Esta bella estampa de Monda, propiedad de Salvador González Peral, fue
inmortalizada allá por los primeros años del siglo XX. Fue tomada desde la
Sierra, más o menos a la altura de la variante (que en aquel entonces no
existía), por encima del Puente. En
ella podemos contemplar un pueblo con una estética completamente homogénea y
armónica cuyas casas se arraciman y se apiñan en la falda del cerro de la
Villeta, a la par que se adaptan a las curvas de nivel de un accidentado
terreno dibujando, de esta manera, un callejero retorcido, quebrado y
laberíntico que se encuentra alfombrado por un irregular manto de cantos. Las
calles, huelga decirlo, carecían entonces de sistema de saneamiento y de
evacuación de pluviales así como de suministro de agua potable. El agua, como
desde siempre y hasta hace relativamente poco tiempo, debía recogerse en las
fuentes, un insustituible lugar de encuentro y socialización hoy día convertidos
en bellos patrimonios etnográficos e importantes reclamos para el turismo cultural.
Lástima que no veamos ninguna en la imagen. Tampoco se observa cableado
eléctrico, ni sistema de alumbrado callejero, por lo que se podría plantear una
cronología aproximada en un momento anterior a la llegada de la electricidad a
nuestro pueblo.
La composición del conjunto de
las viviendas expide un cierto aire picassiano; sus sus volúmenes cúbicos y su
disposición contrapuesta, como observada desde distintos planos, puede
recordarnos vagamente a un cuadro de factura cubista. A este efecto contribuyen
las diferentes alturas de las casas y su distinta disposición en el plano, que
se deben a la mayor o menor inclinación del terreno pero no a la existencia de
más o menos plantas por casa como ocurre en la actualidad.
Las viviendas, que poseen una o
dos crujías, presentan el ancho de fachada hacia la calle en cuyos muros se
recortan ventanas y puertas, vanos que presentan una disposición simétrica (sobre la puerta, una ventana o un
balcón; sobre las ventanas, otras ventanas o balcones), alineándose en las
distintas plantas porque los muros no sólo son de cierre, también son de carga.
En la parte trasera de algunas se intuyen algunos pequeños corrales, lugares
para las bestias de tiro y otros
animales.
Las casas presentan planta calle
más una en la mayor parte de los casos, salvo algunas edificaciones más
destacadas que pueden presentar alguna más, mientras que las cubiertas se cubren
con un escamoso (y rojizo, aunque no se aprecie) manto de tejas morunas o de
medio cañón. A pesar de su denominación, tejas árabes, hay que señalar que éstas
tienen su origen en la arquitectura romana, donde eran denominadas ímbrices.
Los ímbrices se colocaban en la junta de unión de unas grandes piezas
cuadrangulares realizadas en barro cocido y denominadas tégulas (de donde
procede, precisamente, el origen etimológico de la palabra teja), que eran las
que precisamente cubrían las cubiertas de las casas romanas y las protegían de
la lluvia. Podemos observar como algunas líneas de tejas se encalan con fines
ornamentales, sobre todo en los caballones y, en algunos casos, en las tejas
que forman los aleros. No aparecen cubiertas planas ni se observan azoteas, que
se introducirían muchas décadas más tarde con la llegada del cemento y otros
nuevos elementos constructivos. Los tejados se encuentran sembrados por humeros
de luengos cuellos en algunos casos, que se rematan por unas características
caperuzas realizadas con ladrillos formando unos sencillos tejaditos a dos
aguas. A falta de gas o electricidad que propiciara el calor necesario para
calentarse o cocinar, era la leña o el carbón el que cumplía esa finalidad y el
humo de la combustión debía salir por algún lado.
Composición de tégulas e ímbrices romanos
Llama la atención el color blanco
de las fachadas, que es indiscutiblemente predominante y envuelve las viviendas
desde el suelo hasta el alero; no aparecen ni se aprecian zócalos. Sin embargo,
tampoco pasa desapercibido que algunas partes de ciertas viviendas se
encuentran sin blanquear y en otras, el encalado sólo lo encontramos asociado a
los vanos. Sólo en casos muy concretos la fachada no recibe la cal sino otro
tratamiento pictórico, pero es muy raro. Nuestros pueblos no siempre fueron
blancos. Parece ser que el blanqueo se generalizó en una fecha imprecisa entre
el siglo XVIII y el XIX para combatir los gérmenes y, de paso, el calor del
sol. Aunque no puede descartarse que se realizara incluso antes.
En el conjunto de construcciones
destacan una serie de edificaciones y espacios públicos. Arriba a la derecha,
tras la iglesia, vemos un edificio con cubierta a dos aguas en la que destaca
un humero. Se trata de la Fábrica de Taillefer (que da nombre al callejón
Fábrica), el lugar donde años más tarde se establecería un centro de
distribución eléctrica. Todavía es una vivienda, con lo que se reforzaría más
la idea expuesta en el primer párrafo de que la foto fue tomada en un momento
anterior a la llegada de la electricidad o, por lo menos, de su generalización
en nuestro pueblo.
Varias edificaciones destacan por
su altura, la iglesia y varias casas entorno a la plaza de la Constitución. La
plaza, que ha cambiado su apelativo en alguna ocasión, recibe su nombre de la
Constitución de 1868, la denominada Gloriosa. Es en torno a este
importante espacio simbólico donde se suelen encontrar las viviendas de las
familias más acomodadas, donde se concentra el poder económico, religioso y
político. Se tiene noticia de que a finales del siglo XIX se realizaban
espectáculos de tauromaquia. Destaca la manzana compuesta por las viviendas que
quedan entre las calles Doctor Jiménez Encina, Fuente, Carnecería, Estación y
En medio, en cuyo lugar se encontraba la casa fuerte del Marqués de Villena, un
edificio fortificado que poseía varias dependencias (pósito,
cárcel, vivienda del alcaide…) y tres torres, una de las cuales era el famoso
Bombo, destruido a mediados del siglo pasado.
La iglesia es, con diferencia, el
edificio más alto. Se construyó en el solar de la antigua mezquita. El lugar
que ocupa ha sido y es, desde hace casi mil años, un lugar para la fe. No ha
cambiado prácticamente nada pero, aunque no lo apreciemos, todavía no tenía la
imagen de Santiago en el frontón. Esta imagen se colocó en los años cuarenta de
la pasada centuria, pero no sabemos qué había en su lugar antes,
pues el medallón circular ya estaba.
El frontón central de la iglesia con la imagen de Santiago Matamoros,
del que se hablará en otra entrada
El Ayuntamiento no aparece tal y
como lo hemos conocido estas últimas décadas. Lo poco que se observa de él es
su cubierta a dos aguas. En los años de la Guerra Civil fue incendiado y
posteriormente se construiría otro edificio en el mismo lugar que integraría las
conocidas Bóvedas, que no eran sino un antiguo pósito del siglo XIX. Tampoco
aparece el cine y hete aquí que gracias a ese detalle podemos tener una
datación aproximada de cuando se tomó la imagen. Se sabe que el cine se
construyó en el año 1924, por lo tanto es evidente que la fotografía se realizó
con anterioridad.
En el frontón del antiguo cine, sobre una ventana circular, aparece la inscripción:
Año 1924
Entre calle Horquilleros y el
Barrio de la Paja se observa un considerable número de viviendas, la mayoría de
tamaño pequeño y una zona aún por edificar. No era extraño que dentro del
recinto urbano quedaran solares y espacios sin urbanizar.
Abajo, a la izquierda, vemos la
salida del arroyo que nace en la cañada Quintana y que discurre, embovedado,
por debajo de varias viviendas y calles, como Horquilleros y Fuente, saliendo a
la luz justo con el cruce de calle Yedra. Este tramo y el del arroyo de la
Lucía se embovedaron ya hace algunos lustros, ganándose una larga calle y la
conexión con varias otras, un parque y un gran espacio de aparcamientos, además
de resolver un problema de sanidad pública por el riesgo de infecciones y
enfermedades que podía provocar la insalubridad de sus aguas.
Al fondo se ven los campos de
labor preñados de olivos y el antiguo camino de Guaro, que tenía un puente que
salvaba el arroyo del Tejar y que se encontraba empedrado a tramos. Parte de la
actual carretera discurre por este antiguo camino, del que poco se conserva. El
puente citado se encuentra en pié, parcialmente cubierto por las zarzas.
Un último e importantísimo
detalle: los mondeños y las mondeñas que nos observan desde esta imagen y que se
sitúan en lugares como la plaza, la calle Fiscal o algunos balcones. El hecho
de que retratasen el pueblo debió ser todo un acontecimiento por aquellas
fechas. ¡Quién sabe si entre ellos se encuentran algunos de nuestros abuelos o
bisabuelos!
© Diego Javier Sánchez Guerra.
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