Mauthausen también estaba el ardaleño Joaquín Cantalejo Sánchez, del que ya hemos tratado en este blog. De lo que no estamos seguros es de que llegara a conocer a Pedro Sánchez Muñoz. Posiblemente no porque Pedro marchó muy joven de Ardales. O a lo mejor sí ¿Quién sabe? 

Obsérvese la tupida red de campos de prisioneros distribuidos
por todo el territorio del III Reich

El Stalag VD de Estrasburgo, al parecer, tenía varias instalaciones, entre ellas un campo de fútbol (La Meinau, donde se sigue celebrando encuentros) acondicionado para poder dar cobijo a los prisioneros. Por los testimonios de otros supervivientes sabemos que la vida en los stalags era dura, muy dura y la comida escasa y mala, pero por su condición de prisioneros de guerra eran tratados siguiendo más o menos los tratados internacionales. Allí pasaron varios meses y no sabemos que estuvieron haciendo, pero seguramente realizando ciertas labores y trabajos quizás ligados a la agricultura y la industria.

El deportado Marcelino Bilbao, en sus memorias (Bilbao en Mauthausen), recuerda su llegada al campo de fútbol de La Meinau:

Miles de soldados fuimos agolpándonos en el estadio de fútbol: los primeros en llegar, en las tribunas, y el resto, a medida que estas se abarrotaban, sobre el terreno de juego. En general las condiciones de presidio fueron malas, porque pasamos mucha miseria y nos mataban de hambre. No fueron pocos los compañeros que, desesperados, encendieron improvisados fuegos para cocer las hojas de los árboles y comérselas con las manos. ¡E incluso hubo quien se atrevió con el césped del terreno de juego! Hasta que algunos días más tarde los alemanes trajeron un camión lleno de panes amarillentos, como si estuvieran podridos.

Desde este lugar muchos prisioneros serían transferidos más adelante a otras instalaciones, como fue el caso del mencionado Bilbao, que acabaron en algunas de las casernas o cuarteles militares de Estrasburgo.

Pero un día, a finales del año 1940, llegó al campo de prisioneros la terrible Gestapo, la policía secreta alemana, que entrevistó duramente a los españoles del campo, a veces malos tratos mediante, para sacarles información sobre su procedencia, filiación... La cuestión es que lo que buscaba la Gestapo era identificar a los republicanos españoles y trasladarlos a un campo de concentración, arrebatándoles su condición legal de prisioneros de guerra. La España de Franco, en connivencia con los alemanes, se había desentendido de ellos y la Francia de Pétain, al no ser franceses, también había pasado de ellos. Hitler le iba a hacer el trabajo sucio a Franco en tanto en cuanto los iba a trasladar a los campos de concentración del III Reich, especialmente al de Mauthausen, para exterminarlos, para hacerlos desaparecer.

 

MAUTHAUSEN

Próxima estación: el Infierno

El resultado es que el 11 de diciembre de 1940, con un frío verdaderamente terrible, obligaron a subir a cientos de prisioneros a un montón de vagones de tren acondicionados para el transporte de ganado -en total eran unos 847 hombres, según datos de la Amical de Mauthausen- y los mandaron al campo de concentración de Mauthausen, en Austria, donde arribaron un aciago viernes 13 de diciembre. Llegaron 846 hombres, según el investigador Juan Karpetano Crespo, por lo que es posible que uno falleciera en el camino. Se trataba de uno de los muchos campos de concentración que habían organizado los nazis, cuyo sistema nació en los años treinta para represaliar y reeducar a enemigos políticos y que surgió casi paralelo al proyecto eugenésico nazi, por el cual se organizó el asesinato sistemático de decenas de miles de alemanes con diferentes discapacidades que consideraban un "lastre" para la sociedad alemana. Allí, tras varios días encerrados en vagones con escaso alimento, sin lugar donde descansar, asfixiados por la pestilencia que expedía un bidón metálico rebosante de defecaciones y orines, les hicieron bajarse, aturdidos y ateridos de frío, bajo un chaparrón de insultos, golpes y mordiscos de feroces perros. Los SS hacían su sanguinario recibimiento a unos prisioneros completamente desorientados que no tenían la menor idea de lo que iban a encontrarse y al lugar al que se encaminaban.

A continuación, palos, golpes e insultos mediante, los hacían formar y a paso ligero los conducían al campo de concentración. Por el camino siempre moría varias personas por las palizas, por los ataques de los perros o por ambos factores combinados con un estado de salud muy, muy frágil.

José Jornet Navarro, un superviviente que iba en el mismo transporte que los dos pedros, describía en una entrevistaen el diario ABC su traslado en tren y su llegada al campo en aquella fecha: 

Los de la Gestapo nos dieron mantequilla y manzanas, ¡imagínese! y nos metieron en vagones de carga. Fueron tres días y tres noches encerrados, sin agua ni comida, haciendo nuestras necesidades en un rincón del vagón, que iba precintado, con vómitos, diarreas y sin saber a dónde íbamos. Llegamos a la una y media de la madrugada del 13 de diciembre de 1940. Había una nevada espectacular. Conforme descendíamos de los vagones nos molían a palos, los perros nos mordían y así seguimos hasta la cima de un monte. En el camino se quedaron tres o cuatro muertos. Si te parabas a ayudar a algún camarada te pegaban con palos y los fusiles en la cabeza. Te la rompían porque el que caía al suelo ya no se levantaba. Lo remataban allí mismo.

Entrada al campo de concentración de Mauthausen

Tras atravesar el pueblo de Mauthausen y subir una colina donde se hallaba el campo, exhaustos, arrecidos, asustados… y atravesar sus infernales puertas, a los presos se les hizo formar en la llamada appel platz, donde se les informó dónde se encontraban, las normas del campo, la dureza de los castigos… y que la única salida sería la chimenea del crematorio, como así fue para miles de españoles. Muchos no podían creer lo que estaban escuchando, pero pronto se darían cuenta de la realidad. Tras el recibimiento los presos recibían un singular procesamiento para despersonalizarlos: se les daba duchas alternas con agua hirviendo y agua helada ante las risas de los nazis; se les afeitaba todo el pelo del cuerpo para evitar los piojos, chinches y otros parásitos; se les rociaba con una sustancia desinfectante que les quemaba la piel… finalmente un prisionero les tomaba sus datos para abrirles una ficha y les proporcionaba un número que iba fijado a un triángulo azul con una S en el centro. El triángulo azul era reservado para los apátridas y la S era de Spanien; apátridas españoles, ¡qué incongruencia! El número que recibían en adelante sería su nombre y debían aprenderlo en alemán, porque por ese número les llamarían. No atender a la llamada suponía una paliza que podía costarles la vida o duros castigos. Recibían, además, un traje de prisionero azul con rayas blancas, con una gorra que debían llevar siempre y quitarse frente a los vigilantes, ya fuesen SS o capos, presos de delitos comunes que se ocupaban de mantener el orden en el campo y que eran más brutales que los propios nazis como tendrían ocasión de padecer. Como calzado les proporcionaban unos incomodísimos zuecos de madera acompañados por unas tiras de tela enrolladas; eran los calcetines. Para comer, una gamela o escudilla metálica junto con su cuchara, que no debían perder.


Pedro Sánchez Muñoz fue bautizado con su nuevo nombre, el número 5262 y su hijo, Pedro Sánchez Moreno, con el número 5261. Son números correlativos, padre e hijo iban juntos en todo momento velando el uno por el otro, como no podía ser de otra manera.

Los prisioneros, antes de entrar directamente en la dinámica del campo de concentración, pasaban una cuarentena en determinadas barracas o blocks donde las condiciones de habitabilidad eran infrahumanas (en Mauthausen todo era infrahumano), tras lo cual se incorporaban a la dura vida del campo. Sabemos que Pedro Sánchez Moreno estuvo en el Block nº 6 e imaginamos que también su padre del que no se separaría en ningún momento, aunque no tenemos información precisa que así lo asevere.

José Marfil Peralta, deportado nacido en el Rincón de la Victoria, nos cuenta algunos de sus recuerdos en este campo infernal:

Nos hacían formar tres veces al día, todo el campo, para ver que no faltaba nadie. Al romper filas teníamos que correr para entrar en un comando que tuviera fama de no ser muy malo. Con 100 cerraban el comando, así los más lentos, los más débiles se veían obligados a ir a otro comando peor. A veces nos retenían en nuestro bloque y llegamos los últimos y te tenías que poner en el peor si no te pegaban. Al mediodía hacías el Appel y después corrías por tu fiambrera, si eras de los primeros la sopa era muy aguada, el del medio estaba mejor y más aún al final donde estaba lo espeso, solo que entonces no te daba tiempo para comer, porque teníamos solo media hora. Para comer corrías, para formar comandos corrías, corríamos continuamente…

 


…Si faltaba alguien en el Appel pasábamos horas y horas en la plaza de pie, y la gente con el agotamiento, el frío, la debilidad, el hambre, se derrumbaba. Entonces si llovía la ropa estaba empapada, te la quitabas y la ponías al lado de la cama, pero por la mañana estaba aún mojada y te la tenías que poner así. En la barraca había un olor pestilente a humedad y muertos. Dormíamos en literas de tres pisos con un colchón de paja que después se convertía en polvo y teníamos una manta. En el bloque estábamos tan apilados que con nuestro calor se caldeaba. Por la noche nos daban un pan para tres o cuatro y un trocito de salchicha.

 Interior de una de las barracas de Mauthausen

(Foto Ana María Tapia y Miguel Ángel Peña)

 

Interior de uno de los aseos de una barraca de Mauthausen
(Foto Ana María Tapia y Miguel Ángel Peña)

 

 

Creemos que ambos fueron afectados a los trabajos que se realizaban en la cantera de granito de Mauthausen, la Wienergraven, que daban sentido a este sanguinario campo y eran una de las más productivas del III Reich. En esas fechas la mayoría de los españoles que llegaban eran enviados a trabajar en ella bajo unas horribles condiciones: frío, golpes, palizas, insultos, escaso alimento…Al final de la dura jornada de trabajo todos los prisioneros debían subir una escalera con una gran roca a sus espaldas para las obras que se venían haciendo en el campo. Mientras subían pesadamente, algunos vigilantes les aporreaban o les empujaban, provocando muchos heridos y muertos. La cantera de Mauthausen fue un lugar muy sangriento para el colectivo español, pero otros, como el de los judíos, lo sufrieron más por el odio que les tenían los nazis.


 

 

La cantera y la escalera de muerte en Mauthausen
(Foto Ana María Tapia y Miguel Ángel Peña)

El segoviano Regino González forma parte del escaso grupo de españoles que trabajó en la cantera y salió con vida del campo. En una entrevista recordaba su paso por aquella escalera: 

Trabajábamos diez horas todos los días, la mayoría en la cantera, subiendo y bajando piedras. Para comer nos llevaban unas calderas con patatas, zanahorias, mucha verdura y algo de pan. Pasábamos mucha hambre. A veces venían los de las SS y daban patadas a las calderas y tiraban la comida, y la teníamos que comer del suelo.

La dureza de la cantera y de las condiciones de vida en el campo podían acabar con la vida de un hombre en pocas semanas. En febrero de 1941 padre e hijo fueron trasladados al subcampo de Gusen, que dependía del campo matriz pero que llegó a ser más grande y a contar con más prisioneros. Y es que el campo principal llegó a tener decenas de subcampos y kommandos dependientes repartidos por toda Austria de los que el más tristemente famoso fue el de Gusen, que distaba de él cuatro o cinco kilómetros.


A Gusen mandaban a las personas más débiles y enfermas para hacer espacio en el campo central ante la llegada de nuevos prisioneros. Al principio se engañó a los españoles haciendo correr la idea de que en Gusen el trato era mejor y se podrían recuperar de heridas y enfermedades. Muchos fueron voluntarios en el primer transporte, el 24 de enero de 1941, donde iban unos 850 prisioneros. Pero Gusen era peor que Mauthausen y se trataba peor a los prisioneros, mucho peor. En Gusen murieron la mayoría de los españoles que fueron a parar a Mauthausen…

 

GUSEN 

¡No sin mi padre!

El 17 de febrero de 1941 padre e hijo fueron transferidos a Gusen. No sabemos si ambos fueron de forma voluntaria o si, por el contrario, el padre se encontraba muy débil y las autoridades del campo decidieron enviarlo allí y su hijo, por no dejarlo sólo como es natural, marchó con él. En el contingente de españoles iba también el ardaleño Joaquín Cantalejo, referido anteriormente. El recorrido, que realizaron junto a varios cientos de españoles, lo tuvieron que hacer andando a paso ligero, azuzados e insultados por los nazis. En el transcurso de estos traslados siempre morían algunos prisioneros como consecuencia del agotamiento total y los malos tratos. 


En Gusen, que tenía 32 barracas y llegó a albergar más prisioneros que el campo central, les proporcionaron otras identidades, otros números de registro. Al padre le correspondió el 10728 y a su hijo el 10734.

No sabemos casi nada de las peripecias que vivieron ambos en Gusen, donde había otra cantera de granito, la Kastelhofen, en la que se trabajaba muy duramente y otras mortíferas infraestructuras en las que trabajaban los españoles, entre otros prisioneros de otras nacionalidades, bajo unas extremas condiciones. Una de ellas era la construcción de un molino de triturar piedra, donde fueron asesinados casi dos mil españoles por los malos tratos de los SS y de los capos, unidos a unas condiciones de explotación extremas. La mayoría de los españoles muertos en Gusen lo hicieron en el invierno de 1941-1942 debido al frío terrible, la mala alimentación, el trabajo extenuante y los malísimos tratos, que mermaron la capacidad de resistencia de unos prisioneros ya de por sí muy debilitados.

En Mauthausen y Gusen hubo varios padres e hijos que convivían en esa siniestra reclusión. El tener un familiar tan próximo dentro del campo y verlo sufrir o ser víctima de malos tratos amplificaba el sufrimiento de una manera desmedida. Fueron muchos los hijos y padres que sufrieron muchísimo por el otro ser querido. Nuestros protagonistas, uña y carne, debieron pasar mucho dolor el uno por el otro, y no albergo ninguna duda de que en la medida de lo posible siempre cuidaban el uno del otro y se apoyaban emocional y moralmente.

Los duros trabajos y la ínfima alimentación, las palizas, las interminables formaciones obligatorias bajo la nieve o la lluvia, los siniestros baños de la muerte en los que se ahogaba a los prisioneros más débiles en agua helada… se llevaron por delante a miles y miles de personas a causa del sadismo y la brutalidad de SS y capos. Estos últimos eran prisioneros comunes que se ganaban el favor de los SS y a cambio de disfrutar de determinados privilegios, les hacía el trabajo sucio: vigilancia, castigos, trabajo... Uno de los más bestias y odiados era español natural de Sabadell Enric Tomàs Urpí, que acabó con la vida de muchísimos españoles y el otro Indalecio González, el “Asturias”. Tomás era un republicano y formaba parte del tristemente famoso transporte de Angulema. En esta ciudad conoció a Severina, la que sería esposa del deportado Jacinto cortés y que esto decía sobre Tomás cuando lo conoció:

Entonces allí parecía una persona excelente, de lo mejor. Un hombre comedido, sensato cuando hablabas con él, en fin, nunca dio la sensación de tener instintos tan criminales y tan malos como después pasó, y fíjate que como dice Jacinto y dicen otros que lo conocieron también cuando hablan de él entre ellos, que bueno, que ha sido de lo más desalmado que se ha podido imaginar (Jordi Moliner Rodríguez).

Al parece el capo Tomàs llegó a controlar en Gusen la barraca nº 21, donde se encontraban la mayoría de los padres de los jóvenes que formarían el kommando Poschacher. Estos jóvenes le pidieron que no los maltratara físicamente a lo que, según parece, respondió que allí no había ni padres ni hijos y que se trataba de que se salvara el que pudiera… Algunos padres murieron sin recibir ayuda ni apoyo de ningún tipo, lo que generó un enorme odio hacia Enric Tomàs. Dos días después de liberado el campo de Mauthausen, el 7 de mayo de 1945, el prisionero ya libre Ataúlfo Arrojo fue a buscarlo y lo mató de dos tiros. Los prisioneros, ahora libres, se ensañaron con su cadáver hasta dejarlo completamente destrozado. Fue una muerte rápida, otros capos españoles no tuvieron esa suerte pues fueron apalizados hasta la muerte por una masa enfurecida; otros acabaron en manos de la justicia y o fueron condenados a muerte o pasaron algunos años en la cárcel, mientras que a otros no los cogieron nunca… El ejecutor de Tomàs era José Ataúlfo Arrojo Marqués, un asturiano nacido en Avilés el dos de marzo de 1912 que había sido deportado a Mauthausen en el tren de Angulema, en el Convoy de los 927, y que llegó al campo de concentración el día 24 de agosto de 1940 tras un viaje infernal. En Mauthausen recibió la matrícula 3999 mientras que la 4000 la recibió Emilio Arrojo Arrojo, también vecino de Avilés, nacido el día 13 de septiembre de 1903, que le acompañó en todas estas peripecias, y que a juzgar por los apellidos debía ser familia porque de los doce de Avilés que fueron deportados son los únicos que llevan el apellido Arrojo. Emilio fallecería, al parecer, a manos del capo Enric Tomàs Urpì el siete de octubre de 1941 en Gusen.

Sabemos que el ardaleño y trinitario Pedro Sánchez Muñoz cerró los ojos para no abrirlos jamás un aciago 27 de septiembre de 1941 a las siete y media de la mañana, tras pasar siete horripilantes meses en Gusen. Su cuerpo, piel y huesos, fue llevado al crematorio, junto con decenas de cuerpos de personas de distintas nacionalidades para ser transustanciado en cenizas y humo… El deportado Alfonso Cañete Jiménez (nº deportado 3872), natural de Montalbán (Córdoba), en el extraordinario libro de Sandra Checa, Ángel del Río y Ricardo Martín: Andaluces en los campos de Mauthausen, Centro de Estudios Andaluces, 2006, recordaba como en alguna ocasión había tenido que realizar la dura tarea de trasladar los cuerpos de los compañeros difuntos hasta el crematorio Gusen:

Por Mauthausen pasaban todos, pero como allí no había tiempo para quemar a todos los que estaban malos y ya no servían para trabajar, se los llevaban a Gusen para que murieran. Y allí los quemaban. En Gusen morían trabajando y también gaseados. Yo estuve en un grupo donde a los que iban muriendo se les llevaba en carretillas. Los hombres estaban gastados, los llevábamos en carretillas hasta la puerta del crematorio y allí había otro personal cuyo oficio era quemar hombres. A éstos, cuando les llegaba su hora, acababan igualmente en el crematorio.

Una vez en el crematorio los cuerpos de los desdichados prisioneros eran introducidos en los hornos y transformados en humo, cenizas y recuerdos...

Según los archivos del campo su muerte fue debida a una neumonía lobar. Pero no podemos creer a pies juntillas lo que se recoge en ellos en lo referido a las causas de las muertes porque los nazis falseaban las causas de las defunciones para no incriminar a los verdugos. Es posible que el final de Pedro Sánchez Muñoz hubiera sido otro de carácter más violento. Un testigo que lo conoció, el antequerano Antonio Rubio Morea (deportado nº 5233) y que siguió la misma trayectoria que los dos pedros desde su captura, declaró que murió en la barraca nº 32 de Gusen, el lugar que se reservaba a los más débiles y que recibían la mitad de la ración y más malos tratos. El almeriense Rafael Castillo Díaz (deportado nº 3895), que también lo conoció, declaró que murió a consecuencia de las torturas que le fueron infligidas… 


 

Jesús Tello, un deportado de origen aragonés (natural de Épila de Jalón), pasó por esa siniestra barraca y creyó ver el fin de sus días. Jesús fue uno de los jóvenes que se integró en el Kommando Poschacher, que veremos más adelante, por lo que es muy posible que conociera a Pedro Sánchez Moreno. Esto nos decía sobre su estancia en la barraca nº 32 en una entrevista en el Heraldo de Aragón:

Cuando pasé el tifus, en la barraca 32 de Gusen morían a patadas. A la una de la mañana entraba un camión y nos decían que íbamos al hospital para curarnos. Les metían una inyección de gasolina y morían. Sufrí y rabié mucho, hasta que le dije a un SS que estaba curado para trabajar y salí vivo. Aguanté hasta que me dijo 'raus' (fuera).

Otro superviviente, Pascual Castejón Aznar, también aragonés y natural de Calanda (Teruel), nos cuenta esto de Gusen y las barracas 31 y 32, destinadas a los que se encontraban en peores condiciones:

Aunque en Gusen el régimen disciplinario era menos duro que en Mauthaseun, las condiciones de vida eran peores. La mayoría de los presos sólo aguantaba tres o cuatro meses con vida. Cuando el agotamiento se apoderaba de los prisioneros, se les trasladaba a la barraca de los inválidos. Allí... les daban la mitad de la ración, con lo cual la muerte llegaba antes. Aí,, los muertos, de todas las nacionalidades, se contaban por millares... Cuando mi decaimiento fue tal que ya no pude trabajar ni andar, me ingresaron en una de las barracas de inválidos. En ellas, concretamente en la 31 y en la 32, se llevaron a cabo las mayores matanzas del campo. Allí se trasladaba a los más débiles y se les dejaba morir de hambre. Muchos no podían con tal sufrimiento y acababan lanzándose contra las alambradas electrificadas para poner fin a su vida. A otros, sin embargo, nos faltaba coraje para ello, y además aún albergábamos la esperanza de poder salir con vida de allí.

Sea como fuere el triste y doloroso final de Pedro Sánchez Muñoz, lo que imaginamos es que el dolor y la soledad que debió sufrir su hijo Pedro, entonces un joven de 19 años cuya vida había quedado truncada por enormes tragedias, tuvo que ser incuantificable: sólo en el campo de concentración más mortífero del III Reich, sin contacto con su familia y sin saber de su suerte, con un negro futuro a la vista… pero parece que Pedro no era de aquellas personas que se dejaran derrotar fácilmente, no. Pedro, a pesar del dolor, era una persona fuerte, decidida y no se vino abajo. Sólo, pero no completamente sólo, porque los españoles ofrecían su amistad y solidaridad a sus compatriotas y arropaban, en la medida de lo posible, a personas como Pedro, que habían perdido a un ser querido.

 

ADIOS, PADRE. HASTA NUNCA, GUSEN

PEDRO SÁNCHEZ MORENO, EL MALAGUITA. EL HOMBRE QUE SEMBRÓ LA SEMILLA DE LA LIBERTAD Y DE LA ESPERANZA EN EL CORAZÓN DE LA BESTIA NAZI

Regreso al campo matriz de Mauthausen e integración en el Kommando Poschacher

No volvemos a saber de Pedro Sánchez Moreno hasta el 18 de febrero de 1942, un año después de haber sido transferido a Gusen, para encontrarlo nuevamente en Mauthausen con un nuevo número de matrícula, el 9039. Desconocemos el motivo de este traslado y qué tareas y trabajos estuvo desempeñando en el campo hasta que en el verano de 1943 fue reclamado para un nuevo destino: el Kommando Poschacher. Del tiempo que pasó en Gusen desde que murió su padre hasta su traslado de vuelta al campo central, no sabemos nada. Absolutamente nada.

Pero ¿Qué es el Kommando Poschacher? Anton Poschacher era un importante empresario de Mauthausen que tenía una constructora y una cantera muy productiva. Era un hombre acaudalado que procedía de una familia de larga tradición empresarial ligada a la explotación del granito de la zona y simpatizaba abiertamente con la causa nazi. Poschacher necesitaba personal joven para trabajar en la cantera -dado que los hombres en edad de trabajar se encontraban en el frente- y fue a buscarlo al campo de concentración. Y es que el sistema concentracionario nazi empleó a los millones de prisioneros como esclavos que trabajaron directamente para ellos o alquilados a grandes empresas y multinacionales alemanas, como BAYER, BMW, THYSSEN… y a miles y miles de medianas y pequeñas empresas, no lo olvidemos, a miles y miles de pequeñas y medianas empresas. Los nazis ingresaron ingentes cantidades de dinero empleando legiones de esclavos en empresas cuyos dueños, faltos de toda clase de escrúpulos y principios, aprovechaban una mano de obra barata, dócil y fácilmente explotable ante la falta de varones en edad de trabajar, absorbidos la mayoría por los frentes de guerra, como hemos señalado.

Volvemos a recurrir al testimonio del deportado Alfonso Cañete Jiménez recogido en el libro de Sandra Checa, Ángel del Río y Ricardo Martín: Andaluces en los campos de Mauthausen, Centro de Estudios Andaluces, 2006:

Los SS no entraban en el interior de los campos, todo era ejecutado por los presos. Eran gente joven sin escrúpulos, educados en las escuelas nazis. Para ellos éramos como bichos. Los alemanes no gastaban una bala para matar un preso. Allí todo el mundo trabajaba y de eso se beneficiaban los monopolios capitalistas. En la cantera, la carretera, el trabajo lo hacían los presos. El régimen nazi lo tenía todo montado en connivencia con las grandes empresas capitalistas para beneficio de éstas y del estado hitleriano. Éramos una mano de obra que se iba sustituyendo conforme se iban muriendo los presos; venían nacionales, otros de países de Europa central y al final vinieron también muchos italianos…

Anton Poschacher se llevó para su cantera a entre 40-50 jóvenes españoles. La cantidad varía según las estimaciones de diferentes autores, aunque los estudios de Sandra Checa y Benito Bermejo (Fotografías del Kommando Poschacher (1944) de 2006) indican que fueron un total de 42. Entre ellos se encontraba Pedro Sánchez Moreno, un joven malagueño del barrio de La Trinidad y militante de las JSU con 20 años recién cumplidos. El único malagueño, que sepamos, que perteneció a este grupo de trabajadores tan particular. Por la mañana se levantaban como el resto de los trabajadores y marchaban del campo a trabajar a la cantera del empresario bajo vigilancia, la que distaba unos cuatro o cinco kilómetros que debían recorrer a pie; llevaban trajes de civiles y no los uniformes a rayas; tenían mejor alimentación que en el campo, el trato no era tan brutal pero seguían siendo ferozmente vigilados y controlados. No eran libres, no nos engañemos, aunque las condiciones eran algo mejores, seguían siendo prisioneros y realizando un trabajo esclavo: el empresario pagaba a los gerentes del campo por el uso de cada trabajador. Cada tarde, terminado el turno de trabajo, debían volver al campo, donde pasaban la noche.

En los siguientes años la vida de Pedro transcurriría con menos sobresaltos, pero con muchísimas privaciones pues el trabajo era duro, las condiciones malas y la alimentación la justa. De cualquier forma, en comparación con las condiciones del campo matriz o de Gusen, había un enorme abismo. No creo que pasara un solo día ni una sola noche, en el que el recuerdo de su padre y de toda su familia no acudiera a su corazón.

Poco a poco se fue relajando el control sobre los jóvenes Pochacas, como los conocían los otros españoles en el campo y a finales de 1944, avecinándose el final de la guerra e inclinada la balanza hacia el lado de los Aliados, los nazis echaron sus cuentas y fueron aflojando; entre octubre y noviembre de 1944 fueron “liberados”; se les acondicionó una barraca en la cantera de Anton Poschacher y allí se quedaban a dormir, sin tener que regresar al campo y podían incluso pasear por el pueblo y las inmediaciones. Eso sí, bajo vigilancia y control y ciertas prohibiciones expresas (huir, robar, mantener relaciones con chicas de la zona…) que les podía costar la vida a todos ellos. Evidentemente no se trataba de una liberación.

Para esta nueva situación se les crearon unos documentos que llevaban incorporados una imagen de cada uno. Las fotografías las realizó el fotógrafo Francisco Boix, un joven catalán que había sido capturado por los alemanes y llevado a Mauthausen, pero al que su astucia, su habilidad, su pericia y el hablar varios idiomas, además de manejarse muy bien con la cámara de fotos, le facilitó las cosas en el campo. Aunque volveremos sobre Boix más adelante, decir que las fotos de los Poschacher se conservan y entre ellas se encuentra la de Pedro Sánchez Moreno, apodado por sus compañeros como “Malaguita”, del que decían era muy gracioso y tenía muy buen humor, según se recoge en uno de los trabajos de Jordi Moliner Rodríguez.

En la imagen lo vemos posando vestido con ropa de civil. El joven Pedro, que no aparenta los veinte años, posa afeitado y con el pelo corto, pero no completamente rapado. En el centro de su cabeza vemos una línea de pelo más corta. Es la denominada “Himmler-Straße” o “Lausrinne”; así se llamaba en el campo a la línea rapada en la cabeza que, en caso de fuga, debía ayudar a identificar a los presos. Bajo sus singulares y largas cejas, se encuentran unos ojos ni pequeños ni grandes que dirigen una serena mirada al infinito y que no muestra ni un atisbo de tristeza, de melancolía, quizás por la esperanza de hallar la ansiad libertad algún día más cercano que lejano o por un carácter, creemos, fuerte, vitalista y alegre.

 

Varias semanas antes de la liberación del campo el empresario que los explotaba, Anton Poschacher, quiso desvincularse de ellos. No quería que llegaran los Aliados y encontraran su empresa llena de trabajadores esclavos alquilados a los nazis así que los jóvenes fueron repartidos entre otros grupos de trabajo; Pedro, junto con otros compañeros, fue a parar a Linz (ciudad natal de Hitler), a una fábrica de pan…Recordemos que su padre era panadero y seguramente él también lo fuere. Este capítulo de sus vidas duró apenas dos o tres semanas porque el 5 de mayo se liberaba oficialmente el campo de concentración de Mauthausen, el último en ser liberado de todos los campos nazis... Los jóvenes Pochacas volvieron al campo central para reencontrarse con sus antiguos compañeros, con sus hermanos o padres… Todavía permanecerían un mes más en el campo antes de ser traslados a Francia, su país de acogida, porque ningún otro los reclamaba… A España, claramente, no podía volver porque se arriesgaban a ser detenidos, encarcelados, ejecutados… como pasó con algún otro. Sabemos que Pedro llegó a Francia un 26 de junio de 1945.


 

Pedro Sánchez, a la edad de 23 años y con toda la vida por delante, al igual que los pocos miles de españoles que habían sobrevivido in extremis al campo de Mauthausen tras años y años de suplicio, de explotación, de penalidades, de torturas… fue acogido en Francia, donde se labró su futuro y recibió el carné de deportado político nº 11630361. Su vida se encontraba nuevamente ligada a un número… Su padre fue reconocido a título póstumo como deportado político y también recibió un número, el 111129263… El país galo le dio las oportunidades y este malagueño, nacido y criado en el malagueño barrio de La Trinidad y que debía ser un verdadero buscavidas, supo aprovecharlas. Aunque no lo tuvo nada fácil. No sabemos los trabajos y oficios que desempeñó ni las ciudades donde residió, pero sí que se casó con una joven española y que fundó su familia, cuyos hijos guardan con un enorme cariño su extraordinario recuerdo y su memoria.

Por lo que sabemos del malagueño del barrio de La Trinidad Pedro Sánchez Moreno, el “Malaguita”, nunca regresó a los lugares de su infancia y de su juventud. No volvió a pisar suelo español ¿Para qué? Un 19 de junio de 1982, en la población francesa de Montluçon y con tan sólo 60 años, fue a reunirse con su querido padre…  

Como decía al principio, a través de la divulgación de esta historia parte de la familia de Pedro Sánchez Muñoz que reside en Málaga y que ni tan siquiera lo conocía, ha descubierto a la parte de la familia francesa y viceversa ¿Quién me iba a decir a mí que esta historia finalizaría con ese comienzo?


EPÍLOGO

Tenemos que volver a la figura de Francisco Boix porque, junto con otros miembros españoles del equipo fotográfico de Mauthausen que los nazis habían organizado, se dedicó a duplicar negativos con imágenes terribles que comprometían a los nazis y que sirvieron para acusarlos en los juicios de Nuremberg (1946) y Dachau (1945-1948), donde prestó declaración Boix. Esos negativos fueron escondidos en distintos lugares del campo hasta que llegó un momento en que se decidió sacarlos fuera de aquel lugar por la peligrosidad y riesgo que suponía el resguardarlos dentro de los muros de Mauthausen. Esos negativos pudieron salir del campo de concentración gracias a algunos de los jóvenes que trabajaban en la cantera de Anton Poschacher, que los sacaron del campo y lograron esconderlos gracias a la complicidad de una vecina de Mauthausen, Anna Pointner, que los escondió en el muro de la cerca de su casa a riesgo de su vida y de la de su familia. Existe, o existía, cierta polémica con otro de los miembros del equipo fotográfico de Mauthasuen, el español Antonio García, que llevaba más tiempo en la oficina de rebelado que Boix y que, por lo visto, también había empezado a esconder fotografías. Éste reclamaba su protagonismo en esta vital actuación y señalaba que había quedado eclipsado por Boix, el cual, según García, se había aprovechado de él en la medida de que aprovechó que estuvo enfermo varias semanas para hacerse con todo el material, parte del cual había sido sustraído por él, para sacarlo del campo. Existe una película sobre estos hechos, El fotógrafo de Mauthausen (Mar Targarona, 2018) que pretende narrar lo ocurrido. Hay que decir que, aunque muy bien ambientada, se trata de una historia muy, muy libremente inspirada en hechos reales.



No tenemos constancia de que el trinitario Pedro Sánchez Moreno participara de esta decisiva e histórica actuación y, la verdad, es que fueron unos cuantos los jóvenes Pochacas los que realizaron el ocultamiento de los negativos y lo mantuvieron en el más estricto de los secretos para que esta historia pudiera llegar a buen puerto y no comprometer al resto de los compañeros.

Gracias a estos testimonios gráficos, entre otros documentos y testigos, se pudo demostrar la culpabilidad de numerosos jerarcas y responsables nazis, que fueron ajusticiados. Sin embargo, muchos, miles y miles, escaparon al peso de la ley y pudieron rehacer sus vidas tanto dentro como fuera de Europa muy tranquilamente… Y aunque algunas grandes empresas fueron señaladas y denunciadas por explotar como mano de obra esclava a millares y millares de prisioneros, teniendo que pagar determinadas indemnizaciones, a miles de pequeñas empresas y explotaciones no les pasó nada. De hecho, sin ir más lejos, la cantera de Poschacher siguió en funcionamiento y sus empresas siguen activas a día de hoy en manos de sus descendientes. 

La locura a la que los nazis habían arrastrado al pueblo alemán, a Europa y al Mundo provocaron millones y millones de muertos y un devstador daño a la economía mundial. Según unas estimaciones, en esta contienda bélica perecieron entre 50 y 60 millones de seres humanos, según otras estimaciones más pesimistas, hasta 100 millones. La URSS fue el país que más vidas perdió, casi 25 millones de los que casi 9 eran militares, el resto era población civil. Le siguió Alemania, con casi 8 millones de víctimas, unos 5 millones eran militares, el resto civiles. Las víctimas del Holocausto nazi se estiman en algo más18,5 millones, según los investigadores. Con el siguiente cuadro podemos hacernos una idea:


A día de hoy, por desgracia, hay mucha gente que niega la existencia de los campos de concentración nazis, de las cámaras de gas, de los millones de asesinatos... Y no son pocos. Hay muchos, también, que lamentable y peligrosamente no es que lo nieguen, sino que lo justifican. Y es que en los últimos años y ligados a las sucesivas crisis económicas, sanitarias y ecológicas que estamos viviendo -junto con sus negativas consecuencias a todos los niveles- estamos asistiendo en Europa al ascenso de determinados partidos con una fuerte impronta reaccionaria que hacen gala de un nacionalismo exhacerbado ligado a una fuerte defensa de la idea de la patria y de la religión, y que no esconden que son abiertamente racistas, xenóbofos y homófobos.

En Alemania e Italia habían sucumbido el nazismo y el fascismo, respectivamente, mientras que en España los Aliados no intervinieron para derrocar al dictador Francisco Franco, que conservó su puesto -al que llegó gracias al apoyo de la Alemania nazi y la Italia fascista y la inacción de las potencias europeas- y su estatus gracias a Iósif Stalin... Los Aliados preferían a un anticomunista furibundo en España, país de un gran protagonismo geoestratégico en el Mediterráneo, antes que un gobierno republicano de carácter izquierdista que pudiera estrechar relaciones con la URSS, controlada con puño de hierro por Stalin, dirigente comunista que había provocado millones de muertos (por hambre, asesinatos, purgas...) y de represaliados en su propio país. Los Aliados querían frenar a toda costa el avance del comunismo (las bombas atómicas que los americanos lanzaron sobre la poblacicón civil de Hiroshima y Nagasaki fueron la demostración de fuerza más brutal y sanguinaria que de un arma se haya hecho en la historia de la humanidad y una advertencia para Stalin) y el momento histórico en que vivían era más práctico a sus intereses una España gobernada por un dictador que les fuera favorable que por una democracia que pudiera salirles díscola. Incluso antes del final de la II Guerra Mundial, la Guerra Fría ya había comenzado. Es paradójico, jodidamente paradójico, pero de cierta manera Franco le debe mucho, muchísimo a Stalin y al comunismo.

Mientras, en suelo patrio la dictadura del general Franco depuró a miles de maestros y funcionarios, mandó fusilar a decenas de miles de españoles, envió al exilio a casi medio millón de españoles, encerró en las cárceles y mandó a batallones de trabajo a centenares de miles de compatriotas que fueron explotados como mano de obra casi esclava… con el único fin, mediante el terror, de extirpar las ideas y sentimientos de izquierdas entre unas amplias y mayoritarias capas de población que ansiaban el establecimiento de un régimen y de unos valores democráticos para salvaguardar los intereses de las clases que habían promovido el golpe de Estado: los grandes capitalistas y terratenientes, los grandes financieros y banqueros, la aristocracia, la Iglesia, las altas capas del Ejército… La represión del general Franco fue mucho más allá de nuestras fronteras; en connivencia con el régimen nazi, permitió la eliminación sistemática de españoles refugiados y exiliados en Francia desentendiéndose de ellos, como los casi diez mil españoles que fueron a parar a campos de concentración nazis, o buscando a determinadas figuras a través de la Gestapo, como el expresidente de Cataluña, Lluís Companys, para traerlas a España y fusilarlas. El expresidente Azaña falleció en Montauban antes de que lo capturaran, sino habría corrido la misma suerte. Franco devolvió el apoyo militar y económico prestado por la Alemania nazi en la Guerra Civil durante la II Guerra Mundial proporcionándole suministros, minerales estratégicos como el wolframio, acogiendo y proporcionando combustible y víveres a sus submarinos (que atacaban los convoyes Aliados), enviándole la División Azul… y tras ella, al dar acogida y refugio a miles de nazis que eran buscados por la justicia internacional por los horrendos crímenes cometidos, y que pasaron los últimos años de su vida viviendo muy tranquilamente. La relación de Franco con Hitler no fue idílica, como se ha propalado en algunos medios, también hubo muchas tensiones por la disparidad de intereses que no impidieron un buen entendimiento y concierto mutuos.

Para ir finalizando, unas últimas reflexiones: España, nuestro país, a pesar de ser una democracia madura y asentada, tiene una deuda pendiente con los deportados, con los exiliados, con los represaliados, con los más de cien mil muertos enterrados anónimamente en fosas comunes en cunetas y cementerios, con sus familias… una deuda pendiente con su historia y con las víctimas del franquismo en nuestra tierra y más allá de nuestras fronteras, como ha sido el caso de los deportados a los campos nazis y los exiliados a tierras francesas, africanas y americanas, principalmente. La Guerra Civil y la Dictadura terminaron hace mucho, mucho tiempo; han pasado ya más de ocho décadas desde que terminó aquella sangrienta contienda doméstica, casi medio siglo desde que murió el General Francisco Franco y se dio por cerrado el Franquismo (al menos institucional) y casi el mismo tiempo que España transita por la senda democrática (con sus defectos y virtudes, como otros países). Todos sabemos que la Transición, aunque se cerró en falso, se hizo de la mejor manera que se pudo en unos momentos tan sumamente delicados -habida cuenta de las desequilibradas relaciones de poder entre unos sectores y otros- y que era imposible, impensable, iniciar cualquier actuación de recuperación de restos, excavación de fosas comunes… Sin embargo, hasta que no desenterremos a los españoles sepultados en las cunetas para entregarlos a sus familias y que les hagan el duelo, les den cristiana o laica sepultura y les lleven sus flores, y hasta que no restituyamos la memoria de las personas injustamente represaliadas, no vamos a poder pasar página en este país… Poco se ha hecho en los últimos años para lo que debería haberse hecho y ha sido más por iniciativa de asociaciones y familiares que por iniciativa institucional, a excepción del notable y ejemplar caso del Alcalde de Málaga, D. Francisco de la Torre Prados en el caso de los malagueños fusilados en el cementerio de San Rafael de Málaga, donde ha colaborado activamente en la exhumación de los restos y en la construcción de un memorial. El caso de D. Francisco de la Torre Prados es único en España, por desgracia, es una excepción.

Una cosa que he visto estos años en los que he estado estudiando el tema de los deportados españoles en los campos de concentración nazis es que la mayoría de los monumentos, placas, recordatorios, eventos, listados… aparecen preferentemente mencionados los muertos, los que allí fueron asesinados. Pero menos los supervivientes que fueron los testigos de los hechos y gracias a los cuales conocemos las horrendas atrocidades que padecieron, y a sus familias, que sufrieron muchísimo la desaparición de sus seres queridos y no se enteraron hasta que pasaron muchos años. Muchas madres murieron sin saber siquiera que su hijo estaba muerto... En Málaga, sin ir más lejos, en los terrenos de la Excma. Diputación Provincial de Málaga, en unos jardines, se levantó hace años un monumento a los deportados malagueños donde se recogía únicamente los nombres de los asesinados en el campo de concentración, pero en el que no aparecía el de los supervivientes… Desde la memoria, inconscientemente, se estaba realizando un trabajo de desmemoria… Ese monumento se encuentra ya en mal estado y sin los cuidados necesarios, ha ido perdiendo muchas de las letras que componían los nombres de las personas a las que homenajeaba, al igual que los árboles pierden las hojas en otoño. Y es que los supervivientes y sus familias han sufrido y sufrido durante decenas de años, y siguen sufriendo todavía un dolor insuperable acumulado durante décadas, heredado de generación en generación, y la falta de reconocimiento institucional y social en nuestro país. Y es que la vida y tribulaciones de los deportados españoles a Mauthausen y sus circunstancias familiares deberían ser reconocidas y honradas institucionalmente en nuestra tierra, su tierra, amén de formar parte de los currículos educativos de colegios, institutos y universidades. En Francia, su país de adopción, han sido reconocidos, honrados y respetados a nivel institucional y a nivel social. En España…

 

 
Monumento a los republicanos españoles asesinados en Mauthausen
(Foto Ana María Tapia y Miguel Ángel Peña)


(c) Diego Javier Sánchez Guerra