¿Adónde vamos cuando nos morimos?
¡Buena pregunta! La respuesta, si es que sólo hay
una, es harto difícil de responder, quizás sea la más difícil de contestar…
Para algunas culturas, como la cristiana, la muerte es un paso más, un tránsito
que en función de cómo nos hayamos portado en vida nos conduce al Cielo, al Infierno o al Purgatorio; para
los musulmanes tras la muerte y si se ha sido bueno en vida, el más allá es un
rico y extenso jardín lleno de huríes, árboles, frutales en abundancia y donde confluyen cuatro ríos:
uno de leche, uno de miel, uno de agua y el último, como no podría ser de otra
manera, de vino ( …habrá en él arroyos de agua
incorruptible, arroyos de leche de gusto inalterable, arroyos de vino, delicia
de los bebedores, arroyos de depurada miel - Sura 47.15) ; para otras culturas, tras la defunción sucede la reencarnación
en otras personas o en animales. Sin embargo para muchas otras personas mucho
más escépticas, tras la muerte no existe
nada, nuestros cuerpos se descomponen y desaparecen…
Pero en todas y cada una de las
culturas humanas desde el hombre de Neanderthal hace centenares de miles de
años, se da sepultura a los muertos de las comunidades humanas de muy distintas
maneras. Lo normal es que fueran inhumados en determinados lugares, en muchas
ocasiones de forma colectiva como en época Prehistórica en ciertas regiones, en
dólmenes donde introducían multitud de cuerpos durante generaciones o en
enterramientos individuales, las cistas o “cajas de piedra”. Aunque avanzado el
tiempo muchas culturas comenzaron a incinerar a sus fallecidos para luego
introducir sus cenizas en urnas que posteriormente
eran enterradas (costumbre que se está recuperando).
En algunas civilizaciones se momificaba al finado (procedimiento normalmente reservado a aristócratas y personas acaudaladas), como en el caso egipcio, introduciéndolos en majestuosas tumbas, o el peruano, subiendo las momias a las montañas, a miles de metros de altura. Los romanos, por ejemplo, podían inhumar o incinerar a sus fallecidos; en el caso de las inhumaciones solían colocarle varias monedas en ojos y boca para pagar el peaje al barquero Caronte en el más allá, el que trasladaba las almas en su barca a través de la laguna Estigia o río Aqueronte, según las distintas interpretaciones. Otros eran incinerados y sus cenizas depositadas en urnas que se colocaban en unas torres con multitud de pequeños nichos. A alguien en la antigüedad le debió parecer que estas estructuras se parecían demasiado a los palomares, por lo que empezaron a llamarlos columbarios, que es lo que significa esta palabra en latín. Dada la reciente costumbre en nuestra cultura de incinerar a los nuestros, muchos cementerios se están proveyendo de espacios para depositar las urnas.
Dolmen del Tesorillo de la Llaná, en Alozaina, un sepulcro colectivo prehistórico
En algunas civilizaciones se momificaba al finado (procedimiento normalmente reservado a aristócratas y personas acaudaladas), como en el caso egipcio, introduciéndolos en majestuosas tumbas, o el peruano, subiendo las momias a las montañas, a miles de metros de altura. Los romanos, por ejemplo, podían inhumar o incinerar a sus fallecidos; en el caso de las inhumaciones solían colocarle varias monedas en ojos y boca para pagar el peaje al barquero Caronte en el más allá, el que trasladaba las almas en su barca a través de la laguna Estigia o río Aqueronte, según las distintas interpretaciones. Otros eran incinerados y sus cenizas depositadas en urnas que se colocaban en unas torres con multitud de pequeños nichos. A alguien en la antigüedad le debió parecer que estas estructuras se parecían demasiado a los palomares, por lo que empezaron a llamarlos columbarios, que es lo que significa esta palabra en latín. Dada la reciente costumbre en nuestra cultura de incinerar a los nuestros, muchos cementerios se están proveyendo de espacios para depositar las urnas.
Momias peruanas en una vieja fotografía
La amojamada momia del faraón Ramsés II
Representación de Caronte en una antigua lápida sepulcral griega
Antiguo columbario romano en Jerusalén
En la cultura musulmana, por
ejemplo, los entierros son muy sencillos; en teoría los finados no llevan
ajuares ni nada que pueda distinguir su condición social en vida: son envueltos
en un sudario e inhumados de lado, con la cabeza mirando a la ciudad santa de
La Meca.
Mucho más exóticos son los
enterramientos en altura de algunas regiones de China, donde se colocan los
féretros de madera claveteados en las paredes de los barrancos aprovechando
salientes de la roca o apoyándolos en recias vigas de madera, o los tibetanos
“entierros en el cielo” o “funerales celestes”, donde los finados son
despojados de su carne y sus huesos machacados para que los buitres los devoren
y continuar así con el ciclo de la vida.
Sencillas tumbas islámicas en el norte de Marruecos
Tumbas colgantes en China
Funeral celeste en Tíbet
Sin embargo, a pesar de las
diferencias, todas las culturas a lo largo de la historia han creado unos
espacios dedicados a sus muertos, ya sea para enterrarlos o depositar sus
cenizas, unos lugares para dejar los restos de los fallecidos, un espacio para
los muertos a los que nosotros llamamos cementerios. La palabra cementerio
proviene de la palabra griega koimetérion, que viene a significar dormitorio o
lugar de descanso por que para la cultura cristiana en los cementerios se
descansaba, se dormía hasta el momento en que llegara la resurrección. Otra
palabra empleada para denominar a los cementerios, entre otras, es camposanto. El
origen de este término hay que buscarlo en la ciudad italiana de Pisa donde uno
de sus cementerios que quedó absorbido por el crecimiento de esta bella ciudad,
para evitar epidemias, fue cubierto con tierra procedente de los lugares santos
de Jerusalén traída expresamente en barcos.
Monda tiene tres cementerios. Si
tres. No te sorprendas si eres mondeño o mondeña y piensas que está el de toda
la vida -el de la Virgen del Carmen en calle Camposanto- o el de San Roque, el
nuevo, el de Alpujata. Hay uno más… En la iglesia de Monda, en su subsuelo y
cabecera hay también otro cementerio. Se trata del primer cementerio cristiano
de Monda que ha salido a la luz, al menos parcialmente, en varias ocasiones:
cuando se ha remodelado alguna casa del entorno, cuando se ha arreglado alguna
de las calles cercanas, cuando se reedificó el Ayuntamiento hace algunos años…
aparecieron restos óseos humanos que, sin más, fueron arrojados a la
escombrera. Sin embargo fue durante las obras de restauración de la iglesia de
Monda en los años noventa donde aparecieron multitud de tumbas, sepulturas y
enterramientos en su subsuelo. Aunque en su momento el hallazgo causó sorpresa,
miedo y desconfianza, hemos de señalar que los enterramientos bajo los templos
y su entorno se venían realizando desde los primeros años del cristianismo.
Estar enterrado en una iglesia o sus alrededores daba proximidad con la deidad
y si no garantizaba la salvación eterna del alma, al menos ayudaba más a
conseguirlo. No sabemos dónde se encuentran los restos que aparecieron durante
los trabajos de restauración de nuestra parroquia y cómo se desarrolló el
procedimiento de exhumación de los mismos. Tampoco sabemos si sólo aparecieron
tumbas dispuestas bajo el pavimento o si se localizaron algunos panteones
subterráneos que podían albergar varios cuerpos…
Interior de la iglesia parroquial de Santiago
Interior de la iglesia de Monda durante los trabajos de restauración. Bajo el enlucido aflora su estructura de ladrillo de barro cocido, arcos de carga y mechinales
Por otra parte tenemos constancia
por documentación de finales del siglo XV y principios del XVI que la iglesia
se construyó sobre una mezquita, la denominada mezquita del arrabal. Pero lo que no sabemos es si durante las
referidas obras de restauración de la iglesia, cuando se remozaron el pavimento
y los cimientos, aparecieron restos de la misma…
Dentro de la iglesia de Monda,
como en cualquier otra, los enterramientos se disponían en función de la
condición económica y social de cada finado. Las personas más pudientes se
enterraban en las proximidades del altar mayor o incluso bajo éste, y el resto
se iba distribuyendo por el resto del templo alejándose más de los espacios más
importantes, como el mencionado altar mayor o las capillas, en función de las
disponibilidades económicas. El pueblo llano, la gente humilde, los jornaleros,
braceros, cabreros y trabajadores del campo con menos recursos, se enterraba
fuera de la iglesia, alrededor de la cabecera pues la desigualdad, que nos
encuentra en la vida, nos persigue y acompaña más allá de la muerte… En el
exterior del templo, hacia la cabecera, hay una hornacina en una pared que
alberga una vieja cruz de madera cuyos brazos se rematan en unos apliques
metálicos decorativos y se acompaña por dos farolillos. Junto a ella una placa
en baldosines cerámicos verdes con letras blancas recoge su nombre: Cruz del
Carnero, cuyo entorno se encuentra afeado principalmente por el cableado
eléctrico. Junto a ella había un estrecho acceso a este camposanto que con el
tiempo fue tapiado. Hoy día la zona exterior de la iglesia es un cuidado jardín
donde florecen rosas, lirios y otras flores.
Cruz del Carnero
Primer plano de la Cruz del Carnero
Bueno ¿Y antes de la llegada de
los cristianos dónde se enterraba la gente? En algún lado tendrían que hacerlo
¿No? ¿O es que se los comían? ¡Noooo! Lo que ocurría mientras que en Monda habitó la
cultura musulmana es que existieron repartidos por el territorio varios
pequeños cementerios, varios almocaberes como lo llaman las fuentes
documentales, donde depositaban los restos de los finados musulmanes. Lo normal
es que estos cementerios estuvieran junto a los caminos de acceso a las
poblaciones. Esta es otra historia que merecería un capítulo aparte pero que
por el momento no nos podemos detener.
No es hasta el siglo XVIII que el
monarca Carlos III emite una Real Cédula (de 3 de abril de 1784) en la que
prohíbe los enterramientos en las iglesias por razones higiénicas y sanitarias;
el mal olor, el altísimo riesgo de epidemias e infecciones… hace que la
autoridad real ordene la construcción de cementerios en las afueras de los
pueblos, alejados de los núcleos de población. A este mandato no se le hizo
mucho caso porque la costumbre de enterrarse en las iglesias estaba
profundamente arraigada y a la institución eclesiástica le reportaba unos
interesantes ingresos ya que cobraba por los enterramientos en su
interior. No es hasta principios del
siglo XIX que empieza a cumplirse la norma. Desconocemos la fecha de
construcción del cementerio de Monda pero sabemos que ya existía en 1845 por un
documento fechado en esos momentos, el Diccionario Geográfico y Estadístico de España y sus posesiones de
Ultramar de Pascual Madoz. En aquella época se encontraba a las afueras de
Monda, alejado de las viviendas. Hoy día y debido al crecimiento urbano de las
últimas décadas, el cementerio ha quedado integrado en el casco urbano.
Imagen aérea de nuestro cementerio
Imagen del cementerio de Monda tomada en la primera mitad del siglo XX. Se observa la poca cantidad de nichos, que se concentran en dos cuerpos elevados, y una gran porción de pared completamente vacía. Tampoco se ven los enormes cipreses que hay actualmente y la entrada por calle Hospital es inexistente. A la derecha destaca la Ermita de los Dolores, de la actualmente que sólo se conserva la torre bastante mutilada y sobre la que volveremos en una próxima entrada porque tiene una historia digna de ser contada y conocida por los mondeños
Nuestro camposanto se encuentra
bajo el amparo de la Virgen del Carmen. La Virgen del Carmen es la protectora
de los marineros ¿Cómo es posible que tenga su lugar en una tierra de secano,
tan lejos del mar? Pues muy sencillo. La Virgen del Carmen (que recoge tradiciones paganas de culturas antiguas) acompaña con su luz a las
almas de los fallecidos para que no se pierdan en el tránsito hacia el otro
mundo. Era lógico que con el tiempo y desde muy antiguo los marineros la
veneraran y adoraran por su papel de guía, para que no se perdieran en el mar y
los guiaran a buen puerto. En este sentido no hay que desdeñar la relación,
lejana, eso sí, del barquero Caronte, que como se ha dicho anteriormente
conduce las almas de los finados a través de la Laguna Estigia o el río
Aquerón.
Cementerio de Monda en la noche de Difuntos
Volviendo a nuestro cementerio,
su planta es rectangular, estrecha y alargada en disposición decreciente al
adaptarse a un terreno inclinado, lindando en sus lados menores con la calle
Málaga en la parte más baja y con la calle Hospital en la parte más alta. Sus
muros son bastante gruesos, de mampostería, posteriormente enlucidos y rematados a dos aguas. En algunas zonas se ha recrecido su altura con el tiempo para dar cabida a más nichos. No
sabemos si siempre tuvo estas dimensiones y esta disposición o si, por el
contrario, era más pequeño y se fue ampliando con el tiempo y con el aumento de
“residentes” que a lo largo del tiempo iba proveyendo la Parca. Bien pudiera
ser así. De cualquier forma su crecimiento sería tanto a lo ancho como a lo alto para amortizar lo más posible el espacio.
Tapia exterior del cementerio donde se aprecia como los nichos han crecido más que ésta
En el interior los nichos se
distribuyen por las paredes y por una serie de isletas. Los más antiguos tienen
el techo levemente abovedado mientras que los más modernos son cuadrangulares.
También podemos encontrarnos algunos escasos mausoleos. Las lápidas más
modernas visten mármoles negros y blancos brillantes, relucientes, con letras
grabadas o letras metálicas insertadas, con figuras sacras, elementos
arquitectónicos decorativos como pequeñas columnas y frontones, fotografías….
Mientras que las más antiguas son muy sencillas y de similar factura. Suelen
ser de roca oscura pulida donde se esgrafía alguna imagen sagrada junto al
nombre del finado y su fecha de deceso. Éstas lápidas acusan mucho más el paso
del tiempo y suelen encontrarse más deterioradas.
Interior de nuestro cementerio
Una de las viejas lápidas
Antiguo panteón familiar
En función de su inclinación se
pueden diferenciar tres espacios; uno más bajo, de cara a calle Málaga, al que
se accede por la puerta principal situada en calle Camposanto. Le sigue uno
algo más alto que se sitúa en el centro del rectángulo alargado. Finalmente uno
superior que da a calle Hospital, donde hay una entrada secundaria y una
pequeña habitación que antaño se dedicaba a las autopsias. El osario, lugar
donde iban a parar todos los huesos de los fallecidos tras vaciarse sus nichos
para reutilizarse, también está en este espacio, a nivel del suelo. Tiene una
vieja portezuela metálica pintada en negro con una cruz de hierro en relieve y
recuerdo que cuando era niño, me aterrorizaba.
La puerta del osario
Entre la decoración vegetal, no
muy profusa, destacan unos enormes y esbeltos cipreses que sobresalen ampliamente del
conjunto apuntando al cielo. Los cipreses son unos
habitantes comunes en los cementerios peninsulares que avisan, en la lejanía,
del lugar de residencia de los muertos. La tradición señala que ya los romanos
los empleaban en sus enterramientos porque la forma piriforme de su copa apunta
al cielo, al camino de las almas. Otras tradiciones más mundanas señalan que su
olor ahuyenta a las ratas para que dejen en paz los cuerpos ¡A saber! Cierto es
que son unos árboles muy resistentes y longevos que desde antiguo se ligan a
cuestiones espirituales.
Los cipreses destacan sobre el conjunto
La puerta de acceso principal al
cementerio se encuentra en la calle Camposanto. Se trata de un vano adintelado
rematado por un sencillo frontón con tejado a cuatro aguas cubierto por tejas
vidriadas en verde. Sobre éste se coloca una cruz de hierro fundido
profusamente decorada insertada en una esfera de cerámica. Se alza sobre un
angelote triste, con la cabeza levemente virada a su derecha, con alas
levemente extendidas y las manos unidas en posición orante y que se remata con
un pequeño doselete inspirado en el estilo gótico. En el crucero de la misma
nos encontramos algunos símbolos de la Pasión, como los tres clavos de la
Crucifixión que se enmarcan por una corona de espinas. Los brazos de la cruz se
rematan con orlas decorativas un tanto recargadas. No sabemos si esta cruz fue
puesta cuando se abrió el cementerio o más
adelante y desconocemos su procedencia. Tampoco sabemos si fue donación de una
familia o, por el contrario, iba en el presupuesto de la obra inicial.
Puerta principal de acceso
Cruz a la entrada del cementerio
Detalle del ángel
Sobre la puerta de entrada
principal y con piezas cerámicas hayamos las palabras CEMENTERIO MUNICIPAL,
con fondo verde y con las letras en blanco y sobre éstas, una imagen de la
Virgen del Carmen con el Niño Jesús amparada por dos farolillos colgantes que
se rematan por sendas cruces.
Esta imagen fue elaborada artesanalmente
en los talleres sevillanos de MENSAQUE RODRÍGUEZ Y CÍA, tal y como aparece en el ángulo superior izquierdo de la imagen. Estos
talleres se inauguraron en 1917 y se fueron ampliando y cambiando de ubicación
gracias al aumento de la demanda de sus trabajos. La empresa, de la que había
salido desde piezas sencillas y comunes hasta espectaculares composiciones,
cerró en el año 2006 y a lo largo de su historia trabajó con grandes artistas
del ramo. La escena nos presenta una Virgen del Carmen ataviada con los hábitos
carmelitas (la Virgen del Carmen es la patrona y protectora de la Orden
mendicante de los Carmelitas) con un manto blanco que le cubre de la cabeza a
los pies, coronada y sentada, sobre cuya rodilla izquierda y acomodado sobre un
cojín rojo, se encuentra el Niño Jesús con los pies cruzados, desnudos. El
pequeño viste una túnica blanca. En las manos ambos portan unos escapularios
(hábitos carmelitas en miniatura que pueden llevar los devotos para mostrar su
consagración y devoción a la Virgen del Carmen). En la base de la imagen, en
letras mayúsculas, se recoge su nombre: NTRA. SRA. DEL CARMEN. Lástima que no
aparezca o se distinga la firma del artista.
Detalle de la Virgen del Carmen de la entrada principal
La Virgen con el Niño Jesús
No sabemos cómo llegó esta imagen
al cementerio. Desde luego que no se colocó en el siglo XIX así que es posible
que se instalara durante una reforma en el siglo XX o, sencillamente, fuese una
donación de alguna familia local. Tampoco sabemos de la fecha de su
elaboración, pero observando otras obras similares procedentes del taller
MENSAQUE RODRÍGUEZ Y CÍA, como la imagen de Nuestra Señora del Carmen realizada
por el artista José Macías Macías para la Hacienda Fuente de la Higuera
(Sevilla), de la década de los cuarenta del siglo pasado, podemos pensar que
nuestra imagen pudiera haberse realizado entorno a esas fechas o, quizás, poco
más tarde. Es probable que la imagen de nuestro cementerio se inspire en la
realizada por José Macías Macías dadas las evidentes similitudes.
Virgen del Carmen del artista José Macías Macías
El cementerio es un hogar para
los muertos pero también un lugar para que los vivos guarden el recuerdo y la
memoria de los que ya no están aquí. En los nichos no sólo residen huesos sino
sentimientos, alegrías, esperanzas, recuerdos, felicidad, tristeza… de los
nuestros, de nuestros antecesores, de los que nos dieron la vida y nos
cuidaron, de los que nos educaron y nos enseñaron. En ese sentido se puede
decir que nosotros somos, en parte, una prolongación de ellos.
Pero es también un espacio de
homenaje y vindicación. En este sentido nos encontramos en el primer espacio,
tras cruzar la entrada, con la Cruz de los Caídos, monumento que se levantó a
primeros de los años cuarenta del siglo pasado y que tenía como finalidad
recordar y rememorar a los caídos en el bando franquista, el que ganó la Guerra
Civil y recordar, de paso, quienes eran los ganadores y quienes los perdedores
de la misma.
Cruz de los Caídos en el cementerio de Monda
Estamos ante una cruz de hierro que se asienta sobre una peana
troncocónica de roca en cuyo frente tenía la placa de homenaje a los caídos,
donde rezaba:
EL PUEBLO DE MONDA ERIGIÓ ESTA CRUZ PARA HONRAR Y PERPETUAR LA SAGRADA
MEMORIA DE LOS CAÍDOS, HÉROES Y MÁRTIRES, QUE OFRENDARON SUS VIDAS EN
HOLOCAUSTO POR DIOS Y POR LA PATRIA EN LA GLORIOSA CRUZADA EMPRENDIDA EL XVIII
DE JULIO DE MCMXXXVI Y TERMINADA EL 1º
DE ABRIL DE MXMXXXIX AÑO DE LA VICTORIA
XVIII JULIO XCMXXXIX
Antigua foto de detalle de la placa laudatoria de la Cruz de los Caídos
Lo sabemos por algunas
fotografías antiguas. Con unos y otros traslados por las reformas y la llegada
de la democracia, esta cruz se colocó definitivamente en el cementerio y la
placa que albergaba desapareció… Aún puede verse en el frente de la peana los
orificios que alojaban los tornillos de la placa laudatoria. Originalmente
formaba parte de un conjunto en mármol que estuvo en la plaza de la ermita que,
con el tiempo, se trasladó a lo que es ahora la terraza del Bar del Sur, en un
lugar muy próximo. Ahí pasó algunos años hasta su traslado definitivo al cementerio
de la Virgen del Carmen. Y es que ese fue el camino que fueron tomando la
mayoría de las Cruces de los Caídos en nuestro país; cuando llegó la Democracia
se fueron trasladando a los camposantos disimuladamente, sin levantar
demasiadas polvaredas dada la delicadeza de aquel momento de mudanzas políticas
y de chaquetas. Pero muchas se quedaron donde estaban hasta hace muy pocas
fechas, como la de la catedral de Baeza (Jaén), polémica hasta hace muy pocos
años. Otras se re-significaron, se suprimieron las placas laudatorias por
poemas de Miguel Hernández o Antonio Machado condenando las guerras, como en el
caso de Istán. Otras siguen en el mismo sitio, como la de la iglesia de la
Encarnación de Marbella, que pasa desapercibida gracias a la falta de memoria
colectiva reciente de este país. En mi opinión, que no es ni mejor ni pero que
la de nadie, no se trata de esconder estos monumentos ni de destruirlos, porque
ello supone ocultar una parte de nuestro pasado histórico más reciente y más
importante, sino que se trata de explicar sus significados y lo que vienen a
representar.
Cruz de los Caídos cuando el conjunto era de mármol y se encontraba en la plaza de la Ermita
Cruz de los Caídos tras ser ubicada en lo que es ahora la terraza del Bar del Sur. Obsérvese que la cruz ya era de hierro
Es el cementerio un lugar para la
memoria y para la historia, digo, porque sus tapias, por desgracia, fueron
también testigos directos del fusilamiento de algunas personas durante la
Guerra Civil, como tristemente ocurrió en la mayoría de los cementerios
españoles. Pero no hay fosa común de fusilados en nuestro camposanto, la
mayoría de los represaliados fueron a perderse en la confusión de las fosas
comunes del cementerio de Coín o del de San Rafael, en Málaga. Hemos encontrado
no obstante y con sorpresa, la lápida de una persona represaliada por su
orientación política (de la que no vamos a poner su nombre por respeto a ella, a su familia y por que no contamos con su autorización) al que le arrebataron la vida en la
carretera de Monda a Coín el día 28 de agosto de 1936. El asesinato de este
hombre, que era labrador, aparece recogido en los documentos para la Causa General que se redactaron tras la Guerra Civil Española.
Lápida de la víctima
En el cementerio de Monda se
conservan algunas lápidas centenarias que cubre nichos donde descansan algunas
personas que en el pasado fueron muy conocidas y que todavía aún se les
recuerda, como la maestra Remedios Rojo, que dio su nombre al colegio público
de Monda. Su vieja y ajada lápida todavía puede verse en el espacio superior
del cementerio, junto a multitud de nichos vacíos…
Lápida de la maestra Remedios Rojo
El cementerio de Monda, como
todos los cementerios católicos, es también un lugar para la celebración del Día de Difuntos o Día de los Muertos cada dos de noviembre, uno de los momentos de
encuentro entre los muertos y los vivos. Su finalidad, en general, es la de
orar y rezar por las personas que terminaron su vida terrenal, especialmente
por aquellas cuyas almas todavía se encuentran en el Purgatorio al objeto de apaciguarlas
y que hallen su lugar en el reino de los cielos. Al parecer tiene un origen pagano, como muchas otras tradiciones,
que se cristianizó con el tiempo.
Esta celebración se vive en el
pueblo con especial devoción. Desde días o semanas antes el cementerio se
blanquea, las lápidas se limpian y se adornan con flores frescas cuyos olores
invaden todo el sagrado recinto. Son las familias las que se ocupan de la
limpieza de las lápidas y del perfilado con pintura o cal, de colocar flores y
de asear el espacio o espacios que ocupan los suyos. Por ese motivo y durante
esos días hay mucha actividad en el cementerio, especialmente femenina porque
son las mujeres quienes suelen ocuparse de estos menesteres. Es recomendable su
visita por la noche, cuando la única luz que alumbra el lugar es la de las
velas y la de la Luna.
El cementerio de Monda en la noche de Difuntos
Sin embargo hay que señalar que otras
tradiciones y costumbres se imponen, como la celebración de Halloween, que
junto a nuestra celebración tradicional cada año tiene más aceptación ¡Es lo
que tiene habitar en un pueblo tan multicultural y cosmopolita como Monda! Aunque, según me han contado, antiguamente durante la noche de Difuntos los niños más mayores del pueblo iban por las casas y las familias les daban productos como batatas, castañas, rosquillas... las cosas que había en aquella época. Luego se dirigían al campanario y se quedaban toda la noche doblando, tañendo la campana en memoria de los difuntos.
Antes de finalizar esta entrada,
una anécdota. El cementerio es un lugar de respeto y recogimiento pero los
niños, que de eso suelen entender poco, como es natural, han llegado a usar el
camposanto para sus travesuras. Se me viene a la cabeza una de aquellas
chiquilladas que debió suceder allá por los años sesenta del siglo pasado.
Varios chicos de doce o trece años apostaron con otro a que no sería capaz de entrar
de noche en el cementerio para coger varias flores y salir con ellas,
demostrando así su valor. Nada hacía imaginarse al joven lo que le esperaba en
el interior. Dentro del cementerio, confabulados con los chicos del exterior,
había un par de niños esperando. Cuando el valiente saltó la tapia, entró y
puso sus manos en unas flores de uno de los nichos, una mano emergida de la
oscuridad le aferró con fuerza por una de sus piernas mientras que una voz
surgida de la nada le espetaba: ¡Cógela!
¡Cógela! ¡Qué va a ser la última! El chico, claro, salió disparado por la
tapia del cementerio y creo que aún sigue corriendo…
EPÍLOGO
Los cementerios son lugares para
la paz, la tranquilidad, el sosiego y el descanso. Para la historia y el arte. Para
la memoria, el recuerdo y el respeto. Para la reflexión, para el sentimiento… Esta es una realidad alejada de la
imagen distorsionada y negativa que nos ha mostrado infinidad de películas
pertenecientes al género de terror y de
la que no consigue zafarse.
El espacio funerario es mucho más que el sitio donde dejamos descansar a nuestros seres queridos y que visitamos llevándoles flores el Día de Difuntos o en otros momentos del año. Es el lugar dónde se les rinde culto; allí se produce el encuentro que refuerza la cohesión familiar y comunal cuando se visita a un fallecido, cuando se da el último adiós… Pero más allá -valga la redundancia- es el lugar de relación entre vivos y muertos, la plataforma de comunicación entre las dos cercanas orillas. Las relaciones afectivas entre las personas no desaparecen con la muerte, la creencia en el Otro Mundo y en la resurrección posibilita la existencia de la comunicación entre vivos y muertos, lo que propicia que todavía sean sujetos activos en nuestro contexto familiar y social a través de la memoria. Incluso hay quienes ven el espacio funerario como una prolongación de la propia vivienda, el lugar donde viven/habitan los muertos.
En ese sentido el cementerio de Monda atesora un
valor sentimental, cultural, antropológico e histórico de gran trascendencia
para las familias mondeñas, para todos nosotros. Es el lugar en el que en estos
dos últimos siglos han buscado reposo eterno los mondeños y las mondeñas, un
espacio sagrado y compartido donde descansan nuestros ancestros más recientes y
más lejanos, donde moran nuestros muertos. Allí residen nuestros antepasados y parte de nuestra memoria, parte de lo que somos. Y es allí, tarde o temprano, donde todos, queramos o
no, finalmente acabaremos encontrándonos de una u otra forma.
El cementerio de Monda es un elemento indisociable del paisaje
urbano y humano mondeños porque forma parte, tanto material como inmaterial,
del tejido sociocultural mondeño al igual que la iglesia, que las
fuentes y lavaderos, que el castillo, que las cruces y el Calvario, que las
eras… Por este motivo debería ser respetado, conservado e integrado en el
ámbito urbano una vez finalizada su función de morada eterna como un bien de
carácter patrimonial y cultural. Es triste ver cómo al vaciarse algunos nichos
se destruyen lápidas antiguas, centenarias, muchas de ellas de gran belleza
técnica ¿Qué futuro le depara a nuestro cementerio tras su clausura? ¿La tala
de los inmensos cipreses cuya solemne silueta han compartido
generaciones de mondeños? ¿La destrucción de la Cruz de los Caídos? ¿La desaparición total del recinto?...
Y volviendo un poco a la pregunta inicial ¿Adónde vamos cuando nos morimos? Quizás haya que decir que hay personas que piensan y sienten que mientras seamos recordados, no moriremos del todo…
Y volviendo un poco a la pregunta inicial ¿Adónde vamos cuando nos morimos? Quizás haya que decir que hay personas que piensan y sienten que mientras seamos recordados, no moriremos del todo…
© Diego Javier Sánchez Guerra