Esta entrada está dedicada a la memoria de Antonio Trigo Ortega, a la de los otros tres ardaleños que perdieron la vida en idénticas circunstancias (Joaquín Cantalejo Sánchez, Juan Rodríguez Naranjo y Pedro Sánchez Muñoz) y, por extensión, a la de los miles de deportados españoles a los campos de concentración nazis, tanto a los que acabaron siendo vomitados por la chimenea del crematorio como a los que lograron sobrevivir.
Quiero mostrar mi agradecimiento a la famila de Antonio el que me haya proporcionado diversas fotos, cartas y la memoria de su recuerdo para poder componer esta breve biografía sobre su persona.
* * * * *
Antonio Trigo Ortega vino al mundo un frío miércoles 14 de enero de 1917en la población malagueña de Almargen, un pueblecito de interior situado en las lindes con la provincia de Sevilla que vivía esencialmente de la agricultura. Algunas fuentes documentales indicaban que su nacimiento había tenido lugar más tarde, en 1920, pero según su certificado de nacimiento fue en esa primera fecha. Nacido en el seno de una familia humilde que trabajaba la tierra, su madre murió al año escaso de traerlo a la vida, por lo que su padre se mudó al cercano pueblo de Ardales, donde fundó una nueva familia de la que nacerían sus tres hermanos pequeños: Juan, José y Encarna. Antonio tuvo un hermano más del primer matrimonio de su padre, que se llamaba Felipe. Del segundo matrimonio de su progenitor tuvo otros hermanos que murieron a edad temprana, Juan y Andrés. Eran otros tiempos...
Un joven Antonio Trigo posa con su uniforme de carabinero
Antonio creció en una España
convulsa, agitada social, política y económicamente, en la que la clase
obrera había depositado ciertas esperanzas de cambio con el advenimiento de
la II República. El golpe de Estado que perpetraron las clases conservadoras
y reaccionarias, que dio al traste con todas las reformas que quería
implementar el gobierno republicano y con un esperanzador futuro, le pilló en
Ardales a la edad de 16 años. Ante el avance del frente de guerra y su
instalación en las cercanas poblaciones de Teba y Campillos, se unió a las
milicias republicanas junto con su amigo Rafael Bravo Páez. Antonio, al igual
que miles de jóvenes españoles y contraviniendo los deseos de su padre,
mintió en su fecha de nacimiento para poder ser admitido en el Batallón de Milicias
Antifascistas de Málaga, más conocido como Batallón México, de
orientación comunista y formado a finales de octubre de 1936.
Milicianos en el frente de El Chorro
Trincheras de la Guerra Civil junto a la necrópolis de las Aguilillas,
en el T. M. de Campillos
Tras meses de pequeñas escaramuzas,
el día tres de febrero de 1937 comenzó la batalla de Málaga. Los golpistas
abrieron varios frentes en los que avanzaron rápidamente gracias a su
superioridad táctica y técnica y, sobre todo, gracias al apoyo del Cuerpo de
Tropas Voluntarias formado por miles de soldados italianos muy bien
pertrechados y con material bélico de última generación. Antonio combatió a
los golpistas desde determinadas posiciones en la zona de El Chorro y en el
puerto del Viento, junto a la carretera de Ronda, entre otros lugares, pero
la superioridad de los rebeldes era incontestable ante unos milicianos mal armados,
mal pertrechados, mal organizados, con escasa formación y experiencia
militares y abandonados a su suerte por las autoridades malagueñas y por el
gobierno de la II República. Antonio
hubo de retirarse junto con su batallón y otros miles de milicianos tomando
el camino de la carretera de Málaga a Almería, por donde huían desesperadamente
más de dos centenares de miles de personas mientras eran bombardeadas desde
la costa por varios destructores rebeldes y acribillada por la aviación
fascista desde el aire. Hablamos de la Desbandá,
uno de los episodios más salvajes y despiadados de la Guerra Civil española
perpetrado por los golpistas donde murieron miles de personas sin que hasta
la fecha se tenga certeza absoluta de cuántas. Los batallones México y Metralla cubrieron como pudieron la retirada de los que huían
hacia Almería, adonde llegaría exhausto Antonio.
Imagen de la Desbandá
Nada claro sabemos de él hasta que
descubrimos que ingresó en el Cuerpo de Carabineros en febrero de 1938 en
Valencia, al igual que su inseparable amigo Rafael Bravo Páez. A ellos se les
une otro personaje, Juan Padilla Niebla, del que no tenemos más datos y que
aparece en una foto-postal minutera con el sello de TARJETAS
CARCELLER-Rápidas abrazado a un
sonriente Antonio de aspecto prematuramente envejecido. Es muy posible que
esta foto se tomara en la ciudad del Turia y fuese enviada a su
familia, haciendo constar el nombre de su madre de adopción: Mariana, con el
siguiente mensaje en el reverso:
Camarada
Antonio Trigo Ortega
MR
MARIANA
Juan
Padilla Niebla
En el anverso, a pie de foto,
quedan restos de escritura, pero está tan estropeada que desgraciadamente no
se puede apreciar el contenido del mensaje.
Antonio Trigo y su amigo Juan Padilla, posiblemente en Valencia
Imaginamos que Antonio y sus
compañeros debieron participar en distintas batallas y acciones de guerra,
pero al no saber en las brigadas en las que estaban integrados, es imposible
conocer de forma certera cuales fueron los frentes en los que prestaron servicio.
Lo que sí sabemos es que, a
primeros de febrero de 1939 y tras el colapso de la II República, Antonio y
su amigo Rafael atravesaron la frontera con Francia junto a más de medio
millón de personas que buscaban refugio en el país vecino. Juan Padilla
Niebla no iba con ellos. Lo más posible es que cayera en combate, fuera
tomado como prisionero o fuese a parar a otro campo de concentración francés.
Hasta el momento presente desconocemos cual fue la suerte que corrió este
hombre. En la frontera gala a Antonio, al igual que a los otros miles de
combatientes, le despojaron de sus armas y de algunos efectos personales y lo
condujeron, muy probablemente, a La Tour de Carol y poco más tarde al fuerte
de Mont Louis. Desde ese lugar sería enviado al campo de Le Vernet d´Ariège,
entre las poblaciones de Le Vernet y Saverdun. Se trataba de un campo
levantado durante la Gran Guerra para alojar militares coloniales del
ejército francés y, más tarde, prisioneros alemanes. Durante el período de
entreguerras funcionó como almacén militar y tras la Guerra Civil Española,
como centro de internamiento de miles de combatientes de la División Durruti
y de las Brigadas Internacionales.
Red de campos de refugiados españoles en suelo galo
El Campo de Le Vernet
Desde Le Vernet, en unas
condiciones inhumanas y deplorables, torturados por el frío, el hambre, la
falta de higiene y los malos tratos de los guardias franceses, Antonio y
Rafael escribieron el dos de junio de 1939 a sus familias en Ardales en el
mismo papel, por ambas caras y con tinta roja, para ahorrar tanto en papel
como en sello. Reconocemos la caligrafía de Antonio en ambos textos
epistolares, aunque algunas palabras han quedado desdibujadas e ilegibles por
el paso del tiempo:
Texto dirigido a la familia de
Antonio Trigo
Vernet de Arrieque (sic) 2 – 6 – 39
Queridos padres al ser esta en su
poder se encuentre bien en unión de mis hermanos yo hasta la presente sin
nobedad. Papa despues de pasar largo tiempo sin saber nada de ustede cosas
que tengo un disjusto bastante grande papa tambien le digo que me diga usted
argo de mis hermanos y de mi primo Juan y tam pronto como usted resiba esta
querida carta contestara. Papa de los papeles no le digo nada por que mi
amigo Bravo lla sabe usted lo que le dice a sus padres que estan saliendo
muchos indibiduos del campo y no mas que desirle mucho besos y abrasos para
mis ermano y primos y abuelos y ustedes mis queridos padres resiben un fuerte
abrazo de este su querido hijo que lo es Antonio Trigo Ortega.
Papa me mandara uste una foto suyo
que escriba uste pronto
Adios
Texto dirigido a la familia de
Rafael Bravo
Vernet de Arrieque (sic) 2 – 6 – 39
Queridos padres: al ver esta en su
poder se encuentre bien en unió de mis hermanos yo hasta el presente sin
novedad. Papa despues de esta largo teimpo sin saber nada de ustede cosa que
tengo un disjusto bastante grande, deseo que tan pronto como reciba esta me
contestara usted lo mas rapido posible contándome al mismo tiempo muchas
cosas de mis hermanas y mayormente de Juan; ¿hasta cuando boy a estar
separado de ustede? (ilegible)
pero me parese oro (ilegible) y de encontrarme en esa al lado de
ustedes, de este campo esta saliendo mucho individuo que reciben los papeles
de sus familiare garantizandolo las Autoridades de sus respectivas
localidades, supongo que usted ará las oportunas diligencias y nada mas por
el momento abrazos para mis hermanas y sobrino recuerdos para los cuñados y
becinos Rafael (ilegible) y ustedes mis queridos padres recibe esta
carta de este su hijo Rafael Bravo Paes
firma
De sus letras se desprende, además
de la desesperada situación en la que vivían, el dolor por la larga y
traumática separación de sus familiares. Aún en esos trágicos momentos, ambos
guardaban la esperanza de volver a España y de reunirse con sus familias. Sin
embargo, por lo que sabemos, el día 30 de junio de ese mismo año ambos se
integraron más o menos voluntariamente en una Compañía de Trabajadores
Españoles y fueron enviados al campamento militar de Camp de Mailly, en la
región de Champaña-Árdenas, no muy lejos de París ni de la frontera alemana.
Por algún medio debieron saber que el regreso a España supondría su muerte,
de ahí que optasen por quedarse en Francia.
Vista aerea de Camp de Mailly
Las Compañías de Trabajadores Españoles (CTE) eran unidades formadas por unos 250 hombres que estaban encuadradas en el ejército francés y que realizaban una serie trabajos encaminados a la defensa de Francia frente a los alemanes, como la construcción de carreteras, puentes, fortines, el reforzamiento de la línea Maginot...
En Camp de Mailly le perdemos la pista a Rafael Bravo Páez. Aquí se evapora su buen e inseparable amigo ardaleño. Posiblemente perdiera la vida en los enfrentamientos con los alemanes tras la rápida invasión de Francia. No lo sabemos. Pero a Antonio le hemos podido seguir la pista; nos lo volvemos a encontrar en el fronstalag nº 180 de Amboise, población muy cercana a la ciudad de Tours, donde debió recalar en el verano de 1940 tras la invasión alemana. Un frontstalag no era más que un campo de prisioneros de guerra en suelo no alemán. Sabemos, por el listado de prisioneros de guerra nº 34 publicado en octubre de 1940 por el gobierno francés y donde aparece Antonio Trigo, que este ardaleño estuvo en el frontstalag 211 de Saaburg antes de que recalara en el 180 de Amboise, tal y como aparece en el listado de prisioneros de ocho de abril de 1941.
En el frontstalg 180 de Amboise, en
este campo de tránsito hacia el infierno concentracionario nazi, pasó varios
meses padeciendo frío, hambre y necesidad. Sin embargo su estancia debió hacerse algo más llevadera gracias a la complicidad de la población de Amboise, que ayudaba a los prisioneros proporcionándoles comida y ropa de forma clandestina. El campo de Amboise se cerró en marzo de 1941, pero la Wermacht lo volvió a abrir en 1943 dándole el uso de almacén de víveres y suministros para el ejército alemán. Tras la liberación de Francia, se empleó como campo de prisioneros de guerra alemanes. En 1947 fue desmantelado y de él sólo quedan viejos recuerdos, antiguas fotos y la memoria de muchos de sus prisioneros recogidas, por fortuna, en varias publicaciones. Una placa memorial ubicada en una zona donde estuvo el campo, sirve de recordatorio.
El frontstalag 180 de Amboise
En octubre de 1940 el Mariscal Pétain visitó el campo de Amboise
Placa memorial del campo de Amboise
Tras la clausura de este frontstalag, Antonio fue llevado al stalag de Salzburgo (Wehrkreis XVIII), no sabemos en qué circunstancias, en enero de 1941. A veces los prisioneros, desde los frontstalags debían realizar unas largas marchas a pie que podían durar días o semanas, hasta llegar a su destino. Otras veces las marchas eran combinadas con traslados en tren.
Distritos militares del III Reich
En este stalag controlado por el ejército germano, permaneció varios meses bajo el estatus de prisionero de guerra en unas duras condiciones, recibiendo un número de prisionero: el 3474. Sabemos que los prisioneros de este campo eran llevados a trabajar en la agricultura, en granjas y en ciertas industrias, y suponemos que Antonio, trabajador del campo como era, debió desempeñar determinadas faenas en la agricultura durante sus meses de cautiverio en este lugar. También sospechamos que quizás pudiera mandar alguna carta a sus familiares, porque ellos tenían constancia de que se encontraba cautivo de los alemanes. En este campo de prisioneros permaneció hasta el día 9 de septiembre de 1941, en el que, junto con otros 39 compañeros más procedentes del mismo stalag y tras dos días de ajetreado viaje en tren, fue llevado a Mauthausen. Entre esos compañeros, casualmente, se encontraba el tebeño Pedro Giménez Ostio. En ese infierno controlado por los nazis de las SS y no por el ejército alemán, le permutaron su nombre por el número 5222, iniciando un camino de explotación, deshumanización y malos tratos que culminaría con su muerte y transformación en cenizas en un breve lapso de tiempo. Fragmento del listado de prisioneros del día 11/09/1941,
donde vemos el nombre de Antonio Trigo
Imaginamos que en Mauthausen debió
trabajar duramente en su tristemente famosa cantera y realizar otras arduas
tareas soportando malos tratos, una alimentación escasa e inadecuada y una
nula atención higiénico-sanitaria. Alguna alegría o sorpresa se llevaría cuando en Mauthausen se encontró con otro ardaleño, Juan Rodríguez Naranjo,
que se encontraba allí desde enero de 1941. Pensamos que Antonio debió llegar muy
debilitado y con la salud bastante quebrada porque poco después, en octubre
de ese mismo año, fue transferido al subcampo de Gusen, el “matadero” de
españoles, donde le asignaron un nuevo nombre, el 14.032. No iba sólo, junto
a él se encontraba también Juan Rodríguez Naranjo.
Entrada al campo de concentración de Mauthausen
Prisioneros trabajando en el campo de concentración de Mauthausen
Suponemos que en Gusen también
debió trabajar en la cantera y quizás, en los cimientos del famoso molino de
triturar piedra, lugar donde no sobrevivió casi ningún español. Según los
documentos del campo, Antonio perdió la vida un gélido miércoles,
casualmente, 19 de noviembre de 1941. Tenía 21 años. En el registro de
defunciones se apuntó la hora de su deceso, las 14:50 horas, y la supuesta
causa de la muerte, nefritis, si bien no podemos estar seguros de que sea
verdad, dado que en la mayoría de las ocasiones la muerte podía haber sido
causada de forma violenta a pesar de que se registrara por alguna enfermedad.
El día cinco de ese mismo mes había perecido Juan Rodríguez, que tenía tan
sólo cuatro años más que Antonio.
Entrada al subcampo de Gusen
Poco más de dos meses soportó
Antonio Trigo ese infierno antes de ser devorado por el siempre hambriento
horno del crematorio y es que en el invierno de 1941 a 1942 perdieron la vida
la mayoría de los deportados españoles a Mauthausen y su subcampo de Gusen.
En estas fechas las condiciones fueron excepcionalmente duras, con una
siniestra combinación de varios factores: frío extremo, malos tratos
brutales, intensa explotación laboral y una muy escasa alimentación, que
buscaban como objetivo final la eliminación de los prisioneros. Su misma
suerte corrieron otros vecinos de su pueblo: Joaquín Cantalejo Sánchez, el ya
mencionado Juan Rodríguez Naranjo y Pedro Sánchez Muñoz. Algunos de éstos
también llegaron a coincidir en Mauthausen y Gusen con otros de los siete prisioneros
del malagueño municipio de Teba, muy cercano a Ardales.
Gráfico que ilustra las muertes de los deportados españoles
La familia de Antonio se enteró de
su muerte un día indeterminado de un año impreciso de la década de los años
cuarenta, según se esfuerza en recordar su hemano Juan. Al parecer un
superviviente del campo de concentración de Mauthausen llegó a la casa
familiar a llevar la triste noticia. Su padre, Andrés Trigo, después de
tantos años sin saber de él y teniendo constancia de que había caído en manos
de los alemanes, no guardaba esperanza alguna de volver a verlo con vida...
Todo apunta a que esa persona que informó a la familia del triste final de
Antonio fue uno de los supervivientes del vecino pueblo de Teba, Félix
Fontalba Fuentes. No es aventurado pensar que los ardaleños y los tebeños que
se hallaron en tal infierno acordaran que, si alguno sobrevivía a aquella
pesadilla y pudiera alcanzar la tan ansiada libertad, informaría a las
familias de la suerte del resto. Y es cierto que el Estado francés, en los
años cincuenta, remitió a España los certificados de defunción de miles de
deportados, entre ellos el de Antonio Trigo Ortega, para que las familias
fueran informadas. En el caso de Antonio, como en el de tantos otros, el
gobierno español no comunicó nada a las familias...
Certificado de defunción de Antonio emitido por las autoridades francesas
Los hermanos de Antonio que viven a
día de hoy, Juan y Encarna, no dejan pasar un día sin que su presencia acuda
a sus corazones, al igual que sus padres y su hermano José hasta el fin de
sus días. Y no han sido los únicos en estos años; Antonio tenía una novia en
Ardales y aunque la guerra los separó, ella nunca pudo olvidarlo. A pesar de
que acabó emigrando a Barcelona y emprendiendo una nueva vida creando una
nueva familia, ella jamás dejó de quererlo y de recordarlo. No perdió el
contacto con la familia de Antonio hasta que murió hace pocos años, ya a una
edad muy avanzada.
Epílogo
Los grandes olvidados de España
Recuérdalo tú y recuérdalo a otros
cuando asqueados de la bajeza humana,
cuando iracundos de la dureza humana:
Este hombres solo, este acto solo, esta fe sola.
Recuérdalo tú y recuérdalo a otros.
Luis Cernuda, 1936
En nuestro país, tanto a
los españoles que fueron asesinados como a los que sobrevivieron al
horror de Mauthausen y otros campos, se les ha negado su lugar en la
historia y en la memoria. Durante la Dictadura franquista (por motivos
evidentes) y durante la Transición (por motivos también evidentes)
fueron completamente postergados y alejados de los libros de historia.
Más difícil explicación y ninguna excusa tiene el haberse mantenido su
ignorancia durante las cuatro décadas de democracia en España
cuando en países como nuestra vecina Francia, su patria de adopción, se
les rindió (y se les rinde) numerosos homenajes y se les profesa un gran
respeto. Los españoles que sufrieron los campos nazis han sido
víctimas dobles, por parte del nazismo y sus aliados y por parte de la
historia. El no recordarlos supone volverlos a mandar nuevamente de
cabeza al averno de Mauthausen a manos de sus sanguinarios verdugos y
torturadores; a sus mortíferas canteras; a los afilados colmillos de los
perros guardianes; a sus gélidas y piojosas yacijas; a sus asfixiantes
cámaras de gas; a sus hambrientos crematorios… El no rememorarlos
supone condenarlos nuevamente a la más infame de las muertes.
Aunque muchos miles
murieron asesinados en los campos, exterminados por el trabajo, la
violencia de la que eran víctimas y las condiciones infrahumanas, fueron
decenas los que murieron años más tarde a consecuencia de las fatales
secuelas físicas y psicológicas. Muchos fenecieron por las enfermedades
que habían adquirido y las secuelas que arrastraban, otros no soportaron
el seguir viviendo con esos recuerdos, con esas desgarradoras
experiencias y acabaron con sus propias vidas mediante el suicidio.
Otros, siete décadas después, todavía siguen padeciendo horripilantes
pesadillas en los que los SS o los kapos vienen a buscarlos por las
noches, cuando les alcanza el sueño, y sólo encuentran la libertad por
las mañanas cuando la luz del amanecer los rescata. El testimonio al
respecto que me resulta más espeluznante y extraordinariamente
conmovedor es el del cordobés Juan Romero, que rememora una de las veces
que los alemanes llevaban a un grupo de judíos para gasearlos: Una
vez llegó un convoy de judíos en el que había hombres, mujeres y niños.
Era un grupo de más de treinta o cuarenta personas. Pasaron delante de
nosotros y una niña, pequeñita, me miró y sonrió… me sonrió un poquito.
La pobre niña, ignorante, no sabía a dónde iba. Su cara y su sonrisa la
sigo viendo por las noches, cuando me voy a la cama. Nunca he podido
olvidar aquello (testimonio de Juan Romero extraído del libro Los últimos españoles de Mauthausen, de Carlos Hernández de Miguel).
Los que llevaron la peor
parte fueron los prisioneros soviéticos, que a duras penas lograron
salvar sus vidas. Tuvieron una suerte muy negra pues acabaron incluso
peor que los españoles. Muchos eran prisioneros de guerra que se habían
jugado la vida defendiendo la URSS y que habían aguantado la dureza de
los campos nazis. Sus torturadores y carceleros, por comunistas, los
habían tratado con especial saña y crueldad. Tras la liberación no les
esperaba la ansiada libertad sino un nuevo calvario ya que el camarada Stalin
consideraba que los que habían sobrevivido, lo habían hecho por
colaborar con los alemanes. De regreso a casa, los condenó a los gulags,
los campos de concentración soviéticos, tan duros o más que los de los
nazis… de la sartén a las brasas.
Los supervivientes
señalan que entre ellos ha existido siempre, aunque sea extraño decirlo,
cierto sentimiento de culpabilidad por haber sobrevivido a aquel
infierno. Sobre todo cuando echan la vista atrás y recuerdan cuantos
inocentes, cuantos amigos y compañeros no lograron contarlo… Y son
muchas las víctimas e incluso historiadores e investigadores que señalan
que el horror de los campos podría haberse acortado, que podría haber
sobrevivido muchísimas más personas si los aliados hubieran intervenido
antes. Son muchas las voces que denuncian que no intervinieron más
rápidamente porque apenas si había americanos o ingleses en los campos…
En la actualidad Mauthausen se ha convertido en un museo-memorial que
visitan decenas de miles de personas todos los años donde incluso se
puede solicitar información sobre las víctimas. Sin embargo el campo de Gusen fue
privatizado hacia los años cincuenta de la pasada centuria y sus
instalaciones transformadas en viviendas, granjas, criaderos de
champiñones... muy pocas infraestructuras se han conservado, entre ellas
el crematorio, gracias a la iniciativa privada de antiguos
supervivientes y donaciones varias.
La entrada a Mauthausen en la actualidad
Hoy día los pocos supervivientes que quedan y sus familias se integran, junto a otras muchas personas, en asociaciones como L´Amicale de Mauthausen (Francia) y la Amical de Mauthausen y otros campos y de todas las víctimas del nazismo en España (España) que buscan perpetuar el recuerdo y la memoria de las víctimas y de aquellos tristes acontecimientos para que las generaciones venideras lo conozcan y no cometan ni permitan que se produzcan semejantes horrores.
Placa que rememoria a los españoles que perdieron la vida en Mauthausen
Los
jóvenes han de seguir este combate para evitar que no se produzca esto
más. Nunca más. Es la juventud quién tiene que continuar. A nosotros ya
nos queda poco. Esquivamos a la muerte en los campos, porque no nos
tocaba, pero ya la vemos venir de lejos.
Alejandro Bermejo Mateo (del libro Historia de los
españoles en la II Guerra Mundial,
de Alfonso Domingo)
(c) Diego Javier Sánchez Guerra.
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Bienvenidos al blog donde se tratan temas de historia, naturaleza, cultura y tradición de Monda y de la Sierra de las Nieves, así como experiencias varias de un servidor. airesdemonda@gmail.com
Extraordinaria publicación. Sin duda has sabido expresar de forma emotiva la vida y el trágico final de un defensor de la libertad, al igual que miles de luchadores que desgraciadamente cayeron en las garras de la barbarie nazi. Esta biografía supone además un homenaje a la memoria de Antonio Trigo, un joven de Ardales que combatió al fascismo primero en España y luego en la Europa del siglo pasado, al igual que otros muchos mártires que perdieron lo más preciado, la vida. Gracias por mantener vivo su recuerdo y por el encomiable esfuerzo y la investigación que has realizado para que su conocimiento y divulgación sea posible. Felicitaciones Diego!
ResponderEliminarQuizás Antonio conoció a mi padre, también Antonio, también huérfano de madre desde pequeño, también con hermanos de nombre Juan, José y Andrés, también andaluz, también confinado en Vernet... ¡Cuánto dolor hay es estas historias!...
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