jueves, 9 de diciembre de 2021

UN REPASO A LOS ANTIGUOS OFICOS DEL ENTORNO DEL PARQUE NACIONAL SIERRA DE LAS NIEVES

 

Esta entrada va dedicada a una de las personas que más ama y siente la Sierra de las Nieves: al compañero y amigo Francisco Domínguez, de El Burgo, gran apasionado y enamorado de estas sierras, abnegado padre de familia, alma inquieta y ávidad de conocimiento y un extraordiario conservador de nuestro medio ambiente desde su arriesgada labor como Bombero Forestal ¡Va por tí, Francisco!

 

 


 

La Reserva de la Biosfera de la Sierra de las Nieves es uno de los territorios más singulares y diversos de la provincia de Málaga,posiblemente el que más. También es uno de los más bellos. De hecho, es la única que existe en esta provincia andaluza de las ocho que podemos encontrar en nuestra comunidad autónoma. Esta catalogación la recibe de uno de los organismos internacionales más importantes, la UNESCO, y se otorga sólo a aquellos territorios …cuyo objetivo es armonizar la conservación de la diversidad biológica y cultural y el desarrollo económico y social a través de la relación de las personas con la naturaleza. Se establecen sobre zonas ecológicamente representativas o de valor único, en ambientes terrestres, costeros y marinos, en las cuales la integración de la población humana y sus actividades con la conservación son esenciales. Como tal, fue declarada el 15 de junio de 1995. 

 

 

Desde hace algunos años pertenece, junto con otras Reservas de la Biosfera y otros espacios naturales protegidos, a la Reserva Intercontinental del Mediterráneo Andalucía (España)-Marruecos, que se conformó en el año 2006.

Esa singularidad se ve amplificada al contener en su interior el recientemente nombrado Parque Nacional Sierra de las Nieves, el tercero del territorio andaluz y el décimo sexto de España, como muestra de los importantes valores que tienen los espacios naturales en Andalucía. En el Parque Nacional Sierra de las Nieves habita el mayor bosque de Abies Pinsapo del Mundo y contiene en su interior numerosas especies vegetales y animales protegidas, por no hablar de la espectacularidad de unos paisajes kársticos donde abundan cuevas, simas, dolinas, lapiáces… A ello se suma los extraordinarios y únicos valores de las rocas peridotitas, parte de cuyos afloramientos malagueños -unos de los mayores del planeta- forman parte del mismo.

 


 



Esta riqueza ecológica, natural, ambiental… reside en un territorio de una extraordinaria diversidad. En él encontramos potentes formaciones montañosas de distinta naturaleza geológica, como las rocas calizas y las ya mencionadas peridotitas, donde tradicionalmente se han llevado a cabo actividades ganaderas y silvícolas (carboneo, recogida de madera, apicultura, caza…). Las sierras calizas se desarrollan principalmente al norte y al oeste de la comarca de la Sierra de las Nieves, donde encontramos los afloramientos de peridotitas, y también hacia el sur, tratándose de sierras que fácilmente llegan a los mil metros de altitud, coronadas por el Torrecilla de 1919 metros de altura. En este espacio también aparecen terrenos más bajos, más alomados, de sustratos arcillosos y metamórficos, más aptos tradicionalmente para actividades agrícolas, que los encontramos hacia el este del territorio, hacia el valle del Guadalhorce. 

 


 





La existencia de varios ríos que nacen en el seno del macizo montañoso de la Sierra de las Nieves o su entorno inmediato y de infinidad de manantiales y arroyos que brotan por todo el territorio, han contribuido a diversificar más, si cabe, los ecosistemas y los aprovechamientos humanos, especialmente en lo que a los regadíos y determinados usos mecánicos del agua se refiere. Se trata del Turón, del Grande, del Verde, del Genal y del Guadalevín.

 

 


Y es que esta enorme diversidad de suelos, de nichos ecológicos, de climas… han puesto a disposición del ser humano una ingente cantidad de recursos que ha venido explotando desde algunas fases tempranas de la prehistoria, como la caza y la recolección... Estas comunidades humanas han ido modelando los distintos y variados paisajes de la Reserva de la Biosfera Sierra de las Nieves a lo largo del tiempo y nos tenemos que trasladar hasta el Neolítico para encontrar las huellas de las primeras comunidades que tenían en la agricultura uno de sus pilares económicos básicos, actividad que ha llegado hasta nuestros días y que durante milenios ha proveído el sustento de las gentes que habitaron estas tierras.

 


Dadas las características del territorio, el campesino ha tenido primordialmente en los cultivos de secano la base de su economía donde el cereal siempre ocupó un espacio menor, más destinado al autoconsumo que otros cultivos, como el de la vid, que campó en estas tierras durante casi mil años y que abasteció de pasas a media Europa. Con la crisis del siglo XIX vino a ser sustituida por dos viejos conocidos del secano, el olivo y el almendro, que ocuparon los ancestrales bancales que habían habitado generaciones y generaciones de vides, configurando nuevas dinámicas económicas y unos paisajes agrícolas completamente diferentes, pero igualmente ricos y extraordinarios.

 

El venteo del cereal

El vareo del olivar por el mondeño Juan Sánchez Leiva

La recogida de la aceituna por la familia de los "Gorditos", 
en Monda

De la explotación de los productos de secano, además del invaluable legado inmaterial que reside en los conocimientos técnicos de agricultores y jornaleros ya muy mayores, conservamos por toda la Reserva de la Biosfera determinados espacios como las eras para trillar el cereal; los antiguos molinos de aceite, junto con el saber de los viejos molineros, donde se exprimía (y se exprime) ese oro líquido que cada año brotaba (y brota) de los olivos dando un sentido y una personalidad a la gastronomía comarcal; los paisajes de bancales de piedra que ascienden por los piedemontes serranos, donde enraízan olivos y almendros; las pequeñas casillas y chozas donde se refugiaban los campesinos los derruidos lagares y escasos paseros,…

 


 

Alfonso Rubio, del morisco molino de los Mizos
 
El molino de los Mizos, en Casarabonela

Si bien es cierto que los cultivos de secano dominan el medio agrícola en el entorno del Parque Nacional Sierra de las Nieves, sin embargo, no podemos ni debemos obviar el profundo legado andalusí que reside en los regadíos, en los espacios de huerta. Los musulmanes, como sabemos, fueron unos auténticos maestros del agua que la canalizaron y la aprovecharon para diseñar productivas huertas allí donde brotaba un manantial o discurría un cauce fluvial. A través de acequias, partidores, albercas… brotaban árboles frutales, verduras, hortalizas… procedentes de muchos rincones del Planeta, como Asia (sandía, melón, albaricoque…) o América (maíz, tomate, patata…), a partir de su descubrimiento. Productos que, por otra parte, tienen una estrecha relación con la gastronomía tradicional de toda la comarca y que alimentan nuestra cultura gastronómica que reside, que se atesora, en el colectivo femenino del territorio.

 

Huertas y Sierra de Alpujata, en Monda

En casi todos los municipios del entorno del Parque Nacional Sierra de las Nieves existen importantes huertas en las que pasear es una auténtica delicia para los sentidos.

El legado cultural inmaterial y material de las huertas es trascendental. Al antiguo oficio de agricultor y los conocimientos inherentes al cultivo de productos de la huerta, hemos de añadirle el de alcalde del agua, el responsable de administrar las aguas entre los regantes y evitar conflictos entre ellos, oficio que hunde sus raíces en el mundo andalusí; el de molinero de harina era otro oficio fundamental asociado a las huertas, pues además de la red de acequias, albercas, partidores… había molinos harineros (se calcula que más de medio centenar en toda la Reserva de la Biosfera Sierra de las Nieves) que aprovechaban la fuerza del agua para su funcionamiento. Ya tuvimos la oportunidad anteriormente de andar sobre este tema en la entrada que dedicamos al Museo del Molino de Aceite de Ojén. No eran los únicos ingenios hidráulicos asociados a los regadíos, pues también se ha documentado algunos batanes donde se elaboraban paños en lugares como Yunquera y Casarabonela. El paisaje de huertas, las redes de acequias y albercas, los azudes y presas, aljibes, pozos, norias… forman una mínima parte de la enorme herencia de la cultura del agua.

 

Paco Jiménez, antiguo alcalde del agua en Monda

 

 

El cuidado del campo requería de otras tareas, como el injerto y la poda, que solían realizar los propios agricultores u otros especializados. También el arado, que realizaban los gañanes con sus yuntas, oficio muy recurrido incluso hasta la llegada de las máquinas de arar, dado que la pendiente y fragosidad de muchos de los terrenos no ofrece alternativa al arado con yunta. Y en aglunos casos ni las mulas mecánicas pueden prestar servicio. Las bestias, para no perder pie, debían ser herradas, lo que nos lleva a otros de los oficios ya desaparecidos en la Sierra de las Nieves, el de herrero. Cada pueblo contaba al menos con una herrería donde el herrero aplicaba los sabios preceptos de Vulcano para reparar las herramientas del campo, herrar a las bestias y arreglar otros elementos metálicos.

 

Arando en Casarabonela
Foto de Manuel Ramírez Sánchez para
Turismo Casarabonela 

Los animales de carga, normalmente burros y mulos, eran empleados por una pléyade de arrieros -uno de los oficios más antiguos que se conocen- que transportaban los productos del campo de un lugar a otro, de una población a otra, portando unas mercancías y trayendo de vuelta otras, como el pescado, cuando se dirigían a la costa. Debían recorrer muchos kilómetros y pasar largas y duras jornadas fuera de casa ya fuera transportando todo tipo de mercaderías (carbón, leña, hielo, productos agrícolas, tejidos...). En la posguerra, en el popularmente conocido como "tiempo de la jambre", muchos de ellos recurrían al estraperlo, esto es al tráfico a muy pequeña escala (estraperlo a pequeña escala o "estraperlo de los pobres", como se le ha llamado en ocasiones) de productos de consumo controlados por el Estado, gracias al cual podían obtener unos pocos reales de ganancia con los que tratar de engañar un hambre atroz que acechaba a la vuelta de cada mata. El verdadero negocio con el estraperlo lo hacían ciertas autoridades y personajes de la administración cuya responsabilidad era la de controlar y organizar el abasto a la población de ciertos productos; en lugar de destinarlos todos a la venta controlada, sustraían gran parte y lo redirigían al mercado negro, donde alcanzaba precios desorbitados. Muchos de estos personajes se hicieron fabulosamente ricos a costa del hambre de miles de familias españolas.



La existencia de grandes sierras y bosques en la Sierra de las Nieves ha proporcionado desde hace siglos a sus gentes numerosos recursos silvícolas. Entre ellos se encuentran determinadas plantas cuyas hojas, por sus características, han servido para elaborar infinidad de útiles y elmentos de uso cotidiano hasta la llegada de los plásticos. Hablamos principlamente de la palma y del esparto, que se han venido trabajando desde hace milenios mediante unas técnicas, conocimientos, habilidades y herramientas que se encuentran al borde de la extinción.

 

Un oficio quizás poco conocido, pero de gran implantación, fue el de tejero, el trabajador que debía transformar el barro primordial en tejas y ladrillos para la construcción. Es un oficio también muy antiguo y exigía no sólo unos conocimientos técnicos muy específicos, sino también contar con unas instalaciones, los hornos, apropiadas y por supuesto con materia prima adecuda y suficiente. En algunos de los pueblos se han conservado los tejares, mal que bien, en otros ya sólo queda el recuerdo plasmado en alguna vieja foto o su huella toponímica. Tejeros, ya no queda ninguno.

 

El Tejarillo, en Alozaina
 
Reconstrucción de uno de los hornos del Tejar de Monda

Otro de los aprovechamientos más extendidos fue el de la roca caliza para su transformación en cal, que se empleaba inicialmente en la construcción, como aglutinante y que con el tiempo y debido a su poder bactericida, empezó a aplicarse a las superficies. En casi todos los pueblos aparecen grandes estructuras cilíndricas semiexcavadas en el suelo y forradas de piedra. Son los hornos de cal que los caleros o calereros rellenaban sabia y pacientemente con rocas calizas que luego cocían durante varios días y noches. Cuando el horno se apagaba y enfriaba, se extraía la cal y se vendía en el pueblo o en otras poblaciones.

 

Horno de cal en Monda 

No ha sido el de calero el único aprovechamiento de los recursos geológicos, pues la diversidad del sustrato geológico dio lugar en el pasado a la aparición de numerosas explotaciones mineras de la que se extraía numerosos minerales metálicos (plomo, zinc, hierro…), la mayoría de una carácter menor, a excepción de las de San Eulogio (entre Yunquera y El Burgo), que llegó a abastecer a la Real Fábrica de Hojalata de San Miguel (Júzcar) en el siglo XVIII y la de El Peñoncillo, en Ojén, de hierro, explotada desde el siglo XIX por empresas españolas que instalaron unos altos hornos en Marbella, al pie del panocho río Verde, e inglesas y que cerró finalmente en la segunda mitad del siglo XX.

 

Mina de Jorox, Alozaina



Otros muchos oficios en las inmediaciones del Parque Nacional Sierra de las Nieves han sido los de corcheros, que todavía pervive, y cuyo objeto es de extraer el corcho de los alcornoques; el de apicultor, también muy antiguo, y que sigue produciendo unas excelentes mieles; el trabajo de las fibras vegetales, como el esparto, la palma o la caña, fueron labores trascendentales en la Sierra de las Nieves; el de ganadero, quizás más antiguo incluso que el de agricultor, y que ha tenido en estas montañas una importancia trascendental, especialmente con el ganado de cabras, pero también ovejas y en el pasado, vacas, que proveían de carne, piel, leche y queso a las comunidades rurales. Debemos añadir el de carbonero, que transformaba la leña en carbón para su uso como fuente calorífica en las cocinas, en la calefacción de las casas o en los altos hornos de Marbella. Muchos de los espacios montañosos fueron transformados por estas actividades humanas y especialmente dañinos para los paisajes y el equilibrio ecológico fueron la ganadería y el carboneo.

 

José Rubiales Marín, la tercera generación
 de una saga de cabreros mondeños

El vecino de Monda Antonio Villalobos,
armando un horno de carbón 
 

Colmenas en el mondeño paraje de Alpujata 
 
 

Pero el oficio con más renombre, quizás, es el de nevero. Y no es para menos. Se trata de un oficio perdido del que podemos certificar su nacimiento, 1565, y su muerte, mediados del siglo XX. En las cumbres más altas del Parque Nacional Sierra de las Nieves y a partir de mediados del siglo XVI se desarrolló este oficio cuyo cometido era el de transformar la nieve en hielo almacenándolo en pozos de nieve o ventisqueros, cuyas ruinas hoy día aún son apreciables. El hielo era transportado en bestias a diversos y distantes puntos como Málaga, Sevilla, Cádiz, Jerez de la Frontera, Tarifa, Gibraltar… incluso llegaba a la ciudad de Ceuta. La explotación de las nieves fue la que hizo que el nombre de Sierra de las Nieves se acabara extendiendo e imponiendo frente a otros topónimos anteriores o coetáneos.

 

El Puerto de los Ventisqueros, en Yunquera 



EPÍLOGO

Hemos visto como los oficios tienen siempre nombre masculino, pero no nos llevemos al engaño, no. El papel de la mujer rural ha sido (y es) fundamental, básico. A las tareas de la casa y además del cuidado de los niños, también participaba en las labores agrícolas y otras muchas tareas como cualquier esforzado varón ya fuera recogiendo aceitunas y almendras u otros frutos, elaborando queso, trabajando la tierra, transformando palma y esparto en útiles de la vida cotidiana… Además, ha sido depositaria de uno de los mayores patrimonios culturales inmateriales de este territorio, de uno de sus más grandes tesoros íntimamente relacionados con los paisajes y los ciclos agrícolas: la gastronomía. Su extraordinario aunque poco visible protagonismo en el mundo rural de la Reserva de la Biosfera de la Sierra de las Nieves es incontestable.

 


En el momento presente muchos de estos oficios se han perdido y no son más que un vaporoso recuerdo. Algunos ni tan siguiquiera eso. 

Todas las actividades descritas, y otras muchas que no han tenido cabida aquí por motivos de espacio y tiempo, contribuyeron a modelar a lo largo de los siglos la extraordinaria diversidad paisajística con la que contamos en la Sierra de las Nieves, un legado ecológico y cultural de un valor imponderable que estamos obligados a preservar y a transmitir.

 

 

 

(c) Diego Javier Sánchez Guerra