martes, 9 de agosto de 2011

EL AGUA QUE NO CESA

    Esta entrada surge de la ruta que realicé durante la Semana Cultural de Monda 2011 títulada “El agua que no cesa”, que está dedicada a uno de nuestros mayores valores naturales: el agua, vinculada con fuerza a las culturas que nos han precedido, especialmente a la musulmana, de cuya herencia disfrutamos cuando paseamos por nuestras huertas o por nuestros jardines, cuando bebemos o nos refrescamos en las antiguas fuentes, cuando nos sentamos a oír el sosegante rubor del agua... Por ello no tan sólo es un importante patrimonio natural sino también cultural, como vamos a ver mediante los espacios urbanos vinculados con el líquido elemento y de los que vamos a hablar a través de un pequeño paseo por Monda, exponiendo varios de sus valores: el simbólico, el social y humano y el ornamental.

   Pero, ¿De dónde proviene ese líquido que calma nuestra sed, con el que nos lavamos y que nos refresca en verano? ¿De dónde viene el agua? La verdad es que no siempre ha existido en la Tierra, al menos es lo que señalan las últimas investigaciones. Según algunas de las más recientes teorías de los astrofísicos llegó del espacio (cómo Supermán, pero no de tan lejos) tras un largo y espectacular viaje hace unos 3.800 millones de años y contenida en forma de hielo en cometas y asteroides que procedían de una zona de nuestro Sistema Solar. Estos asteroides se fueron precipitando durante millones de años sobre el tercer planeta de este singular sistema, una gran roca incandescente que fue perdiendo temperatura paulatinamente y que acabó siendo ni demasiado caliente ni demasiado frío para albergar el agua en sus tres estados: sólido, líquido y gaseoso, lo que le ha dado su aspecto de gran esfera azul en contraste con otros cuerpos planetarios.



Recreación de asteroide aproximándose la Tierra.

   Y es que el 70 % de la superficie de nuestro hogar común está cubierto de agua (y de toda esa agua sólo el 1% es apta para el consumo, por lo que hay que mirar mucho por ella). Curiosa coincidencia, porque casi el 70 % de nuestro organismo está compuesto también del mismo elemento. Sin agua no hay vida. Pero puede haber agua y no haber vida (hasta donde sabemos), como ocurre en Marte o la Luna, donde aparece en forma de hielo.




   Las culturas antiguas, con razón, vieron el agua como fuente de vida y como fuente de creación. Son numerosas las religiones donde el agua tiene una importante simbología creadora, no en vano era necesaria para la agricultura y para la ganadería…para mantener la vida. Los egipcios, por ejemplo, tenían en su río Nilo su fuente de supervivencia, por lo que adoraban al dios que le asociaban: Hapy, que aparecía representado con dos grandes vasos donde nacía ese caudaloso río. Igual ocurría con otras culturas, como la mesopotámica, que tenía en su dios Enki o Ea a una deidad relacionada con el mundo acuático. Ambos se representan con atributos asociados al agua.



Los dioses Hapy y Enki. El primero sostiene dos vasos donde nacen dos torrentes de agua y del segundo los torrentes de agua parten de su propio cuerpo.

   El valor religioso del agua nos lleva a asumir su deriva simbólica en el primer hito o paisaje del agua que encontramos en Monda, concretamente en su centro urbano: la Iglesia de Santiago Apóstol ya que para el cristianismo el agua ha tenido siempre un valor purificador, de limpieza. No olvidemos que es con el bautizo como cualquier persona se introduce en la comunidad cristiana al ser borrado el Pecado Original, al ser purificado el neocatecúmeno con agua bendita. Igualmente, cuando recibe el último adiós, el finado es bendecido, purificado, con agua bendita. En Biblia aparece en multitud de ocasiones: con el Diluvio Universal, en las bodas de Canaán (que es convertida en vino), en el episodio de la buena samaritana, en el bautizo de Jesús en las aguas del Jordán… Igualmente otras religiones emparentadas con el cristianismo, como el judaísmo o el islamismo, integran el uso simbólico purificador del agua mediante el aseo ritual previo a las oraciones.



Escena de bautismo en un fresco del interior de la Iglesia de Santiago Apóstol.


   El segundo valor del agua, el más trascendente terrenalmente hablando, ha sido el social y humano y para ello el segundo paisaje del agua son las fuentes y los lavaderos que tenemos en nuestro pueblo. Pero quiero dejarlos para el final y hablar del tercer uso del agua: el ornamental, ya que fueron los musulmanes -nominados no en vano como “cultura el agua”- los que desarrollaron los sistemas hidráulicos más avanzados en al-Andalus y los que impulsaron el regadío de una forma nunca antes vista. Pero junto al uso para el riego en las huertas rurales y urbanas, al agua también le dieron un uso estético al integrarla como elemento decorativo en los jardines, contribuyendo a su vez a refrescar el espacio y a fomentar el sosiego con sus relajantes sonidos.

   Como provenían de un país muy árido, Arabia, el paraíso de los musulmanes se concebía como un oasis donde descargan sus aguas cuatro caudalosos ríos, entre otros elementos. Es por ello que los jardines islámicos tratan de remedar ese paraíso, tratan de “traer” lo celestial a lo terrenal. De tal forma fuentes como la del Parque Doctor Villanueva y la del Carbonero recogen esa lejana tradición ornamental del agua ya que ésta no es empleada para el riego ni para el consumo, sino para el ornato, el deleite y la contemplación. En el segundo caso se puede ir más allá porque además del valor ornamental del agua se encuentra otro valor simbólico del espacio, el de identidad, manifestado a través del homenaje que se hace a la figura “epónima” del carbonero (oficio tan prolijo en estas tierras en el pasado) y por extensión a todas las personas trabajadoras de antaño.




Fuente del Carbonero en la plaza de la Ermita.


   Pero retornemos el segundo valor del agua y a su uso social y humano, porque ha sido el que más entidad ha tenido a lo largo del tiempo y, en gran medida, la disponibilidad de agua en nuestro entorno motivó el asentamiento que con el tiempo acabó llamándose Monda, nuestro pueblo. Efectivamente, la existencia de espacios calizos en nuestro entorno ha favorecido el que dispongamos de agua en relativa abundancia. Después de la lluvia es aquí donde empieza su largo y vital camino tras surgir en los manantiales cuyas aguas, con el tiempo, fueron reconducidas mediante canalizaciones y acequias a ciertos espacios urbanos donde se construyeron las fuentes (como hicieron en su momento romanos o musulmanes), aunque a veces era posible colocarlas junto al mismo nacimiento. En Monda contamos con cuatro de ellas conocidas por todos: la Mea-mea, la de la Esquina, la de la Jaula y la de la Villa, éstas dos últimas con su lavadero acoplado y, en el caso de la segunda, adosada al mismo nacimiento. La fuente Romera, que está en el Portugal, no llegó a tener nunca su pilar y, aunque parca en aguas, los vecinos siempre han hablado muy bien de sus propiedades.


Fuente de la Esquina.




Fuente de la Mea-mea.


   Las fuentes se construían con rocas perdurables, como el mármol, para aguantar mejor el desgaste erosivo del agua, las inclemencias metorolóogicas y otros agentes. El pilar de las mismas se realizaba con diferentes piezas que se engatillaban, que se encajaban unas con otras para componer un vaso hermético por donde no escapara el agua. Muchas incluso recibían unas grapas de metal fijadas con plomo fundido para aumentar su estabilidad estructural. Esta técnica, como señalé en la ruta urbana, la encontramos en edificios antiguos de gran tamaño para fijar con más contundencia grandes sillares, como ocurre con el Partenón de Atenas y otros antiguos templos.



Detalle del sistema de ensamblaje mediante grapas en la fuente Mea-mea.


   Las que conservamos son muy antiguas, seguramente de época andalusí (¡aparecen referidas en documentos del siglo XVI!) y han llegado hasta nuestros días porque se han ido restaurando y renovando con el tiempo, incluso trasladándose de lugar. Este es el caso de la Mea-mea, que estaba más abajo de su ubicación actual, y de la fuente de la Esquina, llamada así porque se ubicaba calle arriba, en una esquina.



La fuente de la Esquina desbordada tras las lluvias de finales de los años ochenta.
(Foto: Colección Biblioteca Pública Municipal de Monda).


   Las fuentes, alimentadas por los manantiales, abastecían a su vez a los vecinos del pueblo y a sus animales. Diariamente las mujeres iban a recoger agua para el servicio familiar: para beber, para su uso en la cocina, en el aseo personal o en las labores de limpieza de la casa. Con sus frágiles cántaros llenaban el agua de los caños y al sacarlos del pilar, como pesaban más, rozaban su cara interna desgastando sus piedras, verdadero certificado que autentifica su uso y antigüedad. Los pilares abastecían también a las bestias de carga y a los ganados que había en el pueblo y como estaban distribuidos por ciertas zonas del espacio urbano normalmente coincidían en ellas personas del entorno más cercano, constituyéndose las fuentes en espacios de relación social donde se contaban chismes, se daban noticias…no sólo el lugar donde se aprovisionaba de agua.



Detalle del desgaste de la pila en lafuente de la Jaula.


   Dos de estas fuentes tenían acoplado un lavadero, la de la Jaula y la de la Villa. La primera debe su nombre a un vocablo árabe, al-haura, que significa “las afueras” (ya que esta fuente se construyó a la salida de la población en época islámica) y se compone por una fuente con varios caños hacia el lado derecho del pilar mientras que el izquierdo queda libre. Ello se debe a que mientras se recogía agua en un lateral, por el otro podían beber las bestias. El pilar se encuentra “amparado” por una cruz de mármol cuya función es sacralizar el espacio y atraer la acción divina para procurar que las aguas sean benignas. Del pilar el agua pasa a un recinto cubierto donde se encuentra el lavadero, que alberga una pila alargada con unas 40 losas de piedra sobre las que se lavaba la ropa. Éste se encuentra techado con una cubierta a un agua soportada por cuatro grandes y robustos arcos de medio punto realizados en ladrillo de barro cocido. El agua sobrante del lavadero se conducía a una acequia y, aguas abajo, se repartía por las zonas de huertas. Del agua se aprovechaba hasta la última gota.



La conocidísima fuente de la Jaula.




El lavadero de la Jaula.




Detalle de las pilas del lavadero de la Jaula.


   El lavadero era un espacio de trabajo netamente femenino, un lugar destinado a la mujer donde se contaban chascarrillos, se daban noticias…las niñas, que iban con las madres y aprendían a lavar, aprendían también el “oficio” de mujer. Allí las féminas que lo encontraban completamente ocupado debían esperar su turno o ir a los arroyos cercanos, como el Alcazarín, o más alejados, como el de Alpujata. Como era alargado, por un sitio entraba el agua y por el otro extremo salía, por lo que las mujeres que lavaban la ropa la zona de salida recibían un agua jabonosa más sucia. Por ello el interés se concentraba en lavar la ropa lo más cerca del orificio de salida, donde el agua estaba limpia. A este sitio le llamaban el “cogollo”, porque era donde tendía a apelotonarse más mujeres.


   Una anécdota del lavadero de la Jaula: como junto a él tenía un puente que se encontraba más alto, algunos hombres se paraban a mirar cierta parte de la geografía femenina -allí por donde la espalda pierde su nombre- cuando se agachaban a lavar, por lo que éstas se ponían en la parte trasera un delantal para alejar los pensamientos lúbricos e impuros de la mente de más de uno.

   El lavadero de la Villa recibe su nombre por la fuente que lo alimentaba. A principios de los años 50 del siglo pasado se construyó sobre otro antiguo lavadero destruido por un rayo, el del Mocabel, que recibía este nombre por encontrarse próximo al antiguo cementerio islámico, al-maqbara, junto a la ladera del castillo. Este lavadero poseía una enorme pila central a la que se adosaban otras pequeñas pilas independientes para que el agua que fluyera hacia ellas fuese completamente limpia (sistema muy similar al del lavadero de la fuente del Albar, en Alozaina, que se encuentra en proceso de restauración), procurando así agua limpia para todas las mujeres. Este lavadero acabó siendo destruido en 1984.





Fuente y lavadero de la Villa hacia mediados  del siglo XX.
(Foto: Colección Biblioteca Pública Municipal de Monda).


Interior del lavadero de la Villa. Obsérvese cómo las
pilas de lavar son independientes.
(Foto: Colección Biblioteca Pública Municipal de Monda).

   La fuente de la Villa aún guarda un secreto. Dice la leyenda que del manantial del que manan sus aguas se abre una galería subterránea que conduce al castillo. Este conducto era utilizado por los musulmanes en épocas de asedio para surtirse de agua o, en su defecto, poder escapar. Cuenta también la leyenda que los moros dejaron un tesoro escondido en este lugar, como sucede con las leyendas de muchos otros pueblos y que nos traen a la memoria aquellos “Cuentos de la Alhambra” de Washington Irving.


   Finalmente el agua, que tras nacer en los manantiales, recorrer las acequias y canalizaciones que la llevaban a las fuentes, tras calmar nuestra sed y ser usada en los lavaderos, se dirigía a las huertas por donde se distribuía a través de acequias y albercas hasta los cultivos. El agua y las acequias a las huertas eran lo que la sangre y las venas a las personas: su flujo vital. A través de los tradicionales riegos a pie o a manta los cultivos recibían abundante agua y los bancales se humedecían lo bastante como para mantener ciertas reservas hídricas. Hoy día con el riego por goteo no es lo mismo.



Detalle de lomos de tierra para el riego en el arroyo del Viejo, en Monda.




Riego por inundación. Huertas del río Horcajos en Tolox.


   En las huertas el agua operaba su mundanal transustanciación trocándose en el aromático azahar de los naranjos, en las hortalizas, verduras, frutas…que despachamos en nuestras ensaladas y en nuestras comidas, por lo que una vez más y de otro modo nos la volvemos a beber.

   Una última cuestión sobre las fuentes y los lavaderos; con el tiempo han pasado de ser espacios de relación social, de trabajo y abastecimiento de agua a convertirse en verdaderos monumentos que atraen a los turistas y en elementos de identidad colectiva. Por tanto son lugares que se han resemantizado, que se han resignificado. A estos dos ejemplos hay que sumarle el distinto uso que se le da al pilar de la Jaula cada vez que los más jóvenes del pueblo ganan algún campeonato de fútbol, y es que se bañan a imitación de lo que hacen en otros lugares de la geografía española, tal y como ocurrió el año pasado cuando la selección española ganó el mundial.

   Gracias a ello podemos decir que nuestro patrimonio cultural relacionado con el agua sigue vivo y se adapta a las nuevas realidades.

   Saludos cordiales.



© Diego Javier Sánchez Guerra.



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