Desde hace algunos años a la entrada de calle Horquilleros,
junto a lo que durante muchos años fue el bar
del Guerra, se arregla un espacio junto a la pared de un edificio de nueva construcción donde se coloca un pequeño altar envuelto con un paño
morado que desprende un inconfundible aire cardenalicio y que contiene
elementos sacros relacionados con los horquilleros mondeños. Ya no demasiados
recordarán que anteriormente había una casa bastante antigua en la que en uno de
sus desconchados y decrépitos muros, residía impasible al paso del tiempo y a las inclemencias meteorológicas, la imagen de un Jesús
del Gran Poder compuesta por baldosines cerámicos vidriados. Esta figura no se encontraba sola,
se veía acompañada por varias macetas que le prestaban su humilde compañía.
Lo cierto es que no han pasado muchos años
desde que esta imagen se desmontó cuidadosamente pieza a pieza y fue guardada
para su conservación, con objeto de que no desapareciera entre los escombros del
edificio que iba a ser demolido -y entre la desmemoria- y que
durante décadas le había servido como hogar.
Esa imagen de Jesús del Gran Poder se colocó a mediados de los
años setenta de la pasada centuria por Cristóbal El Lata y José Durán, siendo el entonces Alcalde de Monda D. Claudio López Torrado, que fue el que lo mandó colocar en este lugar. Pero la imagen no procede de tierras
cercanas; fue donada por la familia del eminente Doctor Jiménez Encina (concretamente por Paz, una de sus hijas), al que
nuestro pueblo le tiene dedicada una calle y erigido un busto en el Parque
Andalucía por la bondad con la que siempre trató a los vecinos de su pueblo. Al parecer y según me han señalado algunos vecinos, este Jesús del Gran Poder se encontraba en el patio de su casa de Madrid y cuando ésta fue
reformada, fue regalado por su familia al pueblo de Monda.
Como se ha señalado, el que fuera Alcalde de aquellos años
la mandó instalar en el lugar mencionado, pero también cambió el nombre de la
calle. Ésta, que se llamaba Castillo, trocó por la de Horquilleros y desde
entonces los horquilleros, cuando pasan por este lugar portando sus pesados
tronos, se plantan con actitud solemne y le dan unas mecidas a
las imágenes que llevan en procesión.
Esta representación está compuesta por 30 baldosines
cerámicos y todo apunta a que fue realizada en el taller del afamado ceramista Enrique Guijo hacia finales del siglo XIX, que había trabajado con otro eminente ceramista como era Ruiz de Luna, en Talavera de la Reina. Su inconfundible firma la encontramos en la parte inferior derecha del mosaico: E. GUIJO MAYOR - 80 - MADRID. En ellos se representa, como se ha mencionado, a
un Jesús Nazareno ataviado con una túnica azul con bordados dorados y que porta
una pesada cruz aferrada por unas manos relajadas, girada su cabeza hacia su
derecha, hacia el suelo, con ojos cerrados y rostro sereno a pesar de la corona
de espinas que se enreda sus largos cabellos a la par que se incrusta en sus
carnes y del peso de la cruz, mientras que tres centellas doradas que florecen
desde su nuca, sobresalen por encima de su cabeza. La frontalidad y el
hieratismo de la figura contrastan con el escorzo que describe la cruz, que se
proyecta hacia un espacio neutro, hacia un fondo indefinido. Finalmente la
escena se ciñe con un doble marco compuesto a base de motivos vegetales y florales dorados.
Cuenta la vecina Catalina Urbano, que ha sido la que me ha
informado acerca de esta cuestión, que eran las mismas vecinas las que
limpiaban la imagen, blanqueaban la pared y cuidaban de las flores que lo
acompañaban al aproximarse la
Semana Santa. Incluso cuando saltaba parte de la pintura de
los baldosines, eran ellas las que acudían a pintarlo, disimulando las pérdidas
que sufría la imagen a causa de los rigores meteorológicos y del inexorable trasiego
del tiempo.
Al hilo de la conversación, Catalina me contaba también una
leyenda que le relataba el padre de su madre y que no he podido dejar de traer
a colación. Su abuelo, hombre de muy profundas convicciones religiosas, le
señalaba que el antiguo Nazareno que había en la iglesia (y que fue destruido
en la hoguera durante Guerra Civil, como tristemente ocurrió con otras imágenes),
era muy milagroso y le contó la aventura de unos marineros que un día se
despistaron en la mar. Éstos habían partido a faenar y pasadas algunas horas el tiempo se había
revuelto, se había puesto muy, muy malo. Encapotados los cielos, había
estallado una terrible tormenta que no amainaba, que arrojaba una fuerte y
punzante lluvia que no dejaba de arreciar mientras la mar se embravecía y se
agitaba salvajemente amenazando con engullir su frágil embarcación y a sus
desdichados tripulantes. Desesperados y atemorizados, no encontraban cómo
volver y ni tan siquiera eran capaces de dominar su nave, que se encontraba a
merced de las olas, pensando que aquel sería su último viaje. En el momento en
que todo parecía perdido, se les apareció un Jesús Nazareno y les guió en el
camino de vuelta, velando por que llegaran sanos y salvos a buen puerto y no
les afectase la tormenta. Cuando llegaron a la playa los marineros se arrojaron
sobre la arena dándole las gracias al Nazareno y sintiéndose profundamente
afortunados. Cuando se repusieron fueron pueblo por pueblo e iglesia por
iglesia buscando a su salvador para presentarle sus respetos y mostrarle su
agradecimiento. En su largo periplo llegaron a Monda y a las puertas de la
iglesia empezaron a captar un fugaz y sospechoso olor a marina, pero la costa
quedaba lejos. Rápidamente entraron ella y al
llegar a la figura del Nazareno se dieron cuenta de que su manto estaba
humedecido y lleno de arena…
Otra vieja tradición tiene como protagonistas a lo
carboneros mondeños. Los carboneros mondeños trabajaban
fuera del pueblo durante meses y volvían en determinadas épocas del año a ver a
sus familias, coincidiendo con fechas señaladas como la Semana Santa. Hace ya
muchos años, por lo que se cuenta y llegó a mis oídos, hubo una gran epidemia
en Monda que hizo enfermar a muchos mondeños, entre ellos a muchos horquilleros
hasta tal punto de que estuvo a punto de que no se celebraran las procesiones. Sin
embargo, los carboneros, que no se habían contagiado de ninguna enfermedad por
haber estado en tierras lejanas, salvaron aquel año la Semana Santa mondeña al
hacerse cargo de portar los tronos.
Aunque la antigua imagen fue desmontada hace unos años, todavía no
ha sido desmontado totalmente el recuerdo y la memoria en ese trozo de calle. Como se ha señalado, todos
los años la Hermandad Penitencial y Sacramental de Monda prepara un altar para
Semana Santa, pero una iniciativa interesante y necesaria sería la de recuperar la
representación de ese Jesús del Gran Poder, ya bien restaurándolo y exhibiéndolo en un
lugar adecuado o bien haciendo uno nuevo inspirado en el anterior para
devolverlo a la ubicación que ha tenido desde hace casi medio siglo.
En fin, buena Semana Santa 2014.
© Diego Javier Sánchez Guerra.