domingo, 13 de abril de 2014

UN LUGAR PARA LA MEMORIA


   Desde hace algunos años a la entrada de calle Horquilleros, junto a lo que durante muchos años fue el bar del Guerra, se arregla un espacio junto a la pared de un edificio de nueva construcción donde se coloca un pequeño altar envuelto con un paño morado que desprende un inconfundible aire cardenalicio y que contiene elementos sacros relacionados con los horquilleros mondeños. Ya no demasiados recordarán que anteriormente había una casa bastante antigua en la que en uno de sus desconchados y decrépitos muros, residía impasible al paso del tiempo y a las inclemencias meteorológicas, la imagen de un Jesús del Gran Poder compuesta por baldosines cerámicos vidriados. Esta figura no se encontraba sola, se veía acompañada por varias macetas que le prestaban su humilde compañía. 




   Lo cierto es que no han pasado muchos años desde que esta imagen se desmontó cuidadosamente pieza a pieza y fue guardada para su conservación, con objeto de que no desapareciera entre los escombros del edificio que iba a ser demolido -y entre la desmemoria- y que durante décadas le había servido como hogar.

   Esa imagen de Jesús del Gran Poder se colocó a mediados de los años setenta de la pasada centuria por Cristóbal El Lata y José Durán, siendo el entonces Alcalde de Monda D. Claudio López Torrado, que fue el que lo mandó colocar en este lugar. Pero la imagen no procede de tierras cercanas; fue donada por la familia del eminente Doctor Jiménez Encina (concretamente por Paz, una de sus hijas), al que nuestro pueblo le tiene dedicada una calle y erigido un busto en el Parque Andalucía por la bondad con la que siempre trató a los vecinos de su pueblo. Al parecer y según me han señalado algunos vecinos, este Jesús del Gran Poder se encontraba en el patio de su casa de Madrid y cuando ésta fue reformada, fue regalado por su familia al pueblo de Monda.




   Como se ha señalado, el que fuera Alcalde de aquellos años la mandó instalar en el lugar mencionado, pero también cambió el nombre de la calle. Ésta, que se llamaba Castillo, trocó por la de Horquilleros y desde entonces los horquilleros, cuando pasan por este lugar portando sus pesados tronos, se plantan con actitud solemne  y le dan unas mecidas a las imágenes que llevan en procesión.


   Esta representación está compuesta por 30 baldosines cerámicos y todo apunta a que fue realizada en el taller del afamado ceramista Enrique Guijo hacia finales del siglo XIX, que había trabajado con otro eminente ceramista como era Ruiz de Luna, en Talavera de la Reina. Su inconfundible firma la encontramos en la parte inferior derecha del mosaico: E. GUIJO MAYOR - 80 - MADRID. En ellos se representa, como se ha mencionado, a un Jesús Nazareno ataviado con una túnica azul con bordados dorados y que porta una pesada cruz aferrada por unas manos relajadas, girada su cabeza hacia su derecha, hacia el suelo, con ojos cerrados y rostro sereno a pesar de la corona de espinas que se enreda sus largos cabellos a la par que se incrusta en sus carnes y del peso de la cruz, mientras que tres centellas doradas que florecen desde su nuca, sobresalen por encima de su cabeza. La frontalidad y el hieratismo de la figura contrastan con el escorzo que describe la cruz, que se proyecta hacia un espacio neutro, hacia un fondo indefinido. Finalmente la escena se ciñe con un doble marco compuesto a base de motivos vegetales y florales dorados.






   Cuenta la vecina Catalina Urbano, que ha sido la que me ha informado acerca de esta cuestión, que eran las mismas vecinas las que limpiaban la imagen, blanqueaban la pared y cuidaban de las flores que lo acompañaban al aproximarse la Semana Santa. Incluso cuando saltaba parte de la pintura de los baldosines, eran ellas las que acudían a pintarlo, disimulando las pérdidas que sufría la imagen a causa de los rigores meteorológicos y del inexorable trasiego del tiempo.

   Al hilo de la conversación, Catalina me contaba también una leyenda que le relataba el padre de su madre y que no he podido dejar de traer a colación. Su abuelo, hombre de muy profundas convicciones religiosas, le señalaba que el antiguo Nazareno que había en la iglesia (y que fue destruido en la hoguera durante Guerra Civil, como tristemente ocurrió con otras imágenes), era muy milagroso y le contó la aventura de unos marineros que un día se despistaron en la mar. Éstos habían partido a faenar  y pasadas algunas horas el tiempo se había revuelto, se había puesto muy, muy malo. Encapotados los cielos, había estallado una terrible tormenta que no amainaba, que arrojaba una fuerte y punzante lluvia que no dejaba de arreciar mientras la mar se embravecía y se agitaba salvajemente amenazando con engullir su frágil embarcación y a sus desdichados tripulantes. Desesperados y atemorizados, no encontraban cómo volver y ni tan siquiera eran capaces de dominar su nave, que se encontraba a merced de las olas, pensando que aquel sería su último viaje. En el momento en que todo parecía perdido, se les apareció un Jesús Nazareno y les guió en el camino de vuelta, velando por que llegaran sanos y salvos a buen puerto y no les afectase la tormenta. Cuando llegaron a la playa los marineros se arrojaron sobre la arena dándole las gracias al Nazareno y sintiéndose profundamente afortunados. Cuando se repusieron fueron pueblo por pueblo e iglesia por iglesia buscando a su salvador para presentarle sus respetos y mostrarle su agradecimiento. En su largo periplo llegaron a Monda y a las puertas de la iglesia empezaron a captar un fugaz y sospechoso olor a marina, pero la costa quedaba lejos. Rápidamente entraron ella y al  llegar a la figura del Nazareno se dieron cuenta de que su manto estaba humedecido y lleno de arena…


   


   Otra vieja tradición tiene como protagonistas a lo carboneros mondeños. Los carboneros mondeños trabajaban fuera del pueblo durante meses y volvían en determinadas épocas del año a ver a sus familias, coincidiendo con fechas señaladas como la Semana Santa. Hace ya muchos años, por lo que se cuenta y llegó a mis oídos, hubo una gran epidemia en Monda que hizo enfermar a muchos mondeños, entre ellos a muchos horquilleros hasta tal punto de que estuvo a punto de que no se celebraran las procesiones. Sin embargo, los carboneros, que no se habían contagiado de ninguna enfermedad por haber estado en tierras lejanas, salvaron aquel año la Semana Santa mondeña al hacerse cargo de portar los tronos.

   Aunque la antigua imagen fue desmontada hace unos años, todavía no ha sido desmontado totalmente el recuerdo y la memoria en ese trozo de calle. Como se ha señalado, todos los años la Hermandad Penitencial y Sacramental de Monda prepara un altar para Semana Santa, pero una iniciativa interesante y necesaria sería la de recuperar la representación de ese Jesús del Gran Poder, ya bien restaurándolo y exhibiéndolo en un lugar adecuado o bien haciendo uno nuevo inspirado en el anterior para devolverlo a la ubicación que ha tenido desde hace casi medio siglo.





En fin, buena Semana Santa 2014.





© Diego Javier Sánchez Guerra.



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