La entrada de hoy tiene bastante que ver con nuestro pueblo y nuestros vecinos, a pesar de ser un tanto atípica. Me explico; en la Feria de Monda 2011 he tenido la suerte, el orgullo, la satisfacción y la responsabilidad de ser el pregonero. Muchas han sido la personas que me han pedido una copia del pregón y en atención a ellas he decidido colgarlo en el blog, para que tengan libre acceso a ella.
Podría decirse que esta entrada trata de los mondeños, de todos los mondeños, a los que va dedicada.
Semblanza del pregonero
Diego Javi, historiador, arqueólogo, amante de su tierra, amigo de sus amigos, ha llevado con orgullo el legado de su tierra y de sus padres por todas partes: en la Universidad, en Zaragoza cuando trabajó en una constructora y luego desentrañando el pasado escondido en la tierra. Y ahora, tras años de experiencia en desarrollo rural, nos da lo mejor de sí mismo: su pasión, su entrega y sus ganas de hacer un pueblo mejor. Una mirada limpia sobre las cosas, llena de entusiasmo y esperanza, una sonrisa socarrona…como decía Picasso “el hombre que es joven, es joven para siempre”.
Antonio D. Bravo Carrasco.
"MONDA BONITA, MONDA BONITA"
Buenas noches a todos. Si mis abuelos estuvieran aquí presentes en este momento, no cabrían en esta plaza. Pero los que no caben hoy, son mis padres.
El título del pregón, “Monda bonita, Monda bonita”, aunque pueda desprender cierto aire infantil, resume con perfección y sencillez el sentimiento que todos los mondeños compartimos hacia nuestro pueblo. Esta era una de las expresiones más empleadas por un hombre que visitaba Monda con frecuencia ya hace algunos años. Quizás algunos todavía lo recordaréis.
Quiero, antes de entrar en materia, expresar mi agradecimiento por haber sido elegido pregonero de esta Feria de Monda 2011 a las autoridades municipales y a los componentes de la “Asociación Cultural Munda Futura”, ilusionados y animados organizadores de esta feria, por haber depositado en mi persona tan grande y satisfactorio compromiso.
Orgullo y miedo. Orgullo y miedo fueron las dos primeras sensaciones que embargaron mi corazón cuando me propusieron ser pregonero de la Feria de Monda 2011. Orgullo, primero, porque para cualquier mondeño es una honra y una satisfacción poder estar esta velada aquí, rodeado de su gente, de toda su gente, de su familia, de sus amigos, de sus vecinos… teniendo el privilegio de ser la voz que anuncie esta tan querida y simbólica fiesta, tan esperada a lo largo del año y que a todos nos une, desde los más jóvenes a los más mayores.
Miedo, también miedo, porque para mí es toda una responsabilidad dirigirme a todos vosotros en este acto y hacerlo bien, correspondiéndoos como es debido, como os merecéis.
Queridos mondeños. Un año más nos encontramos reunidos para honrar a nuestro patrón, San Roque, en nuestras Fiestas Patronales y disfrutar de esta Feria. Personalmente siempre he pensado que la labor de pregonero debe desempeñarla personas que cumplan con dos requisitos mínimos: el primero es que cuenten con una trayectoria vital más prolongada o más intensa, con más experiencias de vida; y el segundo que se profese un cariño y un amor incondicionales hacia nuestro pueblo. Y aunque me tengo todavía por joven -relativamente, claro- pienso que cumplo con la segunda condición.
Esta esperada noche nos hallamos los mondeños de siempre, los que nos conocemos de toda la vida, los que nos hemos criado aquí, los que aquí vivimos y aquí residimos. Y también estamos, por supuesto ¿cómo no?, los que habiéndose criado aquí y por circunstancias de la vida residen fuera. Pero siempre anhelan y encuentran tiempo de retornar a su patria chica los fines de semana, durante las vacaciones o en fiestas tan señeras como ésta.
Pero además están los que me he tomado la libertad de llamar “nuevos mondeños”. Me refiero a las familias y personas procedentes de otras naciones del mundo, como Dinamarca, Francia, Inglaterra, Holanda, Paraguay, Rumanía, Marruecos, Cuba, Portugal, Alemania y otros muchos lugares, y familias de otros rincones de nuestro país que por razones diversas eligieron Monda como su lugar de residencia hace ya muchos o pocos años, contribuyendo a enriquecer aún más nuestra sociedad y nuestra cultura, y dándole a nuestro pueblo un particular cariz cosmopolita que sorprende a todo el que viene de fuera mientras nosotros lo vivimos con una total naturalidad, reforzando una vez más ese carácter de crisol de culturas que ha tenido siempre el sur de España, nuestras tierras de Andalucía. Para ellos, considero hace mucho tiempo que ésta también es su fiesta.
Y aunque no lo parezca, para nosotros este carácter pluricultural no es nada nuevo ya que nuestra población, al ser tan antigua, contiene la herencia de diversas culturas. Los almendros y olivos que hoy cubren nuestros campos, que dibujan nuestros paisajes agrícolas y que forman parte de nuestra gastronomía -especialmente el segundo, cuando nos comemos unas aceitunitas, cuando aliñamos nuestras ensaladas, desayunamos o cuando preparamos cualquier comida- fueron introducidos por los fenicios y los griegos hace más de dos mil años. ¡Cuántas calores bajo el incandescente sol y cuantos picores estivales cogiendo almendras al son de la orquesta de las chicharras! ¡Cuánto cerros de almendras descapotados a mano! ¡Cuánto frío y cuanta humedad que nos han calado hasta los huesos! ¡Cuántos padrastros cogiendo aceitunas! ¡Y más vueltas que la vida han dado las piedras de los molinos para fabricar el oro de Andalucía!
Los romanos, cuando ocuparon la Península Ibérica -a la que llamaron Hispania- crearon toda una red de infraestructuras, ciudades y otras construcciones monumentales cuya huella, en nuestro pueblo, ha quedado reflejada en nuestra modesta y algo maltrecha calzada romana, que hace alrededor de dos mil años era el camino que tomaban los arrieros de la época para llevar cargas de aceite y otros productos, como el vino y el cereal, a una de las grandes orbes del sur: Malaka, puerto desde donde se enviaban los productos a lugares tan lejanos en aquella época como Roma, Britania y Germania (Inglaterra y Alemania, respectivamente). Tan lejos han llegado los géneros de nuestra tierra.
En este lugar, recuerdo de pequeño, iba con mi abuelo camino de Rozuelas a coger almendras y cuando tomábamos esa vía empedrada que tanto me fascinaba, al compás de los cascos de la mula -Sevillana- que esparcían su sordo eco a la sombra del paternal algarrobo, mi abuelo (mi papaíto) me contaba historias de batallas y de guerras, especialmente la de Munda, que todos conoceréis. Yo, entonces, disfrutaba oyéndole hablar y ni el polvo del camino ni los incómodos picores veraniegos hacían mella en mí, aunque en aquella época no tenía ni idea de quienes eran los romanos.
Pero no fueron ellos los únicos que nos dejaron su huella ya que posteriormente, tras los visigodos, una nueva civilización nos trajo otro importante legado cultural, la civilización islámica, de la que conservamos numerosos vestigios, como nuestro Castillo de al-Mundat, que ha sido el referente de generaciones de mondeños y con sus más de diez impertérritos siglos lo sigue siendo, ya que la estampa que nos regala desde la carretera cuando venimos de Málaga o de Marbella con el pueblo, cascada de blancura, desparramándose a sus pies nos hace sentirnos en “casa”. Seguramente sería el mejor pregonero ya que desde su posición elevada ha sido el singular notario que durante cientos de años ha certificado los cambios que se han sucedido y ha conocido a todas las gentes que lo han habitado. Ha sido testigo y en algunos casos protagonista de numerosos acontecimientos históricos, como la revuelta de Omar Ibn Hafsún; la proclamación del Califato de Córdoba y la ocupación de al-Andalus por Almorávides y Almohades; o la prolongada y desesperada resistencia nazarí hasta caer en las manos de los ejércitos castellanos pero no sin que antes su guarnición andalusí realizara un último y desesperado acto heroico, ya que acudió a liberar Coín de su asedio en una acción casi suicida con un infructuoso resultado, hecho que conocemos gracias a un bello romance fronterizo. Testigo y protagonista también de la indignación, revuelta y posterior expulsión de los moriscos, que lo acabaron de quebrantar, tras lo cual quedó relegado al abandono durante centurias hasta ser convertido en hotel.
Si pudieran hablar sus vetustas murallas y sus envejecidas torres nos contarían historias de mil asedios, de mil combates, de mil declaraciones de amor y del errante y descorazonado fantasma que lo habita: Doña Beatriz, la “Buena Villeta”… Pero no sólo ha sido un lugar de importancia histórica y un sitio para el romance y la leyenda, ha sido también un lugar para el encuentro y para el divertimento ya que muchas meriendas y reuniones de amigos tenían como escenario en este particular sitio, y muy especialmente la “piedra llana”. Era también el seductor y prohibido espacio de juego para los más traviesos, según se arraciman en mi memoria aquellos recuerdos de mi infancia donde jugábamos con los amigos a hacer la guerra, a buscar tesoros, a encontrar pasadizos secretos y olvidadas riquezas… y siempre encontrábamos algunas de las mayores fortunas: la amistad, la diversión, la ilusión, la solidaridad, el respeto…de esas que ahora tanto escasean.
Nuestras calles, nuestros rincones, nuestras callejas y callejones…rebosan su tradición andalusí por los cuatro costados. Angostas, retorcidas y quebradas guardan sorpresas inesperadas materializadas en floridos y aromáticos balcones o en frondosas albarradas y en sus fuentes y lavadero, que refrescan y sonorizan el ambiente. Fuentes como la Mea-mea, la Esquina, la Jaula con su lavadero y la Villa con el suyo que han dado vida a nuestro pueblo y han calmado la sed de proles de mondeños, que han servido para lavar la ropa y han contribuido a alimentar las huertas, para preparar las aceitunas, para abrevar el ganado... En definitiva, nos han dado la vida. Yo he vivido poco de esto, pero me lo han narrado en multitud de ocasiones en las entrevistas que hago de vez en cuando a las personas mayores de nuestro pueblo, de las que tenemos muchas cosas que aprender. Al igual que en muchas ocasiones me han contado cómo los niños a los que les regalaban aquellos envarados burritos de cartón y los llevaban a beber a la fuente, no los volvían a llevar más. Hoy día se han convertido en monumentos, en sordos ecos del recuerdo y en vestigios de nuestra identidad que despierta la curiosidad de los turistas, sorprendidos cuando tienen la suerte de que algún vecino lleve a beber algunas de las escasas bestias que quedan en el pueblo. Al igual que alguno de nosotros también nos sorprendemos y rememoramos tiempos pasados.
Además de su tradición moruna nuestra calles han sido un espacio multifuncional: centros sociales al aire libre durante las largas noches de verano cuando los vecinos, sentados al fresco, charlan hasta las tantas; espacio también de trabajo donde las manos artesanas que acopiaban saberes milenarios se encallecían con el ingrato trabajo del esparto; espacio lúdico y de esparcimiento, donde recuerdo cuando era chicuelo cómo jugábamos en el barrio la Paja a las cuatro esquinas, a la piola, a las bolas, al trompo…y tantos otros juegos que han ocupado todas las calles mondeñas, mientras se hacía presente como banda sonora de fondo el persistente tintineo metálico de la vulcana fragua de Puerto.
He mencionado las huertas. Ellas son la viva prueba de la herencia de la acertadamente llamada “cultura del agua”. En ellas se hace presente la red de acequias y albercas que rezuman una tradición islámica que tenía en el agua un bien común muy preciado, muy valorado y muy cuidado. Las acequias, además de ser las venas que llevan la vida a los bancales, ocasionalmente se convirtieron en lugares donde lavar la ropa, los cacharros o en las pistas de carreras, rústicos y originales scalextrics para los zagales cuando con trozos de madera o de corcho hacían carreras de barquitos. Y las albercas…¡Cuántas generaciones de niños hemos tenido en las albercas nuestra particular Costa del Sol o nuestro singular Parque Acuático! ¡Cuántos nos hemos bañado en la alberca del Curita y en más de una ocasión en que nos han pillado hemos tenido que salir corriendo, con o sin ropa!
Pero el tiempo no espera, no se detiene, y la llegada de otra nueva cultura tras la expulsión de los moriscos nos trajo otros nuevos elementos ya que esa nueva cultura que era la cristiana y de la que somos directos herederos, quiso sacralizar los espacios que durante ocho siglos había pertenecido a los andalusíes. La iglesia de Santiago Apóstol, que ha sido y es omnipresente desde entonces en nuestros bautizos, comuniones, bodas, entierros… sustituyó a una antigua mezquita, pero se puede decir que no la destruyó totalmente ya que de ella heredó la inspiración para la construcción de ese robusto y macizo arco de ladrillo que nos recibe a la entrada y frente al cual se han arrojado toneladas de arroz y algunos garbanzos, en las bodas, y miles de pesetas y algunos euros, en los bautizos. También muchas lágrimas. No obstante puede decirse que en esencia este sagrado lugar tampoco cambió de función, ya que entonces con los musulmanes y después con los cristianos hasta el día presente, ha seguido siendo un lugar para la fe y es su toque de campanas el “politono” común que todos los mondeños tenemos grabado en nuestras cabezas.
Otros elementos heredados de aquellos tiempos son las cruces, de la Sierra, de Caravaca y del Agua, muy devocionales todavía y que fueron construidas con la intención de proteger al pueblo. El Calvario, junto a las eras, es otro de nuestros símbolos de identidad y no en vano es el lugar del mágico y sentimental encuentro el Jueves Santo entre nuestra Virgen de los Dolores y el Crucificado y también el lugar donde nos tomábamos los hornazos. La gran era que se abre delante es el vestigio que nos habla de un mundo de agricultores y trabajadores de la tierra, del trabajo de la trilla y el venteo del cereal al son de las coplillas y en compañía del tradicional rancho: la “olla de era”.
Podría seguir hablando de muchos más lugares comunes que compartimos, pero no quiero ponerme muy pesado y se acabaría la feria y no habría terminado. Monda, la esencia de los mondeños, de lo que somos, no son sólo los lugares comunes que vivimos a lo largo de nuestras vidas. También son los tiempos comunes que compartimos y cuando digo tiempos me refiero a aquellas épocas del año más especiales cuando tenemos algo que celebrar y un tiempo para estar con nuestros seres queridos: nuestras familias y nuestros amigos; estoy hablando de las fiestas. Las fiestas son el lugar de encuentro por excelencia y nuestro pueblo tiene muchas (por tanto, muchos momentos de encuentro), unas son muy antiguas y otras muy recientes, prueba estas últimas de que somos una población socioculturalmente muy activa, muy viva, que se reinventa, que se recicla y que se renueva con el tiempo sin perder su esencia.
Nuestro ciclo festivo es muy abultado, pero quiero detenerme sólo en algunas de las festividades que nos son más señaladas y significadas, destacando ese valor de encuentro y de compartir que nos son comunes.
Así, por ejemplo, la Navidad, que no llega para mí cuando veo los primeros anuncios de El Corte Inglés u otros grandes almacenes, ni tan siquiera cuando me alumbran las luces navideñas por las calles. Para mí esta época del año, desde mi niñez y en mi madurez, se anuncia cuando el callejón de calle Estación se endulza con el aroma a roscos y a azúcar que mana de la fábrica de Mancha (que desprenden esos esos roscos de los que está bueno hasta el agujero). Esas fechas son el momento de estar entre los seres queridos, de las cenas familiares y de compartir los recuerdos de los que ya no están, pero también de compartir con las nuevas generaciones, con los recién llegados; es tiempo de las reuniones de amigos, de los encuentros, del acopio de kilos merced al abuso en la ingesta de mantecados, de roscos de vino, de polvorones, de alfajores… al son de las zambombas, las sonajas y los almireces con que las pastorales de Monda hacen retumbar nuestro pueblo y nuestro espíritu hasta los propios cimientos. Es un tiempo de alegría compartida.
Primavera pasionaria. De nuevo es el olor el que anuncia nuestra próxima estación de encuentro en la intensa y primaveral fragancia del azahar que se mezcla con la devoción y la pasión en nuestra Semana Santa, aroma dulzón que se acaba diluyendo con el espeso olor a cera de las velas, con las que los más pequeños se entretienen haciendo macizas bolas. El recio y acompasado son de los horquilleros extraviado en el silencio de la noche y tan sólo rasgado por sentidas y espontáneas saetas junto con la luz de centenares de titubeantes velas, marca el paso de uno de los momentos más grandes de nuestra semana de Pasión que tiene lugar la noche del Jueves Santo. Allá, en la colina del Calvario, una madre llora a su Hijo que, clavado al madero y con ojos vacuos, recibe el manto de luz dorada de la Luna llena ante el corazón encogido de los presentes. Y es nuevamente en estos días cuando los mondeños volvemos a encontrarnos compartiendo nuestra tradición, nuestra devoción y nuestro sentir, fraguando nuestra identidad.
Y, por fin, la Feria, a la que un año más hemos llegado. En mi relativamente corta experiencia de vida, ha sido y es el andén, la parada donde nos bajamos y donde nos encontramos todos los mondeños. El tiempo en que vienen los que habían marchado a la capital y los que en los años de la emigración habían elegido destinos más alejados como Barcelona, Madrid, Francia… y no podían venir con la frecuencia ansiada.
En estas fechas mi memoria me trae vaporosos recuerdos de cuando era pequeño, de cuando sonaban los primeros cohetes anunciando la feria, por la mañana, con los juegos infantiles, cuando catervas de chiquillos nos precipitábamos por las calles vertiginosamente para acudir al insustituible corazón de la feria, al epicentro de la fiesta: a nuestra plaza, donde ahora nos encontramos. Hoy, esos cohetes, llegan para mí demasiado temprano y son la pesadilla de mis trasnochadas resacas.
También rememoro como en mis años mozos éramos un grupillo de amigos, de pilluelos, formados por los que vivíamos en Monda y los que llegaban de Málaga, Granada, Marbella…, legión de traviesos que jugábamos a atravesar aquellas viejas y descolorida rejas verdes que ceñían la plaza, o a perdernos bajo el antiguo escenario, en su enjambre de patas y travesaños compitiendo en agilidad y destreza, y del que salíamos a veces con un chichón como premio con el que podíamos presumir ante las niñas en arrojo y bravura. Aun a riesgo de la segura regañina de los padres. Pero con el tiempo crecimos y ya no nos cabía la cabeza entre las rejas, como a otros chiquillos más pequeños, e íbamos buscando la animación de los coches de choque y a interesarnos por la compañía femenina.
Se me vienen a la cabeza igualmente aquellos pesadísimos empachos de algodón de azúcar o de las manzanas caramelizadas, hoy sustituidos por los ardores que provocan los excesos nocturnos de cerveza o de tinto de verano. En las costuras de mi memoria cuelgan retazos de recuerdos en los que revivo como mis padres me llevaban a la feria, con mis hermanos, y nos montaban en los caballitos del carrusel -“pegasos, lindos pegasos, caballitos de madera”, en palabras de Antonio Machado-; o cuando montábamos en el “Tren de la Muerte” con Miguel Miligallo metido en su papel de espanta-niños mientras todos queríamos quitarle su mortífera arma del pavor: una pequeña escoba de palma, trofeo que todos deseábamos ganar; o de otras atracciones infantiles alumbradas por mil luces y por mil colores acompañadas por unas sonoras y estridentes sirenas, escenas aquellas que aumentadas por mi imaginación infantil no han permitido nunca que ningún parque de atracciones, con tantas florituras y tantos cachivaches, me haya podido sorprender tanto o más.
A pesar del transcurso de los años y de todos los cambios que se han producido, sigo compartiendo con mi familia y amigos este tiempo de fiesta, este tiempo de encuentro, con la misma ilusión que cuando era pequeño.
Ahora, al orgullo y el miedo del que fui presa al principio, quiero añadir la ilusión. La ilusión de ser mondeño y la ilusión de compartir con vosotros lugares y/o tiempos comunes. Y ahora, papá, mamá, hermanos, sobrinitos, tíos, primos, amigos y vecinos, mondeños y mondeñas, os invito a disfrutar y compartir en familia y entre amigos esta Feria de Monda 2011. ¡Mondeños y mondeñas, viva Monda y viva su feria, viva nuestro patrón, viva San Roque y su inseparable perro!
¡Feliz feria!
Diego J. Sánchez Guerra.