martes, 15 de noviembre de 2011

UN FIN DE SEMANA EN EL MARQUESADO DEL ZENETE

Buenas tardes a todos.



   Aunque este blog trata sobre cosas de Monda y su entorno especialmente, no he podido evitar redactar esta entrada sobre el estupendo fin de semana que pasé en el Marquesado del Zenete, un lugar de la provincia de Granada asentado en la cara norte del Monte Sulayr, de Sierra Nevada, perteneciente a la comarca de Guadix y que se integra en una mancomunidad formada por diez pueblos.

   Esta zona se encuentra vinculada al Parque Nacional de Sierra Nevada, a un Parque Natural y a una Reserva de la Biosfera. En los dos últimos aspectos es coincidente con la Sierra de las Nieves. En los Parques Nacionales existe una iniciativa para potenciar el turismo en base a los recursos naturales y culturales autóctonos cuyos ejes vienen marcados desde Europa y que se articula a través de la Carta Europea de Turismo Sostenible, iniciativa en la que también se inserta la Sierra de las Nieves. El caso es que para promocionar esa bella región como destino turístico y mostrar sus excelencias, el pasado fin de semana del 11, 12 y 13 de noviembre se organizaron unas jornadas para que técnicos de otras zonas y comarcas, agentes turísticos, empresarios, personas interesadas por el tema, etc., pudieran conocer tanto sus recursos como sus empresas y servicios, así como el trabajo y esfuerzo desarrollados en los últimos años parar tratar de conseguir que el turismo se sume a las actividades económicas de esta zona y que contribuya a dinamizar y estimular su economía.






   El lugar en cuestión se encuentra en el altiplano granadino, escalando las faldas de Sierra Nevada, ancladas sus poblaciones en una zona de ladera que asciende hacia las montañas. De esta posición intermedia entre el llano y las agrestes montañas viene su nombre, sanad, de origen árabe y que significa ladera.

   Desde antiguo ha sido una zona que ha proporcionado abundantes recursos naturales a sus explotadores. El mineral, especialmente el hierro, ha sido explotado desde hace más de tres mil años desde los antiguos íberos, pasando por los romanos y musulmanes, así como los ingleses. Sus enormes llanuras proporcionaron cereal en cantidades ingentes y las montañas abastecieron de madera, carbón, caza, ganadería…hasta épocas muy recientes. Pero fueron los musulmanes los que caracterizaron este lugar, zona de paso obligado para conectar las populosas urbes nazaríes de Granada y la costera Almería por el interior, personalizándolo con la construcción de numerosas torres y castillos como protección ante el creciente peligro cristiano procedente del norte. Torres y castillos ahora embutidos en los cascos urbanos, los de mejor fortuna, y presentando un aspecto ruinoso desde hace siglos los que menos suerte han corrido. La llegada de los cristianos supuso la creación del Marquesado del Zenete, que integraría bajo el dominio del marqués D. Rodrigo de Mendoza las poblaciones de Dólar, Ferreira, La Calahorra, Aldeire, Alquife, Lanteira, Jérez y Huéneja.



   Cuando me enteré de la organización del evento, ni corto ni perezoso me apunté pensando en un buen fin de semana de vacaciones, en visitar una zona de Andalucía tan atractiva y en conocer de primera mano ideas de puesta en valor que se desarrollan en otras zonas. He de decir que conocí esa comarca hace unos años, pero sólo puntualmente cuando fui a una fiesta en la localidad de La Calahorra, a la fiesta del “Chisco”, de la que guardo un grato recuerdo por la hospitalidad y el buen trato que me dispensaron sus vecinos.

 

   El viernes 11 cogí el coche después del trabajo. Estaba bastante cansado. El agotamiento sumado de toda la semana se acogolla siempre el viernes. Pero pasada la ciudad de Granada el monótono conducir se vio alterado por un otoñal atardecer que, la verdad, me sorprendió porque la huidiza luz crepuscular acariciaba la nieve de la imponente mole de Sierra Nevada dándole un singular aspecto rojizo. Pensé, “nieve blanca, nieve traslúcida, nieve embarrada… ¡pero nunca había visto nieve encarnada!”. Aquello era verdadera poesía para las retinas. Y ciertamente esa es una de las sensaciones que me he traído del Marquesado del Zenete: el color o, mejor dicho, los colores. Una variada gama de verdes, marrones, ocres, anaranjados, cobrizos, rojizos, blancos, azules…estampados en los pinares y encinares que ascienden las faldas de Sierra Nevada; desparramados en los campos de cultivo y de labor, distribuidos como las casillas de un tablero de ajedrez; ensortijados en las antiguas explotaciones de mineral, que antaño horadaron la tierra extrayendo de su corazón sus riquezas; plasmados en la singular arquitectura popular de la zona, de volúmenes cúbicos y de tradición morisca; impresos en los cielos y noches cuajadas de estrelladas…




El sendero de la Tizná


Sierra Nevada y su cielo reflejados en una poza.



Campos de labor con Sierra Nevada al fondo.



Muestra de la típica arquitectura de tradición morisca.


   Ya había oscurecido por completo cuanto tomé el desvío hacia Dólar desde la carretera que continuaba hacia Almería. Me había pasado el de La Calahorra. Me suele ocurrir. Después de curvas serpenteantes e interminables llegué a Ferreira, pueblo en el que se dio la bienvenida a los participantes y cuyo nombre, de sonoro acento mozárabe, apunta a la relación que tuvo el lugar con la explotación del hierro. Llegué tarde pero a tiempo para ver el centro de interpretación de la arquitectura árabe. Se trataba de una antigua torre fortificada que con el tiempo y la llegada de los cristianos perdió su carácter castral, pero no simbólico y asociado al poder, ya que allí se acabó alojando una familia morisca “colaboracionista” con los nuevos amos cristianos. Es un bello y sencillo edificio, de gruesos muros y con algunos elementos adimentados como el alambor de su cara oeste, cuya finalidad para la que fue concebido era aguantar el fuego de artillería ante un eventual asalto. En este lado y en la cara sur conserva borrosos esgrafiados que imitan decoración de lacería y que pueden escapar a la vista. En el interior se recrea una vivienda morisca y se habla de las diferentes técnicas constructivas.



Detalle del alambor de la torre de Ferreira, hoy centro de interpretación.



Detalle de la sencialla decoración de lacería del exterior de la torre de Ferreira.

   Después la organización nos llevó a las afueras para realizar una actividad de interpretación de estrellas que hizo que permutáramos el frío húmedo y persistente de la noche por la emoción y la imaginación desbordante que provoca mirar al cielo. Pegaso, Casiopea, Perseo, Júpiter,…todo el santoral de la mitología greco-latina la tenemos en él (¡no hay que mirar la wikipedia!) y esa noche casi todos estuvieron a nuestro alcance, a pesar de que la lechosa luz de la luna enmudecía con su brillantez la voz lumínica de las miles de reverberantes estrellas.




La noche estrellada, de Van Gogh.
No tengo ninguna foto de la actividad pero este cuadro es bastante ilustrativo.


   Después de nuestra cita estelar, cada mochuelo volvió a su olivo. El mío lo tenía en un coqueto hotel de Jérez del Marquesado (si, Jérez, no Jerez); el Hotel Rural Picón de Sierra Nevada, establecimiento incluido en la Carta Europea de Turismo Sostenible donde el trato, la relación calidad-precio, la cocina y el ambiente fueron sobresalientes. Un sitio que recomiendo para aquellas personas que quieran conocer estas tierras.




Hotel Rural Picón de Sierra Nevada, en Jérez del Marquesado.



   La mañana siguiente, llena la tripa con una buena rebanada de pan tostado con aceite y tomate, un cafetito con leche y un zumo de naranja totalmente natural, todo el grupo tomamos el camino del sendero de la Tizná, que ascendía por una de las múltiples laderas de Sierra Nevada, donde los guías del Parque, Antonio, Carmen y María, nos hicieron una interesante interpretación del espacio que fuimos a visitar. El paisaje, verdosa textura compuesta primordialmente por pinos y encinas, se veía invadido por el dorado otoñal de chopos y álamos, que descendían por las zonas de rivera, mientras que desde lo más alto las nieves serranas coronaban el conjunto, con permiso de un cielo azul tamizado por las nubes. Por el camino vimos algunas explotaciones de vacuno y algunas antiguas parideras, huella de las actividades ganaderas que el hombre realizaba en el pasado por estos lares ya desde muy antiguo. De regreso pudimos ver también algunas construcciones ruinosas que, continuando la tradición islámica, aprovechaban la fuerza motriz del agua para transformarla en electricidad y con ésta remedar el bíblico milagro de la luz que alumbra todo lo cotidiano.




Ascenso por el sendero de la Tizná.


Área recreativa del sendero de la Tizná.



Antigua central hidroeléctrica que abastecía a Jérez del Marquesado.

 

   Tras el recorrido y un reponedor almuerzo en el Hotel Rural Picón de Sierra Nevada emprendí el camino al vecino pueblo de La Calahorra. Allí nos esperaba algo más tarde una visita histórica al pueblo. Quise acercarme con antelación para dar una vuelta al pueblo y subir a su imponente castillo. Parece mentira, estoy bastante acostumbrado a ver castillos derruidos y el de La Calahorra está en unas condiciones impecables. Como un vigía domina todo, todo el territorio circundante: las poblaciones, las sierras y sus accesos, el valle y sus caminos...como propietario de hombres y recursos en un tiempo anterior. El atardecer desde el cerro del castillo es inenarrable. A pesar del frío, allí me quedé a contemplarlo. Nuevamente explotaban en mis ojos los colores del Zenete, pero esta vez en gamas más azuladas y violáceas orillando los cielos. Hay que ir a verlo.




Castillo de La Calahorra.




Atardecer en Sierra Nevada.


   La visita que nos tenía preparada la organización fue muy original y divertida. Con gran acierto, a medida que pasábamos por las calles y visitábamos el interior del castillo, nos fuimos encontrando personajes de diferentes épocas como dos antiguos propietarios romanos, el marqués dueño del castillo, los repobladores…que nos fueron hablando de sus épocas, en primera persona. Un bonita, sencilla, divertida y funcional forma de acercar el patrimonio (en este caso cultural) a los visitantes y viajeros. Una técnica muy recomendable por lo directa y por lo cercana.




Dos vecinos romanos nos salieron al paso camino del castillo.



Un oficial francés trata en vano de ligarse a una moza calahorreña en las calles de este pueblo.



Caperuza de humero en una vivienda de La Calahorra. El motivo de la foto es que esta solución para los humeros es también muy recurrente en el municipio de Yunquera, por lo que llamó mi atención.


   Esa noche, antes de ir al hotel, di un paseo por Jérez del Marquesado. Me sorprendió descubrir en una plazuela de mano de una placa conmemorativa y de un avión de alabastro que fue allí donde en los años ´60 se estrelló aquella famosa aeronave de los americanos que estuvo a pocos metros de convertirse en una verdadera tragedia.



Monumento conmemoriativo del accidente del avión estadounidense en Jérez del Marquesado.

 
   Las calles estrechas y quebradas del pueblo me condujeron a una torre islámica, antiguo otero de las poblaciones de las alquerías rurales, de las pequeñas aldeas de la zona. También me llevaron a la iglesia de la Anunciación, de sobria elegancia y recios muros. La soledad de las calles fue la mejor compañera para una visita nocturna en la que pude observar el alto grado de conservación de la arquitectura local, de una sencilla y sublime belleza, como son todas aquellas arquitecturas que se adaptan a su entorno ecológico y que se integran sin distorsionar en el paisaje. Ha sido el primer lugar donde he visto con sorpresa como el alero de pico de gorrión, de tradición mudéjar, se colocaba en limahoya, o sea, en la zona de la fachada donde confluyen los dos paños del tejado de forma apuntada. Igualmente puede observar como algunas construcciones muy antiguas transpiraban dejando a la vista sus elementos esqueletales, sus estructuras hechas a base de barro, madera, caña y pizarras.




Torre islámica de Jérez del Marquesado.



Antigua construcción que atesora la tradición arquitectónica morisca de la zona.


 

   El frío no perdona, y menos a un calvo. En el hotel llené mi estómago con un sabroso entrecot de ternera acompañado por una copa de tinto de la Contraviesa. Ciertamente un buen maridaje.




   El domingo por la mañana volví a repetir el desayuno del día anterior. Había que recargar energías porque nos esperaba un sendero interpretado en el vecino y tranquilo pueblo de Lanteira, nombre también de resonancias mozárabes, por varios molinos hidráulicos de rodezno. Los únicos seres vivos que pude ver en ese pueblo al principio de la mañana fueron algunos perezosos perros, algunos desconfiados y corretones gatitos y las flores que reposaban en los balcones haciendo restayar sus colores rojos, blancos, rosas… Un rato después, como no podía ser de otro modo, aparecieron las primeras personas.




Gatitos zeneteños.



Balcón ensortijado en Lanteira.



Torre islámica de Lanteira.



Típica calle de Lanteira.



   El guía nos llevó siguiendo el camino de varias acequias que discurrían por algunas pozas y por varios molinos; algunos en proceso de restauración, otros, abandonados, caminaban decididamente hacia el olvido. El paisaje agrícola era bastante bello, almendros y castaños nos acompañaron la gran parte del camino y el rumor del agua que deambulaba por las acequias moriscas y por los arroyos fue una banda sonora natural constante. Tras una parada en la Posada Piedra de la Herradura, un antiguo molino que se ha integrado en un pequeño alojamiento rural, donde nos reconfortamos con un recio vino y con unas sabrosas migas, continuamos hasta el molino del vecino José María, que nos acompañó todo el trayecto. El suyo pertenecía a la familia de su mujer y conserva todavía los dos juegos de piedras de moler junto con todo el entramado y enseres para la molturación.




Una de las pozas en las inmediaciones de Lanteira. La cultura del agua estuvo presente todo el camino.



Juego de rodeznos de uno de los molinos que encontramos por el camino.



Uno de los muchos castaños que nos encontramos por el sendero.



Interior del molino de la Posada Piedra de la Herradura.



El molino de la familia de José María tras su restauración.

 

   Muy a mi pesar se acercaba la hora de mi retorno. Así que me despedí con celeridad de los guías y del resto del grupo y apreté mi caminar hasta llegar al pueblo y al coche. Antes de salir pitando dirigí una mirada atrás convencido de que tengo que volver a la zona a descubrir todos aquellos rincones que me quedaron por ver. Así lo pienso y así se lo recomiendo a todas aquellas personas que quieran disfrutar de varios días de tranquilidad y sosiego en la naturaleza.


   Con estas letras quiero agradecer a la organización del evento, a las empresas y personas que han participado y especialmente a los guías del Parque Antonio, Carmen y María, la preparación y el desarrollo de estas estupendas jornadas, que no dudo nos ha dejado un gran sabor de boca a todos los participantes y creo que han cumplido con la espectativa planteada y que nos comentaba Antonio: despertar nuestra curiosidad para hacernos volver otro día.


Un saludo y buena semana.



Diego Javier Sánchez Guerra.









jueves, 18 de agosto de 2011

"MONDA BONITA, MONDA BONITA"

   Buenas tardes a todos.

   La entrada de hoy tiene bastante que ver con nuestro pueblo y nuestros vecinos, a pesar de ser un tanto atípica. Me explico; en la Feria de Monda 2011 he tenido la suerte, el orgullo, la  satisfacción y la responsabilidad de ser el pregonero. Muchas han sido la personas que me han pedido una copia del pregón y en atención a ellas he decidido colgarlo en el blog, para que tengan libre acceso a ella.

   Podría decirse que esta entrada trata de los mondeños, de todos los mondeños, a los que va dedicada.



Semblanza del pregonero

 
   Diego Javi, historiador, arqueólogo, amante de su tierra, amigo de sus amigos, ha llevado con orgullo el legado de su tierra y de sus padres por todas partes: en la Universidad, en Zaragoza cuando trabajó en una constructora y luego desentrañando el pasado escondido en la tierra. Y ahora, tras años de experiencia en desarrollo rural, nos da lo mejor de sí mismo: su pasión, su entrega y sus ganas de hacer un pueblo mejor. Una mirada limpia sobre las cosas, llena de entusiasmo y esperanza, una sonrisa socarrona…como decía Picasso “el hombre que es joven, es joven para siempre”.

 
                                                                               Antonio D. Bravo Carrasco.




"MONDA BONITA, MONDA BONITA"


   Buenas noches a todos. Si mis abuelos estuvieran aquí presentes en este momento, no cabrían en esta plaza. Pero los que no caben hoy, son mis padres.


   El título del pregón, “Monda bonita, Monda bonita”, aunque pueda desprender cierto aire infantil, resume con perfección y sencillez el sentimiento que todos los mondeños compartimos hacia nuestro pueblo. Esta era una de las expresiones más empleadas por un hombre que visitaba Monda con frecuencia ya hace algunos años. Quizás algunos todavía lo recordaréis.

 
   Quiero, antes de entrar en materia, expresar mi agradecimiento por haber sido elegido pregonero de esta Feria de Monda 2011 a las autoridades municipales y a los componentes de la “Asociación Cultural Munda Futura”, ilusionados y animados organizadores de esta feria, por haber depositado en mi persona tan grande y satisfactorio compromiso.

 
   Orgullo y miedo. Orgullo y miedo fueron las dos primeras sensaciones que embargaron mi corazón cuando me propusieron ser pregonero de la Feria de Monda 2011. Orgullo, primero, porque para cualquier mondeño es una honra y una satisfacción poder estar esta velada aquí, rodeado de su gente, de toda su gente, de su familia, de sus amigos, de sus vecinos… teniendo el privilegio de ser la voz que anuncie esta tan querida y simbólica fiesta, tan esperada a lo largo del año y que a todos nos une, desde los más jóvenes a los más mayores.


   Miedo, también miedo, porque para mí es toda una responsabilidad dirigirme a todos vosotros en este acto y hacerlo bien, correspondiéndoos como es debido, como os merecéis.


   Queridos mondeños. Un año más nos encontramos reunidos para honrar a nuestro patrón, San Roque, en nuestras Fiestas Patronales y disfrutar de esta Feria. Personalmente siempre he pensado que la labor de pregonero debe desempeñarla personas que cumplan con dos requisitos mínimos: el primero es que cuenten con una trayectoria vital más prolongada o más intensa, con más experiencias de vida; y el segundo que se profese un cariño y un amor incondicionales hacia nuestro pueblo. Y aunque me tengo todavía por joven -relativamente, claro- pienso que cumplo con la segunda condición.


   Esta esperada noche nos hallamos los mondeños de siempre, los que nos conocemos de toda la vida, los que nos hemos criado aquí, los que aquí vivimos y aquí residimos. Y también estamos, por supuesto ¿cómo no?, los que habiéndose criado aquí y por circunstancias de la vida residen fuera. Pero siempre anhelan y encuentran tiempo de retornar a su patria chica los fines de semana, durante las vacaciones o en fiestas tan señeras como ésta.


   Pero además están los que me he tomado la libertad de llamar “nuevos mondeños”. Me refiero a las familias y personas procedentes de otras naciones del mundo, como Dinamarca, Francia, Inglaterra, Holanda, Paraguay, Rumanía, Marruecos, Cuba, Portugal, Alemania y otros muchos lugares, y familias de otros rincones de nuestro país que por razones diversas eligieron Monda como su lugar de residencia hace ya muchos o pocos años, contribuyendo a enriquecer aún más nuestra sociedad y nuestra cultura, y dándole a nuestro pueblo un particular cariz cosmopolita que sorprende a todo el que viene de fuera mientras nosotros lo vivimos con una total naturalidad, reforzando una vez más ese carácter de crisol de culturas que ha tenido siempre el sur de España, nuestras tierras de Andalucía. Para ellos, considero hace mucho tiempo que ésta también es su fiesta.


   Y aunque no lo parezca, para nosotros este carácter pluricultural no es nada nuevo ya que nuestra población, al ser tan antigua, contiene la herencia de diversas culturas. Los almendros y olivos que hoy cubren nuestros campos, que dibujan nuestros paisajes agrícolas y que forman parte de nuestra gastronomía -especialmente el segundo, cuando nos comemos unas aceitunitas, cuando aliñamos nuestras ensaladas, desayunamos o cuando preparamos cualquier comida- fueron introducidos por los fenicios y los griegos hace más de dos mil años. ¡Cuántas calores bajo el incandescente sol y cuantos picores estivales cogiendo almendras al son de la orquesta de las chicharras! ¡Cuánto cerros de almendras descapotados a mano! ¡Cuánto frío y cuanta humedad que nos han calado hasta los huesos! ¡Cuántos padrastros cogiendo aceitunas! ¡Y más vueltas que la vida han dado las piedras de los molinos para fabricar el oro de Andalucía!


   Los romanos, cuando ocuparon la Península Ibérica -a la que llamaron Hispania- crearon toda una red de infraestructuras, ciudades y otras construcciones monumentales cuya huella, en nuestro pueblo, ha quedado reflejada en nuestra modesta y algo maltrecha calzada romana, que hace alrededor de dos mil años era el camino que tomaban los arrieros de la época para llevar cargas de aceite y otros productos, como el vino y el cereal, a una de las grandes orbes del sur: Malaka, puerto desde donde se enviaban los productos a lugares tan lejanos en aquella época como Roma, Britania y Germania (Inglaterra y Alemania, respectivamente). Tan lejos han llegado los géneros de nuestra tierra.


   En este lugar, recuerdo de pequeño, iba con mi abuelo camino de Rozuelas a coger almendras y cuando tomábamos esa vía empedrada que tanto me fascinaba, al compás de los cascos de la mula -Sevillana- que esparcían su sordo eco a la sombra del paternal algarrobo, mi abuelo (mi papaíto) me contaba historias de batallas y de guerras, especialmente la de Munda, que todos conoceréis. Yo, entonces, disfrutaba oyéndole hablar y ni el polvo del camino ni los incómodos picores veraniegos hacían mella en mí, aunque en aquella época no tenía ni idea de quienes eran los romanos.


   Pero no fueron ellos los únicos que nos dejaron su huella ya que posteriormente, tras los visigodos, una nueva civilización nos trajo otro importante legado cultural, la civilización islámica, de la que conservamos numerosos vestigios, como nuestro Castillo de al-Mundat, que ha sido el referente de generaciones de mondeños y con sus más de diez impertérritos siglos lo sigue siendo, ya que la estampa que nos regala desde la carretera cuando venimos de Málaga o de Marbella con el pueblo, cascada de blancura, desparramándose a sus pies nos hace sentirnos en “casa”. Seguramente sería el mejor pregonero ya que desde su posición elevada ha sido el singular notario que durante cientos de años ha certificado los cambios que se han sucedido y ha conocido a todas las gentes que lo han habitado. Ha sido testigo y en algunos casos protagonista de numerosos acontecimientos históricos, como la revuelta de Omar Ibn Hafsún; la proclamación del Califato de Córdoba y la ocupación de al-Andalus por Almorávides y Almohades; o la prolongada y desesperada resistencia nazarí hasta caer en las manos de los ejércitos castellanos pero no sin que antes su guarnición andalusí realizara un último y desesperado acto heroico, ya que acudió a liberar Coín de su asedio en una acción casi suicida con un infructuoso resultado, hecho que conocemos gracias a un bello romance fronterizo. Testigo y protagonista también de la indignación, revuelta y posterior expulsión de los moriscos, que lo acabaron de quebrantar, tras lo cual quedó relegado al abandono durante centurias hasta ser convertido en hotel.

   Si pudieran hablar sus vetustas murallas y sus envejecidas torres nos contarían historias de mil asedios, de mil combates, de mil declaraciones de amor y del errante y descorazonado fantasma que lo habita: Doña Beatriz, la “Buena Villeta”… Pero no sólo ha sido un lugar de importancia histórica y un sitio para el romance y la leyenda, ha sido también un lugar para el encuentro y para el divertimento ya que muchas meriendas y reuniones de amigos tenían como escenario en este particular sitio, y muy especialmente la “piedra llana”. Era también el seductor y prohibido espacio de juego para los más traviesos, según se arraciman en mi memoria aquellos recuerdos de mi infancia donde jugábamos con los amigos a hacer la guerra, a buscar tesoros, a encontrar pasadizos secretos y olvidadas riquezas… y siempre encontrábamos algunas de las mayores fortunas: la amistad, la diversión, la ilusión, la solidaridad, el respeto…de esas que ahora tanto escasean.


   Nuestras calles, nuestros rincones, nuestras callejas y callejones…rebosan su tradición andalusí por los cuatro costados. Angostas, retorcidas y quebradas guardan sorpresas inesperadas materializadas en floridos y aromáticos balcones o en frondosas albarradas y en sus fuentes y lavadero, que refrescan y sonorizan el ambiente. Fuentes como la Mea-mea, la Esquina, la Jaula con su lavadero y la Villa con el suyo que han dado vida a nuestro pueblo y han calmado la sed de proles de mondeños, que han servido para lavar la ropa y han contribuido a alimentar las huertas, para preparar las aceitunas, para abrevar el ganado... En definitiva, nos han dado la vida. Yo he vivido poco de esto, pero me lo han narrado en multitud de ocasiones en las entrevistas que hago de vez en cuando a las personas mayores de nuestro pueblo, de las que tenemos muchas cosas que aprender. Al igual que en muchas ocasiones me han contado cómo los niños a los que les regalaban aquellos envarados burritos de cartón y los llevaban a beber a la fuente, no los volvían a llevar más. Hoy día se han convertido en monumentos, en sordos ecos del recuerdo y en vestigios de nuestra identidad que despierta la curiosidad de los turistas, sorprendidos cuando tienen la suerte de que algún vecino lleve a beber algunas de las escasas bestias que quedan en el pueblo. Al igual que alguno de nosotros también nos sorprendemos y rememoramos tiempos pasados.


   Además de su tradición moruna nuestra calles han sido un espacio multifuncional: centros sociales al aire libre durante las largas noches de verano cuando los vecinos, sentados al fresco, charlan hasta las tantas; espacio también de trabajo donde las manos artesanas que acopiaban saberes milenarios se encallecían con el ingrato trabajo del esparto; espacio lúdico y de esparcimiento, donde recuerdo cuando era chicuelo cómo jugábamos en el barrio la Paja a las cuatro esquinas, a la piola, a las bolas, al trompo…y tantos otros juegos que han ocupado todas las calles mondeñas, mientras se hacía presente como banda sonora de fondo el persistente tintineo metálico de la vulcana fragua de Puerto.


   He mencionado las huertas. Ellas son la viva prueba de la herencia de la acertadamente llamada “cultura del agua”. En ellas se hace presente la red de acequias y albercas que rezuman una tradición islámica que tenía en el agua un bien común muy preciado, muy valorado y muy cuidado. Las acequias, además de ser las venas que llevan la vida a los bancales, ocasionalmente se convirtieron en lugares donde lavar la ropa, los cacharros o en las pistas de carreras, rústicos y originales scalextrics para los zagales cuando con trozos de madera o de corcho hacían carreras de barquitos. Y las albercas…¡Cuántas generaciones de niños hemos tenido en las albercas nuestra particular Costa del Sol o nuestro singular Parque Acuático! ¡Cuántos nos hemos bañado en la alberca del Curita y en más de una ocasión en que nos han pillado hemos tenido que salir corriendo, con o sin ropa!


  Pero el tiempo no espera, no se detiene, y la llegada de otra nueva cultura tras la expulsión de los moriscos nos trajo otros nuevos elementos ya que esa nueva cultura que era la cristiana y de la que somos directos herederos, quiso sacralizar los espacios que durante ocho siglos había pertenecido a los andalusíes. La iglesia de Santiago Apóstol, que ha sido y es omnipresente desde entonces en nuestros bautizos, comuniones, bodas, entierros… sustituyó a una antigua mezquita, pero se puede decir que no la destruyó totalmente ya que de ella heredó la inspiración para la construcción de ese robusto y macizo arco de ladrillo que nos recibe a la entrada y frente al cual se han arrojado toneladas de arroz y algunos garbanzos, en las bodas, y miles de pesetas y algunos euros, en los bautizos. También muchas lágrimas. No obstante puede decirse que en esencia este sagrado lugar tampoco cambió de función, ya que entonces con los musulmanes y después con los cristianos hasta el día presente, ha seguido siendo un lugar para la fe y es su toque de campanas el “politono” común que todos los mondeños tenemos grabado en nuestras cabezas.


   Otros elementos heredados de aquellos tiempos son las cruces, de la Sierra, de Caravaca y del Agua, muy devocionales todavía y que fueron construidas con la intención de proteger al pueblo. El Calvario, junto a las eras, es otro de nuestros símbolos de identidad y no en vano es el lugar del mágico y sentimental encuentro el Jueves Santo entre nuestra Virgen de los Dolores y el Crucificado y también el lugar donde nos tomábamos los hornazos. La gran era que se abre delante es el vestigio que nos habla de un mundo de agricultores y trabajadores de la tierra, del trabajo de la trilla y el venteo del cereal al son de las coplillas y en compañía del tradicional rancho: la “olla de era”.


   Podría seguir hablando de muchos más lugares comunes que compartimos, pero no quiero ponerme muy pesado y se acabaría la feria y no habría terminado. Monda, la esencia de los mondeños, de lo que somos, no son sólo los lugares comunes que vivimos a lo largo de nuestras vidas. También son los tiempos comunes que compartimos y cuando digo tiempos me refiero a aquellas épocas del año más especiales cuando tenemos algo que celebrar y un tiempo para estar con nuestros seres queridos: nuestras familias y nuestros amigos; estoy hablando de las fiestas. Las fiestas son el lugar de encuentro por excelencia y nuestro pueblo tiene muchas (por tanto, muchos momentos de encuentro), unas son muy antiguas y otras muy recientes, prueba estas últimas de que somos una población socioculturalmente muy activa, muy viva, que se reinventa, que se recicla y que se renueva con el tiempo sin perder su esencia.


   Nuestro ciclo festivo es muy abultado, pero quiero detenerme sólo en algunas de las festividades que nos son más señaladas y significadas, destacando ese valor de encuentro y de compartir que nos son comunes.


   Así, por ejemplo, la Navidad, que no llega para mí cuando veo los primeros anuncios de El Corte Inglés u otros grandes almacenes, ni tan siquiera cuando me alumbran las luces navideñas por las calles. Para mí esta época del año, desde mi niñez y en mi madurez, se anuncia cuando el callejón de calle Estación se endulza con el aroma a roscos y a azúcar que mana de la fábrica de Mancha (que desprenden esos esos roscos de los que está bueno hasta el agujero). Esas fechas son el momento de estar entre los seres queridos, de las cenas familiares y de compartir los recuerdos de los que ya no están, pero también de compartir con las nuevas generaciones, con los recién llegados; es tiempo de las reuniones de amigos, de los encuentros, del acopio de kilos merced al abuso en la ingesta de mantecados, de roscos de vino, de polvorones, de alfajores… al son de las zambombas, las sonajas y los almireces con que las pastorales de Monda hacen retumbar nuestro pueblo y nuestro espíritu hasta los propios cimientos. Es un tiempo de alegría compartida.


  Primavera pasionaria. De nuevo es el olor el que anuncia nuestra próxima estación de encuentro en la intensa y primaveral fragancia del azahar que se mezcla con la devoción y la pasión en nuestra Semana Santa, aroma dulzón que se acaba diluyendo con el espeso olor a cera de las velas, con las que los más pequeños se entretienen haciendo macizas bolas. El recio y acompasado son de los horquilleros extraviado en el silencio de la noche y tan sólo rasgado por sentidas y espontáneas saetas junto con la luz de centenares de titubeantes velas, marca el paso de uno de los momentos más grandes de nuestra semana de Pasión que tiene lugar la noche del Jueves Santo. Allá, en la colina del Calvario, una madre llora a su Hijo que, clavado al madero y con ojos vacuos, recibe el manto de luz dorada de la Luna llena ante el corazón encogido de los presentes. Y es nuevamente en estos días cuando los mondeños volvemos a encontrarnos compartiendo nuestra tradición, nuestra devoción y nuestro sentir, fraguando nuestra identidad.


  Y, por fin, la Feria, a la que un año más hemos llegado. En mi relativamente corta experiencia de vida, ha sido y es el andén, la parada donde nos bajamos y donde nos encontramos todos los mondeños. El tiempo en que vienen los que habían marchado a la capital y los que en los años de la emigración habían elegido destinos más alejados como Barcelona, Madrid, Francia… y no podían venir con la frecuencia ansiada.


   En estas fechas mi memoria me trae vaporosos recuerdos de cuando era pequeño, de cuando sonaban los primeros cohetes anunciando la feria, por la mañana, con los juegos infantiles, cuando catervas de chiquillos nos precipitábamos por las calles vertiginosamente para acudir al insustituible corazón de la feria, al epicentro de la fiesta: a nuestra plaza, donde ahora nos encontramos. Hoy, esos cohetes, llegan para mí demasiado temprano y son la pesadilla de mis trasnochadas resacas.


   También rememoro como en mis años mozos éramos un grupillo de amigos, de pilluelos, formados por los que vivíamos en Monda y los que llegaban de Málaga, Granada, Marbella…, legión de traviesos que jugábamos a atravesar aquellas viejas y descolorida rejas verdes que ceñían la plaza, o a perdernos bajo el antiguo escenario, en su enjambre de patas y travesaños compitiendo en agilidad y destreza, y del que salíamos a veces con un chichón como premio con el que podíamos presumir ante las niñas en arrojo y bravura. Aun a riesgo de la segura regañina de los padres. Pero con el tiempo crecimos y ya no nos cabía la cabeza entre las rejas, como a otros chiquillos más pequeños, e íbamos buscando la animación de los coches de choque y a interesarnos por la compañía femenina.


  Se me vienen a la cabeza igualmente aquellos pesadísimos empachos de algodón de azúcar o de las manzanas caramelizadas, hoy sustituidos por los ardores que provocan los excesos nocturnos de cerveza o de tinto de verano. En las costuras de mi memoria cuelgan retazos de recuerdos en los que revivo como mis padres me llevaban a la feria, con mis hermanos, y nos montaban en los caballitos del carrusel -“pegasos, lindos pegasos, caballitos de madera”, en palabras de Antonio Machado-; o cuando montábamos en el “Tren de la Muerte” con Miguel Miligallo metido en su papel de espanta-niños mientras todos queríamos quitarle su mortífera arma del pavor: una pequeña escoba de palma, trofeo que todos deseábamos ganar; o de otras atracciones infantiles alumbradas por mil luces y por mil colores acompañadas por unas sonoras y estridentes sirenas, escenas aquellas que aumentadas por mi imaginación infantil no han permitido nunca que ningún parque de atracciones, con tantas florituras y tantos cachivaches, me haya podido sorprender tanto o más.


   A pesar del transcurso de los años y de todos los cambios que se han producido, sigo compartiendo con mi familia y amigos este tiempo de fiesta, este tiempo de encuentro, con la misma ilusión que cuando era pequeño.

   Ahora, al orgullo y el miedo del que fui presa al principio, quiero añadir la ilusión. La ilusión de ser mondeño y la ilusión de compartir con vosotros lugares y/o tiempos comunes. Y ahora, papá, mamá, hermanos, sobrinitos, tíos, primos, amigos y vecinos, mondeños y mondeñas, os invito a disfrutar y compartir en familia y entre amigos esta Feria de Monda 2011. ¡Mondeños y mondeñas, viva Monda y viva su feria, viva nuestro patrón, viva San Roque y su inseparable perro!


   ¡Feliz feria!






Diego J. Sánchez Guerra.


martes, 9 de agosto de 2011

EL AGUA QUE NO CESA

    Esta entrada surge de la ruta que realicé durante la Semana Cultural de Monda 2011 títulada “El agua que no cesa”, que está dedicada a uno de nuestros mayores valores naturales: el agua, vinculada con fuerza a las culturas que nos han precedido, especialmente a la musulmana, de cuya herencia disfrutamos cuando paseamos por nuestras huertas o por nuestros jardines, cuando bebemos o nos refrescamos en las antiguas fuentes, cuando nos sentamos a oír el sosegante rubor del agua... Por ello no tan sólo es un importante patrimonio natural sino también cultural, como vamos a ver mediante los espacios urbanos vinculados con el líquido elemento y de los que vamos a hablar a través de un pequeño paseo por Monda, exponiendo varios de sus valores: el simbólico, el social y humano y el ornamental.

   Pero, ¿De dónde proviene ese líquido que calma nuestra sed, con el que nos lavamos y que nos refresca en verano? ¿De dónde viene el agua? La verdad es que no siempre ha existido en la Tierra, al menos es lo que señalan las últimas investigaciones. Según algunas de las más recientes teorías de los astrofísicos llegó del espacio (cómo Supermán, pero no de tan lejos) tras un largo y espectacular viaje hace unos 3.800 millones de años y contenida en forma de hielo en cometas y asteroides que procedían de una zona de nuestro Sistema Solar. Estos asteroides se fueron precipitando durante millones de años sobre el tercer planeta de este singular sistema, una gran roca incandescente que fue perdiendo temperatura paulatinamente y que acabó siendo ni demasiado caliente ni demasiado frío para albergar el agua en sus tres estados: sólido, líquido y gaseoso, lo que le ha dado su aspecto de gran esfera azul en contraste con otros cuerpos planetarios.



Recreación de asteroide aproximándose la Tierra.

   Y es que el 70 % de la superficie de nuestro hogar común está cubierto de agua (y de toda esa agua sólo el 1% es apta para el consumo, por lo que hay que mirar mucho por ella). Curiosa coincidencia, porque casi el 70 % de nuestro organismo está compuesto también del mismo elemento. Sin agua no hay vida. Pero puede haber agua y no haber vida (hasta donde sabemos), como ocurre en Marte o la Luna, donde aparece en forma de hielo.




   Las culturas antiguas, con razón, vieron el agua como fuente de vida y como fuente de creación. Son numerosas las religiones donde el agua tiene una importante simbología creadora, no en vano era necesaria para la agricultura y para la ganadería…para mantener la vida. Los egipcios, por ejemplo, tenían en su río Nilo su fuente de supervivencia, por lo que adoraban al dios que le asociaban: Hapy, que aparecía representado con dos grandes vasos donde nacía ese caudaloso río. Igual ocurría con otras culturas, como la mesopotámica, que tenía en su dios Enki o Ea a una deidad relacionada con el mundo acuático. Ambos se representan con atributos asociados al agua.



Los dioses Hapy y Enki. El primero sostiene dos vasos donde nacen dos torrentes de agua y del segundo los torrentes de agua parten de su propio cuerpo.

   El valor religioso del agua nos lleva a asumir su deriva simbólica en el primer hito o paisaje del agua que encontramos en Monda, concretamente en su centro urbano: la Iglesia de Santiago Apóstol ya que para el cristianismo el agua ha tenido siempre un valor purificador, de limpieza. No olvidemos que es con el bautizo como cualquier persona se introduce en la comunidad cristiana al ser borrado el Pecado Original, al ser purificado el neocatecúmeno con agua bendita. Igualmente, cuando recibe el último adiós, el finado es bendecido, purificado, con agua bendita. En Biblia aparece en multitud de ocasiones: con el Diluvio Universal, en las bodas de Canaán (que es convertida en vino), en el episodio de la buena samaritana, en el bautizo de Jesús en las aguas del Jordán… Igualmente otras religiones emparentadas con el cristianismo, como el judaísmo o el islamismo, integran el uso simbólico purificador del agua mediante el aseo ritual previo a las oraciones.



Escena de bautismo en un fresco del interior de la Iglesia de Santiago Apóstol.


   El segundo valor del agua, el más trascendente terrenalmente hablando, ha sido el social y humano y para ello el segundo paisaje del agua son las fuentes y los lavaderos que tenemos en nuestro pueblo. Pero quiero dejarlos para el final y hablar del tercer uso del agua: el ornamental, ya que fueron los musulmanes -nominados no en vano como “cultura el agua”- los que desarrollaron los sistemas hidráulicos más avanzados en al-Andalus y los que impulsaron el regadío de una forma nunca antes vista. Pero junto al uso para el riego en las huertas rurales y urbanas, al agua también le dieron un uso estético al integrarla como elemento decorativo en los jardines, contribuyendo a su vez a refrescar el espacio y a fomentar el sosiego con sus relajantes sonidos.

   Como provenían de un país muy árido, Arabia, el paraíso de los musulmanes se concebía como un oasis donde descargan sus aguas cuatro caudalosos ríos, entre otros elementos. Es por ello que los jardines islámicos tratan de remedar ese paraíso, tratan de “traer” lo celestial a lo terrenal. De tal forma fuentes como la del Parque Doctor Villanueva y la del Carbonero recogen esa lejana tradición ornamental del agua ya que ésta no es empleada para el riego ni para el consumo, sino para el ornato, el deleite y la contemplación. En el segundo caso se puede ir más allá porque además del valor ornamental del agua se encuentra otro valor simbólico del espacio, el de identidad, manifestado a través del homenaje que se hace a la figura “epónima” del carbonero (oficio tan prolijo en estas tierras en el pasado) y por extensión a todas las personas trabajadoras de antaño.




Fuente del Carbonero en la plaza de la Ermita.


   Pero retornemos el segundo valor del agua y a su uso social y humano, porque ha sido el que más entidad ha tenido a lo largo del tiempo y, en gran medida, la disponibilidad de agua en nuestro entorno motivó el asentamiento que con el tiempo acabó llamándose Monda, nuestro pueblo. Efectivamente, la existencia de espacios calizos en nuestro entorno ha favorecido el que dispongamos de agua en relativa abundancia. Después de la lluvia es aquí donde empieza su largo y vital camino tras surgir en los manantiales cuyas aguas, con el tiempo, fueron reconducidas mediante canalizaciones y acequias a ciertos espacios urbanos donde se construyeron las fuentes (como hicieron en su momento romanos o musulmanes), aunque a veces era posible colocarlas junto al mismo nacimiento. En Monda contamos con cuatro de ellas conocidas por todos: la Mea-mea, la de la Esquina, la de la Jaula y la de la Villa, éstas dos últimas con su lavadero acoplado y, en el caso de la segunda, adosada al mismo nacimiento. La fuente Romera, que está en el Portugal, no llegó a tener nunca su pilar y, aunque parca en aguas, los vecinos siempre han hablado muy bien de sus propiedades.


Fuente de la Esquina.




Fuente de la Mea-mea.


   Las fuentes se construían con rocas perdurables, como el mármol, para aguantar mejor el desgaste erosivo del agua, las inclemencias metorolóogicas y otros agentes. El pilar de las mismas se realizaba con diferentes piezas que se engatillaban, que se encajaban unas con otras para componer un vaso hermético por donde no escapara el agua. Muchas incluso recibían unas grapas de metal fijadas con plomo fundido para aumentar su estabilidad estructural. Esta técnica, como señalé en la ruta urbana, la encontramos en edificios antiguos de gran tamaño para fijar con más contundencia grandes sillares, como ocurre con el Partenón de Atenas y otros antiguos templos.



Detalle del sistema de ensamblaje mediante grapas en la fuente Mea-mea.


   Las que conservamos son muy antiguas, seguramente de época andalusí (¡aparecen referidas en documentos del siglo XVI!) y han llegado hasta nuestros días porque se han ido restaurando y renovando con el tiempo, incluso trasladándose de lugar. Este es el caso de la Mea-mea, que estaba más abajo de su ubicación actual, y de la fuente de la Esquina, llamada así porque se ubicaba calle arriba, en una esquina.



La fuente de la Esquina desbordada tras las lluvias de finales de los años ochenta.
(Foto: Colección Biblioteca Pública Municipal de Monda).


   Las fuentes, alimentadas por los manantiales, abastecían a su vez a los vecinos del pueblo y a sus animales. Diariamente las mujeres iban a recoger agua para el servicio familiar: para beber, para su uso en la cocina, en el aseo personal o en las labores de limpieza de la casa. Con sus frágiles cántaros llenaban el agua de los caños y al sacarlos del pilar, como pesaban más, rozaban su cara interna desgastando sus piedras, verdadero certificado que autentifica su uso y antigüedad. Los pilares abastecían también a las bestias de carga y a los ganados que había en el pueblo y como estaban distribuidos por ciertas zonas del espacio urbano normalmente coincidían en ellas personas del entorno más cercano, constituyéndose las fuentes en espacios de relación social donde se contaban chismes, se daban noticias…no sólo el lugar donde se aprovisionaba de agua.



Detalle del desgaste de la pila en lafuente de la Jaula.


   Dos de estas fuentes tenían acoplado un lavadero, la de la Jaula y la de la Villa. La primera debe su nombre a un vocablo árabe, al-haura, que significa “las afueras” (ya que esta fuente se construyó a la salida de la población en época islámica) y se compone por una fuente con varios caños hacia el lado derecho del pilar mientras que el izquierdo queda libre. Ello se debe a que mientras se recogía agua en un lateral, por el otro podían beber las bestias. El pilar se encuentra “amparado” por una cruz de mármol cuya función es sacralizar el espacio y atraer la acción divina para procurar que las aguas sean benignas. Del pilar el agua pasa a un recinto cubierto donde se encuentra el lavadero, que alberga una pila alargada con unas 40 losas de piedra sobre las que se lavaba la ropa. Éste se encuentra techado con una cubierta a un agua soportada por cuatro grandes y robustos arcos de medio punto realizados en ladrillo de barro cocido. El agua sobrante del lavadero se conducía a una acequia y, aguas abajo, se repartía por las zonas de huertas. Del agua se aprovechaba hasta la última gota.



La conocidísima fuente de la Jaula.




El lavadero de la Jaula.




Detalle de las pilas del lavadero de la Jaula.


   El lavadero era un espacio de trabajo netamente femenino, un lugar destinado a la mujer donde se contaban chascarrillos, se daban noticias…las niñas, que iban con las madres y aprendían a lavar, aprendían también el “oficio” de mujer. Allí las féminas que lo encontraban completamente ocupado debían esperar su turno o ir a los arroyos cercanos, como el Alcazarín, o más alejados, como el de Alpujata. Como era alargado, por un sitio entraba el agua y por el otro extremo salía, por lo que las mujeres que lavaban la ropa la zona de salida recibían un agua jabonosa más sucia. Por ello el interés se concentraba en lavar la ropa lo más cerca del orificio de salida, donde el agua estaba limpia. A este sitio le llamaban el “cogollo”, porque era donde tendía a apelotonarse más mujeres.


   Una anécdota del lavadero de la Jaula: como junto a él tenía un puente que se encontraba más alto, algunos hombres se paraban a mirar cierta parte de la geografía femenina -allí por donde la espalda pierde su nombre- cuando se agachaban a lavar, por lo que éstas se ponían en la parte trasera un delantal para alejar los pensamientos lúbricos e impuros de la mente de más de uno.

   El lavadero de la Villa recibe su nombre por la fuente que lo alimentaba. A principios de los años 50 del siglo pasado se construyó sobre otro antiguo lavadero destruido por un rayo, el del Mocabel, que recibía este nombre por encontrarse próximo al antiguo cementerio islámico, al-maqbara, junto a la ladera del castillo. Este lavadero poseía una enorme pila central a la que se adosaban otras pequeñas pilas independientes para que el agua que fluyera hacia ellas fuese completamente limpia (sistema muy similar al del lavadero de la fuente del Albar, en Alozaina, que se encuentra en proceso de restauración), procurando así agua limpia para todas las mujeres. Este lavadero acabó siendo destruido en 1984.





Fuente y lavadero de la Villa hacia mediados  del siglo XX.
(Foto: Colección Biblioteca Pública Municipal de Monda).


Interior del lavadero de la Villa. Obsérvese cómo las
pilas de lavar son independientes.
(Foto: Colección Biblioteca Pública Municipal de Monda).

   La fuente de la Villa aún guarda un secreto. Dice la leyenda que del manantial del que manan sus aguas se abre una galería subterránea que conduce al castillo. Este conducto era utilizado por los musulmanes en épocas de asedio para surtirse de agua o, en su defecto, poder escapar. Cuenta también la leyenda que los moros dejaron un tesoro escondido en este lugar, como sucede con las leyendas de muchos otros pueblos y que nos traen a la memoria aquellos “Cuentos de la Alhambra” de Washington Irving.


   Finalmente el agua, que tras nacer en los manantiales, recorrer las acequias y canalizaciones que la llevaban a las fuentes, tras calmar nuestra sed y ser usada en los lavaderos, se dirigía a las huertas por donde se distribuía a través de acequias y albercas hasta los cultivos. El agua y las acequias a las huertas eran lo que la sangre y las venas a las personas: su flujo vital. A través de los tradicionales riegos a pie o a manta los cultivos recibían abundante agua y los bancales se humedecían lo bastante como para mantener ciertas reservas hídricas. Hoy día con el riego por goteo no es lo mismo.



Detalle de lomos de tierra para el riego en el arroyo del Viejo, en Monda.




Riego por inundación. Huertas del río Horcajos en Tolox.


   En las huertas el agua operaba su mundanal transustanciación trocándose en el aromático azahar de los naranjos, en las hortalizas, verduras, frutas…que despachamos en nuestras ensaladas y en nuestras comidas, por lo que una vez más y de otro modo nos la volvemos a beber.

   Una última cuestión sobre las fuentes y los lavaderos; con el tiempo han pasado de ser espacios de relación social, de trabajo y abastecimiento de agua a convertirse en verdaderos monumentos que atraen a los turistas y en elementos de identidad colectiva. Por tanto son lugares que se han resemantizado, que se han resignificado. A estos dos ejemplos hay que sumarle el distinto uso que se le da al pilar de la Jaula cada vez que los más jóvenes del pueblo ganan algún campeonato de fútbol, y es que se bañan a imitación de lo que hacen en otros lugares de la geografía española, tal y como ocurrió el año pasado cuando la selección española ganó el mundial.

   Gracias a ello podemos decir que nuestro patrimonio cultural relacionado con el agua sigue vivo y se adapta a las nuevas realidades.

   Saludos cordiales.



© Diego Javier Sánchez Guerra.