jueves, 21 de junio de 2012

CHAOUEN, EL EMBRUJO AZUL. LUZ Y COLORES ALLENDE EL MAR.



Uno de los bellos rincones de Chaouen

   Hacía ya varios años que quería ir a Chaouen, un pueblo marroquí que se descuelga de las laderas de la cordillera rifeña y que se encuentra a unos 160 kilómetros de la portuaria y bulliciosa ciudad de Tánger. Mi interés creciente por conocerla vino motivado por varias circunstancias: muchos amigos la habían visitado y me hablaban maravillas de ella; había visto algunas fotos estupendas del caserío y las zonas rurales colindantes que evocaban paisajes como los de la Alpujarra y la Sierra de las Nieves; y resulta que, además, está  encuentra enclavada en el Parque Natural de Talassemtane, formando parte de la Reserva de la Biosfera Intercontinental del MediterráneoEspaña (Andalucía)-Marruecos, donde también se encuadra nuestra Reserva de la Biosfera de la Sierra de las Nieves. Un lugar que se me antojaba maravilloso.

   Cuando surgió la oportunidad, no me lo pensé dos veces. Hice el petate y tiré para Tarifa, de cuyo puerto saldría el ferry para Marruecos.

   Antes de empezar quiero dedicar esta entrada a Paca la Francesa, que lleva visitando este pueblo casi cuatro décadas y que nos hizo de guía y Cicerone durante toda la estancia ¡Un besote, Paca! ¡De mayor quiero ser cómo tú!




  

Chaouen recostado en una ladera



Imagen de los territorios de la RIBM, que describen
una media luna.



AQUELLO QUE NOS UNE

   A pesar de parecer dos mundos completamente diferentes, existe un fuerte vínculo y una gran relación entre la Geografía y la Historia de estas dos orillas, unidas por ese puente de azuladas y poéticas aguas que es el Mediterráneo y que en esta zona llamamos Mar de Alborán. La formación orogénica de las sierras del sur de España y del Norte de Marruecos (Béticas y Rif) tuvieron lugar durante el movimiento Alpino y su sustrato geológico es muy similar, predominando las formaciones calizas con montañas elevadas, ásperas y duras que presentan el típico relieve kárstico donde abundan las cuevas, barrancos, cañones... y que suponen grandes reservorios de agua, al igual que ocurre en nuestras sierras. Las especies mediterráneas aparecen en los lados, incluso el pinsapo, sólo que el de Marruecos es una variante local, el abies marocana. Las influencias climáticas, marino-mediterráneas y oceano-atlánticas así como la latitud, se combinan de forma muy parecida en los dos lugares ofreciendo unas condiciones climatológicas muy similares.






Sierra de las Nieves y sierras del Rif sobre Chaouen, las similitudes son evidentes



Abies marocana bajo la nieve


   Y luego está la Historia. Ambas orillas poseen una historia común que no hace más que unirlas y entretejerlas a través de las diferentes culturas que han ido dejando sus huellas en ambos espacios: los fenicios, que fundaron numerosas factorías comerciales a lo largo de ambas costas (y por todo el Mediterráneo) para captar los productos del interior y luego venderlos en otros puntos del vinoso mar de Homero; los romanos, que crearon un Imperio territorial (recordemos el Mare Nostrum) articulado en provincias con numerosas ciudades, carreteras, infraestructuras… y que expandieron la explotación del trigo, la vid y el olivo y su civilización a ambas orillas.



Antiguo relieve que representa un barco fenicio


Plano de la antigua provincia romana de la Mauritania Tinginana


   Los musulmanes (aquí llegó el Islam pocas décadas antes que a la Península Ibérica) integraron las tierras de las dos zonas en el enorme universo cultural (y comercial) islámico; no pasemos por alto que las semejanzas que hay entre la Giralda de Sevilla y en el alminar de la mezquita Kutubía de Marrakech, es un claro exponente de esa riqueza cultural compartida. Más adelante los conflictos entre las naciones cristianas y musulmanas crearon una fuerte intolerancia: judíos sefardíes y moriscos fueron expulsados de la Península Ibérica, marchándose al actual Marruecos y otros puntos del norte de África y el Mediterráneo; los cristianos peninsulares llegaron a asolar las tierras del Norte de Marruecos tratando de expandirse a costa de los terrenos norteafricanos buscando controlar ciertos enclaves estratégicos, comerciales y militares; los piratas berberiscos estuvieron décadas asolando el litoral andaluz y raptando campesinos y mercaderes de nuestras costas por los que luego pedían rescate … lo que sembró nuestro litoral de decenas de torres almenaras (en árabe, "el lugar de la luz", porque encendía fuego para dar la alarma) para la vigilancia (de ahí proviene el dicho “no hay moros en la costa”). Finalmente y por avatares de la historia, Marruecos quedó bajo protectorado francés y español, una forma eufemística para no llamarlo por su nombre: una colonia dominada por potencias europeas de la que extraían sus recursos.



La Giralda y el alminar de la Kutubía; el parecido es indiscutible



Dibujo que representa una nave pirata berberisca



Torre de los Ladrones; una de las almenaras de la Costa del Sol en
el bello Paraje Natural de las Dunas de Artola.


   Miles de españoles murieron en la Guerra de Marruecos contra rebeldes como Abd el Krim defendiendo los intereses de otros (como en casi todas las guerras), entre ellos el famoso comandante Julio Benítez y Benítez, natural de El Burgo, que mostró una resistencia heróica a la hispana en  la posición de Igueriben: hasta el último cartucho de fusil, hasta el último aliento, hasta la última gota de sangre. Muchos otros alcanzaron la fama y se curtieron en sus campos de batalla llegando a ser importantes personajes de nuestra historia política y militar, como el General Francisco Franco o el feroz Teniente Coronel Millán Astray, fundador de la Legión.



El Comandante Julio Benítez, de El Burgo


   Finalmente Marruecos alcanzó la independencia a mediados de los años cincuenta de la pasada década y a mediados de los setenta, aprovechando la crisis política española, se anexionó la zona del Sáhara que estaba bajo mando español en la llamada Marcha Verde. En la actualidad el lugar es fuente de fuertes conflictos sociales.


El conflicto del Sáhara




TÁNGER

Trini, Paca y yo partimos un jueves por la mañana desde el puerto de Tarifa. El viento del mar, fuerte y fresco, traía un agradable olor a sal que encontraba un natural acomodo en mis fosas nasales. Era una sensación agradable, la verdad y muchas veces la suelo rememorar. Tarifa es una pequeña población costera que conserva un imponente recinto fortificado medieval con varias puertas y numerosas torres, prueba de su estratégica importancia fronteriza en tiempos medievales. Si hacemos caso a la leyenda, al mito, en esta fortaleza tuvo lugar el famoso episiodo de Guzmán "El Bueno" (siglos más tarde comparado con el general Moscardó), fundador de la casa de Medina Sidonia; el monarca Sancho IV había recurrido al experimentado militar para la defensa de Tarifa, sitiada por su hermano el infante don Juan, apoyado por meriníes y nazaríes. Éstos habían capturado al hijo de Guzmán, tratando de hacerle chantaje con la vida del joven. El padre, en una acción épica, lanzó una daga a los sitiadores para que con ella mataran a su hijo, porque la ciudad no la iba a entregar...De este supuesto acontecimiento nació la leyenda de Guzmán "El Bueno".

Igualmente esta ciudad en sus inmediaciones mantiene todavía algunas estructuras de carácter militar construidas después de la Guerra Civil por tener esta población una gran importancia en la geo-estrategia el Estrecho de Gibraltar, en estas fechas en que Europa se encontraba sumida en la II Guerra Mundial y Franco flirteaba con el nazismo alemán y el fascismo italiano. Al margen de estos hechos y acontecimientos históricos, esta localidad es mucho más conocida por su ambiente surfista y los deportes marinos, por lo que el ambiente es muy animado. Hay mucha marcha. El billete que habíamos comprado para trasladarons en ferry a Marruecos incluía una inesperada sorpresa: una visita guiada a la milenaria ciudad de Tánger con el almuerzo incluido, así que ya puestos, lo aprovechamos.




Puerta fortificada de Tarifa


   Desde Tarifa se atisbaba claramente nuestro destino el norte de África. En incontables ocasiones, bajando desde Monda a Marbella, había depositado mi vista en aquellas misteriosas montañas que se perdían en el horizonte, confundiéndose con las nubes y la niebla. Ese día iba a conocerlas por fín. Desde la costa, antes de embarcar podíamos ver muchos barcos en el mar, supongo que la mayoría serían cargueros y petroleros. El Estrecho es una zona muy concurrida ya que para ir a Oriente y Asia el camino marítimo más cercano por esta parte del Mundo es atravesar el Mediterráneo y continuar por el canal de Suez (Egipto) y el Mar Rojo hasta el océano Índico.

   A treinta y cinco minutos de mecidas marinas, de peligrosos vaivenes a la hora de utilizar el baño (no se cómo no me puse perdido), nos esperaba una antigua ciudad varias veces milenaria, con su viejo puerto junto a la recostada medina y su alcazaba (la kasba), de la que emergía alguna que otra torre o algunos tramos de muralla entre la maraña de antenas y edificios aparentemente desordenados. Los orígenes de esta ciudad hay que buscarlos con los fenicios en el primer milenio antes de Cristo, como muchas otras de la costa andaluza, cuando la crearon como puerto comercial, carácter que mantiene con su nuevo y descomunal puerto de TANGER MED. Se trata de una ciudad multitudinaria y bulliciosa, por donde circulan ríos de personas que van de un lado a otro agitadamente, sin parar.




La ciudad de Tánger desde el puerto


   Esta vetusta ciudad posee dos partes, la medina, que es la zona vieja, y la zona nueva, expansión urbanística más moderna y apiñada de edificios, donde hicimos un breve recorrido en autobús desde el que vimos la Mezquita Mayor, palacios y edificios del gobierno y algunas construcciones de la época de dominio español. La primera es sucia, macilenta y espesa. El calor, la basura y la pobreza eran los otros ingredientes de este paisaje de miseria tachonado en las calles que estaban algo más limpias de tiendas de productos de cuero, joyas, plata, madera, telas, cerámicas, especias... En el siglo XX fue una ciudad internacional libre donde se encontraron empresarios, numerosos negocios, extranjeros e incluso espías. Más tarde fue gestionada por los españoles, por lo que tiene algunos edificios de esa época como una gran iglesia y una plaza de toros. En la medina las construcciones están abigarradas, las copas de los edificios parecían tocarse y cerrarse sobre nostros, las casas parecían apoyarse las unas en las otras para no sucumbir ante el inexorable curso de la gravedad y de su propia decrepitud, con fachadas llenas de desconchones y roturas, humedades y ñapas, en un ambiente angosto y a ratos irrespirable de fuertes contrastes lumínicos en calles retorcidas que serpentean bajo algorfas, arcos y ropa tendida a secar; espacios por los que correteaban niños llenos de churretes jaleando ¡Messi, Messi! o ¡Cristiano, Cristiano! cuando veían turistas españoles, mientras los gatos hurgaban en la basura y algunos ancianos se sentaban en pequeñas sillas o escalones mirando pasar los días hasta que les llegara el último. Las mujeres, al margen de las turistas, no existían en aquel laberinto de calles.





Dos imágenes de la medina






Algunas fotos del ambiente en la medina, hervidero de turistas,
repartidores,  encantandores de serpientes...


   En tiempos pasados esta ciudad fue una joya y hoy, mejor ni pensarlo…

   Los guías nos llevaron por la medina de tienda en tienda para que nos gastásemos las pelas (evidentemente iban a comisión), mientras que por las calles vimos muchos ancianos y niños que nos asaltaban para vendernos toda suerte de baratijas y figuritas. Muchos de los niños pedían dinero y los guías los espantaban levantando la mano en una actitud verdaderamente carcelera y con una indudable intencionalidad de bajarla incompasivamente. Me dio la impresión de que ya tenían oficio en este quehacer. Los pequeños buscavidas huían como alma que lleva el diablo, como cuando se espantan las moscas de una sandía, desparramándose por las callejuelas en un abrir y cerrar de ojos.

   Aquello me hizo pensar y Paca me puso en el camino de la siguiente reflexión: allí donde no hay estado del bienestar, está la familia. Y una de las cosas más duras en el Mundo es el encontrarse sólo en el tercer mundo o en un país con escasos recursos, sin familia. Y los que más sufren esta circunstancia son los niños huérfanos y los ancianos, los más desamparados..




Un niño con la camiseta de Casillas se busca la vida vendiendo baratijas


   Almorzamos en un restaurante con el resto del grupo junto a un antiguo cine español, el Cine Alcázar. Estuvo bien. El local parecía extraído de un decorado de la película Casablanca, con multitud de arcos con una ornamentación muy recargada y exuberante, pero bastante avejentados. Allí nos recibieron varios músicos, unos sentados sobre una tarima elevada acolchada con cojines -algunos muy, muy ancianos- y otros sobre algunas sillas. Estuvieron tocando durante todo el almuerzo sin parar, recogiendo las dádivas que les daban los comensales. Tras él los guías nos llevaron a más tiendas con la vana esperanza de estrujar nuestras carteras. A eso de las cinco de la tarde regresamos al puerto, y mientras el resto del grupo embarcaba, nosotros cogimos un taxi con dirección a otra antigua e históric ciudad: Tetuán.



En el interiror del restaurante


DE TETUÁN A CHAOUEN

    El taxista, Mustafá, era un conocido de Trini. Era un hombre baja estatura, piel muy tostada, ojillos rasgados y de cierta edad; en Marruecos la gente suele aparentar más edad de la que tiene, el prematuro desgaste de una vida dura. Enseguida nos estrechó su mano fuerte y vigorosa. Lo conocía de otras veces en las que la había llevado a Chaouen años atrás. Era un buen tipo y se alegró sinceramente de verla, a pesar de que al principio le costó trabajo recordarla. Aunque en Marruecos los taxistas suelen ser bastante temerarios, Mustafá es un hombre afable y tranquilo. Conducía con bastante prudencia de camino a Tetuán. Por el camino vimos multitud de campos y cultivos con mucha gente desarrollando labores agrícolas y ganaderas, muchos animales de tiro, especialmente burritos, e incontables mezquitas sobre numerosos cerros con sus inconfundibles minaretes recortados en el horizonte y apuntando afiladamente al cielo.

   Pasamos por Tetuán para que Paca visitara a una amiga que no veía desde hacía algunos años. Estuvimos con ella un buen rato, hasta que nos acercó a la estación, donde cogimos otro taxi. Es una experiencia, mala o buena, pero una experiencia ser llevado por un taxista marroquí que no conduzca como Mustafá.



Trini y Mustafá saludan a cámara


   El conductor era joven e impetuoso, de rostro anguloso y nariz prominente. No hablaba francés ni español. Tampoco parecía interesarle. Nos miraba con cierto desprecio, cada vez menos disimulado. Sólo dijo una palabra inteligible: argent/dinero en francés, cuando acordamos el precio del transporte. Cuando salimos de Tetuán en dirección a Chaouen, a poca distancia, nos invadió un espeso y hediondo olor que provenía de una zona de vertederos junto a la ciudad. Los entornos estaban llenos de plásticos y papeles que llevaba de un lado al otro el viento a su capricho. Veíamos también algunas hogueras que expedían un humo realmente espeso y apestoso. Se trataba del basurero de Tetuán. El mal olor nos estuvo persiguiendo durante varios kilómetros.

 Nuestro joven chófer conducía de forma irreverente y con un total desprecio hacia toda forma de vida uno de esos mercedes color crema que ya era viejo cuando salía en las pelis en blanco y negro. Su tísico motor diesel, cansado de vivir, se retorcía entre estertores agónicos en los ascensos a medida que iba perdiendo velocidad, momento que el chófer aprovechaba para bajar la ventanilla y escupir irrespetuosa y compulsivamente a grandes bocanadas. Definitivamente, no le despertábamos simpatía. Este tío no ha conocido a su padre, pensé.



La he tenido que bajar de internet porque cualquiera sacaba la cámara en el taxi


   Las subidas ofrecían un cierto respiro y un descanso para nuestros corazones, pero el kamikaze se desquitaba peligrosa y temerariamente en las bajadas y en el llano. La carretera por donde transitábamos estaba muy concurrida; se encontraba llena de gente que iba o venía del campo cargando productos agrícolas, a veces en su espalda, a veces en sus burritos. Discurríamos por una zona accidentada y con un asfalto en mal estado con gravilla suelta en muchas partes, lo que acrecentaba vertiginosamente la posibilidad fatal de acabar nuestros días empotrados contra un árbol, en el fondo de un barranco o estampados contra uno de esos camiones cargados de descoloridas bombonas de gas provocando una estruendosa explosión.

   No creo que este conductor cumpla muchos años.

   Llegamos a Chaouen, por fín, con ganas de besar el suelo. Pero cuando miramos abajo, cambiamos de opinión.

   Era un lugar efervescente y lleno de personas que sonriendo, siempre sonriendo y con mucha educación, miraban a los turistas. Como llegamos ya casi de noche la gente estaba en la calle paseando y aprovechando el frescor del atardecer, como hacemos en muchos lugares de España.

   Ciertamente me la esperaba más viajera que turística y el ambiente, influenciado por décadas de llegadas de turistas y sus divisas, se mostraba mucho más abierto que en Tetuán. Todo el mundo te daba la bienvenida o te ofrecía chocolate, todo el mundo te iba saludando por la calle y te deseaba una buena estancia.




LA PENSIÓN MAURITANIA

 
   Nada más bajarnos nos asaltó un vecino del pueblo que insistía en llevar nuestras maletas y acercarnos hasta un alojamiento. Hay mucha gente que lo hace buscando ganarse una propina, tratando de ganarse la vida. Nuestro improvisado "botones" nos hizo entrar en la medina a través de la Bab al-Suq (la  Puerta del Zoco) y nos llevó precipitadamente por angostas calles que subían y bajaban, llenas de puestos, de gente, te tenderetes… mis sentidos no daban abasto ante tantos estímulos… ruido, olores, texturas, colores…todo demasiado tan de golpe y tras la negativa experiencia del enajenado Mad Max tetuaní me llegaba a provocar cierta saturación.




La calle de la pensión


   Finalmente llegamos a la Pensión Mauritania, un antiguo edificio en una calle estrecha, pendiente y llena de escalones azules como el cielo en los que los gatos campaban a sus anchas con tranquilidad mayestática, observando a los viajeros con total despreocupación y desinterés. Otros más, debían pensar. La entrada, que tenía una puerta azul de madera de duelas claveteadas el típico llamador de hierro circular, daba paso a un zaguán habilitado como recepción. Sobre una desgastada mesa de madera nos recibió el encargado; detrás suyo tenía un enorme y ajado plano del Norte de Marruecos y a su izquierda un casillero de madera sin barnizar donde estaban las llaves de las habitaciones encadenadas como prisioneras a un buen trozo de madera con una forma indeterminada. Este hombre nos informó del precio por noche y no tuvo inconveniente en que viéramos algunas habitaciones antes de decidir si nos quedábamos, cosa que hicimos porque ya era un poco tarde y no teníamos muchas ganas de deambular buscando otro sitio.



La reina de las escaleras



Nuestra habitación


   La pensión tenía planta cuadrada. Poseía un patio central por donde se descolgba la luz solar y que se había cubierto con una uralita de plástico en la última planta para que no se mojara cuando lloviera. El patio, cuyo alicatado había dejado de brillar hace ya muchos años por cubrirlo una opaca pátina, se había transformado en una salita común con mesitas, sillas y un sofá, albergando también una nevera de uso común. Un espacio acogedor. En torno a esta estancia se distribuían las habitaciones en tres de sus lados y a tres alturas. Se remataba la construcción con una terraza desde la que se disfrutaba de unas pintorescas vistas del pueblo y el entorno rural y a la que se accedía por una angostísima escalera, muy pendiente, cuyos peldaños no tenían las mismas dimensiones, por lo que cuando subíamos o bajábamos parecíamos estar borrachos. La baranda de madera, pulida por el roce de infinidad de manos a lo largo de los años, casi mejor ni tocarla.



El patio de la pensión


   Las habitaciones eran muy simples y no especialmente limpias ni sucias. Tenían varias camas. A 60 dirhams la noche no se puede pedir más. Pero dormimos bien todos los días. Los colchones se apoyaban en unos somieres de obra, bajo los cuales habían huecos para meter las maletas. Las puertas, pintada del color del azul típico y con pomos brillanetemente lustrados por el manoseo, no cerraban correctamente ni a la de tres. Estaban totalmente dislocadas y el marco se les antojaba incómodo a ratos, por lo que unas veces se podía cerrar sin esfuerzo y otras, había que apretujar con denuedo. Puertas y marcos eran como un matrimonio mal avenido, no se ponían de acuerdo para encajar.


Otro plano de la habitación con la socorrida botella de ginebra


   Los baños estaban a la altura de la categoría del local y llamó mi anteción que combinara retrete y ducha en un mismo elemento. Entraba uno que no quería ni tocar las paredes aguantando la respiración lo más que podía ya que el único punto de luz natural, cuando lo había, era un minúsculo ventanuco pegado al techo. Por él entraba la luz y debían salir los espesos malos olores, aunque no siemre era así. Había que hacer equilibrismos. Lo que me sorprendió es que dispusieran de agua caliente que, eso sí, funcionaba de vez en cuando, cuando se le antojaba, pero el calor pedía agua fría. Más me sorprendió que tuvieran internet por wifi libre con aquellas humildes calidades. Se nota que he viajado poco.

   Los otros residentes eran también turistas. Estadounidenses, australianos, italianos, franceses… que viajaban en grupo, solos o con uno o dos amigos. A veces algunos se conocían una misma noche y se iban a festejar. Como el edificio no estaba aislado, los residentes nos enterábamos de todo lo que ocurría sin quererlo, pues los gemidos, berridos en algunos casos, llegaban a escucharse hasta en la calle ¿Porqué estas cosas no me pasan a mí?, me preguntaba, mientras tomaba notas para esta entrada y terminaba de apurar el penúltimo gintónic.

   Aunque el lugar no destacaba por una reluciente limpieza, era un sitio cálido y acogedor donde nos dispensaron un muy buen trato, en una callejuela típica y tranquila, a varios pasos de la mezquita mayor. Sin lugar a dudas, volvería a quedarme allí y eso a pesar de las picaduras de chinches de la última noche


LA MEDINA DE CHAOUEN



Plano de la medina de Chaouen


   Chaouen es una población de algo más de treinta mil habitantes con una antigua medina y la zona nueva. Su medina fue fundada a finales del siglo XV para repeler la acción expansiva de castellanos y portugueses en el norte de África, asegurando el camino hacia poblaciones más al norte, como Tánger o Tetuán. Su naturaleza defensiva y su posición en la ladera de una montaña, condicionó su urbanismo.

   Posee un recinto amurallado con siete puertas, unas en acceso directo y otras en recodo. En su interior se distribuyen cinco barrios y en uno de sus lados se encuentra la kasba, la alcazaba, la zona fortificada donde residía el gobernador y sus soldados, hoy restaurada y con una discutible puesta en valor. Existen numerosas mezquitas (cinco dentro de la medina) y zawiyas (algo así como ermitas, para que nos entendamos, pero con funciones más diversas) y en la plaza Uta el Hamman se encuentra la mezquita aljama -la principal-, que posee un alminar octogonal del siglo XVIII que recuerda a las torres poligonales almohades (como la del Oro, en Sevilla). Las calles están salpicadas de numerosas fuentes que todavía surten de agua a muchas casas a la vez que contribuyen a refrescar el ambiente; en todas ellas hay un labieteado vasito de plástico para beber que comparte todo el mundo -o casi todo el mundo- y que a veces se amarra al grifo con un cordel, para que no se pierda.




Panorámica de Chaouen



La puerta del Ojo o Bab el Aîn


La Jamaâ El kbir, la mezquita aljama, con sus siete naves



La kasba o alcazaba con iluminación nocturna



Una de las fuentes con su inseparable vasito de
plástico color chocolate


   Además de las mezquitas y de su restaurada kasba, Chaouen conserva su funduq o fondaco. El fondaco (de donde proviene la palabra fonda) es un edificio de planta cuadrada con patio central y fuente en su centro. En sus cuatro lados y en dos o tres plantas se disponían talleres, almacenes, tenderetes, cuadras y las habitaciones para los mercaderes y viajeros. Suelen tener una sola puerta de acceso, normalmente monumental, que se cierra por las noches para proteger a los residentes. El de Chaouen, más o menos, conserva este carácter ya que dentro todavía quedan algunos talleres y tiendas. Allí conocimos a Mahmud, un vendedor beréber con bastante saber hacer en el oficio que aparte de vendernos algunas baratijas a "precio de amigo", nos estuvo hablando de la historia del edificio y sus usos.




   En Andalucía tenemos un fondaco de época nazarí en Granada, el llamado Corral del Carbón. Es toda una joya del arte islámico peninsular. Me fue muy grato ver un espacio como éste todavía vivo y en funcionamiento. Muy recomendable visitarlo.






Dos imágenes del Corral del Carbón de Granada,
con un aspecto más aséptico y definitivamente
orientado al turismo


   Muchos señalan las concomitancias de la medina de esta localidad con las de gran parte de poblaciones de Andalucía. Ciertamente muchos judíos, nazaríes y moriscos expulsados del sur peninsular fueron a parar a Chaouen, por lo que se ha venido señalando este motivo como causante del parecido al alegar que estas gentes habrían traído sus costumbres arquitectónicas con ellos mismos.



Escena de la expulsión de los moriscos


   Lo cierto es que la adaptación a una topografía adversa da lugar a calles muy inclinadas y angostas, en muchísimas ocasiones escalonadas con peldaños de desigual módulo, determinando la creación de un urbanismo muy quebrado, laberíntico y retorcido. Por doquier aparecen multitud de albarradas (embarradas, para los tolitos), escaleras exteriores de acceso con sus citaras, numerosísimas algorfas (todas estas características las podemos observar en muchos de los pueblos de la Sierra de las Nieves en mayor o menor medida)… pero también aparecen decenas de arcos apuntados y de medio punto que vuelan sobre las calles apoyándose en esquinas, en ángulos, en fachadas…unas veces amortizados en el piso superior como habitación y abajo como pequeñas galerías para los comercios y tenderetes; otras veces apareciendo desnudos, sin elementos adicionales. Su función puede ser doble, por un lado ejercer de arbotantes entre viviendas para dar más solidez estructural a las construcciones y/o, por otro lado, servir para distinguir unos barrios de otros e, incluso, para haber albergado algunas puertas.



Una de las calles escalonadas, con su fuente y sus rincones



Una de sus numerosas albarradas donde también juegan los niños



Una de las  múltiples algorfas


   La misma angostura de las calles beneficia su refrigerado ya que el aire las recorre como si por estrechos canutos circulara, creando una sensación de frescor a la que contribuyen vecinos y mercaderes humedeciéndolas con cierta frecuencia. La estrechez de las calles es otra cosa que compartimos debido al origen islámico de la mayoría de nuestras poblaciones.



Es frecuente ver a los comerciantes refrescando la calle
con una botella de plástico en épocas de calor


   Las casas tradicionales se realizan en mampostería que se enluce y se pinta, presentando volumetrías cúbicas con planta calle y una o dos alturas. Las cubiertas son a una o dos aguas, con teja mora, pero pueden verse numerosas terrazas y tejados en limahoya, que me recordaban a los que el arquitecto Luis Feduchi había observado en Ojén allá por los años setenta, cuando realizó su magna obra sobre arquitectura popular. Los aleros son muy diversos pero entre ellos aparecen muchos como los de nuestra tierra, como pueden ser los de “pico de gorrión” o los de una hilada doble de tejas. Es común ver como las tejas de los aleros se decoran con pintura blanca describiendo sencillos dibujos geométricos y reticulares.







Algunos ejemplos de viviendas allí y aquí





Algunos ejemplos de alero donde podemos
observar el sencillo detalle pictórico


   Otros de los elementos que sorprende y llama la atención es la inclusión del paisaje circundante. Cuando uno camina por las calles más abiertas, las que reciben más luz y se encuentran más elevadas, el bello paisaje rifeño aparece como un majestuoso telón de fondo, al igual que ocurre en los pueblos de la Sierra de las Nieves y de otros lugares de Andalucía (Ajarquía, Alpujarras…). Es tan fuerte su presencia que incluso en las calles más estrechas parece penetrar en ellas una panorámica compuesta por campos de cultivo, olivares, sierras y montañas… que se ven hoyados por numerosas casas y algunas mezquitas, muchas de ellas donaciones y obras pías.





El maridaje entre urbanismo y paisaje


   Las puertas son de lo más llamativo. Con hojas hechas a base de duelas de madera claveteadas y pintadas en el azul típico de Chaouen, con sus arcos de ladrillo de barro cocido de medio punto o apuntados, a veces ceñidos por un alfiz y decorados con motivos orientales. Aunque alguno hay de herradura. Las ventanas son pequeñas, unas veces cuadradas y otras con forma de arco, protegidas con rejas finas con cierto ornato. Muchas de ellas están abiertas y todas presentan un pequeño zaguán o un acceso en recodo, nunca en acceso directo con el fin de preservar la intimidad sus moradores. Sus llamadores, circulares y de hierro macizo con decoración incisa en zig-zag, son también muy característicos. Aunque he podido ver también algún que otro llamador que representa un mano con una bola ¿introducidos por los españoles en el siglo pasado?



Fachada y puerta típicas de Chaouen



Uno de los zaguanes



Típico llamador circular




Llamador de mano, muy típico en la Sierra de las Nieves



   Y el color. O, mejor dicho, los colores. Chaouen no es una medina blanca, sino blanquiazul (¡los colores del Málaga!). El azul, en diferentes tonos se emplea por doquier: en las fachadas, en las puertas, en las ventanas, como color de zócalo, en el suelo, en las escaleras, en las citaras, en las macetas…. Las calles son ríos de color azul de diferentes tonalidades. Según se dice fue introducido en los años treinta por la comunidad judía con una funcionalidad que va entre el espantar a los mosquitos y evitar dañar los ojos con el reflejo del refulgente sol veraniego, ya que el azul es mucho más suave que el blanco y amortiguaría el efecto reflejo del astro rey. A esta gama de azules se suman también el blanco típico mediterráneo y el ocre de las fachadas enlucidas y sin encalar, que a veces incluso podemos observar en los alminares de las mezquitas.

   Sea como fuere, la gama de azules otorga a Chaouen una fuerte personalidad y una identidad muy peculiares. Únicas
.






Como cielo se refleja en las fachadas


   Pero hay una cosa que no me gusta nada. Se ve que la electricidad la introdujeron no hace demasiados años. El cableado negro y sogueado aparece en muchas ocasiones en las fachadas o cruzando las calles, con lo que la contaminación visual es más que evidente. Igualmente las cajas de luz aparecen junto a muchas de las puertas, desfavoreciendo la belleza de los espacios urbanos.

   Pero volvamos a la medina. Por el día sus calles vibran como un hervidero rebosante de gentes que van y que vienen, de turistas con la cámara de fotos en mano (esa especie es la mía), de viajeros curiosos, de comerciantes, mercaderes ambulantes y tenderos, de gente que lleva y trae productos, de ancianos viendo cómo pasan las horas, de niños correteando y algunos mendigos… es una heterogénea, colorida y olorosa cascada de seres humanos. Pero por la noche la paz y el sosiego sólo se ven interrumpidos por la llamada al rezo. La religión islámica invita a sus fieles a rezar cinco veces al día y es el muecín o almuédano el encargado de llamar a la oración desde los alminares. En la medina hay varias mezquitas, con lo que cuando éstos llaman a la oración abriéndola con el verso Allahu Akbaru (Allah es el más grande), sus voces se entremezclan con la llamada de otro muecines componiendo un coro de voces que llaman a la fe
.



Uno de los puestos callejeros con aceitunas y un riquísimo queso
de un rico sabor un tanto amargo



Una mezquita del siglo XV, la Jamaâ Sebbanin


   Una de las noches hacia las cuatro y media de la madrugada los muecines horadaron el silencio de la noche con sus potentes y penetrantes voces, haciendo recorrer su reclamo religioso por calles y callejones, haciéndolas pasar bajo sus arcos y algorfas…llevando el mensaje divino a cada rincón de la población, a cada puerta, a cada casa, a cada corazón de cada creyente. Nos despertamos, claro. Lo cierto es que es impresionante, cuando uno no tiene la costumbre, oír la llamada al rezo de varios almuédanos que parecen competir a ver cual lo hace mejor.



Uno de los alminares en el silencio  de la noche


   Nos levantamos poco después para hacer una ruta nocturna por las calles solitarias y ver la medina bajo otra luz, esta vez eléctrica, más cetrina y amortiguada, creadora de otras texturas y otros matices al son del zumbido eléctrico de los contadores. La medina de noche no tiene nada que ver con la de día. Un paseo muy recomendable que finalizamos en el lavadero, donde las primeras mujeres y sus niñas ya llevaban tiempo lavando la ropa y las alfombras.







Algunas imágenes nocturnas


   Chaouen es también un paraíso gatuno. Estos pequeños felinos se pasean tranquilamente por doquier y sus depredadores naturales, perros y chiquillos, o casi no existen, caso de los perros, o no se meten con ellos, caso de los críos. Son unos animales muy respetados que forman parte del paisaje urbano. Chaouen sin gatos, no sería tan Chaouen, a pesar de sus colores.

   Es frecuente verlos tumbados al fresco, cruzando por medio de las calles o plazas con total tranquilidad ajenos al bullicio circundante, o subidos a alguna albarrada o citara, buscando la sombra protectora de alguna planta. Viviendo la vida
.







Los gatitos, unos elementos más de la medina


   Uno de los días realizamos un paseo al nacimiento de Ras el Maa (la cabeza del agua) y el paseo fluvial que corre paralelo al río. Es un manantial que ahora se encuentra protegido por una pequeña construcción y que nace en el vientre de las sierras calizas, junto a Chaouen. Proporciona agua al pueblo, a los lavaderos, a los antiguos molinos harineros y a los espacios irrigados. Gracias a la humedad del lugar aparecen higueras, adelfas y cañizares por doquier. En primer término las aguas del río se aprovechan para lavar en los tres lavaderos habilitados y en el mismo río. Es un trabajo reservado a las mujeres, que se ven ayudadas por sus hijas pequeñas. La ropa se lava en las pilas de los lavaderos pero esas grandes y coloridas alfombras se apañan en el mismo curso fluvial; sobre ellas se vierte el jabón y con un cepillo se frotan duramente para arrancarles toda la suciedad. Luego se dejan secar sobre los tejados de los lavaderos.



Nacimiento de Ras el Maa



Higueras y adelfas en el cauce del río



Mujeres lavando la ropa



Lavando las alfombras en el río


   Una acequia toma las aguas del río y las conduce a las zonas de cultivo, pero pasan primero por los molinos harineros. En Chaouen hay varios molinos hidráulicos que perdieron su original función. Hoy día son cafeterías o lugares para el arte. Todos los que alcancé a ver eran de un solo empiedro, ya que tan sólo tenían una cárcava, la típica bóveda que alberga la rueda o rodezno que movido por las aguas transmite su fuerza a las piedras molturadoras. Soy un apasionado de los molinos hidráulicos, por lo que disfruté como un chiquillo con este paseo.

   Este aprovechamiento del agua es muy similar al de nuestros pueblos hasta hace algunas décadas
.




Molino harinero y un servidor



Lavanderas en Monda hacia mediados del siglo pasado



Molino hidráulico en Jorox


   Mientras las mujeres y las niñas se esforzaban por lavar la ropa y las pesadas alfombras, los chicos apagaban su calor en las pozas del río.

   Otra de las mañanas tomamos un sendero que nos llevó a la mediación de las montañas que amparan Chaouen, donde buscábamos dos mezquitas rurales. La primera de ellas era la de Jamaâ Bouzaâfer, lugar desde donde se disfrutan unos preciosos atardeceres. Aunque fuimos por la mañana, las vitas seguían siendo estupendas. Estuvimos andando unas dos horas y vimos un paisaje campestre con muchas chumberas y pitas, así como muchas fincas donde se mezclan el cereal panificable, el olivar y las higueras. Este tipo de policultivos aparece mucho en los Libros de Apeo (s. XVI) y en el Catastro de Ensenada (S. XVIII) de los pueblos de la Sierra de las Nieves, por lo que parecía estar releyéndolos al observar el paisaje. En algunas grandes rocas del sendero por el que andábamos pudimos ver cómo algunos de los lugareños habían dejado arañadas con piedras algunas frases en su lengua. Para mí, imposibles de descifrar. ¿Podría tratarse de los nombres de quienes los escribieron o de algún tipo de inscripción de carácter religioso? Ciertamente en algunas de las fachadas de las casas del pueblo también podía verse muchas inscripciones, unas incisas y otras pintadas, ¿quizás con carácter apotropáico (protector) o la simple firma del obrero?




La Jamaâ Bouzaâfer



Vistas de Chaouen desde la Jamaâ Bouzaâfer





Un paisaje agrícola salpicado de cereal, olivos e higueras muy
parecidos a los de nuestra tierra





Dos de las inscripciones comentadas


   Desde allí pudimos ver muchas aves. En la zona de Chaouen dado su rico medio ambiente, se goza de una rica fauna ornitológica. Pudimos ver águilas, halcones, cuervos, garzas… por el escaso uso de pesticidas, según nos comentaron.



Una de las numerosas rapaces que pueden verse en los alrededores


   En unos de los márgenes del sendero nos encontramos un horno de pan todavía caliente. Fue una lástima no haber llegado en el momento en que lo estaban haciendo ya que podríamos haber desayunado allí. Estaba construido con barro y tenía esa forma de cúpula tan típica. Son frecuentes este tipo de hornos en el medio rural y recordemos como muchos de los cortijos y casas de campo de antaño de la Sierra de las Nieves, los incorporaban  también.



El horno de pan


   Continuamos por la vereda, a  veces ceñida por paramentos de piedra, mientras seguimos viendo a muchas mujeres y niños trabajando en las tareas del campo o con ganados. Hombres no vimos más que a uno. Imnediatamente me acordé de hace unos años, cuando haciendo un trabajo sobre juegos populares, muchas de las personas mayores de la Sierra de las Nieves que entrevisté me comentaban que desde muy pequeños debían andar guardando cabras o cerdos para ayudar al sustento familiar. Pero en mi mente quedó grabada una entrañable escena que no me atreví a registrar con la cámara por dos cosas: por respeto a la intimidad del momento y porque a la gente del campo no le suele gustar ser fotografiada. Una escena que me recordaba algunos pasajes de mi niñez. Había una madre segando, con su hoz, con sus manos curtidas, doblado el espinazo con resignación, mientras a su lado tres chiquillos -sus hijos, seguramente- se divertían meciéndose en un columpio que habían improvisado con una vieja soga bajo las ramas protectoras de un olivo. El más pequeño era el que con más fuerza reía.


Una campesina ayudada por su hija portando la carga



LA HOSPITALIDAD DE CHAOUEN

   Trini conoce a varias personas en este pueblo. A Khalid le tiene especial aprecio, así que lo llamamos. Se alegró mucho de verla y nos invitó a su casa a comer un cus-cus con su mujer, Saida, y su pequeño. Khalid es maestro de escuela en las materias de Geografía e Historia. Fueron muy, muy amables y atentos. Por la tarde Saida nos llevó a dar un paseo por una carretera que bordea Chaouen a los pies de la sierra. Estaba bastante concurrida, como los caminos y veredas de las afueras de nuestros pueblos donde vamos a andar con la fresca (la ruta del colesterol, para que nos entendamos). Desde una de sus curvas contemplamos un bello atardecer: el sol se ponía escapando tras las montañas,  corriendo tras el océano, mientras emitía unos estentóreos destellos color rubí que bañaban de luz encarnada todo el entorno, donde se recortaba el alminar de una de las mezquitas junto con los tejados de las casas
.



Atardecer en Chaouen


   Pasamos por un antiguo cementerio judío y una de las maqbaras, uno de los cementerios islámicos. Sus tumbas, como manda su religión, son muy sencillas, sin ornato, sin ostentaciones. Por el camino, a pesar de la hora, todavía veíamos a algunas mujeres trabajando en el campo segando o recogiendo las herramientas para volver a sus casas y seguir las tareas domésticas. La mujer, tal y como he podido observar, trabaja muchísimo.


Una de las tumbas con la cabeza orientada a La Meca, como manda la
religión islámica


    El domingo iniciamos el retorno. Sin muchas ganas, todo hay que decirlo. El lunes había que trabajar. Aunque habíamos llamado a Mustafá para que nos llevara a Tánger, vino su hermano porque a él le fue imposible. Mohammed se parecía al hermano, aunque era más joven. Un tipo afable y prudente al volante, educado y con buena conversación.







Algunas  de las fotos durante la vuelta que reflejan
un paisaje no tan diferente a nuestra tierra


   Llegados a Tánger nos despedimos y tomamos el ferry hasta Tarifa. Ya de vuelta Paca y yo paramos en uno de los miradores de Tarifa para echar un último vistazo a aquella tierra que emergía un poco más al sur, tras la agitada lengua de agua. El paredón calizo de Calpe se erguía impertérrito frente a nosotros mientras un fuerte viento despeinaba a todas las personas de alrededor menos a mí.



Paca y yo, al fondo África


   Me ha gustado mucho el lugar y el Norte de Marruecos y como dijo Arnold Schwarzenegger en Terminator: ¡Volveré!

Saludos




Diego Sánchez ©




miércoles, 4 de abril de 2012

EXALTACIÓN DE LA SAETA. MONDA. SEMANA SANTA 2012.



   El pasado sábado 31 de marzo se ha celebrado en Monda, en la Parroquia de Santiago Apóstol, un evento que el próximo año cumplirá sus bodas de plata. Se trata de la Exaltación de la Saeta. En este acto, emotivo y cálido, se cuenta con la colaboración de varios saeteros mondeños, ligados a Monda o de algún pueblo vecino que comparten su arte y contagian su emoción a todos los asistentes en el precioso marco que representa nuestra iglesia, construcción que tiene casi medio milenio y que a su arte renacentista y barroco se le suma también el de la herencia mudéjar, adquiriendo de tal manera una dimensión más amplia al convertirse en copela de fe y de culturas.

   Previo al cante de los saeteros se hace una alocución sobre la saeta y nuestra Semana Santa. Este año el Concejo Parroquial me ha brindado el honor de ser yo quien lo haga. Y este es el resultado:




Mondeños y mondeñas. Vecinos todos. Muy buenas noches.

   Para mí es un honor el encontrarnos reunidos hoy en nuestro templo, crisol de culturas, para hacer la ya tradicional Exaltación de la Saeta y dar paso, así, a nuestra querida Semana Santa. Pero lo primero que quiero expresar en este momento es mi más sincero agradecimiento al Concejo Parroquial por haber sido invitado este año a realizarla. La verdad, es un traje que me queda un poco grande y ni me sentía ni me siento preparado para hacerlo con el rigor suficiente, pero no podía negarme a ello ya que es para mí y para mi familia un motivo de gran orgullo. Gracias, nuevamente, por haber pensado en mí tanto para este entrañable acto como para otros venideros.

   Gracias, también, a todas aquellas personas que hacen posible nuestra Semana Santa ya que sin ellas esta celebración no tendría lugar y nuestra primavera sería harto diferente, mucho menos colorida y mucho menos olorosa. Nada pasionaria. Me refiero a la Hermandad Sacramental y Penitencial de Monda, a los Hermanos Mayores, a los Nazarenos, a las Camareras, a las Mantillas, a los Horquilleros y Capataces de Tronos, a los Penitentes, a nuestro Párroco, a nuestros vecinos y a todos aquellos que colaboran y participan desde la devoción, la ilusión y el interés compartido por mantener esta tradición ya tan antigua que forma parte imponderable de nuestra identidad cultural. Porque la Semana Santa es, ante todo, una celebración de personas y un especial lugar de encuentro de familiares, amigos y seres queridos.

   Y no. No he olvidado a nuestros saeteros. Además de ser el motivo de más peso por el que estamos compartiendo estos momentos, ¿qué sería la Semana Santa sin ellos? Todos aguardamos su sentencia desgarradora e hiriente con emoción y espera contenida, ese momento fugaz e intenso como el primaveral aroma del azahar y que puede abordarnos en cualquier momento del trayecto procesional, cuando todo el mundo para y calla mientras el tiempo se detiene en un momento cuasi mágico de especial expectación bañada de devoción popular.



José García "Platito"

   Aún pecando de reiterativo, voy a comenzar hablando un poco sobre la saeta, que todos ustedes conocerán mucho mejor que yo porque es un mundo por el que he andado poco o nada y porque ya han sido 23 los exaltadores que me han precedido y que han abundado en ello, entre ellas mi madre.

   Según nuestra Real Academia Española, la palabra saeta procede del latín sagitta y, entre sus numerosas acepciones, en primer lugar la describe como: Arma arrojadiza compuesta de un asta delgada con una punta afilada en uno de sus extremos y en el opuesto algunas plumas cortas que sirven para que mantenga la dirección al ser disparada. Otro de sus significados, el que mejor nos viene al caso, reza de la siguiente forma: Copla breve y sentenciosa que para excitar a la devoción o a la penitencia se canta en las iglesias o en las calles durante ciertas solemnidades religiosas. Ambas tienen en común el que, cuando calan, lo suelen hacer muy hondo. Como recogía en sus memorias Abd Allah, el último rey zirí de Granada, sólo las palabras que salen del corazón, van derechas al corazón ajeno, pues igualmente ocurre con las saetas, que salen del corazón del saetero y llegan a nuestros corazones como dardos, de tal forma que con su cante, al pretender ganarse a Dios, de paso, nos gana a todos los demás.



Miguel "Panchito"

   La saeta moderna que conocemos, la que se encuentra vestida y llena de flamenco, es reciente en el tiempo y cuenta con algo más de un siglo. Pero al igual que nos pasa a nosotros, tiene sus ancestros, tiene sus antepasados. Arranca de una saeta mucho más antigua que hunde sus raíces en la oscura noche de los tiempos.

   Lo verdadero y cierto es que no está claro su origen. Algunos autores lo atribuyen a los judíos sefardíes, que tras el bautizo al que se vieron forzados por los Reyes Católicos para evitar ser expulsados, fueron buscando el perdón de Dios entonándolas para que les anulase el juramento prestado a la Iglesia Católica, mientras que para otros, era un cante secreto que empleaba el pueblo hebreo para burlar a la Inquisición.

   Otros investigadores atribuyen a la saeta vieja un origen hispano-musulmán, buscando al almúedano o muecín, el personaje que llamaba a la oración desde el alminar de las mezquitas, a su más viejo precursor. En los años veinte de la pasada centuria el emir Rahman Jizari Ibn-Kutayar señalaba esta posibilidad: el origen de la música y del metro de estos sentimentales cantares, hay que buscarlos en los almúedanos de las mezquitas de Córdoba, Granada y Málaga, especialmente en las de Granada y Málaga, que a sus pregones convocando a la oración, ya expresados con estilo, añadieron oraciones y lamentaciones versificadas, en las que cifraban y hacían conocer sus cualidades de cantantes, cualidades que había de poseer a la perfección para desempeñar el cargo de almúedano, entonces muy bien retribuidos, y que era motivo de orgullo del barrio el que poseía el mejor, entablándose competencias y rivalidades que han llegado hasta nosotros traducidas al cristianismo.



Juan Gómez

   Pero más numerosos son los autores que encuentran en ella un origen religioso cristiano. Unos se amparan en las coplas religiosas que los misioneros franciscanos entonaban por las calles para excitar a los fieles a la piedad y el arrepentimiento ya en los siglos XVI y XVII. Otros creen que puede tener su origen en determinados cantos litúrgicos o ciertas jaculatorias medievales de la Iglesia que coreaba el pueblo y que, con el tiempo, se fue introduciendo la costumbre de hacerlo de forma individual. O, como recoge el investigador Rafael Lafuente: la saeta fue originariamente canto litúrgico colectivo. Antiguamente el desfile de las procesiones de Semana Santa era acompañado por el canto coral de los propios fieles, que entonaban salmos. De aquellos salmos debió desprenderse la saeta antigua, la cual recuerda todavía el pueblo andaluz en el área no flamenca, especialmente en la provincia de Granada. La antigua saeta tenía un profundo sabor litúrgico y no estaba contaminada por el jondo.

   Es de esa saeta vieja de donde sale la moderna, la flamenca. ¿Cómo se dio el proceso? No está del todo claro; Luis Melgar y Ángel Marín afirman que las saetas aflamencadas nacen cuando el cantaor flamenco se dirige públicamente a Dios cantando la antigua tonada, la saeta vieja, pero revistiéndola inconscientemente de perfiles y expresiones propias del flamenco. Y se hace totalmente flamenca cuando con el tiempo se fue acoplando al espíritu y las formas de la emotividad flamenca. Nacen de ir introduciendo tercios flamencos en la saeta antigua, de ir despojándola de su vieja musicalidad hasta lograr una forma completamente distinta y novedosa, desde donde surge la moderna saeta flamenca.



Francisco Fernández

 
   Muchos son los que señalan las raíces de las saetas flamencas en tierras gaditanas así como también son muchos los que nombran al gaditano Enrique el Mellizo como el inventor de la saeta por siguiriyas. El caso es que hacia finales del siglo XIX o principios del XX llega a Sevilla, donde va adquiriendo su máxima dimensión artística y flamenca. Como señalaba Antonio Mairena: En principio de siglo (XX) llegó a Sevilla una sencilla forma jerezana que se empezó a llamar saeta por siguiriyas, las que una vez dentro de la catedral de Sevilla se convirtió en un gran cante, con tanta o más dificultad y duende con el mejor cante por siguiriyas y, por los años treinta, el cante por saetas había llegado a ser de máxima altura, de gran desarrollo, duendes flamencos y gitano-andaluz.

   Ha habido grandes saeteros como Manuel Torre, Antonio Chacón, El Niño Gloria, Manuel Centeno, La Niña de los Peines, Antonio Mairena, pero no olvidemos que la saeta andaluza es un canto popular en la boca y el corazón de numerosos saeteros anónimos, con un fuerte carácter religioso y la religiosidad del pueblo andaluz ha hecho de ella una oración cantada con verdadera devoción. De tal forma el flamencólogo Manuel Ríos afirmaba de esta oración cantada que forma en el ambiente un colectivo recogimiento, pese a que es una sola voz la que fervorosamente se eleva en plegaria, en loor, en impulso de consuelo hacia la aflicción divina, porque no es oración para pedir: la saeta es oración para dar, para patentizar al Cristo o a su Madre la consolidarización humana en su dolor, dentro de los rituales costumbristas. Sus letras suelen versar sobre la Pasión de Jesús, el Dolor de la Virgen, las escenas que se representan o simples piropos. Toda la Pasión de Cristo está contenida en las saetas y hay quien afirma que la saeta es la Pasión de Cristo según la siente y canta el pueblo andaluz.



Lina Rojo


   En la Semana Santa se conmemora la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, de Cristo, del Ungido, reviviéndose los momentos cúlmenes de la fundación del Cristianismo un año tras otro. Su origen hay que buscarlo en tiempos muy remotos, en los siglos medievales, donde se señala que en una fecha tan temprana como el siglo XV ya aparecen las procesiones a la manera en que las conocemos hoy. Pero es cierto que algo más antiguo es el teatro popular religioso, donde se interpretaba las escenas más dramáticas de la Pasión por actores surgidos del pueblo. En muchos lugares todavía mantienen esta costumbre y en nuestra propia celebración en tiempos pasados pero aún recientes en la memoria, teníamos un préstamo de aquel: los Pasos Hablaos, con sus apóstoles y otros personajes que participaban y actuaban en las procesiones. No obstante aún se conserva restos de la dramática gestualidad de ese teatro popular de carácter sacro cuando se producen las mecidas, las carrerillas o las reverencias entre las mismas figuras que son llevadas por los tronos.



Caretas de los apóstoles empleadas por los vecinos del pueblo hace ya algunas décadas.
Imagen procedente del blog Monda. Fe y Tradición.

   La Semana Santa tiene desde sus orígenes un fortísimo carácter popular. En estos días las calles de nuestro pueblo se convierten un escenario teatral cuyas calles se transustancian mágicamente en las del Jerusalén de la Pasión, nuestro Calvario en el siniestro Gólgota y nuestros vecinos en actores activos y pasivos de los hechos donde se recrea ese rito del que nace el Cristianismo. Es, para todos los mondeños, creyentes o no, la celebración que con más intensidad, pasión y veneración se vive y se disfruta. Y uno de los muchos caracteres de esta fiesta y que me gustaría destacar es el compartir; compartir un lugar, Monda, y compartir un tiempo, nuestra Semana Mayor porque es un espacio de encuentro de familiares y amigos que retornan a la patria chica, de hermanos, de vecinos…



El interior de la Iglesia de Santiago Apóstol

 
   Nuestra Semana Grande empieza ya a anunciarse cuando vemos, por aquí y por allá, a numerosas mujeres “inmaculando” de blanco sus casas mientras la banda de música municipal inicia sus vespertinos ensayos callejeros. Arriba esperadamente en la inquieta primavera, cuando el tiempo es indeciso y la meteorología, imprecisa; cuando las tempranas y zaínas golondrinas, con sus inconfundibles y recortados perfiles, horadan el aire con su vuelo grácil y tenaz; cuando las flores estallan en mil colores y en mil fragancias; cuando en el verde de los campos reverbera, juguetona, nuestra excepcional luz mediterránea; cuando los naranjos de la plaza, huérfanos de naranjas, expelen su aromático y seductor azahar, que es lo que a mí más me huele a Semana Santa incluso muy por encima del espeso olor de la cera de las velas o incluso del incienso. En definitiva, llega cuando florece la vida. Y no por casualidad. Ambas mantienen una íntima y secular relación: la primavera es el momento de la Vida así como lo es la Resurrección del Hijo.



Una escena con el Crucificado de fondo

 
   Mis recuerdos de infancia entorno a estas fechas son muy difusos y etéreos, caminan envueltos en un manto brumoso. A pesar de ello hay una cosa que se aferra a mi memoria y que todos los años renace con añoranza cuando llega este tiempo sacro.

   Cuando era un zagalillo, los niños del Barrio La Paja emulábamos a los mayores realizando nuestras propias procesiones, al igual que hacían los niños de otros barrios. Costumbre que ya casi se ha perdido. Al menos en su espontaneidad. Con unos ásperos y astillados palets de ladrillos, con unos cuantos maderos o con unas mesas viejas, improvisábamos unos majestuosos y deslumbrantes tronos que portaban alguna ajada figurilla sagrada o cruces formadas por dos trozos de madera malamente claveteados. El pulgar de algunos de los que éramos niños entonces recordará la férrea caricia del martillo. Éstos se acompañaban, a veces, con cuatro efímeras velas repartidas por sus esquinas y que los niños sisábamos de nuestras casas aún a riesgo de recibir la siempre temida reprimenda materna. Adornábase el sagrado paso más por la imaginación infantil que por las hierbas y flores que recogíamos a los pies del Castillo, que enseguida perdían su vitalidad, su luz y su color. Un trozo de lata y una pequeña barra de madera o de metal eran los instrumentos de nuestro singular Capataz de Trono.

   Cuatro eran los chiquillos que con solemne orgullo lo portaban mientras una banda de música formada por otros niños del barrio ejercía una marcial compaña. Era bastante singular; el instrumento musical más usado era el tambor, pero no uno cualquiera, sino el tambor de detergente de lavadora de la marca Luzil o Colón, según recuerdo, que con dos palillos de madera los hacíamos sufrir arrancándole estruendosos compases hasta que los acabábamos rompiendo. Aunque a algunos les alargábamos el suplicio remachándolos con esparadrapo o cinta aislante, pero ya no sonaban igual.

   Había años en que hasta disponíamos de todo un escuadrón de fusileros improvisando con palos de escoba. Y mientras esta peculiar comitiva se abría paso por las calles, muchos otros niños se iban sumando para acompañar la procesión e incluso numerosas madres se asomaban a la puerta y a los balcones.

   Aquello, ahora me doy cuenta, era mucho más que un juego. Era un vivero de nuevos horquilleros, nazarenos, penitentes… era la cantera de nuestra Semana Santa. Savia nueva.

   Pero no quiero seguir hablando de recuerdos y restando más tiempo a los auténticos protagonistas de la noche porque ya es el momento de dejar paso a nuestros saeteros.

   Les deseo que disfruten de su arte y de su contagiosa emotividad así como también les deseo que vivan nuestra Semana Santa con intensidad y con la compañía de los amigos y de la familia.


Muchas gracias.


                                                                 Diego Sánchez.

sábado, 17 de marzo de 2012

LOS JUEGOS Y JUGUETES DE NUESTROS ABUELOS


   Esta entrada está inspirada en un trabajo que hice hace unos años sobre los juegos populares de la Sierra de las Nieves y cuyo fruto fue un entrañable libro editado por la AGDR Sierra de las Nieves titulado "Los juegos y juguetes de nuestros abuelos. Juegos populares y tradicionales en la Sierra de las Nieves". Para su realización contó con la colaboración de casi un centenar de vecinos de esta bella comarca que compartieron sus recuerdos lúdicos de infancia.

   Sin ellos, ese libro no hubiera podido haber visto la luz.


   Los juegos populares y tradicionales forman una parte muy importante de nuestro patrimonio cultural (al igual que nuestras fiestas, nuestros monumentos, nuestra gastronomía,…). Se trata de una expresión cultural de carácter inmaterial que nos caracteriza y que ha pasado de padres a hijos a través de numerosas generaciones. Nuestra herencia lúdica representa una de las manifestaciones culturales más ricas e interesantes en los pueblos de la Sierra de las Nieves y, siendo la cultura una firme portadora de nuestras tradiciones, la recuperación, difusión y práctica de estos juegos en nuestros pueblos contribuye a fomentar entre nuestra población nuestra personalidad cultural. Si dejamos que se pierdan, irremisiblemente perderíamos un poco (o mucho) de nosotros mismos.

   Muchos de los juegos de los que vamos a hablar no han desaparecido y, quizás, nunca lo hagan, pero si es cierto que van en franco retroceso, ya que compiten en desventaja con otras nuevas formas de juego, otras nuevas formas lúdicas que emplean en gran medida las nuevas tecnologías como base y que tienen en las consolas de juego su más directo competidor.

   A lo largo de la historia de la Humanidad podemos encontrar indicios y testimonios de la existencia de antiguos juegos y juguetes en las desaparecidas civilizaciones del Próximo Oriente, en el Egipto faraónico, en las culturas griega y romana e incluso en las antiguas poblaciones de la América precolombina, así como de África y de Asia. No se tiene constancia de ninguna cultura o civilización donde no aparezca de una u otra manera el juego o el juguete, ya que el espíritu lúdico no se puede disociar del ser humano. Muchos de estos juegos y juguetes han surcado océanos de tiempo logrando arribar hasta las orillas de nuestros días.






   El ser humano es el único ser en la naturaleza que juega por diversión, que juega por entretenimiento y, además, lo hace durante toda su vida. El resto de los animales tienen en el juego solamente un vehículo de aprendizaje, de formación para la vida, para la supervivencia, no para pasar el tiempo.

   Se sabe que multitud de elementos de juegos y juguetes del mundo lúdico infantil proceden de los ritos y ceremonias que se desarrollaban en las prácticas adivinatorias, en los antiguos ritos de fecundidad, de fertilidad,… y sólo llegaron a manos de los niños a través de su abandono por los adultos. Por ejemplo, mediante el lanzamiento de huesos y objetos al aire y tras ver en que posición caían, sacerdotes y augures de la Antigüedad lo interpretaban tratando de adivinar el futuro u otras cuestiones. Los niños, por imitación, empleaban elementos similares, emulando a los mayores. Cuando con el tiempo desaparecen las prácticas adivinatorias, el juego que se ha desprendido de ellas se mantiene vivo. Este es el origen de las bolas, las tabas o las chinitas.



   Los juegos populares son aquellos juegos conocidos y practicados de forma cotidiana y que se transmiten de generación en generación por vía oral. Cuando estos juegos tienen su origen en un determinado lugar son denominados juegos autóctonos. Cuando entran a formar parte de la identidad cultural de un pueblo, de su idiosincrasia, se habla de juegos tradicionales. Algunos aparecen y desaparecen en determinadas épocas del año porque en su origen estaban vinculados a las estaciones del año y asociados a aspectos como el clima, la dinámica de las cosechas y cultivos, las prácticas ganaderas, como muestra de su antigua relación con las distintas etapas vitales y productivas o con los ciclos de la vida.


   Una característica fundamental del juego es que resulta especialmente vital en el niño puesto que es mediante éste como realiza el aprendizaje y a través del cual consigue cierto desarrollo físico, psíquico y social. A través de los juegos y desde su más tierna infancia los niños imitan, descubren, aprenden, se relacionan,… se contextualizan y se integran en su comunidad socio-cultural.

   La práctica de muchos de estos juegos no necesitaba normalmente de elementos materiales específicos para su realización, pero otros juegos sí que los requerían. En estos casos eran los mismos niños quienes, ante la falta de medios y con las siempre omnipresentes limitaciones económicas, elaboraban sus propios juguetes ayudados por su desbordante e infatigable imaginación iniciándose, por otra parte, en ciertas labores artesanas y adquiriendo un práctico aprendizaje manual. Es el caso, por ejemplo, de las muñecas de trapo, que con toda suerte de retales, recortes de tela, trozos de sábanas viejas… eran elaboradas primorosamente por las niñas, ayudadas en esta tarea por sus madres o abuelas, iniciándose de este modo en el femenino arte de la costura que iba aprendiendo mediante el juego mientras se introducía en el papel que como mujer y madre le iba tocar desempeñar en el futuro. En el caso de los niños, el regalo de su primera navaja a temprana edad les posibilitaría contar con una herramienta con la que poder actuar sobre diferentes soportes como la madera, el corcho, la caña,… Decenas de entrañables testimonios recogen cómo los niños se hacían sus pelotas de trapo y cómo las niñas se hacían sus muñecas, rellenándolas de otros trapitos o de afrecho, elaborándole laboriosamente la melena y pintándoles delicadamente su carita.



   En el mundo rural tradicional ha existido una fuerte división en cuanto a género en numerosos aspectos sociales, laborales, religiosos… El mundo del juego y de los entretenimientos no escapa a esta división que se va a manifestar en una serie de diferencias en cuanto a tipos de juegos practicados, lugares de juego, tiempo de juego… Está claro que en el ámbito rural tradicional se ha venido potenciando una educación sexista que inculcaba, tanto a niños como a niñas, una serie de valores y normas sociales definidos para cada sexo acorde con el rol social que les iba a tocar interpretar en el futuro. De esta forma y desde la más tierna infancia se juega a emular y asimilar todo lo que se ve en el entorno social, y así las niñas han jugado a las casitas, a las muñecas, a las cocinitas,… comenzando a inculcarle ya desde la infancia el lugar social que ocuparán en el futuro como esposas, madres y amas de casa.


   Pero no sólo por cuestiones de género se va a establecer una diferenciación entre los tipos de juegos y prácticas lúdicas. También la edad o la etapa del ciclo vital por el que se esté pasando (lactancia, infancia, juventud, adultez) van a determinar muchos aspectos de la vida, entre ellos los tipos de juegos. Por este motivo hay que destacar tanto los diferentes juegos empleados por uno y otro colectivo como los distintos lugares y las distintas horas de juego de los mismos. Por ejemplo, normalmente las chicas han jugado en el interior o cerca de casa, a la vista de la madre o abuela, sin ir más allá de los límites del casco urbano del pueblo. Pero los chicos lo han hecho habitualmente al aire libre, alejándose más del pueblo en cuanto han tenido más edad, empezando en calles, en plazas, en las afueras del municipio, en los ríos… Pero esta separación tiene su encuentro conforme avanza la edad ya que es en la adolescencia, al amparo de la revolución hormonal, el momento en que ambos sexos empiezan a tener más contacto a través de juegos como las ruedas o los carros.




   Otro factor importante a tener en cuenta es que el carácter de la mayoría de estos juegos, al ser colectivo y grupal en la mayor parte de los casos, es socialmente muy beneficioso ya que prima el sentido de equipo donde se hacen actividades que requieren de coordinación y organización entre los participantes, donde se necesita el consenso a la hora de dictar y respetar las reglas de los juegos. Así se fomentan y transmiten a los jugadores una serie de valores sociales y de conductas morales que los actuales juegos individuales no desarrollan plenamente y que se manifiestan en aspectos tan necesarios de trabajar en niños y jóvenes como la integración sociocultural, el trabajo en grupo, la cooperación, el respeto por las normas y los valores, el respeto hacia otras formas de expresión cultural, hacia otras culturas, … a la vez que se desarrollan acciones motoras y psicomotoras que favorecen la salud física y mental de quien los practica.


   Por otra parte es de destacar el significativo y abundante patrimonio oral compuesto por una gran variedad de coplillas, nanas, canciones, estrofillas, versos,… que se recitaban y entonaban mientras se practicaban muchos de los juegos (algunas se recogen en el libro de los juegos). Esta riquísima herencia oral se manifiesta saltando a la comba, jugando a la rueda o al carro, bailando jeringosas,… conformando uno de los más valiosos tesoros culturales de los pueblos de la Sierra de las Nieves. Algunas de ellas son muy conocidas y populares en todo nuestro país pero otras, que vienen de muy antiguo y han sido transmitidas de generación en generación, parecen tener un carácter más localista y han cohabitado con otras más recientes en el tiempo. Es tan sumamente rica esa tradición oral asociada a los juegos que sería necesario hacer un estudio aparte sobre este aspecto.

   Para desentrañar los juegos populares y tradicionales debemos apoyarnos en la división por etapas del desarrollo humano que realizó el psicólogo evolucionista y filósofo Jean Piaget, que analiza los diferentes momentos de maduración por los que pasa el ser humano describiendo, entre otras cosas, los tipos de juegos que se realizaban en cada una de estas etapas. A pesar de ello debemos tener muy presente que muchos juegos pueden iniciarse en ciertas etapas de la vida y prolongarse durante otras, como ocurre con el juego del trompo, las bolas o el salto de la comba, el tocatrés,…

Lactante y bebé. El juego, en este momento de la vida, se caracteriza por ser un juego de ejercicio o sensomotor, que se desarrolla durante los dos primeros años de vida y donde el bebé aprende a ejercitar las funciones de su cuerpo moviéndose, agitándose, tratando de coger cosas mientras va asimilando el conocimiento del mundo exterior. Son las nanas, los mecimientos, los juegos de manos (cinco lobitos), el empleo de las sonajas hechas con calabacitas o chapitas,… que ponen al niño en contacto con el mundo de los sonidos y el movimiento de su propio cuerpo. Mediante estos juegos y juguetes el niño va tomando conciencia de sí mismo y de su entorno social más inmediato


   Durante los primeros años de infancia. Aproximadamente de los dos a los siete años los niños desarrollan lo que él denominó período de pensamiento preoperacional, donde tiene su aparición el juego simbólico. En esta etapa los niños y niñas en el juego toman como referencia a los mayores jugando a “como si fuera el otro”. De esta forma imitan a los mayores en sus labores diarias, en el campo o en la casa, trabajando la tierra o cuidando de los hijos, arando el campo,… Niñas y niños imitan los modelos sociales que ven y aprenden mediante el juego “lo que serán en el futuro”. La mayoría de estos juegos van a tener como soporte algún tipo de juguete, normalmente elaborado por los mismos chiquillos. Es el tiempo de las muñecas de trapo, de los araditos, de las figuritas de barro, de los carritos de corcho,…





   Durante la niñez. Piaget habla del período de operaciones concretas, que va aproximadamente de los siete a los doce años. Es en esta etapa donde se desarrollan las actividades de grupos y cooperación basadas en los juegos de reglas y donde se han recogido el mayor número de juegos que hemos plasmado en el libro. Trompo, bolas, aro, la pelota,… juegos de persecución y caza: civiles y ladrones; bandoleros; el marro, el pañuelo. Otros como el escondite; churro, media manga, mangonero; la piola; el hilo; el columpio; la gallinita ciega; el escondite; los cromos; las mariquitas recortables; la patarra; la comba; las chinitas; el yo-yo,…









   De la adolescencia a la adultez. El último estadio del desarrollo que propone Piaget es el de las operaciones formales, que empieza en la adolescencia y continúa a lo largo de la vida adulta. Es en esta etapa donde se empieza a mostrar interés por el sexo opuesto, cosa que en la materia que tratamos, los juegos, vemos su plasmación en los juegos de ruedas y carros. Es el momento en que chicos y chicas se aproximan más y, con el tiempo, empezarán a jugar a “otros juegos”.

   El juego es un vehículo de aprendizaje de primer orden. Mediante él aprenden los niños por lo que, jugando, no pierden el tiempo, sino que lo aprovechan. Los beneficios de los juegos populares para los más pequeños son muy positivos (y también para los adultos) al fomentarse la agilidad física y mental y ser un insustituible vehículo de integración social y cultural.

   No pienso que haya que obviar o rechazar los nuevos juegos digitales, sino que no dejemos de practicar los de toda la vida porque aportan algunos valores insustituibles para el desarrollo humano y personal.

   Hasta la próxima


  ©  Diego J. Sánchez.


miércoles, 25 de enero de 2012

LA LEYENDA DE LA BUENA VILLETA

   En una entrada anterior cuando hablaba del castillo de Monda, hice mención a la existencia del fantasma que lo habita y que tiene su carta de naturaleza en una de las leyendas que tenemos en el pueblo: la de la Buena Villeta. Y en estos días en los que tenemos presentes la floración de los almendros, bella antesala de lo que nos depara la primavera que aguardamos con impaciencia, es el momento adecuado para traerla a colación porque, como veremos, el destino de esta desdichada y joven doncella estuvo siempre muy vinculado a este árbol, especialmente a sus marfíleas y rosadas flores. 


   Antes de que se me olvide, quiero dedicar esta entrada a otras dos flores, Wies y Clara, que se que disfrutarían como enanas viendo los almendros en flor.

   En los años cuarenta del siglo pasado Diego Vázquez de Otero, amén de otros trabajos, se dedicó a ir recabando una serie de leyendas de muchos pueblos malagueños, incluido Monda. Que se sepa, fue el primero en recoger nuestra leyenda por escrito. El registro por escrito es bueno porque no se pierde la leyenda por los vericuetos de la desmemoria, no se acaba olvidando con el tiempo pero, paradójicamente, es a la vez su propia “muerte” porque lo que mantiene viva y caracteriza su mutabilidad es precisamente su vehículo de transporte: la oralidad. La transmisión oral las hace pasar de boca en boca, de padres a hijos, haciéndolas vivir y revivir a través del tiempo, reconvirtiéndose, re-semantizándose, sumando elementos nuevos a la par que se despoja o convive con otros viejos, mezclando hechos verídicos con otros irreales… mientras mantiene lo que es esencial a la par que se va despojando de lo que tan sólo es accesorio, lo que la dota de ese particular carácter atemporal.


   Una vez transcrita la leyenda su dinamismo acaba tornándose en estatismo, hasta que se fosiliza en un momento y época determinados.

   Pues este es el tema que hoy traemos a colación, la leyenda de la Buena Villeta. Muchos ya la conocéis, pero otros a lo mejor no la recuerdan o no la conocen, por lo que es el mejor momento de rememorarla.


   Y es que esta historia está muy relacionada con el almendro, al que muchos señalan que fue traído por los fenicios en la Antigüedad, unos habitantes de la costa de lo que es hoy la zona Sirio-Palestina que tuvieron una importantísima vocación marinera y comercial debido al reducido tamaño de sus tierras, por lo que llegaron a convertirse en unos importantes comerciantes que establecieron puntos de venta y factorías (centros de comercio) a ambas orillas del Mediterráneo, muchas de las cuales acabaron siendo el origen de importantes ciudades, como es el caso de Málaga.


   Volviendo con nuestro habitante del paisaje de secano, el almendro es un árbol de hoja caduca que pertenece a la especie de las rosáceas. Su tronco, ajado y retorcido, ya parece viejo cuando el árbol aún es joven. Es su carácter. Su corteza, rugosa y ruda al tacto y a la vista, es de gran aspereza y en sus copas, durante los sofocantes meses estivales, se padece el torturador y taladrador cante de las chicharras, así como el inmisericorde picar de sus incómodos piojos.


   Su floración, prematura primavera, tiene lugar en el mes de enero cuando un bello espectáculo cromático envuelve los campos de labor. Su flor, de pétalos blancos y corazón encarnado, expide aromas fugaces e intensos y su fruto ha sido un producto comercial desde muy antiguo, siendo los musulmanes los que lo explotaron comercialmente con cierta intensidad junto con otros frutos que poseían el mismo carácter poco perecedero como el higo seco o la pasa, necesarios en aquellas épocas  que no había medios de conservación.


   Su fruto es la almendra (de las que hay muchas variedades), que sufridamente se recoge en verano. La almendra se encuentra protegida por una cáscara y ésta envuelta por una capota que hay que quitar tras su recogida en el denominado proceso del descapotado. Antaño se hacía a mano, ayudándose con navajas o barras metálicas, lo que suponía un arduo trabajo que realizaban varios miembros de la familia entorno a un cajón de madera. Desde hace años las máquinas de descapotar aliviaron y aligeraron esta pesada labor. Son numerosos los postres y dulces que se fabrican con la almendra y en nuestra zona merecen mención aparte las galletas y sopas de almendras de Guaro.


   Volviendo a nuestra legendaria historia de amores y desamores, Vázquez de Otero incluyó la leyenda de la Buena Villeta en su libro Leyendas y Tradiciones Malagueñas. Por su interés la he volcado íntegramente pero he de señalar que algunos de los datos históricos que se referencian están fuera de su marco cronológico -entre otras cosas- dada su naturaleza como leyenda:


   Cuando el Duque de Escalona y Marqués de Villena tomó posesión del señorío de Monda a fines del siglo XV, dejó por gobernador de la villa y los Castillos a Hurtado de Mendoza.

  Cuenta la leyenda que tenía Hurtado una hija, Beatriz, de extraordinaria belleza, reflejo de un alma sensible y compasiva, la cual era el “paño de lágrimas” de aquellas familias necesitadas del pueblo, a las que visitaba y cuidaba; a niños y mayores, enfermos o indigentes, hasta tal punto que fue llamada por todos con el sobrenombre de la Buena Villeta, nombre del lugar donde residía y que muchas personas creían era la Munda Bética de los romanos.

   Alzábase dicha residencia sobre la cima del cerro que todavía llaman “La Villeta”, modificación de villa, morada de un patricio romano, más tarde convertida en fortificación inexpugnable.

   Sucedió que Arturo, joven apuesto hijo del alcaide de la villa de Tolox don Sancho de Angulo, llegó a la Villeta con una misiva de su padre para el gobernador Hurtado; Arturo y Beatriz quedaron profundamente enamorados.


   Desde aquel momento y en sucesivas visitas, las flores y los senderoos maravillosos y entonces paradisíacos senderos de Alpujata, la Torrecilla, la Mojeda, Moratán, la Vega, la Villa y hasta la vieja calzada romana que conducía a Cartima, conocieron sus nombres y fueron testigos de sus promesas e ilusiones, pero la mayoría de las entrevistas tenían lugar a los pies de la “Virgen del Almendro”, pequeña imagen que recibía culto en hornacina excavada en el muro, junto a la puerta principal y a la sombra de un robusto almendro.

   Y aconteció que una tarde triste de enero Arturo, rota el alma, confesó a su amada Beatriz la obligación que le empujaba a embarcar con su padre hacia las recién descubiertas tierras americanas.

-No sé lo que podrá durar mi ausencia- dijo Arturo. - A mi regreso serás mi esposa. Te lo juro ante la Virgen que nos oye. Dicho esto, alzó la mano y de una de las ramas del almendro, a la sazón en plena esflorescencia, cortó una flor y presentándola a su amada señaló un pétalo y le dijo: este es mi corazón. La Buena Villeta acercó sus labios y lo selló con un beso. En seguida, colocando su índice sobre el inmediato dijo:

- Y este es el mío. Arturo abrasó con sus ardientes labios el sito donde había posado el índice su amada.


   La flor, cruzada por los besos de los enamorados fue ofrecida a la Virgen y depositada en su mano.

   Sucedió entonces una cosa extraordinaria. Tan pronto como la flor sintió el contacto con la divina mano, pareció esponjarse, cual si recobrase vida y sus hojas marfileñas tornáronse más tersas, más blancas; tomaron la blancura nítida de las nieves alpinas.

   Pasó mucho tiempo. Cada día iba la Buena Villeta a postrarse ante su Santa Patrona, y siempre, aun en medio de los calores estivales, hallaba la flor erguida y lozana cual si la mano que la sostenía fuera el árbol que daba jugo a la flor y alimentaba.

   Pero un día, también de invierno, no fue así. Al llegar la joven junto a la hornacina, reparó que la flor mustia y lánguida, caía como en desmayo sobre los dedos de la Virgen. Se acercó inmutada y presa de mortal zozobra. Del fondo de la flor brotaba una gota de sangre viva que iba tiñendo ligeramente de carmín los bordes de toda ella.

   Y más, más aún, creció su dolor cuando vio ocurrir lo propio a las flores de los muchos almendros que allí vegetaban, que desde entonces tomaron un leve matiz de sangre.



-¡Arturo ha muerto!- clamó la triste con grito supremo del alma. Y se desplomó a los pies de la imagen, exhalando su postrero aliento con el nombre de su amado en los labios. No tardó mucho en saberse que el día mismo de este suceso, Arturo había perecido a manos de los caníbales en una isla del mar de las Antillas.

   Y durante muchos años, la sombra de la Buena Villeta vagó por las ruinas de “Los Castillos”, apareciéndose en los atardeceres a las gentes de Monda, quienes todavía, durante las altas horas de la noche, en ciertas épocas del año, oyen, con terror, los quejidos y la voz plañidera de la doncella sin ventura que murió de mal de amores.


 
   Hay otra versión de la muerte de Arturo de la que no se hizo eco Vázquez de Otero. Ésta señalaba que este joven no había muerto en tierras americanas tras una indigesta experiencia gastronómica que le llevó a formar parte de la dieta proteínica de los amerindios antillanos, sino que otras interpretaciones apuntan que murió en tierras europeas luchando contra los temidos turcos.

   De cualquier forma, un final muy poco envidiable.

   Aprovecho esta entrada para informar que el próximo domingo 29 de enero se celebra en Guaro el Día del Almendro, donde se organizan varias rutas interpretadas por almendrales y una degustación de sopa de almendras.


   También quisiera comentar que el próximo sábado 4 de febrero se organiza una ruta interpretativa que nos llevará desde Monda hasta los molinos moriscos del envidiable paraje de Alpujata. Por el camino hablaremos del paisaje, de sus diferentes usos y de la relación del ser humano con este territorio a través de sus huellas (caleras, corrales, molinos, cultivos,…), disfrutando de su  vegetación y sus cultivos -especialmente de los almendros-. Para no perdérselo. En días venideros se subirá la información relacionada con esta actividad al apartado Noticias de la web oficial del Ayuntamiento de Monda.

Hasta la próxima entrada.


  © Diego Sánchez.