Foto restaurada por Luda Merino
(@RestaurandoDign)
Rafael Castillo Díaz fue entrevistado hace más de dos décadas por Jordi Moliner Rodríguez para su notable trabajo "Un grup de joves espanyols al camp de Mauthausen: el Kommando Poschacher”, una investigación de referencia para todo aquel que quiera acercarse al tema de la deportación. Especialmente a este colectivo en particular. También fue entrevistado por la Amis de la Fondation pour la Mémoire de la Déportation de l'Allier (AFMD) de Allier, por lo que sus testimonios, sus declaraciones, sus recuerdos, han sido fundamentales para conocer ciertos aspectos sobre el colectivo de los Poschacher y nos ha sido de invaluable ayuda para componer esta pequeña entrada.
Rafael vino al mundo un frío 20 de diciembre de 1921 en la pequeña localidad de Doña María, Almería. Su padre se llamaba José y era natural de Abla (Almería) y su madre Isabel, natural de Doña María. Eran gente muy humilde y trabajaban como jornaleros en el campo en una tierra muy pobre. Su padre acabó haciéndose arriero y se dedicó a transportar aceitunas, aceite, carbón y otros productos del campo con sus bestias de carga, buscando una mejor remuneración. José militaba en el partido socialista y era miembro de la UGT. Isabel, la madre, se dedicaba a cuidar de la casa y de los varios hijos que tenía el matrimonio y no tenía filiación política. Siendo muy joven Rafael, la familia marchó al municipio cordobés de Adamuz en busca de un mejor futuro.
Cuando estalló la Guerra Civil en julio de 1936 Adamuz quedó en manos de los golpistas, pero fue recuperado al poco por los republicanos. La familia quedó allí cuatro o cinco meses más, pero ante el peligro de que las tropas sublevadas recuperaran la posición, la familia partió hacia Cataluña. Por aquel entonces Rafael era un muchacho de 14 años. En un primer momento encontraron refugio en el municipio de Artesa, en Lérida, y más tarde en Aragón, en Huesca, para después volver a Cataluña, a Les Borges Blanques. Mientras tanto su padre se había incorporado al frente.
Rafael, joven idealista y
valiente, a la edad de 16 años, se presentó como voluntario al
ejército y fue destinado al Tercer Batallón de la 88 Compañía de
zapadores,
junto con su progenitor, del que no se separaba en ningún momento. Actuaron en la zona de Agramunt y después en
Artesa de Segre realizando fortificaciones, trincheras… bajo unas duras y extremas condiciones
Tras el colapso total del frente republicano, Rafael y su padre huyeron a Francia prácticamente con lo puesto. Lo hicieron a través de Tarragona, siguiendo la costa de Sitges para llegar a Granollers. Pasaron la frontera por Portbou ese gélido e infame 11 de febrero de 1939 a eso del medio día, y durante tres o cuatro días estuvieron resguardados en un olivar buscando el cobijo y la protección de las ramas de los olivos y pasando un frío inenarrable porque estaban durmiendo al raso. Hasta que llegaron los gendarmes y las tropas moras, que los condujeron al campo de Argeles Sur Mer.
En Argeles pasaron casi dos
meses. Se trataba de un campo rodeado de alambradas de espino en el que se apretujaban más de 50.000 refugiados y
que carecía de infraestructuras básicas y
atención sanitaria, contando con una alimentación escasa e inadecuada. Murieron
miles de españoles víctimas de la enfermedad, el hambre y la
desesperación... “Nos quedamos desamparados cuanto entramos en
Francia”, recordaría Rafael a Jordi Moliner. Posteriormente padre
e hijo fueron trasladados al campo de Barcarés junto a cientos o miles de refugiados al objeto de descongestionar el de Argeles.
En Barcarés también padecieron en unas terribles condiciones, como centenares de miles de españoles, pasando hambre, frío, enfermedad, malos tratos…y siendo literalmente devorados por los piojos. La situación cambió cuando decidieron sumarse a la 88 C.T.E. (Compañía de Trabajadores Extranjeros). Esta unidad militarizada fue enviada a los Altos Alpes para construir carreteras y otras infraestructuras. Su compañía, al parecer, la formaban unos 140-150 hombres que se alojaban en tiendas de campaña militares. Su uniforme era de un apagado gris que hacía juego con la tristeza del clima, de los cielos plomizos y del ambiente de desánimo. Tras la declaración de guerra a Alemania, padre e hijo, junto con el resto de compañeros, fueron trasladados al pueblo de Embrun (al norte de Mónaco) y les proporcionaron máscaras de gas y uniformes militares de color azul.
Desde ese lugar fueron llevados a Verdún, muy cerca de Metz y de la frontera con Alemania, donde trabajaron cortando leña. Poco tiempo después fueron trasladados a la Línea Maginot, donde fueron asignados a un depósito de municiones. Sus tareas y trabajos tenían lugar por la noche al objeto de evitar ser vistos y bombardeados por los alemanes.
Tras el asalto germano a Francia en mayo de 1940, al mes siguiente, el día 20 de junio, fueron hechos prisioneros en los Vosgos en Bois de Charme, junto a miles de españoles y decenas de miles de soldados franceses. Sabemos que pasaron un mes en un cuartel cerca de la población de Lunéville, al sureste de la ciudad de Nancy. Se trataba del frontstalag 160. Este campo lo abrió la Wermacht el 20 de julio de 1940 y estuvo en activo hasta el 15 de marzo de 1941. El frontstalag 160 ocupó tres edificios en Lunéville y otro en un pueblo vecino. En Lunéville ocupó el Cuartel de los Dragones, el de Infantería y un hospital militar. El lugar, como puede verse, era idoneo para el establecimiento de un frontstalag dado que poseía muchas infraestructuras militares al encontrase cerca de la frontera con Alemania.
Las condiciones fueron terribles durante los primeros meses de vida de este frontstalag. En agosto de 1940 una mujer francesa que ayudaba a los prisioneros franceses envió un informe a la Cruz Roja Internacional en el que denunciaba que había prisioneros que morían de hambre. El grado de hacinamiento fue brutal, lo que multiplicaba las enfermedades, contagios, parásitos... En el Cuartel de Dragones, que estaba capacitado para alojar a 1.500 personas llegaron a haber alrededor de 14.000 y los prisioneros tenían que dormir en los establos y en los garajes, como verdaderas bestias. No permanecieron estos almerienses mucho tiempo allí, pues poco después fueron enviados al Stalag III A de Luckewalde, cerca de Berlín, en calidad de prisioneros de guerra. En el campo recibió el número de prisionero 49907.
Allí, y siguiendo directrices desde España, los “rojos” españoles fueron seleccionados por la Gestapo y trasladados en convoy primero al Stalag XII D de Trier, donde permanecieron un mes, para ser enviados más tarde a Mauthausen. Y fue un gélido 24 de enero de 1941 cuando padre e hijo, junto con cientos de españoles, se bajaron en la estación de este funesto lugar y fueron conducidos a golpes, insultos y mordiscos de perros hasta el campo de concentración, situado en un altozano, que guardaba un aspecto parecido al de una antigua fortaleza. Allí fueron completamente deshumanizados: se les arrebataron todas sus pertenencias, se les desnudó, se les rasurón todo el pelo corporal, se les desparasitó, se les desposeyó de identidad al darles unos números como nuevos nombres: Rafael recibió el número 3895 y su padre el 4672.
José Castillo murió en
Mauthausen el 17 de febrero de 1941, muy poco tiempo después de
llegar, víctima de los malos tratos, del hambre, las palizas... No aguantó ni dos meses en aquel terrible infierno, en aquella máquina de triturar y transformar en cenizas y humo las vidas de miles de desdichados. Había
nacido en 1894, por lo que tenía ya una edad muy avanzada para
aguantar el sanguinario ritmo que marcaba el campo. Al día
siguiente, 18 de marzo, tenía previsto ser enviado a Gusen dado su
mal estado de salud. Su hijo se presentó voluntario para no
separarse de su progenitor. Lógicamente y a pesar de ser Gusen un destino
funesto, Rafael no quiso abandonar a su padre y estar junto a él hasta el último momento. Esta misma actuación
la observamos en el resto de jóvenes que arribaron al campo con sus
padres, como el malagueño Pedro Sánchez Moreno, que en ningún momento quisieron separarse de sus padres.
Lo dicho. Al día siguiente
Rafael fue
trasladado al subcampo de Gusen recibiendo el
número 9848. Allí estuvo trabajando en la cantera extrayendo
piedras, cargando y descargando vagones bajo unas condiciones brutales e
infrahumanas. Para distraerse y tratar de eliminarlo, la S.S. le hizo
tomar duchas de agua fría desnudo en la nieve junto a cientos de
compañeros, que acabaron muriendo. Rafael aguantó. Rafael resistió. Rafael sobrevivió.
En 1942 fue enviado
de vuelta a Mauthausen, donde
recibiría un nuevo número el 9029, y
adónde llegó destinado a su tristemente famosa cantera en la que trabajó duramente extrayendo las piedras y transportándolas a sus
espaldas a través de su siniestra escalera de la muerte. En todo ese
tiempo no pararon de lloverle los golpes de los kapos, los vigilantes
del campo, que eran peores que los de la S.S. Pero Rafael resistió. Aguantó. Sobrevivió.
Al poco tiempo y por suerte para él, fue asignado al Kommando Poschacher, para trabajar como mano de obra esclava en la cantera del rico empresario de Mauthausen y simpatizante nazi, Anton Poschacher. Las condiciones eran algo mejores que en el campo principal, pero la situación seguía siendo de privación de libertad y trabajo esclavo. Rafael coincidió con otros cuarenta jóvenes, entre ellos otros dos almerienses: Félix Quesada (Serón, 1926) y los hermanos Jacinto (Pechina, 1923) y Manuel Cortés (1925). Jacinto Cortés y el aragonés Jesus Grau fueron los que rescataron y ocultaron miles de negativos fotográficos sobre los crímenes de los nazis que les había pasado Francesc Boix, que sirvieron para incriminar y juzgar a cientos de ellos tras el fin de la II Guerra Mundial.
Aviniéndose el final de la guerra, hacia octubre de 1944, el Kommando Poschacher fue disuelto y sus integrantes fueron repartidos y distribuidos por diferentes lugares. Rafael Castillo, junto con Manuel Díaz y Félix Labara, fue a parar a un campo de trabajadores de Linz donde debían extraer resina de los árboles. Las condiciones fueron duras pues había poca comida y las barracas estaban muy mal acondicionadas. Pero el ejército alemán ya se estaba retirando en desbandada y pudieron huir ante la falta de vigilancia.
Mientras el régimen nacional socialista se desmoronaba y los frentes colapsaban, los campos de concentración se iban liberando. En Mauthausen se había conformado un Consejo General de Resistencia Interna que funcionaba
con un responsable de cada nacionalidad: rusa, francesa, española y
yugoslava. La Resistencia Interna española participó en la
liberación del campo desarmando a los pocos guardianes que quedaban. Cuando, al
llegar a Mauthausen el 5 de mayo, los estadounidenses vieron que el
campo estaba liberado, se marcharon. Durante los siguientes días
Rafael y otros jóvenes ayudaron a mantener el orden en el campo,
hasta que llegaron definitivamente los americanos para quedarse y organizar la vuelta a casa de los prisioneros.
Rafael, como el resto de españoles, fue trasladado a Francia pues la España de Franco hubiera supuesto su muerte o un largo encierro. Rafael fue llevado en tren a París vía Nancy en junio de 1945. El viaje duró toda una semana y tuvieron que permanecer en Nancy algunas semanas por diversos problemas. Tras ello emprendieron el viaje a París. Finalmente Rafael se dirigió a Montmarault (distrido de Montluçon) donde lo esperaban su madre y sus hermanos, a los que pudo abrazar tras más de un lustro sin verlos. En los meses finales de la contienda había podido contactar con ellos mediante cartas muy breves. En una de ellas su hermana Carmen le enviaba una foto. Su compañero Manuel Díaz, un gaditano de la Línea de la Concepción apodado el “Lentejas”, se enamoró perdidamente de ella nada más ver la foto. Cuando salieron del campo tuvo la oportunidad de conocer en persona a Carmen. Se enamoraron fulminantemente y no tardaron en fundar una familia. Su nieta, Inma González, interpreta las vivencias de su abuelo en su exitosa y entrañable obra teatral “La voz de mi abuelo”.
A la pregunta que en su momento le dirigieron en una entrevista les Amis de la Fondation pour la Mémoire de la Déportation de l'Allier: "¿Cómo lograste sobrevivir 4 años en un campo de concentración?", respondió:
"No soy fuerte, pero sí resistente. Nunca he estado enfermo y siempre he estado de buen humor”.
Asentado en Francia, Rafael recibió la tarjeta de
Deportado Político N° 1.163.0355 por Resolución del Ministerio de
Asuntos de Veteranos y Víctimas de Guerra del 4 de diciembre de
1954. En el país galo contrajo matrimonio con Carmen Leiva, una vecina de
Antequera que se había refugiado en Francia con toda su familia
pasando mil horrores y calamidades en el camino del exilio. Una
hermana suya, Trinidad Leiva, se casó con el malagueño y también deportado y "pochaca" Pedro Sánchez Moreno. Rafael y Pedro se conocieron en Mauthausen y sufrieron y
padecieron aquel horror compartiendo lo poco que tenían y apoyándose
durante casi un lustro. Pedro también había perdido a su padre en
Gusen… La historia de Pedro Sánchez Moreno y de su padre ya la hemos contado aquí.
El uno de junio de 2008 el almeriense Rafael Castillo Díaz, un verdadero luchador y resistente, cerró los ojos para no abrirlos más en la población francesa de Desertines.
Hubo otros dos vecinos de Doña María, Francisco Navarro Gallardo y Antonio Pastor Delgado, que acabaron en Mauthausen. El primero sobrevivió, el segundo murió asesinado en diciembre de 1941.
Honor y memoria.
Agradecer a los compañeros Juan
Karpetano Crespo y José Sedano Moreno las apreciaciones,
indicaciones y recomendaciones dadas, que me han sido de una enorme
utilidad y a la gran Luda Merino por la restauración de algunas fotos y su proyecto "Restaurando su Dignidad"
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