El día 5 de mayo es el aniversario de la liberación del campo de concentración nazi de Mauthausen (Austria). Allí se les arrebató la vida a unos ciento veinte mil seres humanos. Varios miles de prisioneros eran españoles. Más de doscientos eran malagueños, de los que perecieron alrededor de ciento cuarenta y dos. Pero varias decenas de malagueños, milagrosamente, lograron sobrevivir a unas condiciones de higiene, alimentación, trabajo y palizas brutales e indescriptiblemente inhumanas. Uno de ellos era vecino de Tolox y se llamaba Francisco Domínguez Fernández, Frasco Mingue, como le apodaban. Nació un frío 28 de enero de 1912 en el nº 61 de la calle de San Cristóbal, vía que desciende serpentenado desde el Barrio Alto y desemboca en la calle Ancha. Los otros ocho vecinos de la Sierra de las Nieves no aguantaron en el infierno de Mauthausen ni doce meses...
Las tropas americanas llegan a Mauthausen
Antes de entrar de lleno en el tema me gustaría mostrar mi agradecimiento a una serie de personas que me han proporcionado información y datos valiosos para reconstruir parte de la memoria de una de las víctimas del genocidio nazi, Francisco Domínguez Fernández. A Francisco Lara de Tolox por haberme puesto en contacto con otras personas que conocieron a Francisco Domínguez y que me han proporcionado una preciosa información para contar su historia. Desde el grupo de de facebook que dirige y su blog IMÁGENES DE TOLOX, lleva años realizando una encomiable e imponderable labor de recuperación de la memoria visual de Tolox. A Carmen López, de Tolox, por regalarme la memoria de su padre. A Francisco Elena y su esposa Rafaela Vera, por recibirme en su casa y compartir conmigo los recuerdos y las pocas pertenencias de su tío Francisco Domínguez. A María Victoria Elena, depositaria de la memoria de su padre, íntimo amigo de Francisco, por haberme acercado a sus familiares y haberme aportado numerosos y valiosos datos. Sin su ayuda este post dedicado a Francisco Domínguez no podría haberse elaborado. Y muy especialmente a Anica Riveros por haberse interesado y haberme aportado sus recuerdos de infancia desde nuestra vecina Francia, así como por proporcionarme documentos e información relacionados con el tema y haberme localizado y remitido copia del expediente de Francisco que obra en el Archivo de Víctimas de Conflictos Contemporáneos, en Francia, documento que ha sido de una enorme utilidad y que ha arrojado muchísima más luz a sus vivencias en Francia, Alemania y Austria, abriendo las puertas a la búsqueda de información en nuevos archivos y asociaciones.
************************************
Estamos hechos de recuerdos. Nuestro cuerpo está edificado con
carne y hueso, si, pero nuestra identidad, lo que somos y lo que hemos vivido,
nuestra trayectoria vital… reside en nuestra memoria en forma de recuerdos. Sin
embargo no sólo estamos hechos de recuerdos propios, también formamos parte de
los ajenos y cuando nos vamos, sólo queda de nosotros los recuerdos que se
alojan en la memoria de otras personas. Y en eso nos quedamos, en recuerdos de
una u otra índole hasta que la llama de los que nos rememoran se apaga y los
recuerdos desaparecen al igual que el viento otoñal arrastra consigo las hojas
caducas.
Como si de un puzzle se tratara, a base de unir las piezas de la
memoria de unas y otras personas que llegaron a conocer o a tener presente la
figura de Francisco Domínguez Fernández desde Francia hasta la nívea localidad
malagueña de Tolox, en la comarca de la Sierra de las Nieves, vamos a tratar de
componer parte de la vida y tribulaciones de este toloxeño conocido
popularmente como Frasco Mingue en su movido periplo vital desde su huida de
España durante la Guerra Civil, pasando por su integración en dos campos de
refugiados franceses y en las fuerzas galas, su ingreso en un campo de
prisioneros alemán y su deportación al infierno de Mauthausen hasta conseguir
su ansiada libertad y vivir en el exilio francés prácticamente el resto de su
vida.
Francisco Domínguez, a diferencia de otros deportados, no
dejó escritas sus memorias y además hablaba muy poco, casi nada, de su traumática
experiencia en Mauthausen y de los años precedentes, con lo que su familia y
amigos, escasos pero necesarios recuerdos conservan y se esfuerzan con denuedo
en no dejarlos apartados en la cuneta del olvido. Las pocas veces que se armó
de valor y se esforzó en contar algo, inmediatamente lo detuvieron las lágrimas
y la tristeza incontenible. Si tuviera que describirlo con una sola palabra
sería la siguiente: generosidad. Esa fue la palabra más repetida durante la
entrevista con sus familiares y amigos en el acogedor y cálido pueblo de Tolox.
Su sobrino Francisco Elena y la mujer de éste, Rafaela Vera, guardan como oro
en paño algunos documentos de Francisco como su carné de deportado o su carné
de socio de la Union Nationale des Associations de Déportés Internés et
Familles de disparus (UNADIF) entre otros documentos y recortes de periódicos
que evitan que el paso de los años resten nitidez a su huella.
El recuerdo de Francisco Domínguez se desdibuja en la
memoria de la niña que fue Anica Riveros cuando en sus años de infancia, hacia
finales de los años sesenta del siglo pasado, visitaba a su familia en la
coqueta población francesa de Tracy le Mont (Compiègne). De él sólo recuerda su
visage, su rostro, y que venía con
una niña pequeña con la que jugaba, posiblemente la hija de su sobrino.
Pero para saber como Francisco acabó en Francia debemos
viajar en el tiempo y en el espacio muchos años atrás, concretamente a la bella
población de Tolox y hacia la mediación de los años treinta de la pasada
centuria, un pueblecito con más de mil años de historia avenado por dos
pequeños ríos que descienden bravíos de las montañas que lo rodean, de calles laberínticas
y quebradas jalonadas por casas blancas de tejados rojizos con pequeñas
ventanas que se fundían con los restos de su viejo castillo moro y donde sólo
despuntaba muy por encima del resto de las edificaciones la majestuosa torre-campanario
de la iglesia de San Miguel Arcángel.
El municipio deTolox en una vieja foto
Manuel Vázquez del Río, en su “Cosas de Tolox” y Virgilio
Ruiz Gallardo en su “Vivencias de Tolox” nos narran los sucesos acaecidos en
este pueblo durante los años de la II República y la Guerra Civil, pero es
Carmen López, vecina de este pueblo, la que evocando la memoria de su padre nos
informa del asalto a la iglesia de San Miguel Arcángel y la destrucción de las
imágenes religiosas tras el golpe militar. Su progenitor, que entonces eran un chiquillo,
quedó muy sobrecogido por los hechos de los que fue testigo durante el ataque
al templo y la destrucción de los santos. Especial impresión le causó ver a un
miliciano ataviado con ropajes religiosos y disparando al cielo, por lo que
pensó que un santo había cobrado vida y estaba disparando. Este hombre le
contaba a su hija como algunos milicianos locales trataron de indultar la
imagen del patrón de Tolox, San Roque, ciñéndole un pañuelo rojo al cuello y
alegando que se trataba de un santo comunista pues en vida todo lo había
repartido entre los pobres. Sin embargo ni éste se salvó de las llamas pues un
miliciano procedente de la vecina población de Alozaina señaló que “ni San
Roque ni Dios se salvaban de la quema”, sentenciando la imagen a la hoguera.
Efectivamente. Fuentes del Archivo del Obispado de Málaga informan
que el templo fue cerrado el 14 de mayo de 1936 y que tras el golpe de Estado,
el 25 o el 26 de julio, fue saqueado, sus imágenes, altares y retablos
destruidos y el edificio reutilizado como centro socialista. Sólo se salvaron
dos figuras, la Virgen Niña y unas manos y la cabeza de un Cristo atado a la
columna que reconvertido actualmente en Nazareno.
Uno de los documentos de la Causa General de Tolox donde se recogen los daños en la Iglesia, en tiendas y en fábricas de Tolox
No era esa la primera vez que la iglesia de Tolox sufría
las iras del pueblo. Trescientos sesenta y ocho años atrás los moriscos de esta
localidad se habían ensañado con los símbolos de los opresores cristianos,
especialmente con la iglesia a la que, erigida sobre la destruida mezquita, le
profesaban un odio especial que les llevó a prenderle fuego.
No sabemos con seguridad si Francisco Domínguez, el menor
de cinco hermanos, fue testigo de los hechos o activo participante, lo que si
sabemos gracias a la memoria de sus familiares es que poseía un fuerte espíritu
republicano que manifestaba abierta y públicamente, sin temor alguno. Tampoco
sabemos si era militante de algún partido o de alguna organización política.
Sin embargo, pese a no haber cometido ningún delito de sangre ni de otro tipo, según se desprende de la documentación de la Causa General, y ante la
inminente caída de Málaga y el resto de la provincia en manos de los sublevados,
huyó del pueblo como muchos otros vecinos temiendo por su vida. Desde su salida
de Tolox hasta la llegada al sur de Francia sus familiares no conocen ningún
detalle. Es posible que buscara refugio en Málaga y tuviera que huir a Almería
junto con más de doscientos mil malagueños por una carretera en la que durante días
los huidos fueron tiroteados y bombardeados desde aviones y barcos por las
fuerzas golpistas y sus aliados, causando miles de muertos entre una indefensa
población civil en un acto tan sumamente bárbaro como inclasificable. De ahí
presumiblemente marcharía a Valencia y Cataluña buscando la frontera francesa
junto con más de cuatrocientos mil republicanos a medida que se venía abajo la
II República y que se avecinaba el desastre. De esos años sus familiares lo
desconocen todo de él.
La huida de la carretera de Málaga
Huyó de Tolox y ya nunca más pudo volver a ver, besar ni a
abrazar a su amada madre Isabel, ni sentir su calor maternal, pues ella ya no
vivía cuando él abandonó el infierno terrenal de Mauthausen.
Es en la frontera francesa y pasados los Pirineos donde nuevamente
afloran los recuerdos. En un documento de identificación francés expedido en
mayo de 1978 se recoge que entró en Francia el uno de enero de 1939 mientras que en otros conservados en el Archivo de Víctimas de Conflictos Contemporáneos, se señala el día 12 de febrero de 1939. Sus
familiares saben que estuvo en un campo de refugiados -en el momento de la entrevista no supieron decirme cual- y
que trabó una gran amistad con un médico catalán. Revisando la documentación obrante en el mencionado archivo sabemos que Francisco pasó por dos campos de refugiados, el de Argelès-sur-Mer, en la zona oriental de Francia, de cara al Mediterráneo, un gran descampado a cielo abierto junto al mar donde convivían malamente casi cien mil personas sin apenas medidas higiénicas, agua potable, ni infrestructuras de ningún tipo, para ser trasladado en la primavera de 1939 en una fecha todavía imprecisa al de Gurs, campo construído en el tiempo récord de poco más de un mes para dar cobertura a casi dos decenas de miles de refugiados. Este campo se ubicaba en la fachada atlántica francesa y las condiciones climatológicas en época de lluvias solían ser muy adversas, conviertiendo todo el campo en un auténtico lodazal. Pero Frasco Mingue no estaría mucho tiempo en este lugar, las Moiras le deparaban otro destino.
Vistas las maniobras de los alemanes y la invasión de Polonia, ante la inminencia del comienzo de la II Guerra Mundial las autoridades galas ofrecieron a los españoles volver a la España de la que había huido o integrarse en las fuerzas francesas ya sea incorporándose a la Legión Extranjera, los Batallones de Marcha o las Compañías de Trabajadores Extranjeros (o Españoles, como aparecen en algunos casos), unidades éstas últimas que se dedicaban a obras de defensa nacional a través de la construcción de fortificaciones, carreteras, trincheras... pero que también realizaron trabajos agrícolas, en la industria, en las minas... Según rememoran sus familiares fue la opción segunda la que escogió incorporándose a una Compañía de Trabajadores Españoles pensando, como muchos otros, que sería mejor hacer frente a los alemanes en Francia que atravesar la frontera y encontrar una muerte segura, pues en Tolox, como en el resto de España, la represión estaba siendo brutal y sangrienta: hombres detenidos, apaleados y encarcelados; mujeres rapadas, maltratadas y humilladas, obligadas a beber aceite de ricino; fusilamientos sumarísimos: su pueblo natal se quedó huérfano de 37 vecinos, la mayoría hombres, pero también algunas mujeres. De haber regresado quizás él podría haber sido el número 38 de la lista... “Para España no puedo volver y a esta gente yo me tengo que unir (franceses) para luchar contra los otros (alemanes)”, se dijo a sí mismo. "Salió de España huyendo de una guerra y se encontró con otra", nos recuerda la mujer de su sobrino. Y, efectivamente, si echamos manos de los papeles conservados en los archivos franceses vemos como hacia finales del verano de 1939 se incorporó a la 147 Compañía de Trabajadores Extranjeros, con la que fue llevado a los entornos de la ciudad de Nevers, casi en el centro geográfico francés. Allí sería capturado por los alemanes en el verano de 1940, entre el 16 y el 20 de junio.
Refugiados españoles en Argelès-sur-Mer
El campo de Gurs
Documento de Franicsco Domínguez obrante en el Archivo de Víctimas de Conflictos Contemporáneos, donde se justifica su paso por distintos campos y la incorporación a la 147 Compañía de Trabajadores Extranjeros
Vistas las maniobras de los alemanes y la invasión de Polonia, ante la inminencia del comienzo de la II Guerra Mundial las autoridades galas ofrecieron a los españoles volver a la España de la que había huido o integrarse en las fuerzas francesas ya sea incorporándose a la Legión Extranjera, los Batallones de Marcha o las Compañías de Trabajadores Extranjeros (o Españoles, como aparecen en algunos casos), unidades éstas últimas que se dedicaban a obras de defensa nacional a través de la construcción de fortificaciones, carreteras, trincheras... pero que también realizaron trabajos agrícolas, en la industria, en las minas... Según rememoran sus familiares fue la opción segunda la que escogió incorporándose a una Compañía de Trabajadores Españoles pensando, como muchos otros, que sería mejor hacer frente a los alemanes en Francia que atravesar la frontera y encontrar una muerte segura, pues en Tolox, como en el resto de España, la represión estaba siendo brutal y sangrienta: hombres detenidos, apaleados y encarcelados; mujeres rapadas, maltratadas y humilladas, obligadas a beber aceite de ricino; fusilamientos sumarísimos: su pueblo natal se quedó huérfano de 37 vecinos, la mayoría hombres, pero también algunas mujeres. De haber regresado quizás él podría haber sido el número 38 de la lista... “Para España no puedo volver y a esta gente yo me tengo que unir (franceses) para luchar contra los otros (alemanes)”, se dijo a sí mismo. "Salió de España huyendo de una guerra y se encontró con otra", nos recuerda la mujer de su sobrino. Y, efectivamente, si echamos manos de los papeles conservados en los archivos franceses vemos como hacia finales del verano de 1939 se incorporó a la 147 Compañía de Trabajadores Extranjeros, con la que fue llevado a los entornos de la ciudad de Nevers, casi en el centro geográfico francés. Allí sería capturado por los alemanes en el verano de 1940, entre el 16 y el 20 de junio.
Españoles en un campo de refugiados francés
Mientras tanto en el norte de Francia fueron capturados por los alemanes miles de compatriotas españoles y de soldados franceses en la denominada “bolsa de los Vosgos”, una región boscosa -actualmente Parque Natural Regional y lugar donde el
Tras su captura como prisionero de guerra fue ingresado en uno de los más de cien campos de tránsito que los alemanes habían previsto en Francia, el Fronstalag 194 Châlons-sur-Marne, en Marne, donde pasó varios meses antes de ser transferido al campo de prisioneros o stalag VII-A de Moosburg, desde donde fue nuevamente transferido al stalag XII-D de Trier, situado a algo más de doscientos kilómetros al norte de los Vosgos, muy cerca de la frontera con Francia. En ese stalag también sería internado tiempo después el afamado filósofo existencialista francés Jean Paul Sartre y allí compartió estancia durante meses con otros españoles. Es muy probable que coincidiera con el vecino de la cercana población de Istán Gonzalo Granados Ortiz, que fue deportado a Mauthausen el 25 de enero de 1941 desde ese mismo campo de prisioneros. Gonzalo llegó al campo de concentración tan sólo un día antes -¡tan sólo dos vueltas de reloj!- de que su hermano Francisco, que había ingresado en septiembre del año anterior procedente del stalag XI-B Fallingbostel, fuera enviado al matadero de Gusen. Ambos eran hijos de Frasquito el Molinero y habían dedicado su vida, al igual que sus antecesores, a trabajar en el molino familiar. Los dos hermanos acabarían muriendo, uno en Gusen y otro en el siniestro castillo de Hartheim, lugar donde los más débiles eran llevados para ser gaseados e incinerados.
Stalag VII-A de Moosburg
Stalag XII D de Trier, donde estuvo
Francisco Domínguez junto a otros prisioneros españoles
En los campos de prisioneros la situación de los internos
era mucho mejor que la que les esperaba en Mauthausen y en otros campos de concentración ya que les trataban
siguiendo los tratados internacionales. Solían realizar trabajos agrícolas y
forestales, acometer la limpieza del campo, realizar reparaciones y toda suerte
de trabajos… la alimentación y la higiene, aunque escasa, era razonable para
aquellas circunstancias de privación de libertad y derechos fundamentales.
Francisco Griéguez, un español que acabó en Trier, encontraba las condiciones
del campo acogedoras y declaraba que “no estábamos mal porque nos trataban como
a prisioneros de guerra, igual que los soldados franceses. El rancho era
suficiente y para todos igual” (testimonio recogido en “Los últimos españoles
de Mauthausen”, de Carlos Hernández). Pero no nos engañemos, eran prisioneros de
guerra del ejército alemán.
Localización de Mauthausen y otros campos nazis donde hubo españoles
Sin embargo Frasco Mingue así como el resto de los
españoles de su campo y otros repartidos por la geografía germana y los países
invadidos, empezaron a ser trasladados al campo de exterminio de Mauthausen para
su explotación y aniquilamiento. No pocos investigadores son los que señalana la responsabilidad del régimen franquista en esta maniobra, concretamente tras la reunión mantenida por Ramón Serrano Suñer, cuñado de Franco y Ministro de Asuntos Exteriores, con los jerifaltes nazis en Alemania, a primeros de septiembre de 1940. El gobierno español había recibido varios comunicados del gobierno alemán sobre qué hacer con los prisioneros españoles, sin obtener respuesta oficial. Francisco llegó a Mauthausen el jueves tres de
abril de 1941 con 29 años recién cumplidos. Allí fue bautizado con el número
3934, su nuevo nombre en los próximos cuatro años y poco, recibiendo unos
hirientes zuecos de madera y un uniforme con rayas azules en el que llevaba
cosido un triángulo azul con una S en su interior; el color azul era destinado a los apátridas, sin embargo la S era de spaniard, español... A partir de ese momento y en
los siguientes años ya no sería Francisco Domínguez Fernández sino el
rotspanier, el rojo español 3934. No sabemos qué labores desempeñó, pero imaginamos que tuvo que estar trabajando en la cantera de granito de Mauthausen, la de Wienen Graben, un lugar agotador y extenuante, o en cualquiera de los otros grupos de trabajo que se dedicaban a construir instalaciones del campo de concentración u otros menesteres.
Sin embargo al poco tiempo lo trasladaron al terrible subcampo de Gusen, concretamente el día 30 de junio de 1941, asignándosele una nueva e infame matrícula, la 44156... En este subcampo había otra cantera de granito cuyo trabajo era tan duro como la del campo matriz. El índice de mortandad de los prisioneros era altísimo, entre los españoles los peores años fueron 1941 y 1942, donde falleció la mayoría y fue el subcampo de Gusen donde más españoles murieron. Frasco Migue fue uno de los pocos que logró sobrevivir.
Imagen de la mortífera cantera de Wiener Graben
Sin embargo al poco tiempo lo trasladaron al terrible subcampo de Gusen, concretamente el día 30 de junio de 1941, asignándosele una nueva e infame matrícula, la 44156... En este subcampo había otra cantera de granito cuyo trabajo era tan duro como la del campo matriz. El índice de mortandad de los prisioneros era altísimo, entre los españoles los peores años fueron 1941 y 1942, donde falleció la mayoría y fue el subcampo de Gusen donde más españoles murieron. Frasco Migue fue uno de los pocos que logró sobrevivir.
Anotación de la inscripción de Francisco Domínguez
a su entrada en Mauthausen, donde
se recoge su número (su nuevo nombre)
y su ocupación: landwirt, agricultor
se recoge su número (su nuevo nombre)
y su ocupación: landwirt, agricultor
Entrada al campo de Mauthausen
Francisco casi nada habló de Mauthausen o Gusen a sus familiares,
pero hemos de imaginar las vicisitudes que vivió, el hambre terrible y voraz a
la que fue sometido, las palizas de las que fue víctima, las extenuantes
jornadas laborales que le robaban las fuerzas y la vida, la falta de higiene y
de medios médicos que le restaban salud…
Cuando muchos años después en las vacaciones estivales que
pasaba en Tolox con sus sobrinos -casi su única familia- se quitaba la camiseta
para echarse una siesta, dejaba al descubierto un torso estigmatizado, surcado
de cicatrices y verdugones. La hija pequeña de su sobrino Francisco Elena, con natural
curiosidad infantil, le preguntaba sobre el origen de aquellas cicatrices. Él contestaba
que “eran verdugones de los varazos que me daban”, pero ya no argumentaba nada
más. Aquellas heridas cicatrizadas seguían permaneciendo frescas, abiertas,
supurando los sufrimientos padecidos y los horrorosos recuerdos. Eran el fruto
de las palizas y golpes que le propinaban los kapos y los nazis y que le seguían
doliendo en lo más hondo. No se puede sobrevivir a un campo de concentración
como Mauthausen sin traer de vuelta algunas cicatrices tanto físicas como psíquicas,
sin llevar contigo el resto de tu vida un trozo de ese infierno.
Trabajo esclaco en la cantera de Mauthausen
De lo poco que hablaba sobre el tema señalaba que lo que
más le dolía y lo que más pena le daba era de los niños. El trato que recibían
por parte de los sádicos nazis le ocasionaba un profundo e inconsolable sufrimiento.
En varias ocasiones presenció el asesinato de niños. En una de las pocas veces
que sacó el tema mencionaba que un día los nazis habían gaseado a grupo de
personas. Entre ellos había una chiquilla que había sobrevivido a la ducha de
gas y se mantenía con vida. La niña gemía y lloraba desconsolada, débil y
aprisionada entre la confusión de una maraña de cuerpos muertos y desnudos
pertenecientes a sus padres, amigos, hermanos... Cuando los nazis se percataron
de que seguía viva, tomaron un arma y le dispararon reiteradamente acribillando
su cuerpecito hasta acabar con su vida. Francisco sufría porque ni él ni sus
compañeros podían hacer nada por salvar a aquella niña inocente, a aquella
pequeña criatura. Presenciar estos horribles actos causó un profundo trauma en
Francisco (y lo provocaría en cualquier ser humano) que no soportaba ver, ya en
libertad, como reñían a los niños.
La niña del abrigo rojo en la película "La lista de Schindler",
de Steven Spielberg
A veces mencionaba que en los barracones donde dormían,
las noches de más frío trataban de juntarse lo más posible y estar más pegados
para calentarse con el poco calor que desprendían los pellejudos y huesudos cuerpos
de unos y otros. Aún así, cuando amanecía, siempre había cadáveres en el suelo...
Igualmente rememoraba como había padecido y resistido algunas duchas con agua
helada, esas que siempre dejaban un reguero de víctimas tan debilitadas que
eran incapaces de soportar el frío brutal. Francisco no quería ver ni películas
ni documentales que versaran sobre los nazis, los campos de concentración o la
Segunda Guerra Mundial… no quería ni oír hablar ni en alemán. Sin ningún género
de duda para Frasco Mingue “los alemanes eran los bichos más malos que Dios
había puesto en la tierra”.
Prisioneros en una de las barracas de Mauthausen
A pesar de todo el dolor y el sufrimiento también había
sitio para la solidaridad y fue ésta la que le salvó a él y a la mayoría de
españoles de acabar en las tripas del crematorio. Francisco contaba que pasó
muchísima hambre, que comían muy poco, poquísimo. Las cáscaras de patatas, de
melón, de fruta, de lo que fuera… las cogía de las cocinas como podía y las
guardaba al igual que hacían sus amigos. Luego compartían el botín y se
alimentaban con las cáscaras. Recuerda Rafaela Vera, la esposa de su sobrino,
que muchos años después, cuando pelaba las patatas para el almuerzo, señalaba
las mondas y decía: “¡Eso, eso, eso que estáis tirando, eso me salvó a mí!”.
Los prisioneros de Mauthausen presentaban un
aspecto famélico y espectral
aspecto famélico y espectral
Un día, rayando el fin de la guerra, los presos miraron al
cielo y lo vieron completamente encapotado de aviones que lanzaban cosas. Francisco
Domínguez y sus compañeros pensaron que los estaban bombardeando, que iban a
morir. Pero eran aviones americanos y no lanzaban bombas ¡Lanzaban chocolate y
bizcochos! ¡Caía sobre ellos una lluvia de chocolate y bizcochos! Contaba
Francisco que todos los presos estaban muy débiles y los que estaban mejor
desenvolvían el chocolate y se lo daban a chupar a los más débiles, a los que
ni siquiera podían acercárselo con sus propias manos. “El que estaba mejor
ayudaba al que estaba peor”, recordaba.
El 12 de junio de 1941, más de un mes después de liberado
el campo, él y el resto de los españoles abandonaron Mauthausen. Lo más pronto
que pudo contactó con su familia mediante una carta para darles la buena nueva,
pero su madre ya no estaba para recibir aquella alegría… Su padre Francisco y
sus hermanos, después de mucho tiempo, volvían a saber de él. Los españoles
pasaron un mes más porque ningún país los reclamaba. La España franquista, que
los había condenado, no quería saber nada de ellos… Al final fue Francia la que
les abrió las puertas. Allí Francisco recibió un carné de deportado cuyo número
era el 110118030. Su vida volvía a estar ligada a un número…
Ficha médica de Francisco realizada un mes después de su liberación.
En ella se señala que tenía un buen estado de salud y pese a llevar más de un mes con una alimentación adecuada, sólo pesaba poco más de cincuenta kilos
(Archivo de Víctimas de Conflictos Contemporáneos)
Francisco Domínguez perteneció a una asociación de deportados, como el resto de los españoles que sobrevivieron y fueron acogidos por nuestra vecina Francia
El país galo lo recibió con los brazos abiertos y le
brindó unas oportunidades que supo aprovechar. Residió durante varios años en
Aubervillers hasta que se mudó a Pantin, en las inmediaciones de París. Estuvo
trabajando en una industria cárnica hasta que se jubiló por problemas de salud
ya que sufría una afección pulmonar, acaso adquirida en los años de infame encierro
y torturas en Mauthausen, que había obligado a su hermana Ana a trasladarse de
su pueblo a Francia, para poder atenderlo, para poder cuidar de él.
Españoles tras la liberación de Mauthausen
¿Se encuentra entre ellos Francisco Domínguez?
Francisco, como recuerdan una y otra vez sus sobrinos, era
un hombre generoso; acogió a su sobrino Francisco y a su esposa Rafaela, recién
casados, cuando se mudaron de Tolox al país galo para labrarse un futuro. Allí
conocieron por vez primera y en persona a su tío Frasco Mingue, aquel que años
atrás había huido del pueblo y había pasado todo tipo de vicisitudes por media
Europa hasta acabar como exiliado en Francia. Según señalan era muy buena
persona, un hombre bondadoso y generoso que seguía manteniendo el contacto con
otros compañeros supervivientes y exiliados en Francia y a los que recibía con
frecuencia en su casa.
Como el resto de deportados, exiliados y supervivientes,
se inscribió en una de las asociaciones creadas al efecto, concretamente en la
Union Nationale des Associations de Déportés Internés et Familles de disparus
(UNADIF), http://www.unadif.fr/
Carta del extremeño Servídeo García, compañero de Francisco en Mauthausen y Gusen, donde manifiesta ante las autoridades francesas haberlo conocido en el campo de concentración
(Archivo de Víctimas de Conflictos Contemporáneos)
No pudo volver a España hasta pasadas más de tres décadas.
Lo hizo tres años después de que Franco firmara el Decreto-Ley 10/1969, de 31 de marzo, por el que se declara la
prescripción de todos los delitos cometidos con anterioridad al 1 de abril de 1939.
Como muchos exiliados, no se fiaba. Pero pudo reunir el valor suficiente y entrar
en España. Lo hizo completamente aterrorizado, como recuerdan sus sobrinos.
Cabría preguntarse que sensación se llevaría al ver su pueblo natal tras esos
treinta años de destierro forzoso. Después de tantos años volvía probar el agua
de la Fuente Amargosa y a encontrarse con su pasado.
Nunca se mudó definitivamente al pueblo que lo voy nacer y
del que tuvo que huir, pero iba y venía de vez en cuando. En unas de sus estancias
en Tolox su enfermedad se agravó y murió escasamente pasado un mes a la edad de
66 años, un 10 de junio de 1978. Nunca se casó ni tuvo hijos, pero nunca estuvo
solo. Su llama sigue viva en la memoria y el recuerdo de sus familiares y
amigos.
EPÍLOGO.
SOBREVIVIR A
LA MUERTE, SOBREVIVIR A LA VIDA ¿SOBREVIVIR AL OLVIDO?
En los campos de concentración nazis llegaron a haber entre
nueve mil y diez mil republicanos españoles, según las estimaciones. De ellos
algo más de tres mil salvaron la vida, mientras que el resto fue a parar a la hambrienta boca del
crematorio tras padecer unos sufrimientos y unas muertes horribles. En Gusen, el
siniestro subcampo de Mauthausen y lugar donde Francisco pasó la mayor parte de
su cautiverio, fue donde mataron a la mayoría de españoles. Allí fueron cruelmente
asesinados casi cuatro mil trescientos compatriotas.
Francisco Domínguez fue un superviviente en toda regla y con
todas las letras por que sobrevivió a la muerte, pero también porque sobrevivió
a la vida… En los campos de concentración era muy fácil hallarse con la Parca
de muy distintas maneras y al arbitrio de los captores; un kapo o un SS podía
asesinarte sin más de una paliza, de un tiro, arrojándote contra una alambrada
electrificada…; podías acabar siendo gaseado, obligado a trabajar hasta la
muerte o introducido en tinas de agua helada hasta perecer de frío o morir igualmente helado tras sucesivas duchas de agua fría; formar en
la plaza hasta la muerte por cansancio o frío… Eso por no hablar del hambre
atroz que podría hacerte morir de inanición, o por la falta de higiene por la
que podías fallecer de una infección. La planificada y mortífera combinación
que supuso la alimentación deficiente, los maltratos continuos por parte de los
sádicos captores y el trabajo extenuante, acabó con la vida de miles de
criaturas.
Crematorio del campo de concentración de Dachau en funcionamiento
Frasco Mingue, milagrosamente, sobrevivió a todo
eso y más... Pero no olvidemos que también sobrevivió a la vida. Sí, a la vida.
Tras la liberación del campo muchos presos que seguían enfermos, acabaron
muriendo porque no recibieron la atención necesaria. Fallecieron a millares una
vez liberados. Al menos murieron libres... En años sucesivos un elevado número de supervivientes, incierto todavía, moriría como consecuencia de las enfermedades contraidas en los campos o por las heridas provocadas en éstos. Otros muchos, que no pudieron aguantar el terrible padecimiento,
las horrorosas experiencias, los imborrables recuerdos, las horripilantes
pesadillas… quedaron muy trastornados psicológicamente, demasiado, y fueron
numerosos los casos en que los antiguos presos se quitaron la propia vida
porque no eran capaces de seguir adelante tras aquella traumática experiencia, porque eran
incapaces de llevar una vida normal con esa infame carga. Otros superivientes, los más veteranos,
siete u ocho décadas después, todavía siguen padeciendo horripilantes
pesadillas en los que los SS o los kapos vienen a buscarlos por las noches,
cuando les alcanza el sueño, y sólo encuentran la ansiada libertad por las
mañanas cuando la luz del amanecer los rescata. El testimonio, de los muchos
que he leído, que me resulta más espeluznante y extraordinariamente conmovedor
es el del cordobés Juan Romero, que rememora una de las veces que los alemanes
llevaban a un grupo de judíos para gasearlos: Una
vez llegó un convoy de judíos en el que había hombres, mujeres y niños. Era un
grupo de más de treinta o cuarenta personas. Pasaron delante de nosotros y una
niña, pequeñita, me miró y sonrió… me sonrió un poquito. La pobre niña,
ignorante, no sabía a dónde iba. Su cara y su sonrisa la sigo viendo por las noches,
cuando me voy a la cama. Nunca he podido olvidar aquello (testimonio de Juan Romero
extraído del libro Los últimos españoles de Mauthausen, de Carlos Hernández de Miguel). Francisco, también sobrevivió a eso,
a los horribles recuerdos y a las terribles pesadillas, no le quedó más remedio…
Juan Romero, visiblemente emocionado en un homenaje en Francia
¿Pero cuántos han sobrevivido al olvido? Pocos, muy pocos. En España, en
los últimos años y gracias a la labor de asociaciones y de familiares, se está rescatando la memoria de los asesinados y de los supervivientes.
Pero estamos llegando tarde, demasiado tarde para la mayoría, porque la mayor
parte ya no está entre nosotros. En los últimos años se está dando a conocer
una parte de la historia de nuestro país poco conocida hasta tiempos muy
recientes y que ha permanecido bajo un olvido consensuado y premeditado. Hemos
de darle las gracias a la labor de las amicales, familias y otras asociaciones,
a tempranos trabajos de algunos de los deportados y de algunos investigadores y,
especialmente, a Carlos Hernández de Miguel, que con sus libros Los últimos españoles de Mauthausen y Deportado 4443, con su
web www.deportados.com y con sus actuaciones en las redes sociales, está dando una
enorme difusión a este tema y realizando una impagable labor de rescate de la
memoria de estos españoles que defendieron una democracia, huyeron de una
dictadura fascista y fueron a parar, por sus ideas, a uno de los infiernos más
terribles que la humanidad haya creado. Estas asociaciones, familias,
investigadores… están ayudándoles a sobrevivir al olvido y a dignificarlos.
Los últimos españoles de Mauthausen
Deportado 4443
En España, tanto a los españoles que fueron asesinados como a
los que sobrevivieron al horror de Mauthausen y otros campos, se les ha negado
su lugar en la historia y en la memoria. Durante la Dictadura franquista fueron
totalmente obviados, pues eran considerados poco menos que enemigos y tras la derrota nazi, el régimen se quería desvincular lo más posible de su pasado germanófilo. En la
España de Franco los únicos héroes que debían ser rememorados y reverenciados
eran los “Caídos por Dios y por España”, los mártires de la causa; no en vano
en cada pueblo, grande o pequeño, había una Cruz de los Caídos o monumento
análogo que recordaba a los “verdaderos héroes de España”. Durante la
Transición de la dictadura franquista al postfranquismo ideológico -época de
grandes turbulencias políticas, múltiples asesinatos y de máxima violencia- por
diversos motivos como el miedo a una nueva asonada militar, la juventud de la
recién estrenada democracia, el control de los órganos de poder por un alto
funcionariado, políticos, grandes personalidades… afectas al régimen
precedente, se echó tierra encima sobre muchos temas de tal modo que al igual
que el resto de las víctimas de la Guerra Civil que sufrieron injustas
condenas, torturas, trabajos forzados o que fueron fusilados, tanto las
víctimas españolas de los campos nazis como los aguerridos combatientes españoles
de la II Guerra Mundial, fueron completamente postergados y apartados del
discurso histórico oficial como si nunca hubieran existido.
Más difícil explicación y ninguna excusa tiene el haberse
mantenido su ignorancia durante las cuatro décadas de democracia en España. Los
diferentes gobiernos les han dado la espalda esquivando y evitando el tema de la
reparación de las víctimas del franquismo hasta la llegada de la polémica,
tardía y escasa Ley de Memoria Histórica de 2007, alargando más el sufrimiento
de las familias que perdieron algún familiar querido o que padecieron injustas
represalias durante décadas. En España a día de hoy todavía existen fosas
comunes donde reposan intranquilos los restos de casi 115.000 españoles
asesinados, envueltos en un abrasante sudario de cal y olvido.
Esperemos que la recientemente
aprobada Ley de Memoria Democrática de Andalucía el día 15 de marzo de 2017, en
cuyo articulado legal se incluye entre
las actuaciones previstas para la identificación así como para la reparación de
las víctimas, a los andaluces y andaluzas que en su lucha por los derechos y libertades del
pueblo andaluz sufrieron la confinación, torturas y, en muchos casos, la muerte
en los campos de exterminio nazis, abra la puerta a nuevos estudios y
nuevas investigaciones que rescaten las historias de estas personas hasta hace
poco anónimas para la sociedad y sirva para restituir la memoria de estos miles
de españoles injustamente olvidados y expulsados de la historia de nuestro
país, de nuestra historia.
Mientras esto acontece en España, en países como nuestra
vecina Francia, la patria de adopción de los supervivientes de Mauthausen y
otros campos nazis, se les rindió (y se les rinde) numerosos homenajes y
reconocimientos, se les tiene una total admiración y se les profesa un gran
respeto. Allí son héroes, son personas muy conocidas que tienen un lugar
destacado en los libros de historia mientras que aquí son perfectos
desconocidos… En nuestro país, como se viene señalando, todavía queda mucho por
hacer.
Los españoles que sufrieron en los campos nazis, como
Francisco Domínguez Fernández, han sido víctimas dobles; por un lado, por parte
del nazismo y sus aliados y por otro, por parte de la historia. El no
recordarlos supone volverlos a mandar nuevamente de cabeza a las manos de sus
sanguinarios verdugos y torturadores en el averno de Mauthausen y Gusen; a sus
mortíferas canteras; a los afilados colmillos de los perros guardianes; a sus
gélidas y piojosas yacijas; a sus asfixiantes cámaras de gas; a sus hambrientos
crematorios… El no rememorarlos supone condenarlos nuevamente a la más infame
de las muertes.
No hemos podido ayudarles a sobrevivir a la muerte ni a la
vida, pero podemos ayudarles a sobrevivir al olvido.
© Diego Javier Sánchez Guerra
No hay comentarios:
Publicar un comentario