Hola a todos de nuevo,
hoy me gustaría empezar con una nueva sección a la que he querido denominar EL ARCA DE LA MEMORIA, en la que vamos a tratar temas relacionados con nuestros vecinos, los oficios que desempleaban, sus experiencias vitales, las historias de vida que nos quieran narrar, etc., para tratar de crear, con el tiempo y vuestras colaboraciones, una Biblioteca de la Memoria Virtual de las personas de Monda, de nosotros, los mondeños y las mondeñas.
Desde este blog, desde este púlpito, se invita a toda aquella persona que quiera participar, que quiera colaborar contándonos su vida, sus experiencias, su historia, el desempeño de algún oficio tradicional, etc., a que lo narre y lo comparta. Yo, gustoso, le brindaré mi tiempo.
Para empezar quiero comenzar con un tema que todos conocemos muy bien y que otras personas conocen aún mejor, ya que lo vivieron en sus propias carnes: el duro, sacrificado y poco agradecido oficio de carbonero.
Quiso la suerte que en agosto de 2008 me enterara de que un vecino de nuestro pueblo, Antonio Villalobos, seguía haciendo carbón. Ni corto ni perezoso quise informarme personalmente y fui a preguntarle. Me dijo que sí, que todos los años solía hacer un horno. Mi abuelo Diego también lo hacía, así como muchos de nuestros padres y abuelos. Así que decidí hacerle una entrevista, grabarlo en vídeo y tratar de revivir la experiencia de hacer carbón vegetal a la par que quise entender las formas de vida y la labor de los carboneros auténticos. Antonio Villalobos me dio la oportunidad (junto con otros amigos) de poder entender aquellasviviencia someramente y echar unos buenos ratos. Y ahora me gustaría compartirlo con vosotros.
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Recuerdo que aquella estival mañana de agosto hacía un sol de justicia, los rayos solares parecían más un castigo que una bendición del dios Apolo. Lo cierto es que ya hacía calor antes de salir el sol, como todos los veranos. La tierra ardía y parecía que el aire flameaba. Antonio, un hombre de figura enjuta que ha sobrepasado holgadamente los ochenta años con plena y admirable salud, inmune a la hostilidad de aquellas temperaturas, nos esperaba con un inseparable “ducados” cautivo entre sus dedos, en las proximidades de la Cañada Quintana (tras la Granja de Juan Martín). Allí era donde iba a hacer su horno. Allí era donde nos iba a mostrar su arte.
Antonio nos explicó y nos reveló cómo se hace un horno de carbón vegetal y cómo fue su dura experiencia vital entorno al carboneo ya que, como muchos otros carboneros, debía separarse tempranamente de su familia durante largos meses para trabajar en lugares como podía ser el entorno de Ronda, Sierra Morena,… Pero dejemos eso para el final y veamos ahora como la ciencia y maestría del carbonero elaboraba aquella negra y tiznada materia con la que antaño se calentaban muchos hogares y con el que se alimentaban muchas cocinas, a falta de gas y de vitrocerámica.
Los carboneros, que trabajaban en cuadrillas de varios hombres, tenían que cortar la leña y no en pocas ocasiones incluso arrancar los árboles que iban a carbonear. Seguidamente debían limpiar y regularizar el suelo donde se iba a montar el horno. A ese espacio le llamaban el alfarje. Sobre el alfarje se colocaban paralelamente varios palos alargados formando un pasillo sobre el cual se armaba el horno con troncos formando un círculo, formando algo parecido al caparazón de una tortuga. Ese pasillo es un hueco longitudinal en la base de la estructura que la recorre de una punta a la otra y que permitía la circulación interior del aire desde la boca hasta el final, donde estaban los denominados caños, conformados por dos palos puestos de pie en el extremo del horno. La circulación del aire era fundamental para una adecuada cochura. Después se cubría el armazón de troncos con la charga, hojas secas que iban regularizando la superficie y sobre la cual se depositaba tierra hasta cerrar herméticamente la estructura del horno. La charga tenía la misión de impedir que la tierra penetrara por entre los troncos del horno, lo cual arruinaría la cochura. Tras ello el carbonero lo encendía por la boca y debía esperar a la cocción, vigilando atentamente que ésta se produjese homogéneamente desde la boca hasta los caños.
Antonio montando el horno, tras haber preparado el suelo y cortado la leña.
El carbonero monta los caños, para que tire el horno y la leña se transforme en carbón.
Tras montar el horno el armazón de madera debe ser cubierto por una capa de hojarasca denominada charga para, seguidamente, taparlo por completo con tierra.
En esta tarea Antonio cuenta con la ayuda de su nieto.
Una vez que el horno ha quedado completamente recubierto por la tierra se procede al encendido del mismo a través de la boca, en el extremo opuesto de los caños.
Una vez encendido hay que esperar varios días a que el fuego vaya "cocinando" la leña, cociéndola hasta transformarla en carbón. El proceso dura varios días, en función del tamaño del horno, y debe ser controlado por el carbonero para que el horno no se apague o se realice una mala cocción.
Cuando los palos de los caños caen es que está listo el horno, por lo que se procede a desmontarlo, a labrarlo -como dicen los carboneros- y separar el carbón de la tierra, troceándolo para facilitar el transporte. Tradicionalmente este producto se vendía por arrobas, como el aceite o el vino.
(Foto: Juan González).
Finalmente el carbón era recogido en seras de esparto y cargado en bestias.
(Foto: Juan González)
Antonio asegurando la carga de carbón.
(Foto: Juan González)
Terminada la tarea se realiza el transporte en bestias de carga.
(Foto: Juan González)
El carbonero debía pasar meses fuera de casa, su aspecto ennegrecido y sucio le confería una figura fantasmagórica. Baste recoger el siguiente testimonio de Antonio: Con una muda me tiraba yo toa la temporá. Que algunos se la quitaba y se quedaba la chaqueta de pie, como un tupirro. Para vivir construían efímeras chozas circulares con una base de piedra y una cubierta de ramajes. Esta mísera, funesta y endeble obra cobijaba a las cuadrillas de carboneros que trabajaban para un contratista que, como intermediario, ingresaba los mayores beneficios explotando a estos hombres. El destino del carbón era, sobre todo, los grandes centros urbanos y poblaciones donde se empleaba en la calefacción del hogar y para cocinar. Paradójicamente en casa de carboneros (y en casi el resto de las casas de los trabajadores del campo) se cocinaba con leña, más fácil y barata de adquirir.
Antigua foto donde posan unos carboneros mondeños.
(Foto: Coleccion Biblioteca Municipal de Monda)
Antonio nos contaba como empezó en la dura senda del carbón siendo un inexperto adolescente, en una cuadrilla y de la mano y amparo de su hermano mayor, del que con motivo se muestra orgulloso: Eso es muy duro. Seis tíos, cada uno de su madre y de su padre. Cada uno con su leche tomá y yo, un zagal, con dieciséis o diecisiete años… Pero yo iba con el calor de mi hermano. Eran tiempos muy penosos e inclementes, los años de después de la Guerra , donde todo el mundo debía trabajar con dureza para ganar un mísero jornal.
Los carboneros siempre pasaron grandes penurias. Y también sus familias, no las olvidemos, ya que esperaban durante meses la llegada del ser querido. Ana, la esposa de Antonio, nos contaba también como vivía su ausencia en los meses que trabajaba el carbón: Cuando él se iba al carbón yo, para no quedarme aquí sola, me iba con mi madre a Coín. Los tres o cuatro meses que él estaba por ahí, estaba yo en Coín. Pero en la lejanía del tiempo y del espacio las familias mantenían el contacto con los carboneros mediante cartas. Aunque no todo el mundo sabía leer y escribir se ayudaban unos a otros, en palabras de Antonio: Yo no se ni leer ni escribir. No lo se porque no me lo han enseñado. Pero entonces mi hermano escribía para la casa, para ella, contando los clamores.
La alimentación de los carboneros fue siempre escasa y poco variada, basada principalmente en las sopas de pan con varios tomates, ajo y pimientos, que no hacían más que tratar de despistar infructuosamente el hambre. En nuestro pueblo el Día de la Sopa Mondeña rinde honroso homenaje a esa gastronomía del hambre, a esa gastronomía de la necesidad.
Día de la Sopa de Monda.
(Foto: www.malaga101.es)
Pero en Monda también hemos rendido honor a la figura del carbonero y, con ella, a todas las personas trabajadoras del campo, hombres y mujeres, con la erección de una estatua en su honor y la celebración del Día del Carbonero.
Hoy, gracias a Antonio Villalobos y su esposa Ana Pérez, sabemos más de este oficio casi perdido y un poco más de nosotros mismos. Nuevamente, gracias a los dos.
Antonio y Ana.
Un saludo a todos.
© Diego Javier Sánchez Guerra