Hasta hace muy pocas décadas la montaña malagueña proporcionaba un medio de vida que daba de comer a multitud de familias y donde desde tiempos ancestrales se realizaba diferentes labores y oficios como la ganadería, el carboneo, la recogida de leña y plantas silvestres, numersos aprovechamientos silvícolas... Era un paisaje muy humanizado pero con los profundos cambios políticos y socioeconómicos de las últimas décadas, todas esas formas de vida que pertenecían a un ecosistema tan frágil, tan vulnerable, fueron desapareciendo paulatinamente hasta dejar a los entornos montañosos malagueños relegados a una actividad que se ha impuesto en los últimos años: el senderismo, que en multitud de ocasiones y a pesar de los pesares, puede llegar a ejercer un impacto negativo.
El oficio de nevero fue una de esas actividades que aprovechó uno de los recursos que la montaña proporcionó durante siglos hasta que por motivos climáticos, principalmente, escaseó: hablamos de la nieve. Esta entrada versa sobre el surgimiento del aprovechamiento y comercio de la nieve en las montañas malagueñas, sobre los pozos de nieve y los neveros, así como su expansión y su declinar hasta su total desaparición.
Introducción
Las
montañas malagueñas forman parte del jovial y afilado arco montañoso de las
Sierras Béticas, cordillera alpina que nace en Gibraltar y se extiende por toda
Andalucía oriental siendo su composición geológica principal el de las rocas
carbonatadas, especialmente calizas, entre las que surgen algunos destacados
afloramientos de peridotitas como el singular macizo de Sierra Bermeja o la
Sierra de Alpujata. Sus relieves más prominentes se encuentran en Sierra Nevada
(Granada-Almería), Sierra de Tejeda y Almijara, Sierra de las Nieves y Serranía
de Ronda (Málaga) y la Sierra de Grazalema (Cádiz).
Su naturaleza geológica
hace que domine en ellas las formas del relieve kárstico, donde encontramos
barrancos, tajos, torcas y dolinas, lapiáces, toda suerte de abrigos, cuevas y
simas... Toda la provincia de Málaga se encuentra ceñida a modo de cinturón por
una erizada muralla montañosa donde se supera con holgura los mil metros sobre
el nivel del mar y en la que encontramos alturas tan prominentes como el pico
de la Maroma (2.066 msnm) en la Sierra de Tejeda y Almijara y el Torrecilla (1.919
msnm) en la Sierra de las Nieves; múltiples y extraordinarias formas del
relieve kárstico, como el Torcal de Antequera, máximo exponente de este tipo de
paisaje geológico; y donde también hallamos especies relictarias de gran valor
ecológico como el pinsapo, que se aferra a la Sierra de las Nieves, donde
existe la mayor masa mundial de este tipo de abeto, espacio natural protegido
que en la actualidad está inmerso en su declaración como Parque Nacional. Por
ello, en los últimos años, las montañas malagueñas se han convertido en un
reclamo de primera categoría para el senderismo.
Se
da la circunstancia de que entre los siglos XIV y finales del XIX,
aproximadamente, tuvo lugar lo que los científicos han venido denominando como Pequeña
Edad del Hielo, período en el que se produjo una bajada generalizada de las temperaturas
provocadas no se sabe a ciencia cierta porqué causas. Unos estudiosos lo
achacan a una menor actividad solar, otros a la liberación en la atmósfera de
gran cantidad de partículas procedentes de varios poderosos volcanes, que
habría creado una “película protectora” que mitigaría la radiación solar que
llegaba a la superficie terrestre. Sea como fuere, lo cierto es que en esos
siglos se asiste a un descenso de temperaturas que tuvo efectos a escala
planetaria, en algunos casos devastadores: el avance de las superficies
cubiertas por la nieve y las grandes olas de frío en Europa y Asia afectaron de
lleno a la agricultura, la base del sistema socioeconómico de cientos de
millones de personas, provocando terribles hambrunas que se vieron amplificadas
por diversas epidemias, crisis políticas, guerras...
La
conjunción de los factores altitudinales y climáticos, al menos entre los
señalados siglos XIV y XIX, propició que muchas de las cumbres
malagueñas mantuvieran unas notables cantidades de nieve a lo largo de muchos
meses al año. Conocemos este detalle a través de los testimonios de numerosos
eruditos y cronistas, que lo reflejaron en sus obras, y de las fuentes
documentales, al menos desde el siglo XVI. De esta manera, a otros
aprovechamientos tradicionales del monte mediterráneo como la ganadería, el
carboneo, la silvicultura, la obtención de leña, la recogida de fibras
vegetales (esparto, palma, etc.)... que llevaban implantadas desde hacía
siglos, se sumaría una nueva actividad económica, en este caso importada y no
sabemos de donde: la de los neveros.
Y
es que a pesar de que el uso de la nieve para conservar y enfriar alimentos y
bebidas, pero sobre todo para usos médicos, se conocía desde la Antigüedad en
todo el Mediterráneo, Oriente y muchas zonas de Europa e incluso de Asia, la
descomposición del imperio romano provocó que su utilización y aprovechamiento cayeran
en desuso o se redujeran a una mínima expresión durante siglos en las amplias
zonas que estuvieron bajo su dominio. A partir de la transición de la época
Medieval a la Moderna, con el advenimiento de la Pequeña Edad del Hielo y la
recuperación de tradiciones médicas que hundían sus raíces en tradiciones grecolatinas,
en los reinos hispanos y otros lugares de Europa, se reimplantó la costumbre
del uso del hielo, especialmente para fines médicos, proliferando a partir del
siglo XVI los tratados que muestran los beneficios del hielo; así tenemos a Francisco Franco con el Tratado de la nieve
y del uso della, de 1569; a Nicolás Monardes con el Libro que trata de
la nieve, de 1571; a Francisco Micón, con Alivio de los sedientos, de
1576... entre muchos otros. Muchos de estos tratados y libros tenían como base
o inspiración obras científicas de reputados médicos musulmanes que habían
tenido acceso a obras de médicos grecorromanos (Hipócrates, Galeno, Dioscórides
y Aristóteles) y habían estudiado los efectos médicos del hielo, como Ibn
Sina/Avicena (Afshana/Uzbekistán 980 - Hamadán/Irán 1037). En tierras
malagueñas podemos destacar al farmacólogo y botánico Ibn al-Baytar al Malaqui
(¿Benalmádena?, 1180 – Damasco, 1248), que en relación a los efectos del hielo
y la nieve recogía en su obra Libro recopilatorio de medicinas y alimentos
simples -de gran influencia en biólogos y herboristas europeos hasta el
siglo XIX- lo siguiente:
El
hielo y la nieve, cuando son puros y sin mezcla de impurezas que los conviertan
en nocivos y no descomponen el agua ni la enfrían desde el exterior ni se echan
en ella, son agua sana y no se diferencia grandemente de las condiciones de sus
partes, (...) el agua fría en dosis equilibrada es la más conveniente para los
que gozan de buena salud, aunque perjudica al nervio y a los que tienen tumores
en las vísceras.
A
los usos médicos le siguieron velozmente los gastronómicos, para enfriar
bebidas, conservar alimentos, elaborar helados... y no son pocos los que
mantienen que fue Marco Polo quien trajo a Europa las primeras recetas para la
elaboración de éstos procedentes de China.
La
nieve a la intemperie se conserva muy mal, como sabemos. Por ello para su
preservación durante meses había que guardarla en determinados lugares. Parece
ser que en un primer momento se guardaba en receptáculos naturales, como cuevas
y simas, a los que rápidamente se sumaría los llamados pozos de nieve. Ahí
tenemos la famosa sima de la Maroma, en Sierra Tejeda y Almijara, y numerosas
simas y cuevas en la Sierra de las Nieves, como la sima de Juan Pato la del
Peñón de los Enamorados, que todavía conservan muros artificiales en su
interior para retener la nieve o en su exterior, para la instalación de los
mecanismos de izaje y extracción (poleas, garruchas...). A la sazón, para
ilustrar lo afirmado, en 1629 el vecino de Yunquera Miguel Martín de los Riscos
solicitó la concesión de la explotación de una sima y una cueva en la sierra de
Yunquera, así como la autorización de la construcción de un pozo de nieve:
Que
en el término de la dicha villa había una sierra y en ella una sima, y que era
grande, donde se podía encerrar mucha cantidad de nieve para vender (...).
Suplicó que se hiciere merced de la dicha cueva y sima, y que en ella pueda
hacer pozo y encerrar nieve, sin que otra persona lo pueda hacer...
Pozos
de nieve hubo por toda la España peninsular e insular, de muy diversas formas,
tipologías y tamaños y con características y denominaciones particulares en
determinadas regiones; desde los enormes pozos de las sierras de Mariola y
Aitana (Alicante), conocidos como cavas, hasta los de la Sierra de Tramontana (Mallorca),
donde los receptáculos para conservar nieve eran rectangulares y se encontraban
cerrados por una cubierta de vegetación a dos aguas como si de casas se tratara,
conocidos, de hecho, como cases de neu, casas de nieve, pasando por los
de Constantina (Sevilla), que se surtía del hielo producido por la congelación
del agua en pequeños depósitos, siguiendo la tradición persa de los yakhchales,
los “fosos de hielo”, y sin olvidar el singular pozo de nieve excavado en la
roca viva que se oculta bajo el castillo de la Mota, en Alcalá la Real (Jaén). Incluso
en lugares tan próximos a los trópicos como en algunas de las islas del
archipiélago canario hubo pozos de nieve y algunas cuevas que se abastecían de
las cumbres nevadas. Además de los pozos, en muchos lugares donde no había
nieve o ésta era escasa, pero hacía mucho frío, se construían pequeñas balsas o
alberquillas para introducir agua que se congelaba durante la bajada nocturna
de las temperaturas. Los bloques de hielo se extraían al despuntar el día y se
introducían en los pozos para su conservación. Son muchos los que están
convencidos que las piletas del Tunio en la Sierra del Palo, tenían esta
función, mientras que otros albergan algunas dudas.
De
tal forma en el tránsito de la Edad Media a la Moderna se combinaron varios
factores que dieron lugar a la explosión de una actividad económica relacionada
con un nuevo recurso de la montaña mediterránea como es la nieve: la
disponibilidad y relativa abundancia de este blanco meteoro a lo largo de
muchos meses al año debido a la altitud de determinadas montañas y la bajada de
las temperaturas; la reintroducción de la costumbre del uso del hielo con
funciones médicas primero (inspiradas en tradiciones grecolatinas), y su
extensión a usos lúdico-gastronómicos seguidamente; y, por último, la existencia
de potenciales mercados de consumo próximos a las zonas de acopio y
conservación de nieve, como Málaga y otras poblaciones de las provincias de
Cádiz y Sevilla además de sendas capitales, en nuestro caso.
La
explotación de la nieve y
el comercio del hielo
de las montañas malagueñas
de las montañas malagueñas
En
tierras malagueñas no tenemos constancia del aprovechamiento de la nieve por
parte de los musulmanes, a diferencia de lo que ocurre en la vecina Granada,
donde encontramos determinados testimonios de algunos cronistas a finales del
siglo XV, como Alonso de Palencia (Palencia, 1423-Sevilla, 1492)que se hace eco
de su uso por las clases altas nazaríes, aunque de forma muy puntual, en su
obra Anales de la Guerra de Granada, según apuntaba Nicolás Monardes (Libro
que trata de la nieve):
Los
Reyes de Granada, por auctoridad Real, usavan en los meses de gran calor y
Estío, beber las Aguas que bevían, enfriadas con Nieve.
En
la siguiente centuria, ya en época morisca, aparecen más noticias sobre el uso
de la nieve granadina, que nos trasladan ciertos viajeros y diplomáticos
extranjeros ya entrado el siglo XVI, como Andrea Navagero (Venecia, 1483-Blois,
1529), en su obra Viaje por España:
A
cinco o seis leguas de Granada hay una elevadísima montaña, que por tener
siempre nieve se llama Sierra Nevada, y no enfría mucho la ciudad en el
invierno, porque está al Mediodía, y en verano la refresca con sus nieves, de
que usan mucho para beber en Granada en los grandes calores (...) Con esta
nieve suelen muchos enfriar agua y vino cuando hace demasiado calor.
Pero
hasta ese momento las nieves de Sulayr tenían un aprovechamiento menor, sin
tener nada que ver con la notable expansión que tendría posteriormente su
comercio a partir de época cristiana.
Volviendo
a las montañas malagueñas, se piensa que inicialmente el aprovechamiento de la
nieve debió ser algo muy puntual en distintos lugares de sus montañas y muy
poco extendido. A la sazón la primera noticia que tenemos sobre la explotación
de este blanco meteoro en nuestras montañas se refiere al Alférez Mayor de
Ronda, Gregorio de Santisteban. Este personaje, que fue un destacado militar en
Flandes, en una fecha tan temprana como 1565 obtuvo del monarca Felipe II la autorización
para la explotación de las nieves de las sierras rondeñas y de sus alrededores:
El Rey por cuanto habiéndonos hecho
relación por parte de Gregorio de Santisteban, mío Alférez de la ciudad de
Ronda, que algunos años acaecía nevar en aquella ciudad y que la nieve que ansí
caía ninguna persona la había acostumbrado a guardar y suplicándonos que porque
quería edificar algunas casas en que se pudiese conservar para que se
aprovechasen de ella en verano los que quisiesen de que se (ilegible)
a beneficio a la dicha ciudad y a los demás de la comarca, le diésemos licencia
para que él y no otras personas por algún tiempo pudiese guardar la dicha nieve
y venderla a la dicha ciudad y su tierra y dos leguas alrededor. Por una mía
cédula firmada de mi mano fecha en Madrid a seis de marzo del año pasado de mil
y quinientos y sesenta y cinco le dimos la dicha licencia por tiempo y espacio
de quince años, con que si alguna la quisiese guardar y beneficiar para su
casa, lo pudiese hacer.
Extracto del pleito entre Gaspar de Mondragón e Isabel de Aguilera de 1580,
donde se recoge la noticia de Gregorio de Santisteban
(Archivo Real Chancillería de Granada)
Este
testimonio documental, sin duda el más antiguo que se conoce hasta la fecha de
la explotación de la nieve en las montañas malagueñas -al menos de forma regulada
y autorizada por el Rey- nos muestra varias cuestiones importantes: primero, la
existencia de un recurso que no era aprovechado por los lugareños o que recibía
un aprovechamiento mínimo, como manifiesta el alférez; en segundo lugar, el
tema de las “casas en que se pudiese conservar” la nieve, o sea, está hablando
de los primeros pozos de nieve que, si hacemos caso al documento, se edificaron
en esa misma fecha, 1565, y posiblemente fuesen los primeros que se implantaron
en las montañas malagueñas con técnicas importadas de no sabemos todavía donde.
En tercer lugar y no menos importante, el área que se reservaba para recoger la
nieve: la tierra de Ronda y dos leguas alrededor de ella, por lo que se invadía
las jurisdicciones de Yunquera y Tolox, lo que a la postre generaría multitud
de litigios, enfrentamientos y problemas gracias a los cuales se generó un gran
volumen de documentación a través de la cual podemos conocer múltiples aspectos
no sólo del negocio de la nieve y su explotación, sino también de la evolución
del clima en la sierra a lo largo de los siglos.
Rápidamente,
tras la iniciativa de Gregorio de Santisteban otros vieron en la nieve un
importante recurso y fuente de grandes beneficios, proliferando las
explotaciones y los pozos; así en 1580 tenemos noticia de como las nieves de la
jurisdicción de Tolox eran explotadas como se ha señalado, por la rondeña Isabel de Aguilera, que
entabló un litigio con el sobrino de Gregorio de Santisteban y heredero del
beneficio de las nieves rondeñas, Gaspar de Mondragón, un apellido que en Ronda no pasa desapercibido. Sin embargo, en Yunquera, las primeras noticias sobre la explotación de la nieve las tenemos en los primeros decenios del siglo XVII.
Conocemos
los centros productores de nieve y sus destinos, así como los procesos de
almacenaje y comercio meridianamente bien, aunque se nos escapan determinados
detalles... En lo que se refiere a las zonas productoras en las montañas
malagueñas, en el sector occidental nos encontramos con los escasos neveros de
la Sierra del Palo y las polémicas pilas del Tunio, estudiados por Manuel
Becerra Parra. A continuación, el sector de la Sierra de las Nieves, la mayor
zona productora de Málaga y la mayor de Andalucía, tras Sierra Nevada (Granada)
y Sierra Mágina (Jaén), en proceso de estudio por Diego Javier Sánchez Guerra, siguiendo
el camino abierto por Juan Bardón Garcés, Andrés Sarriá Muñoz y María Dolores
Pérez de Colosía, que ya han realizado algunos interesantes y pormenorizados trabajos,
especialmente el primero de ellos, y que ha localizado documentalmente
alrededor de tres decenas de receptáculos artificiales y naturales. Hacia el
norte, nos encontramos con los de la Sierra del Jobo, lindes con la provincia
de Granada, que abastecieron a Archidona y Antequera, principalmente. Por
último, hacia el sector oriental, nos encontramos con los neveros y pozos de
nieve de la zona de la Ajarquía, en la Sierra de Tejeda y Almijara, minuciosamente
estudiados y publicados por Rafael Yus Ramos y Purificación Ruiz García. Por
otra parte, según testimonian los investigadores Manuel Becerra Parra y Javier Martos, en Sierra
Bermeja, cerca de Los Reales, se localiza al menos un pozo de nieve, aunque
imaginamos que debió haber más. Se trata de un interesante descubrimiento que
extendería el oficio de nevero a una sierra netamente litoral y a uno de los
espacios naturales más singulares de la Península Ibérica por su naturaleza
geológica. De confirmarse, estaríamos ante el pozo de nieve más meridional de
Europa continental y quizás el único que se encuentra ubicado en un entorno
geológico compuesto por rocas peridotitas. No obstante, entendemos que este
pozo, del que todavía no hemos hallado huellas documentales, debió tener poco
uso a lo largo del tiempo.
Por
otro lado, albergamos la sospecha de que en la zona del Torcal de Antequera,
puntualmente, pudo haber existido algún aprovechamiento de nieve en algunos
momentos determinados, pero esta es una hipótesis que, aunque adelantamos, por
el momento no está confirmada. Por otra parte, no conocemos noticias de la conservación
de nieve en los montes de Málaga y su comercio; su poca altitud (el punto
culminante de la Cresta de la Reina está a 1032 msm) y las influencias marinas
dada su relativa proximidad al mar, habrían creado unas condiciones adversas
que impedirían la eficiente conservación de este meteoro.
En
estos lugares la altitud, el frío y las intensas nevadas dieron lugar a que en
la mayoría de los años en que duró la Pequeña Edad del Hielo, hubiera nieve en
abundancia y que ésta permaneciera en las cumbres a lo largo de muchos meses.
Para que durara más tiempo, para que llegara a la estación estival y a los
meses de más calor en los que era consumida, era almacenada y transformada en
hielo en los llamados pozos de nieve, en arrimadizos (acumulaciones de nieve
prensada en superficie), pucheros (hoyos donde se prensaba y conservaba la
nieve), simas y cuevas. Con todo lo que más abundaba eran los citados pozos de
nieve, de los que hay muchas tipologías en la geografía peninsular e insular;
los que malviven en las sierras malagueñas eran del tipo ventisquero,
que la investigadora Guadalupe Pizarro define como:
...excavaciones
de escasa profundidad, sin cubierta de obra pero protegida por muros,
generalmente semicirculares o circulares, de cierta altura. El muro cerraba una
vaguada o depresión del terreno y servía para aprovisionarse de nieve sin
construir un pozo de almacenamiento propiamente dicho. Este tipo de estructuras
se conserva aún en poblaciones de montaña andaluzas como Valdepeñas de Jaén, la
Sierra de las Nieves en Málaga, y Sierra Nevada.
De
hecho el Puerto de los Ventisqueros, en Yunquera, debe su nombre a la
existencia de cinco o seis de estos pozos de nieve de tipo ventisquero, entre
los que se encuentra uno de los pozos de nieve que más conflictos y litigios
generó entre las poblaciones de Ronda, Tolox y Málaga en la Sierra de las
Nieves: el pozo de la Regierta.
La
nieve tenía una propiedad. En algunos casos era privada, como en la Sierra del
Palo, que pertenecía al Marqués de Cuevas del Becerro, señor de Montejaque y
Benaoján; en otros pertenecía a los concejos de determinadas poblaciones, como
acabó ocurriendo en Ronda cuando los herederos de Gregorio de Santisteban
perdieron sus derechos de explotación de la nieve, o la ciudad de Málaga, que
desde el siglo XVII al XIX tuvo la propiedad de la explotación de las nieves y
pozos de Yunquera y que previamente
había estado en manos de la familia de Juan Clavero de León, de Archidona, que habían arrendado previamente los derechos de explotación de parte de Andalucía al empresario de origen catalán Paulo Charquías/Pablo Xarquíes -autorizado por Felipe III a principios del siglo XVII para la explotación de todos los hielos del reino- pero esa es otra historia en la que no vamos a entrar para no enredarnos más y salirnos de nuestro tema. Consultadas
las fuentes documentales se observa el interés que tienen los consejos de las
poblaciones más importantes en monopolizar la explotación de las nieves para
sacarla pública subasta, dados los buenos beneficios que reportaba.
El
procedimiento era muy similar en casi todos los lugares: los ayuntamientos o concejos
abrían un plazo para recibir las ofertas o posturas al abasto de la nieve. Las
personas interesadas, bajo las condiciones impuestas por los municipios y que
afectaban a precios, lugares de venta, condiciones de abastecimiento... hacían
sus propuestas económicas, incluyendo, en algunas ocasiones, determinadas cláusulas
como que se les entregara los pozos limpios -cosa que ocurría en contadas
ocasiones- y que los caminos serranos por donde transitaran las bestias
cargadas de hielo estuvieran arreglados.
El
abastecedor de la nieve o nevero cuya postura era aceptada debía organizar la
limpieza de los pozos, las contrataciones de personal para las tareas de
almacenaje de nieve, el transporte desde las montañas hasta las ciudades y su distribución
en éstas, realizar el abono de los múltiples impuestos y gravámenes... lo que
suponía cubrir unos enormes gastos con su propio capital. En la montaña y tras
las primeras nevadas, buscaba capataces y peones que llenaran los pozos de
nieve, las simas y cuevas, que conformaran los arrimadizos... para su posterior
apertura en la época de mayor consumo, que era durante el período estival. Los
pozos se llenaban de nieve que se prensaba con pisones de madera para
transformarla en hielo en capas de un grosor regular separadas por paja hasta
conformar una semiesfera que se recubría de materia vegetal comprimido, tierra
muy apisonada y, en el caso específico de los pozos de la Sierra de las Nieves,
se cubría con esteras de esparto para una mayor protección, como hemos tenido
ocasión de comprobar en distintas ocasiones en las fuentes documentales. Un
detalle hasta el presente poco conocido y que ya observó en su momento Juan
Bardón Garcés en su estudio. La labor de recogida y llenado del pozo era
realizada por una serie de peones dirigidos por un capataz de la nieve.
En
el momento de la apertura de los pozos adquirían su protagonismo los arrieros,
que debían llevar grandes cargas de hielo a los destinos requeridos en un
periplo que podía durar de una a varias jornadas. El hielo era extraído en
bloques por la tarde-noche bajo la supervisión del capataz -que verificaba el
peso de las piezas- cuando las temperaturas eran menos rigurosas, y cargado en
bestias que los llevaban a lugares a veces muy distantes, como veremos. La
carga de los bloques de hielo se hacía en serones en los que se introducía paja
muy fina llamada tamo -que en muchos casos se obtenía de las eras según los
testimonios orales a los que hemos tenido acceso- y se envolvía en mantas, para
preservar mejor la carga y protegerla del calor.
Las
altas temperaturas unida a la duración del viaje hacía que la carga se fuera
derritiendo poco a poco, llegando a su destino sólo una porción de lo inicialmente
cargado y haciendo aumentar el precio del producto. Los riesgos de los arrieros
no sólo lo entrañaban los calores, pues la caída de una o varias bestias de
carga podía dar al traste con toda la mercancía provocando grandes pérdidas y
no olvidemos, por otra parte, que algunas de las sierras estaban infestadas de
bandoleros, por lo que los transportistas iban en grupos más o menos numerosos
a los que en ocasiones se solía sumar algunos viajeros que han dejado en
algunos relatos ciertas informaciones relacionadas con los arrieros del hielo.
De tal forma entre los siglos XVII y XVIII, para el abastecimiento de grandes
ciudades como Cádiz o Málaga, se formaban cuadrillas de arrieros que conducían
decenas y decenas de bestias cargadas de hielo todos los días. Una vez llegados
a su destino, la carga se introducía en pozos urbanos y neverías desde los que
era distribuida a comerciantes, médicos, heladeros, botilleros... Como curiosidad señalar que para el abasto de hielo a la ciudad de Cádiz en verano, entraba cada día un convoy de alrededor de ochenta bestias, unas cargadas con hielo, otras de refresco, otras con vituallas... procedentes de la Sierra de las Nieves y de otros lugares como la Sierra del Palo o la Sierra de Grazalema, que tardaban varios días en llegar desde sus lugares de procedencia.
La
nieve de la Sierra de las Nieves alcanzó distintos y distantes destinos; la
procedente de Yunquera abastecía íntegramente a la ciudad de Málaga, al menos hasta principios del siglo XIX en que pasó a gestionarse por el Ayuntamiento de Yunquera; las de
Ronda y Tolox, se dirigieron a otros lares como Ronda, numerosas poblaciones de
Cádiz (Cádiz, Olvera, Jerez de la Frontera, Tarifa, Algeciras...) y Sevilla (Sevilla,
Marchena, Osuna, Carmona...), así como la propia Gibraltar. Incluso logró
atravesar el Estrecho y en frecuentes ocasiones abasteció a la ciudad de Ceuta.
Las nieves de la Sierra del Palo, sumadas a las de Grazalema, también buscaron
destinos gaditanos, principalmente, aunque también llegó a alcanzar poblaciones
sevillanas. Las nieves del Jobo iban a parar a Archidona y Antequera, primordialmente,
mientras que las de la Ajarquía, de las que le botánico Edmund Boissier nos ha
dejado un detallado relato, tenía Vélez-Málaga y otros núcleos costeros como
principales destinos. En algunas ocasiones puntuales llegó a abastecer a la ciudad
de Málaga cuando las de Yunquera no fueron suficientes para cubrir la demanda. Sobre
los neveros que existían en este lugar y el negocio de la nieve en Canillas de
Aceituno nos da buena cuenta de ellos el botánico Edmond Boissier en su visita realizada
hacia 1837:
…a
solo trescientos pies por debajo del punto culminante; hay allí unas bandas
calizas horizontales entrecortadas por grietas y fracturas parecidas a las que
se observan en algunos puntos del Jura; se ha aprovechado esta exposición fría
y elevada para establecer unos ventisqueros. Son sencillamente unas cavidades
circulares de unos diez o doce pies de diámetro y seis de profundidad, en las
cuales se almacena la nieve durante el invierno; se cubre después, primero con
ramas, después con tierra, y se conserva así todo el verano. Un buen número de
ventisqueros estaban dispuestos en los alrededores, unos abandonados, otros
llenos o en explotación.
Principales destinos del hielo de la Sierra de las Nieves entre los siglos XVI-XIX
(Elaboración propia)
Los
usos de la nieve
y el hielo
En
el caso del macizo montañoso compartido por Yunquera, Ronda y Tolox llegó a ser
tan sumamente importante la explotación y el comercio de la nieve que aunque
los lugareños de cada localidad conocían este lugar por Sierra Blanca de Tolox
o Sierra Blanquilla, los toloxeños; Sierra de Ronda, los rondeños; y Sierra de
Yunquera o Sierra Nevada de Yunquera, por los yunqueranos, entre otras muchas
denominaciones que no podemos traer aquí, empezó a ser conocida como Sierra de
la Nieve o Sierra de las Nieves, especialmente por los malagueños, porque de
allí procedía el hielo procedente de la nieve que se consumía en la ciudad.
La Sierra de las Nieves en un dibujo de 1782
(Medina Conde)
Otro
topónimo relacionado con la nieve que se impuso con el tiempo es el de Maroma.
Al parecer el punto culminante de Sierra Tejeda y Almijara recibe este nombre
por la maroma o cuerda gruesa de gran resistencia que se empleaba para extraer
la nieve de la sima del mismo nombre.
En
la Antigüedad el uso más extendido que había tenido la nieve y el hielo era con
funciones médicas (reducir inflamaciones, luchar contra la fiebre, calmar
dolores...) y secundariamente gastronómicas (conservar alimentos, enfriar
bebidas...). Andado el tiempo la finalidad gastronómica se fue ampliando y
diversificando pues a la conservación de alimentos y el enfriamiento de
bebidas, siguieron la elaboración de helados, sorbetes, bebidas refrescantes...
En el siglo XVIII en Málaga había diversos puestos donde se vendía hielo que se
adquiría para elaborar helados, enfriar bebidas, elaborar refrescos como la
aloja, para usos médicos (reducir inflamaciones, fracturas, rebajar las
fiebres...),... y es que en momentos de grandes epidemias los concejos
municipales se preocuparon de que el hielo no faltara a los enfermos para
combatir las fiebres y evitar que se propagaran las enfermedades y afectaran a
más población, como hemos tenido ocasión de ver en algunos documentos
archivísticos. El consumo de hielo aumentaba en la ciudad cuando se celebraba
alguna festividad, había más actividad en el puerto o se declaraba alguna
epidemia.
En
la actual plaza de la Judería, junto a calle Granada, hubo uno de estos almacenes
de hielo urbanos, que las fuentes documentales para el caso de Málaga llaman “entamaderos”
(posiblemente derivado de la palabra tamo antes citada, siendo lugares donde la nieve quedaba
cubierta de tamo o entamada para su conservación) y no pozos, como en otros
lugares (Sevilla o Cádiz, donde dieron lugar a nombres de calles y plazas), en
los que se expedía el hielo procedente de la Sierra de las Nieves y en menor
medida, los años que no nevaba en ésta o en que las nieves eran escasas, de
Sierra Tejeda y Almijara o incluso de Sierra Nevada. El nombre de plaza del
Pozo de la Nieve se barajó para este espacio, pero finalmente se impuso el de
Plaza de la Judería, más mediático y acorde con las finalidades turísticas y especuladoras del
lugar y la imagen que pretende vender la ciudad de Málaga en los últimos años
como destino pretendidamente ligado a lo "cultural", que que verdaderamente va ligado a un turismo masivo, especialmente de cruceristas, donde lo "cultural" se ha mercantilizado in extremis.
Eran
tales las ganancias que en ocasiones reportaba a la ciudad de Málaga el hielo
que sacaba al abasto que a veces se empleaba en determinadas obras de
infraestructuras, como ocurrió en 1647, donde tenemos noticia que los beneficios
del pozo de Porticati (Yunquera) se invirtieron en las obras de construcción
del muelle de la ciudad, parte del cual ha salido a la luz recientemente con
las obras del metro y de remodelación de la Alameda Principal.
El puerto de Málaga en el siglo XVII.
Alonso de Oviedo
El
fin de los neveros y
de los pozos de nieve
Desapareció
la nieve y desaparecieron el oficio de nevero, la cadena de comercio y abastecimiento,
las interminables procesiones de bestias cargadas de hielo, los arrieros, los
pozos y ventisqueros, los hombres de la nieve, la memoria de los paisajes
neveros, del oficio y sus técnicas... No sólo podemos achacar su desaparición
al cambio del clima con el aumento de las temperaturas andado el siglo XIX y el
inexorable retroceso de las nieves, porque la llegada del frío industrial en
esa misma centuria a las grandes ciudades supuso un importante varapalo al
negocio de la nieve y el hielo naturales a nivel nacional. Además, los médicos
del XIX ya veían que el hielo procedente de las montañas en algunas ocasiones,
más que ayudar a sanar, contribuían a propagar las infecciones cuando no
provocaba otras, porque era recogido, almacenado y transportado de forma poco
higiénica. En los galenos del siglo XIX se fue percibiendo ese hielo de las
montañas como algo más negativo que positivo.
No
tenemos una fecha fija del final de la actividad en las montañas malagueñas
porque el oficio fue languideciendo, muriendo poco a poco. En la Sierra de las
Nieves, donde parece que la actividad perduró más tiempo, se viene aceptando el
año de 1.930 como el último en que se llenó un nevero en el puerto de los
Ventisqueros, en Yunquera, según testimonio del último nevero yunquerano:
Miguel Macías Doña (1908-2006), recogido por Miguel Merchán Toledo. Sin
embargo, algunas fuentes orales apuntan a que su comercio se mantuvo en años
posteriores, muy avanzada la década de los cuarenta del siglo XX, pero ya prácticamente
de forma marginal buscando como destino algunos pueblos no muy distantes para
sus fiestas estivales y en no pocas ocasiones como distracción para ocultar la
verdadera mercancía de contrabando, de extraperlo, en el Tiempo de la Jambre,
en los durísimos años de posguerra.
Por
otro lado, los pozos de nieve no son sólo restos de un oficio perdido, un
patrimonio cultural que atesora técnicas de construcción y explotación con
miles de años de tradición en proceso de declive a merced de la vegetación, la
meteorología, el olvido... también son un valioso indicador de los cambios
climáticos a lo largo del tiempo tal y como hemos tenido oportunidad de
comprobar en la Sierra de las Nieves, donde los pozos más antiguos eran los que
en la actualidad se encuentran en las cotas más bajas, como el restaurado de
los Corrales, en el Puerto del Saucillo, o el de Porticate, en el paraje del
mismo nombre y aún por localizar, pues cuando subieron las temperaturas, la
nieve se fue quedando en las zonas más elevadas, donde hubo que edificarse
otros pozos o ventisqueros mientras dejaban de usarse los anteriores.
La
nieve fue un bien caro al principio, cuando empezó a despegar el negocio, pero con
el tiempo logró estar al alcance de amplias capas de la sociedad y reportó unos
enormes beneficios a los neveros, a los comerciantes del abasto de la nieve, a
pesar de que se quejaban continuamente del poco rendimiento que decían obtener.
Del comercio de la nieve “negra” o de contrabando, nada sabemos, pero en la
picaresca España de El Lazarillo de Tormes y de Rinconete y
Cortadillo, sospechamos que debió ser importante porque en algunos
contratos de abasto, especialmente en Málaga, se prohibía a los neveros vender
la nieve que sobrase en otros destinos y que no iba a consumirse en Málaga. Por
tanto, creemos que en no pocas ocasiones el nevero comunicaba a la ciudad de Málaga
unas cantidades de hielo almacenadas menores a las que habría en realidad, para,
con ello, poder disponer de cierta mercancía para vender de contrabando a un
precio libre y no limitad por el cabildo malagueño evitando también el pago de
tasas e impuestos y extrayendo unos mayores beneficios, en parte no declarados.
Del
negocio de la nieve extraían pingües beneficios las más de las veces los
neveros, las ciudades y la Hacienda Real vía impuestos porque era un producto
sometido a muchos gravámenes, pero lo cierto y claro es que los trabajadores de
a pie, los que se ocupaban de recoger la nieve, llevarla pesadamente en sus
espaldas a los pozos y comprimirla, obtenían muy poco salario, pues se
encontraban muy mal pagados y trabajaban en unas condiciones de frío extremo y
sin preparos adecuados.
Apenas
han quedado huellas perceptibles de lo que realmente fue una actividad
económica de gran importancia en gran parte de la montaña malagueña: malviven algunos
pozos devorados por la vegetación y los sedimentos, fagocitados por el olvido (realmente
pocos si hacemos caso a los recogidos en las fuentes documentales), aunque en
el Parque Natural Sierra de las Nieves podemos contemplar dos de ellos
restaurados por los responsables del Parque Natural; algunas casuchas, pero
nada de las numerosas chozas que hubo y que sirvieron de refugio a los neveros
junto con algunos abrigos y determinadas pequeñas cuevas, que aparecen
mencionadas con frecuencia en las fuentes documentales y en los testimonios escritos de viajeros, botánicos y estudiosos. Menos asociados al comercio
de la nieve son muchos de los senderos que llevaban a los pozos y que debían
empedrarse por el enorme tránsito de mercancías, no sólo de hielo, también
carbón, leña... y que hoy día se mantienen “vivos” gracias a los grupos de senderistas.
En el Parque Natural Sierra de las Nieves todavía podemos apreciar algunos de
ellos.
Pero
la huella de los neveros va mucho más allá, pues es también literaria y
documental; muchos cronistas, viajeros y botánicos recogieron el trabajo de los
neveros en sus escritos, como Simón de Rojas Clemente, Edmund Boissier, Francis
Carter... pero muy especialmente el primero de ellos nos ha trasladado datos de
gran interés, y en los archivos históricos de muchas poblaciones podemos
encontrar una preciosa información sobre el abasto y el suministro de la nieve,
su comercio, los conflictos que generaba su aprovechamiento.... Junto a las
fuentes literarias y documentales también debemos destacar las orales,
recogidas, en el caso de la Sierra de las Nieves, a través de algunas
entrevistas realizadas a neveros y arrieros hace más de dos décadas en un
proyecto que puso en marcha la Mancomunidad de Municipios de la Sierra de las
Nieves y su Entorno dirigido por su gerente, Tomás Rueda Gaona, y que hoy día
son una auténtica joya documental. Quizás sean estos los únicos testimonios orales
de neveros y arrieros que trabajaron con la nieve, aunque ya de forma tardía,
inmortalizados en cintas magnetofónicas.
El
oficio de nevero pervive en algunos países de América del Sur, donde se le
conoce como hielero porque el comercio se sostenía en la extracción de
hielo natural de las altas montañas, de viejos volcanes adormecidos, y su
acarreo a los puntos de consumo. En esas regiones los pozos de nieve no eran
muy frecuentes. Allende el mar los conquistadores hispanos llevaron la tradición
de la explotación y consumo de la nieve, así como las técnicas de conservación,
y trajeron de vuelta a Europa recetas de helados hechos a base de frutas
exóticas. Entre ellos hubo un malagueño natural de Mijas, Miguel de Agustín de
Olmedo y Troyano (padre de José Joaquín Eufrasio de Olmedo y Maruri, abogado,
político, poeta y prócer de la patria ecuatoriana) que detentó el abasto de la
nieve durante varios años en la ciudad ecuatoriana de Guayaquil durante la
segunda mitad del siglo XVIII, donde sabemos que construyó cuatro pozos en la Ciudad
Vieja para la conservación del hielo procedente del volcán del Chimborazo.
La
desaparición de este oficio en nuestras tierras anunciaba tempranamente la
muerte o retroceso de otros oficios tradicionales de las sierras malagueñas
arrollados por el progreso y por los profundos cambios socio-económicos que
se despegaron tras la Segunda Guerra Mundial y las consecuencias de la brutal expansión del ciclo del petróleo, cuyos efectos llegaron
tardíamente a una España lastrada por una dictadura de cuatro devastadoras
décadas, tales como el de espartero, el de carbonero, el de leñador, el de
arriero, cabrero, apicultor... Así, en las últimas décadas, la montaña
malagueña ha ido perdiendo gran parte de sus formas de vida, gran parte de su
identidad y cultura, gran parte de su componente humano...
Un
antiguo trabajador de la nieve de Yunquera, Francisco Sibajas, Catarrito,
resumía el final de un oficio y de una época con estas sencillas palabras:
Un
día vino uno con gaseosa y helados... y se acabó el ir al ventisquero.
El yunquerano Francisco Sibajas, Catarrito,
uno de los últimos trabajadores de la nieve.
(Foto familia Sibajas)
Un saludo y hasta la próxima entrada.
© Diego Javier Sánchez Guerra
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