martes, 5 de mayo de 2020

LOS “DURCES” BESOS Y “HABRAZOS” QUE EL YUNQUERANO JOSÉ MATEO RIVAS NUNCA PUDO DAR A SU FRASQUITA…



José Mateo Rivas, al igual que su vecino Antonio Piñero Mateo, fueron dos de los miles de españoles que fueron asesinados en el campo de concentración nazi de Mauthausen-Gusen (Austria), en el marco del proyecto genocida de la Alemania nazi, dirigida por aquel entonces por el fanático Adolf Hitler.

Ambos fueron dos de las más de diez millones de víctimas que la locura genocida de los nazis transformaron en cenizas, después de explotarlos laboralmente hasta la extenuación y hacerles pasar por horribles sufrimientos. Ya hablamos de estos dos vecinos de Yunquera en una entrada anterior, junto con otros vecinos de la Sierra de las Nieves, que acabaron en los campos nazis, en EL GENOCIDIO NAZI EN LA SIERRA DE LAS NIEVES

Huelga decir que ambos yunqueranos ya fueron objeto de estudio por mi amigo y compañero de trabajo (y también yunquerano) Salvador Díaz Flores en el año 2011 en su blog Escrito sobre el viento..., con el título de Yunqueranos en Mauthausen, donde realizó una muy buena exposición de los acontecimientos y tibulaciones padecidas por ambos hombres.

Conocemos muy poco de lo sucedido a estos dos yunqueranos, de sus situaciones particulares, más allá de las fechas de nacimiento e ingreso en diferentes campos, lo que nos proporciona una información muy circunstancial. Sin embargo, la familia de José Mateo Rivas conserva como oro en paño tres de las muchas cartas que envió desde su forzado exilio francés. Las otras misivas que envió, nadie sabe que destino tuvieron, si se perdieron en el camino, si fueron destruidas por la censura… 
Además, contamos con la información de los archivos de Mauthausen y Gusen, los del Portal de Archivos Españoles (PARES), los de las diferentes asociaciones y amicales como la Amical de Mauthausen y otros campos y de todas las víctimas del nazismo en España, las memorias de algunos deportados supervivientes… que nos ofrecen algunos escasos datos, pero que son de bastante utilidad, por lo que disponemos del suficiente material como para reconstruir muy a vuelapluma las tribulaciones que pasó José Mateo Rivas (y con él, Antonio Piñero Mateo), desde que marchó de Yunquera hasta que murió en el siniestro castillo de Hartheim, en Austria, a finales del verano de 1941.
La falta de tiempo, la clausura temporal de algunos archivos españoles y europeos en el período de alarma en relación a la pandemia del dichoso coronavirus que me ha impedido, por el momento, obtener más información, han dado como resultado una ligera reconstrucción de la vida de ambos yunqueranos, pero en el futuro, cuando los vientos cambien, tengo la intención de emplearme a fondo para reconstruir mucho más pormenorizadamente sus vidas.
Antes de nada agradecer a la yunquerana ENCARNACIÓN RUIZ MORENO el haberme proporcionado copias de las cartas de José Mateo, sin las cuales esta entrada no habría podido tener lugar ¡¡¡Muchas gracias Encarni!!!


Veamos.



En febrero de 1937, en el contexto de la Guerra Civil, dentro de la Batalla de Málaga, las tropas sublevadas bajaban desde Ronda y llegaban a El Burgo y otras poblaciones indefensas, tras la orden de repliegue que recibieron las milicias populares republicanas del mando malagueño cuyo responsable era el coronel Villalba. El camino hacia la ciudad del Guadalmedina estaba abierto. Muchos vecinos de distintos pueblos huyeron a Málaga temiendo por sus vidas, con lo que en esta ciudad acabaron concentrándose miles y miles de refugiados con sus bartúlos y escasas pertenencias a cuestas. Posiblemente José Mateo, que pertenencía a la familia de los "Rebuzcos", contaba entonces con 31 años de edad, estuviera entre ellos. Y también Antonio Piñero, que tenía uno 36 años.
 



No sabemos, a ciencia cierta, el porqué de la huida tanto de José Mateo como de Antonio Piñero. Es posible que pertenecieran a algún sindicato o partido o, incluso que, aún no formando parte de ninguno, tuvieran simpatías por las izquierdas. Lo cierto es que ninguno de los dos aparece en la investigación posterior sobre las responsabilidades en el marco de la llamada CAUSA GENERAL. Los informes de Yunquera al respecto son bastante pormenorizados, acusándose a un gran número de personas de diferentes delitos (asaltos a la iglesia, a propiedades privadas, detenciones, asesinatos…). Ni José Mateo ni Antonio Piñero aparecen en el señalado proceso bajo ningún tipo de acusación o sospecha. No sabemos los motivos reales de su precipitada marcha.

El día siete de febrero llegaban las tropas golpistas a la ciudad de Málaga, mientras centenares de miles de refugiados huían por la carretera de Málaga a Almería buscando desesperadamente un refugio, un resguardo en esta última ciudad. Durante la denominada Juía o Desbandá, varios barcos y aviones rebeldes ametrallaron y bombardearon a la masa de refugiados, compuesta por mujeres, niños, ancianos, hombres y los despojos de los batallones milicianos que no habían sido capaces de resistir en el frente, en una actuación tan criminalmente cobarde como inclasificable. Es muy probable que Antonio Piñero llevara el mismo camino…



Huida a Francia e ingreso en un campo de concentración francés

Es difícil seguir la pista de José Mateo, pero posiblemente llegara como refugiado a Almería y desde allí fuese reenviado por las autoridades a Valencia o a Cataluña, donde permanecería como refugiado hasta el final de la guerra, en la que cruzaría la frontera francesa en la conocida como Retirada, a principios de febrero de 1939, junto a medio millón de españoles que huyendo de las represalias del ejército vencedor buscaron refugio en el país de la libertad, la legalidad y la fraternidad... palabras que los españoles encontrarían completamente huecas e hipócritas nada más cruzar la frontera, ante la actitud poco hospitalaria de los franceses y el brutal maltrato  que padecerían.


 



Las autoridades francesas, desbordadas por la situación y sin demasiado interés por los españoles, confinaron inicialmente a los refugiados en grandes descampados y playas junto al mar (Aregelès-sur-Mer, Barcarés, Saint Cyprien…) sin instalaciones e infraestructuras algunas, sin apenas alimentos ni cuidados médicos, bajo la guarda de severos guardias... varios miles morirían porque no podían resistir unas condiciones de vida inhumanas. Más adelante la situación iría mejorando algo para los refugiados al construirse barracones y otras infraestructuras, siempre insuficientes para dar cobertura a la enorme masa de refugiados con la mínima dignidad. 



Las autoridades galas nunca quisieron hacerse cargo de tal masa humana. Siempre hizo lo posible para que los refugiados volvieran a España. A los pocos meses, alrededor de la mitad de los refugiados había vuelto a sus hogares, pues se había dado noticia de que el nuevo gobierno español surgido del Golpe de Estado del 18 de julio de 1936, acaudillado por el general Francisco Franco, había prometido no ejercer represalias sobre aquellas personas que no hubieran cometido delitos de sangre. La realizdad, como sabemos, fue bien distinta, pues muchos de los que volvieron fueron acusados de distintos delitos y sufrierono importantes penas de cárcel, trabajos forzados e incluso penas de muerte. El resto permanecería en Francia y algunas decenas de miles tuvieron que exiliarse a distintos países americanos. 


No sabemos con total certeza el campo de concentración francés en el que estuvo el yunquerano José Mateo Rivas, muy posiblemente acompañado por Antonio Piñero Mateo, pero sospechamos que fue en el de Barcarés. Lo pensamos porque más adelante, como indicaremos, fueron a parar a una Compañía de Trabajadores Españoles, la nº 89, que se formó en este campo de concentración. Es muy posible que inicialmente estuvieran en el de Argelés o en el de Saint Cyprien y posteriormente los trasladaran a Barcarés, como ocurrió con decenas de miles de refugiados. 

A mediados de marzo de 1939, Robert Capa visitó el inmenso campo improvisado en la playa de Argelès-sur-Mer dónde se encontraban hacinados más de 80.000 republicanos españoles, describiendo este campo como:

Un infierno sobre la arena: los hombres allí sobreviven bajo tiendas de fortuna y chozas de paja que ofrecen una miserable protección contra la arena y el viento. para coronar todo ello, no hay agua potable, sino el agua salobre extraída de agujeros cavados en la arena.






Sabemos que ingresó en una de las muchas Compañías de Trabajadores Españoles, una CTE, unidad creada por las autoridades galas tras la invasión de Polonia por Alemania en septiembre de 1939 y la declaración de guerra de Francia al país germano. El Estado francés quería aprovechar la mano de obra española que representaba los refugiados para emplearla primordialmente en tareas de fortificación en la frontera con Alemania e Italia. Cada CTE estaba compuesta por unos 250 hombres y además de tareas de fortificación, también trabajaron en industrias, agricultura, montes, minería… supliendo la mano de obra francesa que estaba movilizada en el frente. Hubo más de 200 CTE en las que fueron encuadrados más de 60.000 españoles.




Tenemos conocimiento de que tanto José como Antonio se integraron en la Compañía de Trabajadores Españoles nº 89 gracias a una carta de José Mateo, fechada el 12 de noviembre de 1939. Por ella sabemos que se encontraban en la población francesa de Chorges, muy cerca de la frontera con Italia, donde debieron estar realizando tareas de refuerzo fronterizo. Por la familia de José, sabemos que había mandado casi una docena de cartas a su mujer, Frasquita, y que no le había llegado hasta ese momento contestación alguna. En su carta, cargada de sentimientos, expresaba su firme deseo de volver a España, a los brazos de su amada Frasquita, los de su madre, hermanos, amigos y familiares. Su carta terminaba así:

Recuerdos para tus hermanos y hermanas y para toda la familia y un fuerte abrazo para mi madre y tu mi querida esposa recives los mas durces besos y habrazos de este tu esposo que no te orbida y lo soy Jose Mateo Ribas.


Frasquita, por desgracia, se quedó sin los durses besos y habrazos de José Mateo.

El maño Pascual Castejón, nacido en la población de Calanda en 1914, también estuvo en la CTE nº 89 y logró sobrevivir al infierno del campo de concentración nazi de Mauthausen. En relación a los trabajos que estuvo haciendo en esta CTE recogía en sus memorias:
 
"el trato era aceptable, si bien las jornadas de trabajo eran larguísimas y la comida escasa. En una de esas compañías coincidí con varios calandinos Gualberto Escuin, Ramón Navarro, Enrique Gascón, Félix Navarro y Manuel Gascón (...) fuimos conducidos por los gendarmes a los Alpes Marítimos, donde nos dedicamos a ensanchar las carreteras de la frontera italiana. Nuestro sueldo cincuenta céntimos diarios, a condición de no caer enfermo, en cuyo caso, no se cobraba nada". 

Por el investigador francés Alban Sanz (Cartas del Exilio), sabemos que esta compañía estuvo desempeñando funciones y trabajos relacionados con la mejora de las defensas francesas en las poblaciones de Barcelonette y Villard de Chorges (ambas cerca de la frontera con Italia, entre noviembre y diciembre de 1939). Pero por una de las cartas de José Mateo, sabemos que también esta CTE estuvo trabajando en la población de Corny, entre Nancy y Metz, en enero de 1940.

El nueve de diciembre de 1939 remite otra carta a Frasquita y a su hermano. En ella manifiesta la sorpresa de haber recibido contestación de su mujer tras casi tres años separados y sin noticias el uno del otro. Al parecer Frasquita, en una carta enviada entre noviembre y diciembre de 1939, le preguntaba por un primo suyo y le ponía al día sobre la familia, los nacimientos de algunos sobrinos, los trabajos en la campaña de la aceituna… José Mateo responde que no sabe nada del primo, que el único del pueblo que está con él es “el Piñero el de la Perrera”, o sea, Antonio Piñero Mateo. En esta carta le comenta a Frasquita que va otra misiva para su hermano, al que da instrucciones para que le envíe los “papeles” para poder volver a España. José estaba completamente convencido de volver a su lugar de nacimiento, de volver a los brazos de su amada Frasquita.
 
A esta carta José no obtiene contestación de Frasquita dado que el nueve de enero de 1941 remite la tercera y última carta que conserva la familia. Es posible que se perdiera por el camino. Sin embargo, si que recibe la carta de su hermano con los documentos solicitados para volver a España:

Recibi, los papeles que me mandó mi hermano, así que pronto pienso ir a verte, o sea en la proxima expedición partiré para España.

Le indica que la Nochebuena la pasó como cualquier otra noche, pero que el día de Navidad le dieron muy bien de comer, incluso un puro. José y Antonio se encuentran en ese momento en la población de Corny, un lugar entre Nancy y Metz al que llegaron después de muchas horas de tren, 38 en concreto. José y Antonio, acostumbrados a otro tipo de clima, de tierra, de sol... pasan un frío brutal, como recoge el primero en su última carta:

Por aquí hace mucho frío que diferencia de este terreno al nuestro, aqui no entramos en calor hasta que no nos metemos en la cama, pues el suelo siempre está helado...

No hemos pasado por alto que las tres cartas están escritas con distinta caligrafía, por lo que pensamos que José no sabría escribir o sus conocimientos de la escritura eran muy rudimentarios, por lo que creemos que para componerlas hubo de dictarlas desde su corazón, desde sus sentimientos, a una persona que plasmara sus palabras sobre el papel, de ahí la diferentes caligrafías de cada misiva.

A partir de ahí no se conoce más correspondencia de José ya sea porque la extraviara la familia, porque no llegara a su destino… ¡Quién sabe! Lo que sabemos es que, a pesar de contar con los documentos para volver a España como hemos podido saber por una de sus cartas, nunca regresó a la tierra que lo vió nacer. ¿Qué pudo ocurrir? Puede que las autoridades francesas no le permitieran volver, que le llegara una de las cartas de su familia avisando de lo cruda que estaba la cosa con los procesos represivos, los encarcelamientos, condenas, ejecuciones… y que podría no estar libre de toda sospecha. A ciencia cierta lo más seguro es que nunca lo sepamos.


La invasión alemana de Francia 
En la primavera de 1940 Alemania invadió Francia. Tardó varias semanas en llegar a París, ante el desbarajuste del ejército francés y su completo descalabro. Ni la Línea Maginot ni la red de fortificaciones que levantaron los franceses con la ayuda de decenas de miles de españoles encuadrados en las CTE, sirvieron para nada. 


Los alemanes hicieron cerca de un millón de prisioneros, entre los que se encontraban miles de españoles; José Mateo y Antonio Piñero estaban entre ellos. No sabemos el punto exacto ni la fecha en que los detuvieron, pero el mayor número de españoles que fueron capturados por los alemanes tuvo lugar en la región de Les Vosges, el 20 de junio de 1940. 
Desde el punto de detención los prisioneros eran reenviados a campos de prisioneros en Francia, los frontstalags, unos campos de tránsito en los que los prisioneros pasaban semanas, o incluso meses, antes de su reexpedición a un campo de prisioneros en territorio del III Reich. Había algo más de un centenar de ellos. Tampoco sabemos el frontstalag en que pudo haber esado los yunqueranos.

En el stalag XI B de Fallingbostel
No volvemos a saber de él más que a través del portal PARES del Ministerio de Cultura y Deportes, donde existe una base de datos de españoles llevados a campos de concentración nazis. Tras la invasión alemana de Francia, miles de españoles fueron capturados y enviados a los campos de prisioneros alemanes, conocidos como stalags (stammlager), junto a casi un millón de prisioneros de guerra franceses, a principios del verano de 1940. 

José Mateo fue llevado al campo de prisioneros XI B de Fallingbostel (Baja Sajonia, perteneciente a la Wehrkreis o Distrito Militar nº XI, con sede en Hannover), donde recibió el número de prisionero 41644 y en el que también había muchos españoles. Entre ellos estaba su vecino Antonio Piñero Mateo, que recibió el número 41793. Allí permanecieron algún tiempo, unos escasos tres meses, hasta ser transferidos al campo de concentración de Mauthasusen, en Austria, al que llegarían el día ocho de septiembre de 1940. En los campos de prisioneros la vida era muy dura y el rancho escaso, pero más o menos se respetaba los tratados internacionales en cuanto al cuidado de los prisioneros por lo que la existencia de éstos en nada se podía comparar con los que iban a parar a los siniestros campos de concentración.



El desinterés cuando no la connivencia del gobierno dictatorial del General Francisco Franco sumado al desentendimiento del Mariscal Pétain, líder de la Francia no ocupada, sentenció la vida de los casi diez mil españoles que acabaron en campos de concentración nazis, la mayoría de ellos en Mauthausen, pero también en otros como Dachau, Sachsenhausen... Franco no los quería, evidentemente, y el militar francés no los tenía en cuenta porque no eran franceses, a pesar de haber formado parte del ejército francés... Para Franco los españoles eran considerados unos indeseados porque se trataba de republicanos que se habían opuesto al golpe de Estado activa o pasivamente (algunos eran soldados, pero no todos evidentemente, había campesinos, jornaleros, obreros…), algunos, ni siquiera eso, sólo habían huido de los efectos y consecuencias de la guerra e incluso querían volver a sus hogares. El gobierno alemán dirigió varias peticiones al español para ver qué hacía con esos rotspnaier, rojos españoles, pero obtuvo la callada por respuesta. 





En septiembre de 1940 Ramón Serrano Suñer, cuñado de Franco y Ministro de Gobernación, flagrante filonazi, se entrevistó con las máximas autoridades nazis en Berlín: Heinrich Himmler (jefe de la policía alemana y de las SS) y otros dirigentes, como Wilhem Frick, Joachim von Ribbentrop y Robert. El mismo día de su marcha de la capital alemana, el 24 de septiembre de 1940, la oficina de seguridad del Reich emitió una orden dirigida a todas las oficinas de la Gestapo en Europa con indicaciones específicas para que los españoles que se encontraban en los campos para prisioneros de guerra fueran trasladados al campo de concentración de Mauthausen. Es a partir de ese momento cuando los españoles empezaron a ser trasladados de los stalags a Mauthausen de forma masiva. 



 Primera página de la orden de la Oficina del Seguridad del Reich en la que ordenaba a la Gestapo sacar a los españoles de los campos de prisioneros de guerra y enviarlos a campos de concentración


Algunos autores, como David Wingeate Pike, mantienen que en esta entrevista no se decidió el siniestro destino de los españoles, dado que ya había otros españoles en Mauthausen y otros campos antes de la citada reunión (lo cual es cierto) y que no hay prueba documental de que aquel asunto se tratara en esa reunión. No obstante otros autores no comparten el mismo parecer, especialmente Carlos Hernández de Miguel, que más recientemente y tras una exhaustiva revisión de fuentes documentales, archivos, testimonios… defiende que en esta entrevista se selló el destino de los prisioneros españoles, pues Serrano Suñer daría consignas al régimen nazi para que los republicanos fueran trasladados a campos de concentración. No son pocos los investigadores que secundan a Hernández de Miguel.

Sin embargo, lo que sí que es cierto, es que, como se ha dicho, fue a partir de esa reunión cuando los republicanos españoles que se encontraban en los campos de prisioneros fueron buscados por la Gestapo y conducidos al campo de concentración de Mauthausen. El gobierno español del General Francisco Franco conoció el fatal destino que estos españoles compartirían con millones de judíos, soviéticos, eslavos, gitanos… y los abandonó a su suerte. Sabemos que conocía el asunto porque varios españoles prisioneros en Mauthausen fueron reclamados por el gobierno español a instancia de sus familias, que tenían ciertos contactos.




Mauthausen, la puerta del infierno
Así pues, poco tiempo estuvieron los yunqueranos en el campo de prisioneros alemán. El día cinco de septiembre de 1940 fueron subidos a un cochambroso tren de transporte de ganado en unas condiciones infames, como si fueran animales, sin apenas alimentos ni agua, con un mínimo ventanuco para la ventilación y un recipiente metálico de forma cilíndrica para hacer sus necesidades, tras un penoso viaje de tres días, el ocho de septiembre de 1940 (obsérvese que antes de la reunión de Serrano Suñer con las autoridades nazis) llegaron a la estación del pueblecito de Mauthausen (Austria) después de una travesía de varios días dentro de un vagón de ganado y compartiendo espacio con cientos de personas, en unas condiciones de hacinamiento y de falta de higiene brutales. En la estación esperaban con rabia los temibles SS nazis, que condujeron al grupo de prisioneros al campo de concentración de Mauthausen distante cinco kilómetros, a paso ligero y a base de palos, insultos y dentelladas de perros, tras atravesar el pueblo bajo la tranquila mirada de sus vecinos.
En este transporte de republicanos españoles iba un total de 201 compatriotas . 126 morirían en Gusen, el más mortífero de los subcampos de Mauthausen…



Un prisionero español que sobrevivió a Mauthausen, Vicente Delgado Fernández, que iba en el mismo transporte, describió en sus memorias su llegada al campo:
Para nosotros era el día y la noche, un cambio enorme en nuestras vidas. Habíamos pasado de estar en manos de buenos militares a las de los malvados guardianes, que llevaban una calavera como símbolo en sus uniformes. Cuando las puertas de los vagones se abrieron, a voces y golpes de fusiles nos hicieron bajar y avanzar muy rápido. Estábamos muertos de miedo, nos mirábamos sin pronunciar palabra. Los kilómetros que separaban el pueblo del campo los recorrimos a toda velocidad. El campo contaba con una alambrada electrificada y los perros se echaban sobre nosotros, empujados por sus guardianes. Así descubrimos el campo de la muerte.

Todos los supervivientes recuerdan el primer día en el que llegaron a Mauthausen, donde les recibieron diciéndoles donde se encontraba la única salida: en la chimenea del crematorio… Allí José Mateo Rivas dejó su nombre y lo intercambió por el número 4345, a Antonio Piñero le dieron en 4353. A todos los prisioneros se les sometía a una profunda limpieza y desinfección a la llegada, como recuerda el superviviente Emilio Caballero Vico:
 
Sólo llegar, a empujones y patadas nos pusieron a formar en pelotas, los barberos nos destrozaron el cuero cabelludo con aquella máquina que no iban bien y rompían los pelos y piel a la vez. Así horas de pie, luego al sótano, a las duchas con un líquido que escocía, nos metieron a todos apelotonados allí, media hora, con chorros de agua fría, luego quemaba… Me metieron en la barraca 19, cerca del crematorio, donde fuimos a parar a gran parte del grupo que habíamos llegado desde el Stalag XI B, mi grupo.



En Mauthausen se encontraban unas productivas canteras de granito, donde hicieron trabajar duramente a los prisioneros. Muchos miles murieron en los trabajos en la cantera, despeñados por la "escalera de la muerte", y otros, de inanición, palizas… Lo más posible es que ambos yunqueranos trabajaran en este infierno de granito y que sufrieran el extenuante trabajo en la cantera. 

El hambre, dicen los supervivientes, era una de las peores torturas a las que eran sometidos; las largas y duras jornadas laborales no se correspondían con una buena alimentación y los prisioneros pasaban un hambre atroz dado que la comida era escasa, de mala calidad y aguada. El deterioro físico se hacía notable en pocos días y en pocos meses llegaba la muerte...

  






Gusen, final de trayecto...


El día 24 de enero de 1941 el primer transporte de españoles prisioneros en Mauthausen sería enviado al subcampo de Gusen. Lo componía alrededor de un millar de desdichados, la mayoría estaba enfermo o eran relativamente mayores y se encontraban en muy malas condiciones de salud, fruto de la brutal explotación y de las escasa alimentación; también había muchos voluntarios que esperaban ir a un sitio menos duro en la creencia de que no habría peor lugar que Mauthausen. Entre ellos se encontraban José Mateo y Antonio Piñero. A los españoles se les hizo creer que iban a un lugar mejor, donde podrían recuperarse. Muchos no lo creyeron, pero no podían negarse a ir. Los prisioneros recorrieron a pie los casi cinco kilómetros que había entre ambos lugares. La realidad se iba a revelar mucho más siniestra: los nazis debían hacer sitio en Mauthausen para los nuevos prisioneros que iban a llegar unos días después, por ello necesitaban deshacerse de los prisioneros menos productivos.  




Aunque Gusen dependía del campo matriz, tenía su propio sistema de registro; José Mateo recibió el número 9432 y Antonio Piñero el 9573. Las condiciones de existencia y de trabajo eran mucho más duras que en el campo principal. Allí se enviaba a los prisioneros que ya no daban más de sí, que se encontraban agotados, enfermos… que ya no podían llevar el brutal ritmo de trabajo que se le exigía. Tampoco sabemos que tareas estuvieron haciendo, pero en Gusen también había unas importantes canteras de granito y un enorme pozo que se estaba excavando para construir los cimientos de un molino para machacar la roca de las canteras, en el que murieron casi dos mil españoles.






Sabemos que Antonio Piñero Mateo murió en Gusen el día 14 de octubre de 1941, pero desconocemos en qué terribles circunstancias. Sin embargo, José Mateo Rivas murió días antes, el 28 de septiembre de 1941 en un lugar muy siniestro: el castillo de Hartheim. 

El castillo de Hartheim se encuentra en Alkoven, Austria. En él fueron asesinadas miles de personas con enfermedades físicas o psíquicas en el marco de la Operación T4 (Aktion T-4), el proyecto de eugenesia nazi que buscaba “mejorar la raza aria” a costa de asesinar a decenas de miles de personas. Hitler empezó “limpiando” Europa por su propia casa… En el castillo de Hartheim fueron gaseados miles de prisioneros de Mauthausen y alrededor de quientos españoles. Entre ellos se encontraba el yunquerano José Mateo Rivas. Los prisioneros que eran llevados a este siniestro lugar eran asesinados o bien en las cámaras de gas del castillo o de camino a él, dentro de furgonetas herméticamente cerradas a las que se les conectaba el tubo de escape del vehículo en el interior. Una verdadera atrocidad.

El final de todos los prisioneros asesinados era el mismo; sus esqueléticos y pellejudos cuerpos alimentaban la siempre insaciable y hambrienta boca del horno crematorio, que no paraba ni de día ni de noche, esputando por su chimenea una espesa columna de humo mezclada con cenizas que los vientos llevaban de acá para allá caprichosamente hasta disolverse en la atmósfera. En el ambiente quedaba el olor a hueso y carne quemadas y toneladas de cenizas…




El 13 de octubre de 1950 el Estado francés emitió el certificado de defunción de José Mateo Rivas, que iba dirigido a su viuda, Francisca Giménez, que en aquel entonces residía en C/ Puerta de la Iglesia, nº 15. En esa década fueron remitidos al Gobierno español tanto el certificado de defunción de José Mateo Rivas como todos los certificados de defunción de los españoles que fueron asesinados en los campos nazis, pero las autoridades franquistas no los hicieron llegar a los familiares en lo que representa un incomprensible acto de mezquindad y de una crueldad inclasificable. 

Para los deportados la estancia en el campo de concentración y los sufrimientos que padecieron fue una experiencia horrenda que ha perseguido a los supervivientes a lo largo de toda su vida. Las familias que perdieron algún ser querido en este infame lugar lo pasaron muy mal, excepcionalmente mal, pues no tuvieron noticia ni supieron de la suerte de un hijo, un padre, un hermano, un nieto... en decenios. Malas personas, en muchas ocasiones, propalaban falsos rumores en los que acusaban a los deportados de haberse marchado con alguna mujer y haber abandonado a sus familias para acrecentar más el dolor de los seres queridos. Miles de mujeres españolas tomaron los hábitos del luto y los llevaron sufridamente como una segunda piel prácticamente hasta sus últimos días, callando y tragando su dolor, sufriendo en la soledad del silencio la ausencia de un ser querido. No fueron pocas las madres que murieron tras nunca haber perdido la esperanza de que algún día su hijo hubiera atravesado el escalón de la puerta de la casa. 

Los españoles asesinados en los campos nazis, así como los pocos supervientes, han sido uno de los grandes olvidados de la historia de España. En Francia, en cambio, han recibido todo el respeto de la población y distintos homenajes, formando parte de sus libros de historia. Y ya va siendo hora de que nuestros deportados ocupen el lugar que les corresponde en la fabulosa historia de nuestro país. 

Donde quieras que estés, Francisca: recives los mas durces besos y habrazos de Jose Mateo Rivas.



                                                   (c) Diego Javier Sánchez Guerra.

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