viernes, 1 de mayo de 2015

FRANCISCO DOMÍNGUEZ FERNÁNDEZ. UN TOLOXEÑO CON BILLETE DE IDA Y VUELTA AL INFIERNO


El día 5 de mayo es el aniversario de la liberación del campo de concentración nazi de Mauthausen (Austria). Allí se les arrebató la vida a unos ciento veinte mil seres humanos. Varios miles de prisioneros eran españoles. Más de doscientos eran malagueños, de los que perecieron alrededor de ciento cuarenta y dos. Pero varias decenas de malagueños, milagrosamente, lograron sobrevivir a unas condiciones de higiene, alimentación, trabajo y palizas brutales e indescriptiblemente inhumanas. Uno de ellos era vecino de Tolox y se llamaba Francisco Domínguez Fernández, Frasco Mingue, como le apodaban. Nació un frío 28 de enero de 1912 en el nº 61 de la calle de San Cristóbal, vía que desciende serpentenado desde el Barrio Alto y desemboca en la calle Ancha. Los otros ocho vecinos de la Sierra de las Nieves no aguantaron en el infierno de Mauthausen ni doce meses...




Las tropas americanas llegan a Mauthausen


Antes de entrar de lleno en el tema me gustaría mostrar mi agradecimiento a una serie de personas que me han proporcionado información y datos valiosos  para reconstruir parte de la memoria de una de las víctimas del genocidio nazi, Francisco Domínguez Fernández. A Francisco Lara  de Tolox por haberme puesto en contacto con otras personas que conocieron a Francisco Domínguez y  que me han proporcionado una preciosa información para contar su historia. Desde el grupo de de facebook que dirige y su blog IMÁGENES DE TOLOX, lleva años realizando una encomiable e imponderable labor de recuperación de la memoria visual de Tolox.  A Carmen López, de Tolox, por regalarme la memoria de su padre. A Francisco Elena y su esposa Rafaela Vera, por recibirme en su casa y compartir conmigo los recuerdos y las pocas pertenencias de su tío Francisco Domínguez. A María Victoria Elena, depositaria de la memoria de su padre, íntimo amigo de Francisco, por haberme acercado a sus familiares y haberme aportado numerosos y valiosos datos. Sin su ayuda este post dedicado a Francisco Domínguez no podría haberse elaborado. Y muy especialmente a Anica Riveros por haberse interesado y haberme aportado sus recuerdos de infancia desde nuestra vecina Francia, así como por proporcionarme documentos e información relacionados con el tema y haberme  localizado y remitido copia del expediente de Francisco que obra en el Archivo de Víctimas de Conflictos Contemporáneos, en Francia, documento que ha sido de una enorme utilidad y que ha arrojado muchísima más luz a sus vivencias en Francia, Alemania y Austria, abriendo las puertas a la búsqueda de información en nuevos archivos y asociaciones.


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Estamos hechos de recuerdos. Nuestro cuerpo está edificado con carne y hueso, si, pero nuestra identidad, lo que somos y lo que hemos vivido, nuestra trayectoria vital… reside en nuestra memoria en forma de recuerdos. Sin embargo no sólo estamos hechos de recuerdos propios, también formamos parte de los ajenos y cuando nos vamos, sólo queda de nosotros los recuerdos que se alojan en la memoria de otras personas. Y en eso nos quedamos, en recuerdos de una u otra índole hasta que la llama de los que nos rememoran se apaga y los recuerdos desaparecen al igual que el viento otoñal arrastra consigo las hojas caducas.

Como si de un puzzle se tratara, a base de unir las piezas de la memoria de unas y otras personas que llegaron a conocer o a tener presente la figura de Francisco Domínguez Fernández desde Francia hasta la nívea localidad malagueña de Tolox, en la comarca de la Sierra de las Nieves, vamos a tratar de componer parte de la vida y tribulaciones de este toloxeño conocido popularmente como Frasco Mingue en su movido periplo vital desde su huida de España durante la Guerra Civil, pasando por su integración en dos campos de refugiados franceses y en las fuerzas galas, su ingreso en un campo de prisioneros alemán y su deportación al infierno de Mauthausen hasta conseguir su ansiada libertad y vivir en el exilio francés prácticamente el resto de su vida. 



Carné de deportado de Francisco Domínguez


Francisco Domínguez, a diferencia de otros deportados, no dejó escritas sus memorias y además hablaba muy poco, casi nada, de su traumática experiencia en Mauthausen y de los años precedentes, con lo que su familia y amigos, escasos pero necesarios recuerdos conservan y se esfuerzan con denuedo en no dejarlos apartados en la cuneta del olvido. Las pocas veces que se armó de valor y se esforzó en contar algo, inmediatamente lo detuvieron las lágrimas y la tristeza incontenible. Si tuviera que describirlo con una sola palabra sería la siguiente: generosidad. Esa fue la palabra más repetida durante la entrevista con sus familiares y amigos en el acogedor y cálido pueblo de Tolox. Su sobrino Francisco Elena y la mujer de éste, Rafaela Vera, guardan como oro en paño algunos documentos de Francisco como su carné de deportado o su carné de socio de la Union Nationale des Associations de Déportés Internés et Familles de disparus (UNADIF) entre otros documentos y recortes de periódicos que evitan que el paso de los años resten nitidez a su huella.

El recuerdo de Francisco Domínguez se desdibuja en la memoria de la niña que fue Anica Riveros cuando en sus años de infancia, hacia finales de los años sesenta del siglo pasado, visitaba a su familia en la coqueta población francesa de Tracy le Mont (Compiègne). De él sólo recuerda su visage, su rostro, y que venía con una niña pequeña con la que jugaba, posiblemente la hija de su sobrino.

Pero para saber como Francisco acabó en Francia debemos viajar en el tiempo y en el espacio muchos años atrás, concretamente a la bella población de Tolox y hacia la mediación de los años treinta de la pasada centuria, un pueblecito con más de mil años de historia avenado por dos pequeños ríos que descienden bravíos de las montañas que lo rodean, de calles laberínticas y quebradas jalonadas por casas blancas de tejados rojizos con pequeñas ventanas que se fundían con los restos de su viejo castillo moro y donde sólo despuntaba muy por encima del resto de las edificaciones la majestuosa torre-campanario de la iglesia de San Miguel Arcángel. 





El municipio deTolox en una vieja foto


Manuel Vázquez del Río, en su “Cosas de Tolox” y Virgilio Ruiz Gallardo en su “Vivencias de Tolox” nos narran los sucesos acaecidos en este pueblo durante los años de la II República y la Guerra Civil, pero es Carmen López, vecina de este pueblo, la que evocando la memoria de su padre nos informa del asalto a la iglesia de San Miguel Arcángel y la destrucción de las imágenes religiosas tras el golpe militar. Su progenitor, que entonces eran un chiquillo, quedó muy sobrecogido por los hechos de los que fue testigo durante el ataque al templo y la destrucción de los santos. Especial impresión le causó ver a un miliciano ataviado con ropajes religiosos y disparando al cielo, por lo que pensó que un santo había cobrado vida y estaba disparando. Este hombre le contaba a su hija como algunos milicianos locales trataron de indultar la imagen del patrón de Tolox, San Roque, ciñéndole un pañuelo rojo al cuello y alegando que se trataba de un santo comunista pues en vida todo lo había repartido entre los pobres. Sin embargo ni éste se salvó de las llamas pues un miliciano procedente de la vecina población de Alozaina señaló que “ni San Roque ni Dios se salvaban de la quema”, sentenciando la imagen a la hoguera.

Efectivamente. Fuentes del Archivo del Obispado de Málaga informan que el templo fue cerrado el 14 de mayo de 1936 y que tras el golpe de Estado, el 25 o el 26 de julio, fue saqueado, sus imágenes, altares y retablos destruidos y el edificio reutilizado como centro socialista. Sólo se salvaron dos figuras, la Virgen Niña y unas manos y la cabeza de un Cristo atado a la columna que reconvertido actualmente en Nazareno.



Uno de los documentos de la Causa General de Tolox donde se recogen los daños en la Iglesia, en tiendas y en fábricas de Tolox



No era esa la primera vez que la iglesia de Tolox sufría las iras del pueblo. Trescientos sesenta y ocho años atrás los moriscos de esta localidad se habían ensañado con los símbolos de los opresores cristianos, especialmente con la iglesia a la que, erigida sobre la destruida mezquita, le profesaban un odio especial que les llevó a prenderle fuego.

No sabemos con seguridad si Francisco Domínguez, el menor de cinco hermanos, fue testigo de los hechos o activo participante, lo que si sabemos gracias a la memoria de sus familiares es que poseía un fuerte espíritu republicano que manifestaba abierta y públicamente, sin temor alguno. Tampoco sabemos si era militante de algún partido o de alguna organización política. Sin embargo, pese a no haber cometido ningún delito de sangre ni de otro tipo, según se desprende de la documentación de la Causa General, y ante la inminente caída de Málaga y el resto de la provincia en manos de los sublevados, huyó del pueblo como muchos otros vecinos temiendo por su vida. Desde su salida de Tolox hasta la llegada al sur de Francia sus familiares no conocen ningún detalle. Es posible que buscara refugio en Málaga y tuviera que huir a Almería junto con más de doscientos mil malagueños por una carretera en la que durante días los huidos fueron tiroteados y bombardeados desde aviones y barcos por las fuerzas golpistas y sus aliados, causando miles de muertos entre una indefensa población civil en un acto tan sumamente bárbaro como inclasificable. De ahí presumiblemente marcharía a Valencia y Cataluña buscando la frontera francesa junto con más de cuatrocientos mil republicanos a medida que se venía abajo la II República y que se avecinaba el desastre. De esos años sus familiares lo desconocen todo de él. 





La huida de la carretera de Málaga


Huyó de Tolox y ya nunca más pudo volver a ver, besar ni a abrazar a su amada madre Isabel, ni sentir su calor maternal, pues ella ya no vivía cuando él abandonó el infierno terrenal de Mauthausen.

Es en la frontera francesa y pasados los Pirineos donde nuevamente afloran los recuerdos. En un documento de identificación francés expedido en mayo de 1978 se recoge que entró en Francia el uno de enero de 1939 mientras que en otros conservados en el Archivo de Víctimas de Conflictos Contemporáneos, se señala el día 12 de febrero de 1939. Sus familiares saben que estuvo en un campo de refugiados -en el momento de la entrevista no supieron decirme cual- y que trabó una gran amistad con un médico catalán. Revisando la documentación obrante en el mencionado archivo sabemos que Francisco pasó por dos campos de refugiados, el de Argelès-sur-Mer, en la zona oriental de Francia, de cara al Mediterráneo, un gran descampado a cielo abierto junto al mar donde convivían malamente casi cien mil personas sin apenas medidas higiénicas, agua potable, ni infrestructuras de ningún tipo, para ser trasladado en la primavera de 1939 en una fecha todavía imprecisa al de Gurs, campo construído en el tiempo récord de poco más de un mes para dar cobertura a casi dos decenas de miles de refugiados. Este campo se ubicaba en la fachada atlántica francesa y las condiciones climatológicas en época de lluvias solían ser muy adversas, conviertiendo todo el campo en un auténtico lodazal. Pero Frasco Mingue no estaría mucho tiempo en este lugar, las Moiras le deparaban otro destino.




Refugiados españoles en Argelès-sur-Mer





El campo de Gurs



 Documento de Franicsco Domínguez obrante en el Archivo de Víctimas de Conflictos Contemporáneos, donde se justifica su paso por distintos campos y la incorporación a la 147 Compañía de Trabajadores Extranjeros



Vistas las maniobras de los alemanes y la invasión de Polonia, ante la inminencia del comienzo de la II Guerra Mundial las autoridades galas  ofrecieron a los españoles volver a la España de la que había huido o integrarse en las fuerzas francesas ya sea incorporándose a la Legión Extranjera, los Batallones de Marcha o las Compañías de Trabajadores Extranjeros (o Españoles, como aparecen en algunos casos), unidades éstas últimas que se dedicaban a obras de defensa nacional a través de la construcción de fortificaciones, carreteras, trincheras... pero que también realizaron trabajos agrícolas, en la industria, en las minas... Según rememoran sus familiares fue la opción segunda la que escogió incorporándose a una Compañía de Trabajadores Españoles pensando, como muchos otros, que sería mejor hacer frente a los alemanes en Francia que atravesar la frontera y encontrar una muerte segura, pues en Tolox, como en el resto de España, la represión estaba siendo brutal y sangrienta: hombres detenidos, apaleados y encarcelados; mujeres rapadas, maltratadas y humilladas, obligadas a beber aceite de ricino; fusilamientos sumarísimos: su pueblo natal se quedó huérfano de 37 vecinos, la mayoría hombres, pero también algunas mujeres. De haber regresado quizás él podría haber sido el número 38 de la lista... “Para España no puedo volver y a esta gente yo me tengo que unir (franceses) para luchar contra los otros (alemanes)”, se dijo a sí mismo. "Salió de España huyendo de una guerra y se encontró con otra", nos recuerda la mujer de su sobrino. Y, efectivamente, si echamos manos de los papeles conservados en los archivos franceses vemos como hacia finales del verano de 1939 se incorporó a la 147 Compañía de Trabajadores Extranjeros, con la que fue llevado a los entornos de la ciudad de Nevers, casi en el centro geográfico francés. Allí sería capturado por los alemanes en el verano de 1940, entre el 16 y el 20 de junio.






Españoles en un campo de refugiados francés


Mientras tanto en el norte de Francia fueron capturados por los alemanes  miles de compatriotas españoles y de soldados franceses en la denominada “bolsa de los Vosgos”, una región boscosa -actualmente Parque Natural Regional y lugar donde el  58 a. C. Julio César había masacrado al ejército suevo- ubicada entre las poblaciones de Épinal, Belfort y Sélestat. Una zona muy próxima a Alemania. 

Tras su captura como prisionero de guerra fue ingresado en uno de los más de cien campos de tránsito que los alemanes habían previsto en Francia, el Fronstalag 194 Châlons-sur-Marne, en Marne, donde pasó varios meses antes de ser transferido al campo de prisioneros o stalag VII-A de Moosburg, desde donde fue nuevamente transferido al stalag XII-D de Trier, situado a algo más de doscientos kilómetros al norte de los Vosgos, muy cerca de la frontera con Francia. En ese stalag también sería internado tiempo después el afamado filósofo existencialista francés Jean Paul Sartre y allí compartió estancia durante meses con otros españoles. Es muy probable que coincidiera con el vecino de la cercana población de Istán Gonzalo Granados Ortiz, que fue deportado a Mauthausen el 25 de enero de 1941 desde ese mismo campo de prisioneros. Gonzalo llegó al campo de concentración tan sólo un día antes  -¡tan sólo dos vueltas de reloj!- de que su hermano Francisco, que había ingresado en septiembre del año anterior procedente del stalag XI-B Fallingbostel, fuera enviado al matadero de Gusen. Ambos eran hijos de Frasquito el Molinero y habían dedicado su vida, al igual que sus antecesores, a trabajar en el molino familiar. Los dos hermanos acabarían muriendo, uno en Gusen y otro en el siniestro castillo de Hartheim, lugar donde los más débiles eran llevados para ser gaseados e incinerados.



 Stalag VII-A de Moosburg





Stalag XII D de Trier, donde estuvo
Francisco Domínguez junto a otros prisioneros españoles


En los campos de prisioneros la situación de los internos era mucho mejor que la que les esperaba en Mauthausen y en otros campos de concentración ya que les trataban siguiendo los tratados internacionales. Solían realizar trabajos agrícolas y forestales, acometer la limpieza del campo, realizar reparaciones y toda suerte de trabajos… la alimentación y la higiene, aunque escasa, era razonable para aquellas circunstancias de privación de libertad y derechos fundamentales. Francisco Griéguez, un español que acabó en Trier, encontraba las condiciones del campo acogedoras y declaraba que “no estábamos mal porque nos trataban como a prisioneros de guerra, igual que los soldados franceses. El rancho era suficiente y para todos igual” (testimonio recogido en “Los últimos españoles de Mauthausen”, de Carlos Hernández). Pero no nos engañemos, eran prisioneros de guerra del ejército alemán. 



 Localización de Mauthausen y otros campos nazis donde hubo españoles 



Sin embargo Frasco Mingue así como el resto de los españoles de su campo y otros repartidos por la geografía germana y los países invadidos, empezaron a ser trasladados al campo de exterminio de Mauthausen para su explotación y aniquilamiento. No pocos investigadores son los que señalana la responsabilidad del régimen franquista en esta maniobra, concretamente tras la reunión mantenida por Ramón Serrano Suñer, cuñado de Franco y Ministro de Asuntos Exteriores, con los jerifaltes nazis en Alemania, a primeros de septiembre de 1940. El gobierno español había recibido varios comunicados del gobierno alemán sobre qué hacer con los prisioneros españoles, sin obtener respuesta oficial. Francisco llegó a Mauthausen el jueves tres de abril de 1941 con 29 años recién cumplidos. Allí fue bautizado con el número 3934, su nuevo nombre en los próximos cuatro años y poco, recibiendo unos hirientes zuecos de madera y un uniforme con rayas azules en el que llevaba cosido un triángulo azul con una S en su interior; el color azul era destinado a los apátridas, sin embargo la S era de spaniard, español... A partir de ese momento y en los siguientes años ya no sería Francisco Domínguez Fernández sino el rotspanier, el rojo español 3934. No sabemos qué labores desempeñó, pero imaginamos que tuvo que estar trabajando en la cantera de granito de Mauthausen, la de Wienen Graben, un lugar agotador y extenuante, o en cualquiera de los otros grupos de trabajo que se dedicaban a construir instalaciones del campo de concentración u otros menesteres.



 Imagen de la mortífera cantera de Wiener Graben


Sin embargo al poco tiempo lo trasladaron al terrible subcampo de Gusen, concretamente el día 30 de junio de 1941, asignándosele una nueva e infame matrícula, la 44156... En este subcampo había otra cantera de granito cuyo trabajo era tan duro como la del campo matriz. El índice de mortandad de los prisioneros era altísimo, entre los españoles los peores años fueron 1941 y 1942, donde falleció la mayoría y fue el subcampo de Gusen donde más españoles murieron. Frasco Migue fue uno de los pocos que logró sobrevivir.



Prisioneros en Mauthausen




Anotación de la inscripción de Francisco Domínguez
a su entrada en Mauthausen, donde
se recoge su número (su nuevo nombre)
y su ocupación: landwirt, agricultor



Es posible que en Mauthausen llegara a conocer al morisco Diego Cantarero Ballestero, el único procedente de un pueblo de la Sierra de las Nieves -Casarabonela- que aún no había sido trasladado a Gusen, cosa que ocurriría el 20 de octubre de ese mismo año con un funesto resultado. También es posible que en Gusen coincidiera con algunos otros de los vecinos de la Sierra de las Nieves que no correrían la suerte que él. 



 Entrada al campo de Mauthausen





Entrada al campo de Gusen


Francisco casi nada habló de Mauthausen o Gusen a sus familiares, pero hemos de imaginar las vicisitudes que vivió, el hambre terrible y voraz a la que fue sometido, las palizas de las que fue víctima, las extenuantes jornadas laborales que le robaban las fuerzas y la vida, la falta de higiene y de medios médicos que le restaban salud…

Cuando muchos años después en las vacaciones estivales que pasaba en Tolox con sus sobrinos -casi su única familia- se quitaba la camiseta para echarse una siesta, dejaba al descubierto un torso estigmatizado, surcado de cicatrices y verdugones. La hija pequeña de su sobrino Francisco Elena, con natural curiosidad infantil, le preguntaba sobre el origen de aquellas cicatrices. Él contestaba que “eran verdugones de los varazos que me daban”, pero ya no argumentaba nada más. Aquellas heridas cicatrizadas seguían permaneciendo frescas, abiertas, supurando los sufrimientos padecidos y los horrorosos recuerdos. Eran el fruto de las palizas y golpes que le propinaban los kapos y los nazis y que le seguían doliendo en lo más hondo. No se puede sobrevivir a un campo de concentración como Mauthausen sin traer de vuelta algunas cicatrices tanto físicas como psíquicas, sin llevar contigo el resto de tu vida un trozo de ese infierno.



Trabajo esclaco en la cantera de Mauthausen 



De lo poco que hablaba sobre el tema señalaba que lo que más le dolía y lo que más pena le daba era de los niños. El trato que recibían por parte de los sádicos nazis le ocasionaba un profundo e inconsolable sufrimiento. En varias ocasiones presenció el asesinato de niños. En una de las pocas veces que sacó el tema mencionaba que un día los nazis habían gaseado a grupo de personas. Entre ellos había una chiquilla que había sobrevivido a la ducha de gas y se mantenía con vida. La niña gemía y lloraba desconsolada, débil y aprisionada entre la confusión de una maraña de cuerpos muertos y desnudos pertenecientes a sus padres, amigos, hermanos... Cuando los nazis se percataron de que seguía viva, tomaron un arma y le dispararon reiteradamente acribillando su cuerpecito hasta acabar con su vida. Francisco sufría porque ni él ni sus compañeros podían hacer nada por salvar a aquella niña inocente, a aquella pequeña criatura. Presenciar estos horribles actos causó un profundo trauma en Francisco (y lo provocaría en cualquier ser humano) que no soportaba ver, ya en libertad, como reñían a los niños. 





La niña del abrigo rojo en la película "La lista de Schindler",
 de Steven Spielberg


A veces mencionaba que en los barracones donde dormían, las noches de más frío trataban de juntarse lo más posible y estar más pegados para calentarse con el poco calor que desprendían los pellejudos y huesudos cuerpos de unos y otros. Aún así, cuando amanecía, siempre había cadáveres en el suelo... Igualmente rememoraba como había padecido y resistido algunas duchas con agua helada, esas que siempre dejaban un reguero de víctimas tan debilitadas que eran incapaces de soportar el frío brutal. Francisco no quería ver ni películas ni documentales que versaran sobre los nazis, los campos de concentración o la Segunda Guerra Mundial… no quería ni oír hablar ni en alemán. Sin ningún género de duda para Frasco Mingue “los alemanes eran los bichos más malos que Dios había puesto en la tierra”.



 Prisioneros en una de las barracas de Mauthausen



A pesar de todo el dolor y el sufrimiento también había sitio para la solidaridad y fue ésta la que le salvó a él y a la mayoría de españoles de acabar en las tripas del crematorio. Francisco contaba que pasó muchísima hambre, que comían muy poco, poquísimo. Las cáscaras de patatas, de melón, de fruta, de lo que fuera… las cogía de las cocinas como podía y las guardaba al igual que hacían sus amigos. Luego compartían el botín y se alimentaban con las cáscaras. Recuerda Rafaela Vera, la esposa de su sobrino, que muchos años después, cuando pelaba las patatas para el almuerzo, señalaba las mondas y decía: “¡Eso, eso, eso que estáis tirando, eso me salvó a mí!”.




Los prisioneros de Mauthausen presentaban un 
aspecto famélico y espectral


Un día, rayando el fin de la guerra, los presos miraron al cielo y lo vieron completamente encapotado de aviones que lanzaban cosas. Francisco Domínguez y sus compañeros pensaron que los estaban bombardeando, que iban a morir. Pero eran aviones americanos y no lanzaban bombas ¡Lanzaban chocolate y bizcochos! ¡Caía sobre ellos una lluvia de chocolate y bizcochos! Contaba Francisco que todos los presos estaban muy débiles y los que estaban mejor desenvolvían el chocolate y se lo daban a chupar a los más débiles, a los que ni siquiera podían acercárselo con sus propias manos. “El que estaba mejor ayudaba al que estaba peor”, recordaba.

El 12 de junio de 1941, más de un mes después de liberado el campo, él y el resto de los españoles abandonaron Mauthausen. Lo más pronto que pudo contactó con su familia mediante una carta para darles la buena nueva, pero su madre ya no estaba para recibir aquella alegría… Su padre Francisco y sus hermanos, después de mucho tiempo, volvían a saber de él. Los españoles pasaron un mes más porque ningún país los reclamaba. La España franquista, que los había condenado, no quería saber nada de ellos… Al final fue Francia la que les abrió las puertas. Allí Francisco recibió un carné de deportado cuyo número era el 110118030. Su vida volvía a estar ligada a un número…



Ficha médica de Francisco realizada un mes después de su liberación. 
En ella se señala que tenía un buen estado de salud y pese a llevar más de un mes con una alimentación adecuada, sólo pesaba poco más de cincuenta kilos 
(Archivo de Víctimas de Conflictos Contemporáneos)






Francisco Domínguez perteneció a una asociación de deportados, como el resto de los españoles que sobrevivieron y fueron acogidos por nuestra vecina Francia


El país galo lo recibió con los brazos abiertos y le brindó unas oportunidades que supo aprovechar. Residió durante varios años en Aubervillers hasta que se mudó a Pantin, en las inmediaciones de París. Estuvo trabajando en una industria cárnica hasta que se jubiló por problemas de salud ya que sufría una afección pulmonar, acaso adquirida en los años de infame encierro y torturas en Mauthausen, que había obligado a su hermana Ana a trasladarse de su pueblo a Francia, para poder atenderlo, para poder cuidar de él. 



Españoles tras la liberación de Mauthausen 
¿Se encuentra entre ellos Francisco Domínguez?


Francisco, como recuerdan una y otra vez sus sobrinos, era un hombre generoso; acogió a su sobrino Francisco y a su esposa Rafaela, recién casados, cuando se mudaron de Tolox al país galo para labrarse un futuro. Allí conocieron por vez primera y en persona a su tío Frasco Mingue, aquel que años atrás había huido del pueblo y había pasado todo tipo de vicisitudes por media Europa hasta acabar como exiliado en Francia. Según señalan era muy buena persona, un hombre bondadoso y generoso que seguía manteniendo el contacto con otros compañeros supervivientes y exiliados en Francia y a los que recibía con frecuencia en su casa.

Como el resto de deportados, exiliados y supervivientes, se inscribió en una de las asociaciones creadas al efecto, concretamente en la Union Nationale des Associations de Déportés Internés et Familles de disparus (UNADIF), http://www.unadif.fr/



 Carta del extremeño Servídeo García, compañero de Francisco en Mauthausen y Gusen, donde manifiesta ante las autoridades francesas haberlo conocido en el campo de concentración
(Archivo de Víctimas de Conflictos Contemporáneos) 



No pudo volver a España hasta pasadas más de tres décadas. Lo hizo tres años después de que Franco firmara el Decreto-Ley 10/1969, de 31 de marzo, por el que se declara la prescripción de todos los delitos cometidos con anterioridad al 1 de abril de 1939. Como muchos exiliados, no se fiaba. Pero pudo reunir el valor suficiente y entrar en España. Lo hizo completamente aterrorizado, como recuerdan sus sobrinos. Cabría preguntarse que sensación se llevaría al ver su pueblo natal tras esos treinta años de destierro forzoso. Después de tantos años volvía probar el agua de la Fuente Amargosa y a encontrarse con su pasado.






Nunca se mudó definitivamente al pueblo que lo voy nacer y del que tuvo que huir, pero iba y venía de vez en cuando. En unas de sus estancias en Tolox su enfermedad se agravó y murió escasamente pasado un mes a la edad de 66 años, un 10 de junio de 1978. Nunca se casó ni tuvo hijos, pero nunca estuvo solo. Su llama sigue viva en la memoria y el recuerdo de sus familiares y amigos.





EPÍLOGO. 
SOBREVIVIR A LA MUERTE, SOBREVIVIR A LA VIDA ¿SOBREVIVIR AL OLVIDO?


En los campos de concentración nazis llegaron a haber entre nueve mil y diez mil republicanos españoles, según las estimaciones. De ellos algo más de tres mil salvaron la vida, mientras que el resto fue a parar a la hambrienta boca del crematorio tras padecer unos sufrimientos y unas muertes horribles. En Gusen, el siniestro subcampo de Mauthausen y lugar donde Francisco pasó la mayor parte de su cautiverio, fue donde mataron a la mayoría de españoles. Allí fueron cruelmente asesinados casi cuatro mil trescientos compatriotas.

Francisco Domínguez fue un superviviente en toda regla y con todas las letras por que sobrevivió a la muerte, pero también porque sobrevivió a la vida… En los campos de concentración era muy fácil hallarse con la Parca de muy distintas maneras y al arbitrio de los captores; un kapo o un SS podía asesinarte sin más de una paliza, de un tiro, arrojándote contra una alambrada electrificada…; podías acabar siendo gaseado, obligado a trabajar hasta la muerte o introducido en tinas de agua helada hasta perecer de frío o morir igualmente helado tras sucesivas duchas de agua fría; formar en la plaza hasta la muerte por cansancio o frío… Eso por no hablar del hambre atroz que podría hacerte morir de inanición, o por la falta de higiene por la que podías fallecer de una infección. La planificada y mortífera combinación que supuso la alimentación deficiente, los maltratos continuos por parte de los sádicos captores y el trabajo extenuante, acabó con la vida de miles de criaturas.



 Crematorio del campo de concentración de Dachau en funcionamiento


Frasco Mingue, milagrosamente, sobrevivió a todo eso y más... Pero no olvidemos que también sobrevivió a la vida. Sí, a la vida. Tras la liberación del campo muchos presos que seguían enfermos, acabaron muriendo porque no recibieron la atención necesaria. Fallecieron a millares una vez liberados. Al menos murieron libres... En años sucesivos un elevado número de supervivientes, incierto todavía, moriría como consecuencia de las enfermedades contraidas en los campos o por las heridas provocadas en éstos. Otros muchos, que no pudieron aguantar el terrible padecimiento, las horrorosas experiencias, los imborrables recuerdos, las horripilantes pesadillas… quedaron muy trastornados psicológicamente, demasiado, y fueron numerosos los casos en que los antiguos presos se quitaron la propia vida porque no eran capaces de seguir adelante tras aquella traumática experiencia, porque eran incapaces de llevar una vida normal con esa infame carga. Otros superivientes, los más veteranos, siete u ocho décadas después, todavía siguen padeciendo horripilantes pesadillas en los que los SS o los kapos vienen a buscarlos por las noches, cuando les alcanza el sueño, y sólo encuentran la ansiada libertad por las mañanas cuando la luz del amanecer los rescata. El testimonio, de los muchos que he leído, que me resulta más espeluznante y extraordinariamente conmovedor es el del cordobés Juan Romero, que rememora una de las veces que los alemanes llevaban a un grupo de judíos para gasearlos: Una vez llegó un convoy de judíos en el que había hombres, mujeres y niños. Era un grupo de más de treinta o cuarenta personas. Pasaron delante de nosotros y una niña, pequeñita, me miró y sonrió… me sonrió un poquito. La pobre niña, ignorante, no sabía a dónde iba. Su cara y su sonrisa la sigo viendo por las noches, cuando me voy a la cama. Nunca he podido olvidar aquello (testimonio de Juan Romero extraído del libro Los últimos españoles de Mauthausen, de Carlos Hernández de Miguel). Francisco, también sobrevivió a eso, a los horribles recuerdos y a las terribles pesadillas, no le quedó más remedio…



  
Juan Romero, visiblemente emocionado en un homenaje en Francia

¿Pero cuántos han sobrevivido al olvido? Pocos, muy pocos. En España, en los últimos años y gracias a la labor de asociaciones y de familiares, se está rescatando la memoria de los asesinados y de los supervivientes. Pero estamos llegando tarde, demasiado tarde para la mayoría, porque la mayor parte ya no está entre nosotros. En los últimos años se está dando a conocer una parte de la historia de nuestro país poco conocida hasta tiempos muy recientes y que ha permanecido bajo un olvido consensuado y premeditado. Hemos de darle las gracias a la labor de las amicales, familias y otras asociaciones, a tempranos trabajos de algunos de los deportados y de algunos investigadores y, especialmente, a Carlos Hernández de Miguel, que con sus libros Los últimos españoles de Mauthausen y Deportado 4443, con su web www.deportados.com y con sus actuaciones en las redes sociales, está dando una enorme difusión a este tema y realizando una impagable labor de rescate de la memoria de estos españoles que defendieron una democracia, huyeron de una dictadura fascista y fueron a parar, por sus ideas, a uno de los infiernos más terribles que la humanidad haya creado. Estas asociaciones, familias, investigadores… están ayudándoles a sobrevivir al olvido y a dignificarlos.



Los últimos españoles de Mauthausen



 Deportado 4443
 

En España, tanto a los españoles que fueron asesinados como a los que sobrevivieron al horror de Mauthausen y otros campos, se les ha negado su lugar en la historia y en la memoria. Durante la Dictadura franquista fueron totalmente obviados, pues eran considerados poco menos que enemigos y tras la derrota nazi, el régimen se quería desvincular lo más posible de su pasado germanófilo. En la España de Franco los únicos héroes que debían ser rememorados y reverenciados eran los “Caídos por Dios y por España”, los mártires de la causa; no en vano en cada pueblo, grande o pequeño, había una Cruz de los Caídos o monumento análogo que recordaba a los “verdaderos héroes de España”. Durante la Transición de la dictadura franquista al postfranquismo ideológico -época de grandes turbulencias políticas, múltiples asesinatos y de máxima violencia- por diversos motivos como el miedo a una nueva asonada militar, la juventud de la recién estrenada democracia, el control de los órganos de poder por un alto funcionariado, políticos, grandes personalidades… afectas al régimen precedente, se echó tierra encima sobre muchos temas de tal modo que al igual que el resto de las víctimas de la Guerra Civil que sufrieron injustas condenas, torturas, trabajos forzados o que fueron fusilados, tanto las víctimas españolas de los campos nazis como los aguerridos combatientes españoles de la II Guerra Mundial, fueron completamente postergados y apartados del discurso histórico oficial como si nunca hubieran existido.

Más difícil explicación y ninguna excusa tiene el haberse mantenido su ignorancia durante las cuatro décadas de democracia en España. Los diferentes gobiernos les han dado la espalda esquivando y evitando el tema de la reparación de las víctimas del franquismo hasta la llegada de la polémica, tardía y escasa Ley de Memoria Histórica de 2007, alargando más el sufrimiento de las familias que perdieron algún familiar querido o que padecieron injustas represalias durante décadas. En España a día de hoy todavía existen fosas comunes donde reposan intranquilos los restos de casi 115.000 españoles asesinados, envueltos en un abrasante sudario de cal y olvido.

Esperemos que la recientemente aprobada Ley de Memoria Democrática de Andalucía el día 15 de marzo de 2017, en cuyo  articulado legal se incluye entre las actuaciones previstas para la identificación así como para la reparación de las víctimas, a los andaluces y andaluzas que en su lucha por los derechos y libertades del pueblo andaluz sufrieron la confinación, torturas y, en muchos casos, la muerte en los campos de exterminio nazis, abra la puerta a nuevos estudios y nuevas investigaciones que rescaten las historias de estas personas hasta hace poco anónimas para la sociedad y sirva para restituir la memoria de estos miles de españoles injustamente olvidados y expulsados de la historia de nuestro país, de nuestra historia.





Mientras esto acontece en España, en países como nuestra vecina Francia, la patria de adopción de los supervivientes de Mauthausen y otros campos nazis, se les rindió (y se les rinde) numerosos homenajes y reconocimientos, se les tiene una total admiración y se les profesa un gran respeto. Allí son héroes, son personas muy conocidas que tienen un lugar destacado en los libros de historia mientras que aquí son perfectos desconocidos… En nuestro país, como se viene señalando, todavía queda mucho por hacer.

Los españoles que sufrieron en los campos nazis, como Francisco Domínguez Fernández, han sido víctimas dobles; por un lado, por parte del nazismo y sus aliados y por otro, por parte de la historia. El no recordarlos supone volverlos a mandar nuevamente de cabeza a las manos de sus sanguinarios verdugos y torturadores en el averno de Mauthausen y Gusen; a sus mortíferas canteras; a los afilados colmillos de los perros guardianes; a sus gélidas y piojosas yacijas; a sus asfixiantes cámaras de gas; a sus hambrientos crematorios… El no rememorarlos supone condenarlos nuevamente a la más infame de las muertes. 

No hemos podido ayudarles a sobrevivir a la muerte ni a la vida, pero podemos ayudarles a sobrevivir al olvido.



©  Diego Javier Sánchez Guerra

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