martes, 25 de febrero de 2014

UNA IMAGEN DE MONDA A PRINCIPIOS DEL SIGLO XX



   Esta bella estampa de Monda, propiedad de Salvador González Peral, fue inmortalizada allá por los primeros años del siglo XX. Fue tomada desde la Sierra, más o menos a la altura de la variante (que en aquel entonces no existía), por encima del Puente. En ella podemos contemplar un pueblo con una estética completamente homogénea y armónica cuyas casas se arraciman y se apiñan en la falda del cerro de la Villeta, a la par que se adaptan a las curvas de nivel de un accidentado terreno dibujando, de esta manera, un callejero retorcido, quebrado y laberíntico que se encuentra alfombrado por un irregular manto de cantos. Las calles, huelga decirlo, carecían entonces de sistema de saneamiento y de evacuación de pluviales así como de suministro de agua potable. El agua, como desde siempre y hasta hace relativamente poco tiempo, debía recogerse en las fuentes, un insustituible lugar de encuentro y socialización hoy día convertidos en bellos patrimonios etnográficos e importantes reclamos para el turismo cultural. Lástima que no veamos ninguna en la imagen. Tampoco se observa cableado eléctrico, ni sistema de alumbrado callejero, por lo que se podría plantear una cronología aproximada en un momento anterior a la llegada de la electricidad a nuestro pueblo.


   La composición del conjunto de las viviendas expide un cierto aire picassiano; sus sus volúmenes cúbicos y su disposición contrapuesta, como observada desde distintos planos, puede recordarnos vagamente a un cuadro de factura cubista. A este efecto contribuyen las diferentes alturas de las casas y su distinta disposición en el plano, que se deben a la mayor o menor inclinación del terreno pero no a la existencia de más o menos plantas por casa como ocurre en la actualidad.


   Las viviendas, que poseen una o dos crujías, presentan el ancho de fachada hacia la calle en cuyos muros se recortan ventanas y puertas, vanos que presentan una disposición  simétrica (sobre la puerta, una ventana o un balcón; sobre las ventanas, otras ventanas o balcones), alineándose en las distintas plantas porque los muros no sólo son de cierre, también son de carga. En la parte trasera de algunas se intuyen algunos pequeños corrales, lugares para las bestias de tiro y otros  animales.


   Las casas presentan planta calle más una en la mayor parte de los casos, salvo algunas edificaciones más destacadas que pueden presentar alguna más, mientras que las cubiertas se cubren con un escamoso (y rojizo, aunque no se aprecie) manto de tejas morunas o de medio cañón. A pesar de su denominación, tejas árabes, hay que señalar que éstas tienen su origen en la arquitectura romana, donde eran denominadas ímbrices. Los ímbrices se colocaban en la junta de unión de unas grandes piezas cuadrangulares realizadas en barro cocido y denominadas tégulas (de donde procede, precisamente, el origen etimológico de la palabra teja), que eran las que precisamente cubrían las cubiertas de las casas romanas y las protegían de la lluvia. Podemos observar como algunas líneas de tejas se encalan con fines ornamentales, sobre todo en los caballones y, en algunos casos, en las tejas que forman los aleros. No aparecen cubiertas planas ni se observan azoteas, que se introducirían muchas décadas más tarde con la llegada del cemento y otros nuevos elementos constructivos. Los tejados se encuentran sembrados por humeros de luengos cuellos en algunos casos, que se rematan por unas características caperuzas realizadas con ladrillos formando unos sencillos tejaditos a dos aguas. A falta de gas o electricidad que propiciara el calor necesario para calentarse o cocinar, era la leña o el carbón el que cumplía esa finalidad y el humo de la combustión debía salir por algún lado.




Composición de tégulas e ímbrices romanos


   Llama la atención el color blanco de las fachadas, que es indiscutiblemente predominante y envuelve las viviendas desde el suelo hasta el alero; no aparecen ni se aprecian zócalos. Sin embargo, tampoco pasa desapercibido que algunas partes de ciertas viviendas se encuentran sin blanquear y en otras, el encalado sólo lo encontramos asociado a los vanos. Sólo en casos muy concretos la fachada no recibe la cal sino otro tratamiento pictórico, pero es muy raro. Nuestros pueblos no siempre fueron blancos. Parece ser que el blanqueo se generalizó en una fecha imprecisa entre el siglo XVIII y el XIX para combatir los gérmenes y, de paso, el calor del sol. Aunque no puede descartarse que se realizara incluso antes.


   En el conjunto de construcciones destacan una serie de edificaciones y espacios públicos. Arriba a la derecha, tras la iglesia, vemos un edificio con cubierta a dos aguas en la que destaca un humero. Se trata de la Fábrica de Taillefer (que da nombre al callejón Fábrica), el lugar donde años más tarde se establecería un centro de distribución eléctrica. Todavía es una vivienda, con lo que se reforzaría más la idea expuesta en el primer párrafo de que la foto fue tomada en un momento anterior a la llegada de la electricidad o, por lo menos, de su generalización en nuestro pueblo.


   Varias edificaciones destacan por su altura, la iglesia y varias casas entorno a la plaza de la Constitución. La plaza, que ha cambiado su apelativo en alguna ocasión, recibe su nombre de la Constitución de 1868, la denominada Gloriosa. Es en torno a este importante espacio simbólico donde se suelen encontrar las viviendas de las familias más acomodadas, donde se concentra el poder económico, religioso y político. Se tiene noticia de que a finales del siglo XIX se realizaban espectáculos de tauromaquia. Destaca la manzana compuesta por las viviendas que quedan entre las calles Doctor Jiménez Encina, Fuente, Carnecería, Estación y En medio, en cuyo lugar se encontraba la casa fuerte del Marqués de Villena, un edificio fortificado que poseía varias dependencias (pósito, cárcel, vivienda del alcaide…) y tres torres, una de las cuales era el famoso Bombo, destruido a mediados del siglo pasado.


   La iglesia es, con diferencia, el edificio más alto. Se construyó en el solar de la antigua mezquita. El lugar que ocupa ha sido y es, desde hace casi mil años, un lugar para la fe. No ha cambiado prácticamente nada pero, aunque no lo apreciemos, todavía no tenía la imagen de Santiago en el frontón. Esta imagen se colocó en los años cuarenta de la pasada centuria, pero no sabemos qué había en su lugar antes, pues el medallón circular ya estaba.



El frontón central de la iglesia con la imagen de Santiago Matamoros,                   
 del que se hablará en otra entrada

   El Ayuntamiento no aparece tal y como lo hemos conocido estas últimas décadas. Lo poco que se observa de él es su cubierta a dos aguas. En los años de la Guerra Civil fue incendiado y posteriormente se construiría otro edificio en el mismo lugar que integraría las conocidas Bóvedas, que no eran sino un antiguo pósito del siglo XIX. Tampoco aparece el cine y hete aquí que gracias a ese detalle podemos tener una datación aproximada de cuando se tomó la imagen. Se sabe que el cine se construyó en el año 1924, por lo tanto es evidente que la fotografía se realizó con anterioridad.





En el frontón del antiguo cine, sobre una ventana circular, aparece la inscripción:
Año 1924

   Entre calle Horquilleros y el Barrio de la Paja se observa un considerable número de viviendas, la mayoría de tamaño pequeño y una zona aún por edificar. No era extraño que dentro del recinto urbano quedaran solares y espacios sin urbanizar.


   Abajo, a la izquierda, vemos la salida del arroyo que nace en la cañada Quintana y que discurre, embovedado, por debajo de varias viviendas y calles, como Horquilleros y Fuente, saliendo a la luz justo con el cruce de calle Yedra. Este tramo y el del arroyo de la Lucía se embovedaron ya hace algunos lustros, ganándose una larga calle y la conexión con varias otras, un parque y un gran espacio de aparcamientos, además de resolver un problema de sanidad pública por el riesgo de infecciones y enfermedades que podía provocar la insalubridad de sus aguas.


   Al fondo se ven los campos de labor preñados de olivos y el antiguo camino de Guaro, que tenía un puente que salvaba el arroyo del Tejar y que se encontraba empedrado a tramos. Parte de la actual carretera discurre por este antiguo camino, del que poco se conserva. El puente citado se encuentra en pié, parcialmente cubierto por las zarzas.



   Un último e importantísimo detalle: los mondeños y las mondeñas que nos observan desde esta imagen y que se sitúan en lugares como la plaza, la calle Fiscal o algunos balcones. El hecho de que retratasen el pueblo debió ser todo un acontecimiento por aquellas fechas. ¡Quién sabe si entre ellos se encuentran algunos de nuestros abuelos o bisabuelos!




© Diego Javier Sánchez Guerra.


  

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