Cuando subimos a la sierra contemplamos un paisaje serrano; cuando vamos a la costa vemos un paisaje marino; cuando discurrimos por el campo contemplamos un paisaje agrícola; cuando paseamos por la ciudad vemos un paisaje urbano,… ¿Pero qué es el paisaje? Muchas veces empleamos conceptos que realmente no comprendemos del todo. El Convenio Europeo del Paisaje, firmado por casi todos los miembros de la Unión Europea (España incluida), lo define tal que así:
“Por paisaje se entenderá cualquier parte del territorio, incluidas las aguas costeras e interiores, tal como es percibida por las poblaciones y cuyo aspecto resulta de la acción de factores naturales y humanos y de sus interrelaciones”.
Hay dos tendencias de opinión entorno al paisaje, la que propugna que es una realidad objetiva, que se ve desde fuera sin implicación; y la que defiende que es una realidad subjetiva donde el observador, el sujeto, forma parte integrante de él. Ambas se complementan.
En palabras del investigador Francisco Muñoz Escalona:
“El paisaje es, pues, una percepción simple o estéticamente valorada de una parte del territorio. No es, aunque parezca una paradoja, una realidad física, natural y tangible. Es una realidad subjetiva, o, si se quiere, un sentimiento estético. Sin sujeto observador no hay paisaje aunque haya territorio. Sin normas o criterios estéticos, tampoco. Naturaleza, sujeto y normas estéticas son elementos constitutivos del concepto paisaje”.
Me gustaría ilustrarlo con un ejemplo usando uno de los parajes más bellos de Monda: Alpujata.
Paraje de Alpujata. Monda.
Foto: Diego Sánchez.
Objetivamente en este lugar se puede observar un paisaje compuesto por una serie de elementos, a saber: un cauce fluvial, tras él una zona de tierras de labor dedicada al regadío con algunas casas y en tercer término un espacio serrano compuesto por diferentes relieves plenos de alcornocales y otras especies.
Como observador no sólo percibo visualmente estos elementos, sino que desde mi experiencia personal, desde mi percepción como sujeto, trato de comprenderlos e interpretarlos. Otras personas con diferentes trayectorias vitales tenderán a percibir el paisaje de forma distinta.
Yo mismo, con la percepción de un historiador, le doy un peso y un valor al paisaje donde priman los cambios y elementos que son resultado de las acciones de los seres humanos y de su relación con el medio y con otros seres humanos, de la dialéctica Hombre-Naturaleza y de la dialéctica Hombre-Hombre. En tal sentido, resumidamente, desde mi óptica de historiador percibo una zona de huertas de origen nazarí con una red de acequias, pequeñas presas, albercas y molinos hidráulicos que hunden sus raíces en los siglos XV-XVI. Es un paisaje que históricamente ha evolucionado gracias a la acción humana; se han introducido diferentes especies de cultivos procedentes de diferentes partes del mundo: de Oriente, a través de los circuitos comerciales que abrió el Islam en época medieval y de América, merced a los grandes descubrimientos que se hicieron en los siglos XV y XVI y que nos pusieron en contacto con el Nuevo Mundo (amén de otros sitios). Las zonas de sierra han sido el marco para actividades económicas de sociedades campesinas humildes que redondeaban ingresos y engañaban el hambre aprovechando esos recursos para elaborar carbón, hacer cal y para la extracción de minerales como el hierro (al estar éstas formadas en gran medida por rocas peridotíticas, que contienen en abundancia este metal). E incluso, apurando, hasta se podría hablar de la presión urbanística de los últimos años ya que en este paisaje están proliferando los almacenes de aperos, eufemismo de las viviendas rurales que se están construyendo, junto a bellas muestras de auténtica arquitectura rural que se imbrican perfectamente en este paisaje. Un historiador puede hacer una completa lectura de la historia de nuestro país tan sólo contemplando e interpretando los elementos que componen este paisaje. El historiador va a percibir al ser humano como el demiurgo modelador del mismo.
Un biólogo, a su modo de percibir, se va a fijar más en los componentes ambientales y su interacción en el tiempo y en el espacio, como el cauce fluvial y la variadísima vegetación y fauna de ribera, compuesta por numerosos anfibios; el extenso alcornocal que como un manto cubre las formaciones serranas del fondo, junto a algunos castaños y encinas, habitado por gran cantidad de aves y un gran número de mamíferos (zorros, cabras monteses, jabalíes, jinetas,…) y diversas especies micológicas; el espacio de huerta, donde habita una rica fauna ornitológica e insectívora, amén de ciertas especies vegetales en las riberas de los caminos y lindes; la afección antrópica sobre el medio… El biólogo va a percibir como las diferente formaciones geológicas de los elementos de este paisaje: espacios calizos, peridotíticos y arcillosos determinan la existencia o no de ciertas especies vegetales, incluso de los grados de erosión, de las diferentes formas del relieve, de la coloración de ciertos espacios o de la capacidad de almacenar aguas subterráneas que afloren en diferentes sitios en forma de arroyos (del Viejo, de Alpujata) y pequeños manantiales (la Herrumbrosa). El biólogo va a percibir un espacio vivo donde el ser humano es un elemento más de interacción dentro de este ecosistema, dentro de este paisaje.
Corral de ganado realizado con piedra a hueso en una ladera.
Foto: Diego Sánchez.
Pero un agricultor va a percibir un paisaje diferente. Va a ver unos espacios, unos lugares donde tradicionalmente ha buscado su medio de vida, su sustento. Donde ha trabajado duramente de sol a sol, lo cual se refleja en sus callosas manos y sus dolores de espalda. Donde cada cierto tiempo tenía que limpiar las acequias con la comunidad de regantes para facilitar el riego. Donde debe o debía estar pendiente de la época de siembra de cada cultivo. Donde puede tener problemas con las lindes o con el reparto del turno de aguas o, peor aún, con las inclemencias meteorológicas que le hagan perder su cosecha. Donde los productos que cultiva se vean afectados por la lógica ilógica del mercado, fluctuando demasiado los precios y por tanto sus ganancias. Donde pueda tener o haber tenido algunas gallinas y algunas cabras para enriquecer la dieta familiar etc. En las zonas serranas el agricultor va a ver un lugar donde recogía o recoge setas, espárragos, palma, incluso esparto, además de recoger leña y cazar algunos conejos empleando trampas. Para el agricultor éste va a ver un medio económico, un medio que a lo largo de su vida va a ir consumiendo sus esfuerzos. Pero muy importante, también es un espacio de la memoria porque su finca perteneció a su padre, a su abuelo, a sus antepasados. Y ahora le pertenece a él con todo el cúmulo de relaciones sociales y vecinales acumuladas durante generaciones en el seno de un tejido humano vivo como es una sociedad campesina.
Trabajo de fibras vegetales.
Foto: Diego Sánchez.
Si nos paramos a hablar con un cabrero reparará en elementos o detalles que muy probablemente ninguno de los anteriores hayamos percibido. Muy probablemente se fijará que en el primer término fotográfico tenemos unos atochales de esparto (espartizales) que aprovecha para elaborar objetos (serones, hondas, pleitas,…) en los largos ratos que pasa haciendo pastar el ganado. Identificará ciertas plantas silvestres que tradicionalmente se han empleado con usos medicinales -como el enebro que tenemos en el mismo atochal- o para usos culinarios… Percibirá un paisaje sujeto a la búsqueda de alimento para su ganado al que conduce por cañadas y veredas antiquísimas, ancestrales, que se distribuyen por estas tierras y que conoce como la palma de su mano. Igual que su padre. Que su abuelo. Que su bisabuelo… En el cauce fluvial recogería algunos juncos seguramente para elaborar cestería o para entretenerse entretejíendola. Para el cabrero este será, al igual que para el agricultor, un lugar para la memoria.
No quiero (y no puedo) ni pensar lo que percibiría un empresario del mundo del golf si llega a ver este paisaje. No lo quiero ni imaginar.
¿Y cuál de estas percepciones es la auténtica?
Todas. Lo son todas. Cada persona hace su propio paisaje desde su propia experiencia y desde su propia vivencia personal. Por ello cuando cada uno de nosotros observamos un paisaje formamos parte indisociable de él, aunque ni siquiera seamos conscientes de ello.
Tenedlo en cuenta la próxima vez que contempléis un paisaje.
Un saludo.
Diego Sánchez.
©Diego Javier Sánchez Guerra
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