La costa mediterránea malagueña,
nuestra costa, es muy conocida por el enorme desarrollo del sector turístico
que arrancó allá por los años sesenta y que con sus urbanizaciones, puertos
deportivos, hoteles y spas, paseos marítimos y otras diversas alteraciones
urbanísticas en la línea litoral, que la ha arrasado casi por completo. Las otrora
pequeñas y humildes poblaciones costeras que sobrevivían con la pesca y poco
más, han desaparecido bajo millones de toneladas de hormigón y de intereses
espurios. El paisaje litoral costero, su paisanaje así como su patrimonio
natural y cultural se han visto seria e irreversiblemente perjudicados.
Pero amén de su faceta turística
esta costa ha tenido un papel a lo largo
de la historia mucho menos conocido y mucho más movidito. Desde la Antigüedad
las orillas mediterráneas han sido un lugar muy transitado por numerosas
civilizaciones y cada una ha ido dejando una huella que la construcción
descontrolada se ha encargado de ir borrando sistemáticamente, arrasando casi
por completo un legado histórico y arqueológico milenario, como los
asentamientos comerciales costeros fenicios surgidos en los albores de la
Historia así como algunas construcciones romanas relacionadas con la
explotación de los recursos marinos y litorales siglos después, pasando por
otros restos de época medieval y moderna. Pero aquí y allá unos pocos
vestigios, milagrosamente, han sobrevivido a la avaricia amparada bajo el
tsunami del ladrillo y el hormigón. Es el caso, en parte, de la fabulosa red de
torres almenaras que tachonan el litoral mediterráneo desde la provincia de
Cádiz hasta la de Almería. Muchas de
ellas las tenemos en la costa malagueña en los extremos de las calas, en
barrancos y roquedos que se asoman al mar perfilando unos singulares atardeceres
y amaneceres, ocultadas por viviendas de
veraneo y hoteles, olvidadas, desconocidas, algunas restauradas y muchas otras,
la mayor parte, decrépitas y ruinosas.
Torre del Salto de la Mora
La mayoría de estas torres
costeras fueron edificadas en época nazarí (siglos XIII-XV) para conjurar el
peligro que podría venir del mar: piratas norteafricanos, ataques portugueses y
castellanos… En época castellana, tras la conquista del territorio, esta red se
refuerza con nuevas torres para vigilar a los piratas berberiscos que tenían la
mala costumbre de arribar a las poblaciones cercanas a las playas y arrasarlas,
raptando a sus gentes para luego cobrar un rescate por ellas (que era un
extraordinario negocio) o venderlas como esclavas, robando ganados, productos y
otras pertenencias. Muchas veces eran ayudados por los mismos moriscos de los
lugares, que odiaban cómo los trataban los cristianos y que se llevaban, por
supuesto, su ganada comisión.
Torre del Ancón
El nombre de estas torres,
almenara, proviene del árabe y significa “de la luz” en referencia a las
señales de fuego que se hacían de noche en caso de peligro. De día se hacían
señales con humo para dar la voz de alarma. De la palabra almenara se deriva
también alminar, la torre que hay en las mezquitas desde las que se llama a la
oración pero en este caso, su luz es la de la fe.
Torre del Lance de las Cañas
Esta red de torres tiene su
relación histórica con algunos pueblos de lo que ahora es la comarca de la
Sierra de las Nieves ya que eran mantenidas con impuestos especiales que
pagaban los campesinos. En época castellana eran los mismos mudéjares y después
moriscos, los que pagaban un oneroso tributo especial, la denominada farda de
mar, para financiar la vigilancia
costera, tanto a los vigilantes como a las obras necesarias. Los mudéjares y
moriscos de las zonas limítrofes, como los de los pueblos que hoy día conforman
la Sierra de las Nieves, tenían que abonar ese tributo. Con su trabajo, con su
sufrimiento y con sus impuestos han contribuido a sembrar la costa con un
patrimonio cultural de extraordinario valor que hoy podríamos disfrutar en toda
su plenitud si se pusiera en valor.
Atragantadas por las
urbanizaciones en la mayor parte de los casos, en los sitios más insospechados
nos encontramos con torres de planta cuadrada a base de mampostería encintada,
como la torre de los Ladrones en las dunas de Artola o la del Duque en Puerto
Banús, la del Salto de la Mora o de la Sal en Casares y cilíndricas de
mampostería, como la torre Real, la del Ancón, la de las Bóvedas, la de Velerín…
Estas torres, salvo alguna que otra excepción, eran macizas y sólo
tenían un habitáculo con una pequeña ventana y una pequeña puerta en lo más
alto, a dónde se accedía por una escala o cuerda que luego se recogía. Las
almenaras no estaban diseñadas para aguantar asedios sino para albergar a un
torrero o vigilante que diera la voz de alarma cuando oliera el peligro
proveniente del mar; “no hay moros en la costa” o “hay moros en la costa” eran
frases que debían utilizar según la ocasión y que empleamos con total naturalidad hoy día.
Torre de los Ladrones
La acción de los piratas, siempre
rápida, iba dirigida al saqueo y el pillaje, no a tomar o destruir estas torres
que no siempre estuvieron debidamente atendidas pues era poco lo que cobraba un
vigilante (no era raro que las almenaras no estuvieran debidamente atendidas) y
muchas las corruptelas que había entorno a la gestión de los fondos que las
mantenían.
Torre del Lance de las Cañas
Torres de pezuña como la del
lance Cañas en las dunas de Artola o el maltrecho fuerte de San Luis en
Marbella (integrado en el Hotel El Fuerte) volado por los franceses a
principios del XIX, así como el castillo de Manilva, pertenecen ya a otra época
histórica en el que el desarrollo de la artillería conllevó la transformación
radical de las fortalezas y fortines costeros, concretamente al siglo XVIII. En
esa época los enemigos por excelencia eran los ingleses, que pugnaban con los
españoles por el dominio del mar y de las ricas colonias americanas. Hoy día,
varios siglos después, sin ellos, no sería posible el turismo en la Costa del
Sol y en toda su área de influencia.
Torre de los Ladrones
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