lunes, 11 de julio de 2016

EL CEMENTERIO DE MONDA, HISTORIA Y MEMORIA. UN LUGAR PARA LOS MUERTOS Y UN LUGAR PARA LOS VIVOS

¿Adónde vamos cuando nos morimos?

¡Buena pregunta! La respuesta, si es que sólo hay una, es harto difícil de responder, quizás sea la más difícil de contestar… Para algunas culturas, como la cristiana, la muerte es un paso más, un tránsito que en función de cómo nos hayamos portado en vida nos conduce  al Cielo, al Infierno o al Purgatorio; para los musulmanes tras la muerte y si se ha sido bueno en vida, el más allá es un rico  y extenso jardín lleno de huríes, árboles, frutales en abundancia y donde confluyen cuatro ríos: uno de leche, uno de miel, uno de agua y el último, como no podría ser de otra manera, de vino ( …habrá en él arroyos de agua incorruptible, arroyos de leche de gusto inalterable, arroyos de vino, delicia de los bebedores, arroyos de depurada miel - Sura 47.15) ; para otras culturas, tras la defunción sucede la reencarnación en otras personas o en animales. Sin embargo para muchas otras personas mucho más escépticas,  tras la muerte no existe nada, nuestros cuerpos se descomponen y desaparecen… 

Pero en todas y cada una de las culturas humanas desde el hombre de Neanderthal hace centenares de miles de años, se da sepultura a los muertos de las comunidades humanas de muy distintas maneras. Lo normal es que fueran inhumados en determinados lugares, en muchas ocasiones de forma colectiva como en época Prehistórica en ciertas regiones, en dólmenes donde introducían multitud de cuerpos durante generaciones o en enterramientos individuales, las cistas o “cajas de piedra”. Aunque avanzado el tiempo muchas culturas comenzaron a incinerar a sus fallecidos para luego introducir sus cenizas en urnas  que posteriormente eran enterradas (costumbre que se está recuperando).



Dolmen del Tesorillo de la Llaná, en Alozaina, un sepulcro colectivo prehistórico


En algunas civilizaciones se momificaba al finado (procedimiento normalmente reservado a aristócratas y personas acaudaladas), como en el caso egipcio, introduciéndolos en majestuosas tumbas, o el peruano, subiendo las momias a las montañas, a miles de metros de altura. Los romanos, por ejemplo, podían inhumar o incinerar a sus fallecidos; en el caso de las inhumaciones solían colocarle varias monedas en ojos y boca para pagar el peaje al barquero Caronte en el más allá, el que trasladaba las almas en su barca a través de la laguna Estigia o río Aqueronte, según las distintas interpretaciones. Otros eran incinerados y sus cenizas depositadas en urnas que se colocaban en unas torres con multitud de pequeños nichos. A alguien en la antigüedad le debió parecer que estas estructuras se parecían demasiado a los palomares, por lo que empezaron a llamarlos columbarios, que es lo que significa esta palabra en latín. Dada la reciente costumbre en nuestra cultura de incinerar a los nuestros, muchos cementerios se están proveyendo de espacios para depositar las urnas.



Momias peruanas en una vieja fotografía


La amojamada momia del faraón Ramsés II


Representación de Caronte en una antigua lápida sepulcral griega



Antiguo columbario romano en Jerusalén


En la cultura musulmana, por ejemplo, los entierros son muy sencillos; en teoría los finados no llevan ajuares ni nada que pueda distinguir su condición social en vida: son envueltos en un sudario e inhumados de lado, con la cabeza mirando a la ciudad santa de La Meca.

Mucho más exóticos son los enterramientos en altura de algunas regiones de China, donde se colocan los féretros de madera claveteados en las paredes de los barrancos aprovechando salientes de la roca o apoyándolos en recias vigas de madera, o los tibetanos “entierros en el cielo” o “funerales celestes”, donde los finados son despojados de su carne y sus huesos machacados para que los buitres los devoren y continuar así con el ciclo de la vida.



Sencillas tumbas islámicas en el norte de Marruecos



Tumbas colgantes en China


Funeral celeste en Tíbet


Sin embargo, a pesar de las diferencias, todas las culturas a lo largo de la historia han creado unos espacios dedicados a sus muertos, ya sea para enterrarlos o depositar sus cenizas, unos lugares para dejar los restos de los fallecidos, un espacio para los muertos a los que nosotros llamamos cementerios. La palabra cementerio proviene de la palabra griega koimetérion, que viene a significar dormitorio o lugar de descanso por que para la cultura cristiana en los cementerios se descansaba, se dormía hasta el momento en que llegara la resurrección. Otra palabra empleada para denominar a los cementerios, entre otras, es camposanto. El origen de este término hay que buscarlo en la ciudad italiana de Pisa donde uno de sus cementerios que quedó absorbido por el crecimiento de esta bella ciudad, para evitar epidemias, fue cubierto con tierra procedente de los lugares santos de Jerusalén traída expresamente en barcos.

Monda tiene tres cementerios. Si tres. No te sorprendas si eres mondeño o mondeña y piensas que está el de toda la vida -el de la Virgen del Carmen en calle Camposanto- o el de San Roque, el nuevo, el de Alpujata. Hay uno más… En la iglesia de Monda, en su subsuelo y cabecera hay también otro cementerio. Se trata del primer cementerio cristiano de Monda que ha salido a la luz, al menos parcialmente, en varias ocasiones: cuando se ha remodelado alguna casa del entorno, cuando se ha arreglado alguna de las calles cercanas, cuando se reedificó el Ayuntamiento hace algunos años… aparecieron restos óseos humanos que, sin más, fueron arrojados a la escombrera. Sin embargo fue durante las obras de restauración de la iglesia de Monda en los años noventa donde aparecieron multitud de tumbas, sepulturas y enterramientos en su subsuelo. Aunque en su momento el hallazgo causó sorpresa, miedo y desconfianza, hemos de señalar que los enterramientos bajo los templos y su entorno se venían realizando desde los primeros años del cristianismo. Estar enterrado en una iglesia o sus alrededores daba proximidad con la deidad y si no garantizaba la salvación eterna del alma, al menos ayudaba más a conseguirlo. No sabemos dónde se encuentran los restos que aparecieron durante los trabajos de restauración de nuestra parroquia y cómo se desarrolló el procedimiento de exhumación de los mismos. Tampoco sabemos si sólo aparecieron tumbas dispuestas bajo el pavimento o si se localizaron algunos panteones subterráneos que podían albergar varios cuerpos…



Interior de la iglesia parroquial de Santiago



Interior de la iglesia de Monda durante los trabajos de restauración. Bajo el enlucido aflora su estructura de ladrillo de barro cocido, arcos de carga y mechinales


Por otra parte tenemos constancia por documentación de finales del siglo XV y principios del XVI que la iglesia se construyó sobre una mezquita, la denominada mezquita del arrabal. Pero lo que no sabemos es si durante las referidas obras de restauración de la iglesia, cuando se remozaron el pavimento y los cimientos, aparecieron restos de la misma…

Dentro de la iglesia de Monda, como en cualquier otra, los enterramientos se disponían en función de la condición económica y social de cada finado. Las personas más pudientes se enterraban en las proximidades del altar mayor o incluso bajo éste, y el resto se iba distribuyendo por el resto del templo alejándose más de los espacios más importantes, como el mencionado altar mayor o las capillas, en función de las disponibilidades económicas. El pueblo llano, la gente humilde, los jornaleros, braceros, cabreros y trabajadores del campo con menos recursos, se enterraba fuera de la iglesia, alrededor de la cabecera pues la desigualdad, que nos encuentra en la vida, nos persigue y acompaña más allá de la muerte… En el exterior del templo, hacia la cabecera, hay una hornacina en una pared que alberga una vieja cruz de madera cuyos brazos se rematan en unos apliques metálicos decorativos y se acompaña por dos farolillos. Junto a ella una placa en baldosines cerámicos verdes con letras blancas recoge su nombre: Cruz del Carnero, cuyo entorno se encuentra afeado principalmente por el cableado eléctrico. Junto a ella había un estrecho acceso a este camposanto que con el tiempo fue tapiado. Hoy día la zona exterior de la iglesia es un cuidado jardín donde florecen rosas, lirios y otras flores.



Cruz del Carnero



Primer plano de la Cruz del Carnero


Bueno ¿Y antes de la llegada de los cristianos dónde se enterraba la gente? En algún lado tendrían que hacerlo ¿No? ¿O es que se los comían? ¡Noooo! Lo que ocurría mientras que en Monda habitó la cultura musulmana es que existieron repartidos por el territorio varios pequeños cementerios, varios almocaberes como lo llaman las fuentes documentales, donde depositaban los restos de los finados musulmanes. Lo normal es que estos cementerios estuvieran junto a los caminos de acceso a las poblaciones. Esta es otra historia que merecería un capítulo aparte pero que por el momento no nos podemos detener.

No es hasta el siglo XVIII que el monarca Carlos III emite una Real Cédula (de 3 de abril de 1784) en la que prohíbe los enterramientos en las iglesias por razones higiénicas y sanitarias; el mal olor, el altísimo riesgo de epidemias e infecciones… hace que la autoridad real ordene la construcción de cementerios en las afueras de los pueblos, alejados de los núcleos de población. A este mandato no se le hizo mucho caso porque la costumbre de enterrarse en las iglesias estaba profundamente arraigada y a la institución eclesiástica le reportaba unos interesantes ingresos ya que cobraba por los enterramientos en su interior.  No es hasta principios del siglo XIX que empieza a cumplirse la norma. Desconocemos la fecha de construcción del cementerio de Monda pero sabemos que ya existía en 1845 por un documento fechado en esos momentos, el Diccionario Geográfico y Estadístico de España y sus posesiones de Ultramar de Pascual Madoz. En aquella época se encontraba a las afueras de Monda, alejado de las viviendas. Hoy día y debido al crecimiento urbano de las últimas décadas, el cementerio ha quedado integrado en el casco urbano.



Imagen aérea de nuestro cementerio



Imagen del cementerio de Monda tomada en la primera mitad del siglo XX. Se observa la  poca cantidad de nichos, que se concentran en dos cuerpos elevados, y una gran porción de pared completamente vacía. Tampoco se ven los enormes cipreses que hay actualmente y la entrada por calle Hospital es inexistente. A la derecha destaca la Ermita de los Dolores, de la actualmente que sólo se conserva la torre bastante mutilada y sobre la que volveremos en una  próxima entrada porque tiene una historia digna de ser contada y conocida por los mondeños


Nuestro camposanto se encuentra bajo el amparo de la Virgen del Carmen. La Virgen del Carmen es la protectora de los marineros ¿Cómo es posible que tenga su lugar en una tierra de secano, tan lejos del mar? Pues muy sencillo. La Virgen del Carmen (que recoge tradiciones paganas de culturas antiguas) acompaña con su luz a las almas de los fallecidos para que no se pierdan en el tránsito hacia el otro mundo. Era lógico que con el tiempo y desde muy antiguo los marineros la veneraran y adoraran por su papel de guía, para que no se perdieran en el mar y los guiaran a buen puerto. En este sentido no hay que desdeñar la relación, lejana, eso sí, del barquero Caronte, que como se ha dicho anteriormente conduce las almas de los finados a través de la Laguna Estigia o el río Aquerón.



Cementerio de Monda en la noche de Difuntos


Volviendo a nuestro cementerio, su planta es rectangular, estrecha y alargada en disposición decreciente al adaptarse a un terreno inclinado, lindando en sus lados menores con la calle Málaga en la parte más baja y con la calle Hospital en la parte más alta. Sus muros son bastante gruesos, de mampostería, posteriormente enlucidos y rematados a dos aguas. En algunas zonas se ha recrecido su altura con el tiempo para dar cabida a más nichos. No sabemos si siempre tuvo estas dimensiones y esta disposición o si, por el contrario, era más pequeño y se fue ampliando con el tiempo y con el aumento de “residentes” que a lo largo del tiempo iba proveyendo la Parca. Bien pudiera ser así. De cualquier forma su crecimiento sería tanto a lo ancho como a lo alto para amortizar lo más posible el espacio.


Tapia exterior del cementerio donde se aprecia como los nichos han crecido más que ésta


En el interior los nichos se distribuyen por las paredes y por una serie de isletas. Los más antiguos tienen el techo levemente abovedado mientras que los más modernos son cuadrangulares. También podemos encontrarnos algunos escasos mausoleos. Las lápidas más modernas visten mármoles negros y blancos brillantes, relucientes, con letras grabadas o letras metálicas insertadas, con figuras sacras, elementos arquitectónicos decorativos como pequeñas columnas y frontones, fotografías…. Mientras que las más antiguas son muy sencillas y de similar factura. Suelen ser de roca oscura pulida donde se esgrafía alguna imagen sagrada junto al nombre del finado y su fecha de deceso. Éstas lápidas acusan mucho más el paso del tiempo y suelen encontrarse más deterioradas.



Interior de nuestro cementerio



Una de las viejas lápidas



Antiguo panteón familiar


En función de su inclinación se pueden diferenciar tres espacios; uno más bajo, de cara a calle Málaga, al que se accede por la puerta principal situada en calle Camposanto. Le sigue uno algo más alto que se sitúa en el centro del rectángulo alargado. Finalmente uno superior que da a calle Hospital, donde hay una entrada secundaria y una pequeña habitación que antaño se dedicaba a las autopsias. El osario, lugar donde iban a parar todos los huesos de los fallecidos tras vaciarse sus nichos para reutilizarse, también está en este espacio, a nivel del suelo. Tiene una vieja portezuela metálica pintada en negro con una cruz de hierro en relieve y recuerdo que cuando era niño, me aterrorizaba.



La puerta del osario


Entre la decoración vegetal, no muy profusa, destacan unos enormes y esbeltos cipreses que sobresalen ampliamente del conjunto apuntando al cielo. Los cipreses son unos habitantes comunes en los cementerios peninsulares que avisan, en la lejanía, del lugar de residencia de los muertos. La tradición señala que ya los romanos los empleaban en sus enterramientos porque la forma piriforme de su copa apunta al cielo, al camino de las almas. Otras tradiciones más mundanas señalan que su olor ahuyenta a las ratas para que dejen en paz los cuerpos ¡A saber! Cierto es que son unos árboles muy resistentes y longevos que desde antiguo se ligan a cuestiones espirituales.



Los cipreses destacan sobre el conjunto


La puerta de acceso principal al cementerio se encuentra en la calle Camposanto. Se trata de un vano adintelado rematado por un sencillo frontón con tejado a cuatro aguas cubierto por tejas vidriadas en verde. Sobre éste se coloca una cruz de hierro fundido profusamente decorada insertada en una esfera de cerámica. Se alza sobre un angelote triste, con la cabeza levemente virada a su derecha, con alas levemente extendidas y las manos unidas en posición orante y que se remata con un pequeño doselete inspirado en el estilo gótico. En el crucero de la misma nos encontramos algunos símbolos de la Pasión, como los tres clavos de la Crucifixión que se enmarcan por una corona de espinas. Los brazos de la cruz se rematan con orlas decorativas un tanto recargadas. No sabemos si esta cruz fue puesta cuando  se abrió el cementerio o más adelante y desconocemos su procedencia. Tampoco sabemos si fue donación de una familia o, por el contrario, iba en el presupuesto de la obra inicial.




Puerta principal de acceso



Cruz a la entrada del cementerio



Detalle del ángel


Sobre la puerta de entrada principal y con piezas cerámicas hayamos las palabras CEMENTERIO MUNICIPAL, con fondo verde y con las letras en blanco y sobre éstas, una imagen de la Virgen del Carmen con el Niño Jesús amparada por dos farolillos colgantes que se rematan por sendas cruces.

Esta imagen fue elaborada artesanalmente en los talleres sevillanos de MENSAQUE RODRÍGUEZ Y CÍA, tal y como aparece en el ángulo superior izquierdo de la imagen. Estos talleres se inauguraron en 1917 y se fueron ampliando y cambiando de ubicación gracias al aumento de la demanda de sus trabajos. La empresa, de la que había salido desde piezas sencillas y comunes hasta espectaculares composiciones, cerró en el año 2006 y a lo largo de su historia trabajó con grandes artistas del ramo. La escena nos presenta una Virgen del Carmen ataviada con los hábitos carmelitas (la Virgen del Carmen es la patrona y protectora de la Orden mendicante de los Carmelitas) con un manto blanco que le cubre de la cabeza a los pies, coronada y sentada, sobre cuya rodilla izquierda y acomodado sobre un cojín rojo, se encuentra el Niño Jesús con los pies cruzados, desnudos. El pequeño viste una túnica blanca. En las manos ambos portan unos escapularios (hábitos carmelitas en miniatura que pueden llevar los devotos para mostrar su consagración y devoción a la Virgen del Carmen). En la base de la imagen, en letras mayúsculas, se recoge su nombre: NTRA. SRA. DEL CARMEN. Lástima que no aparezca o se distinga la firma del artista.



Detalle de la Virgen del Carmen de la entrada principal



La Virgen con el Niño Jesús


No sabemos cómo llegó esta imagen al cementerio. Desde luego que no se colocó en el siglo XIX así que es posible que se instalara durante una reforma en el siglo XX o, sencillamente, fuese una donación de alguna familia local. Tampoco sabemos de la fecha de su elaboración, pero observando otras obras similares procedentes del taller MENSAQUE RODRÍGUEZ Y CÍA, como la imagen de Nuestra Señora del Carmen realizada por el artista José Macías Macías para la Hacienda Fuente de la Higuera (Sevilla), de la década de los cuarenta del siglo pasado, podemos pensar que nuestra imagen pudiera haberse realizado entorno a esas fechas o, quizás, poco más tarde. Es probable que la imagen de nuestro cementerio se inspire en la realizada por José Macías Macías dadas las evidentes similitudes.



Virgen del Carmen del artista José Macías Macías


El cementerio es un hogar para los muertos pero también un lugar para que los vivos guarden el recuerdo y la memoria de los que ya no están aquí. En los nichos no sólo residen huesos sino sentimientos, alegrías, esperanzas, recuerdos, felicidad, tristeza… de los nuestros, de nuestros antecesores, de los que nos dieron la vida y nos cuidaron, de los que nos educaron y nos enseñaron. En ese sentido se puede decir que nosotros somos, en parte, una prolongación de ellos.

Pero es también un espacio de homenaje y vindicación. En este sentido nos encontramos en el primer espacio, tras cruzar la entrada, con la Cruz de los Caídos, monumento que se levantó a primeros de los años cuarenta del siglo pasado y que tenía como finalidad recordar y rememorar a los caídos en el bando franquista, el que ganó la Guerra Civil y recordar, de paso, quienes eran los ganadores y quienes los perdedores de la misma. 



Cruz de los Caídos en el cementerio de Monda



Estamos ante una cruz de hierro que se asienta sobre una peana troncocónica de roca en cuyo frente tenía la placa de homenaje a los caídos, donde rezaba:

EL PUEBLO DE MONDA ERIGIÓ ESTA CRUZ PARA HONRAR Y PERPETUAR LA SAGRADA MEMORIA DE LOS CAÍDOS, HÉROES Y MÁRTIRES, QUE OFRENDARON SUS VIDAS EN HOLOCAUSTO POR DIOS Y POR LA PATRIA EN LA GLORIOSA CRUZADA EMPRENDIDA EL XVIII DE JULIO DE MCMXXXVI Y  TERMINADA EL 1º DE ABRIL DE MXMXXXIX AÑO DE LA VICTORIA

XVIII JULIO XCMXXXIX



Antigua foto de detalle de la placa laudatoria de la Cruz de los Caídos


Lo sabemos por algunas fotografías antiguas. Con unos y otros traslados por las reformas y la llegada de la democracia, esta cruz se colocó definitivamente en el cementerio y la placa que albergaba desapareció… Aún puede verse en el frente de la peana los orificios que alojaban los tornillos de la placa laudatoria. Originalmente formaba parte de un conjunto en mármol que estuvo en la plaza de la ermita que, con el tiempo, se trasladó a lo que es ahora la terraza del Bar del Sur, en un lugar muy próximo. Ahí pasó algunos años hasta su traslado definitivo al cementerio de la Virgen del Carmen. Y es que ese fue el camino que fueron tomando la mayoría de las Cruces de los Caídos en nuestro país; cuando llegó la Democracia se fueron trasladando a los camposantos disimuladamente, sin levantar demasiadas polvaredas dada la delicadeza de aquel momento de mudanzas políticas y de chaquetas. Pero muchas se quedaron donde estaban hasta hace muy pocas fechas, como la de la catedral de Baeza (Jaén), polémica hasta hace muy pocos años. Otras se re-significaron, se suprimieron las placas laudatorias por poemas de Miguel Hernández o Antonio Machado condenando las guerras, como en el caso de Istán. Otras siguen en el mismo sitio, como la de la iglesia de la Encarnación de Marbella, que pasa desapercibida gracias a la falta de memoria colectiva reciente de este país. En mi opinión, que no es ni mejor ni pero que la de nadie, no se trata de esconder estos monumentos ni de destruirlos, porque ello supone ocultar una parte de nuestro pasado histórico más reciente y más importante, sino que se trata de explicar sus significados y lo que vienen a representar.



Cruz de los Caídos cuando el conjunto era de mármol y se encontraba en la plaza de la Ermita



Cruz de los Caídos tras ser ubicada en lo que es ahora la terraza del Bar del Sur. Obsérvese que la cruz ya era de hierro


Es el cementerio un lugar para la memoria y para la historia, digo, porque sus tapias, por desgracia, fueron también testigos directos del fusilamiento de algunas personas durante la Guerra Civil, como tristemente ocurrió en la mayoría de los cementerios españoles. Pero no hay fosa común de fusilados en nuestro camposanto, la mayoría de los represaliados fueron a perderse en la confusión de las fosas comunes del cementerio de Coín o del de San Rafael, en Málaga. Hemos encontrado no obstante y con sorpresa, la lápida de una persona represaliada por su orientación política (de la que no vamos a poner su nombre por respeto a ella, a su familia y por que no contamos con su autorización) al que le arrebataron la vida en la carretera de Monda a Coín el día 28 de agosto de 1936. El asesinato de este hombre, que era labrador, aparece recogido en los documentos para la Causa General que se redactaron tras la Guerra Civil Española.



Lápida de la víctima


En el cementerio de Monda se conservan algunas lápidas centenarias que cubre nichos donde descansan algunas personas que en el pasado fueron muy conocidas y que todavía aún se les recuerda, como la maestra Remedios Rojo, que dio su nombre al colegio público de Monda. Su vieja y ajada lápida todavía puede verse en el espacio superior del cementerio, junto a multitud de nichos vacíos…



Lápida de la maestra Remedios Rojo


El cementerio de Monda, como todos los cementerios católicos, es también un lugar para la celebración del Día de Difuntos o Día de los Muertos cada dos de noviembre, uno de los momentos de encuentro entre los muertos y los vivos. Su finalidad, en general, es la de orar y rezar por las personas que terminaron su vida terrenal, especialmente por aquellas cuyas almas todavía se encuentran en el Purgatorio al objeto de apaciguarlas y que hallen su lugar en el reino de los cielos. Al parecer tiene un  origen pagano, como muchas otras tradiciones, que se cristianizó con el tiempo.

Esta celebración se vive en el pueblo con especial devoción. Desde días o semanas antes el cementerio se blanquea, las lápidas se limpian y se adornan con flores frescas cuyos olores invaden todo el sagrado recinto. Son las familias las que se ocupan de la limpieza de las lápidas y del perfilado con pintura o cal, de colocar flores y de asear el espacio o espacios que ocupan los suyos. Por ese motivo y durante esos días hay mucha actividad en el cementerio, especialmente femenina porque son las mujeres quienes suelen ocuparse de estos menesteres. Es recomendable su visita por la noche, cuando la única luz que alumbra el lugar es la de las velas y la de la Luna.



El cementerio de Monda en la noche de Difuntos


Sin embargo hay que señalar que otras tradiciones y costumbres se imponen, como la celebración de Halloween, que junto a nuestra celebración tradicional cada año tiene más aceptación ¡Es lo que tiene habitar en un pueblo tan multicultural y cosmopolita como Monda! Aunque, según me han contado, antiguamente durante la noche de Difuntos los niños más mayores del pueblo iban por las casas y las familias les daban productos como batatas, castañas, rosquillas... las cosas que había en aquella época. Luego se dirigían al campanario y se quedaban toda la noche doblando, tañendo la campana en memoria de los difuntos.

Antes de finalizar esta entrada, una anécdota. El cementerio es un lugar de respeto y recogimiento pero los niños, que de eso suelen entender poco, como es natural, han llegado a usar el camposanto para sus travesuras. Se me viene a la cabeza una de aquellas chiquilladas que debió suceder allá por los años sesenta del siglo pasado. Varios chicos de doce o trece años apostaron con otro a que no sería capaz de entrar de noche en el cementerio para coger varias flores y salir con ellas, demostrando así su valor. Nada hacía imaginarse al joven lo que le esperaba en el interior. Dentro del cementerio, confabulados con los chicos del exterior, había un par de niños esperando. Cuando el valiente saltó la tapia, entró y puso sus manos en unas flores de uno de los nichos, una mano emergida de la oscuridad le aferró con fuerza por una de sus piernas mientras que una voz surgida de la nada le espetaba: ¡Cógela! ¡Cógela! ¡Qué va a ser la última! El chico, claro, salió disparado por la tapia del cementerio y creo que aún sigue corriendo…



EPÍLOGO

Los cementerios son lugares para la paz, la tranquilidad, el sosiego y el descanso. Para la historia y el arte. Para la memoria, el recuerdo y el respeto. Para la reflexión, para el sentimiento… Esta es una realidad alejada de la imagen distorsionada y negativa que nos ha mostrado infinidad de películas pertenecientes al  género de terror y de la que no consigue zafarse.

El espacio funerario es mucho más que el sitio donde dejamos descansar a nuestros seres queridos y que visitamos llevándoles flores el Día de Difuntos o en otros momentos del año. Es el lugar dónde se les rinde culto; allí se produce el encuentro que refuerza la cohesión familiar y comunal cuando se visita a un fallecido, cuando se da el último adiós… Pero más allá -valga la redundancia- es el lugar de relación entre vivos y muertos, la plataforma de comunicación entre las dos cercanas orillas. Las relaciones afectivas entre las personas no desaparecen con la muerte, la creencia en el Otro Mundo y en la resurrección posibilita la existencia de la comunicación entre vivos y muertos, lo que propicia que todavía sean sujetos activos en nuestro contexto familiar y social a través de la memoria. Incluso hay quienes ven el espacio funerario como una prolongación de la propia vivienda, el lugar donde viven/habitan los muertos.

En ese sentido el cementerio de Monda atesora un valor sentimental, cultural, antropológico e histórico de gran trascendencia para las familias mondeñas, para todos nosotros. Es el lugar en el que en estos dos últimos siglos han buscado reposo eterno los mondeños y las mondeñas, un espacio sagrado y compartido donde descansan nuestros ancestros más recientes y más lejanos, donde moran nuestros muertos.  Allí residen nuestros antepasados y parte de nuestra memoria, parte de lo que somos. Y es allí, tarde o temprano, donde todos, queramos o no, finalmente acabaremos encontrándonos de una u otra forma.

El cementerio de Monda es un elemento indisociable del paisaje urbano y humano mondeños porque forma parte, tanto material como inmaterial, del tejido sociocultural mondeño al igual que la iglesia, que las fuentes y lavaderos, que el castillo, que las cruces y el Calvario, que las eras… Por este motivo debería ser respetado, conservado e integrado en el ámbito urbano una vez finalizada su función de morada eterna como un bien de carácter patrimonial y cultural. Es triste ver cómo al vaciarse algunos nichos se destruyen lápidas antiguas, centenarias, muchas de ellas de gran belleza técnica ¿Qué futuro le depara a nuestro cementerio tras su clausura? ¿La tala de los inmensos cipreses cuya solemne silueta han compartido generaciones de mondeños? ¿La destrucción de la Cruz de los Caídos? ¿La desaparición total del recinto?...

Y volviendo un poco a la pregunta inicial ¿Adónde vamos cuando nos morimos? Quizás haya que decir que hay personas que piensan y sienten que mientras seamos recordados, no moriremos del todo…


© Diego Javier Sánchez Guerra


viernes, 1 de julio de 2016

EL DOCTOR CRISTÓBAL JIMÉNEZ ENCINA, HIJO PREDILECTO DE MONDA

Hace muchas décadas que desde su inmóvil y augusta mirada de bronce nos observa un notable personaje de bigotitos retorcidos y aspecto decimonónico que en el pasado tuvo una gran importancia en Monda y que por ello siempre recibió el cariño y el agradecimiento de todos los vecinos.



Busto y foto del Doctor Jiménez Encina


Se trata del Doctor Cristóbal Jiménez Encina. Su obra y tribulaciones son de sobras conocidas, pues ya sea en el libro Monda en el Recuerdo como en la extensa y documentadísima entrada que tiene dedicada en la Wikipedia, se dispensa una nutrida información sobre este emérito doctor.

En el año 1922 fue declarado hijo predilecto de Monda por dispensar asistencia médica a los mondeños de forma gratuita cada vez que venía de la capital, donde dirigía una importante clínica y asistía a importantes personajes del Madrid de la época, incluso al monarca Alfonso XIII. Fue un excelente médico pero también un gran investigador y un prolífico autor que escribió numerosas poesías, algunas e ellas dedicada a Monda, como ésta:

Entre olivos y almendros, el Calvario
como en la Tierra Santa. Un monolito
labrado; airosa torre de granito
con tres cruces ¡Soberbio relicario!
Paso junto al crucero centenario;
me santiguo al pasar guardando el rito,
y al trasponer el venerable hito
veo ya de mi iglesia el campanario.
¡Y entré en mi pueblo! de paternos lares,
que encierra para mí “santos lugares”;
que si no en el presente, en el pasado,
de Historia y Tradición guarda un tesoro,
y hoy vive ni envidioso ni envidiado,
soñando al pie de su castillo moro.

La antigua calle Santiago (que recibía su nombre por su proximidad a la iglesia de Santiago) mudó su nombre en su honor y a partir de entonces se llamaría calle Doctor Jiménez Encina. En el homenaje que se le hizo también se descubrió una placa y se instaló el busto de bronce del que hablamos, que fue realizado por el conocido escultor natural de Requena (Valencia) Manuel Garci-González hacia 1922 y fundido en el afamado taller de fundición madrileño de MIR Y FERRERO FUNDIDORES-MADRID, donde también fundieron sus obras otros famosos artistas como Mariano Benlliure.



Firma del autor del busto



Firma del taller de fundición


La placa que se descubrió en su honor se encuentra en la que fue su vivienda natal, el conocido como Cuartel, un bello edificio del siglo XVIII hoy en estado casi ruinoso. Como casa de familia acomodada que fue cuenta con unos hermosos balcones de forja y con decoración pictórica en su fachada principal, donde puede apreciarse mal que bien el busto de una persona ceñido por un óvalo ¿Acaso el retrato alguno de sus antepasados? No lo sabemos… 



La vivienda natal de Jiménez Encina


En esta misma fachada se colocó la placa honorífica referida, conformada por una serie de baldosines cerámicos procedentes del afamado taller de Ruiz de Luna en Talaverade la Reina. A pesar del estado del edificio, la placa se encuentra en un buen estado pero lejos de la vista porque la tapa la copa de un naranjo y con cableado de suministro eléctrico gravitando por encima de  ella. En los laterales tiene dibujadas dos pilastras acanaladas y rematadas por capiteles corintios ciñen el texto laudatorio. En la parte superior central encontramos la efigie del emérito doctor en una orla rodeada de decoración vegetal y en la inferior, una imagen femenina sedente que parece que está escribiendo sobre una hoja posiblemente una alegoría del conocimiento, de la sabiduría o del trabajo, escoltada por unos grifos (animales mitológicos) y por decoración vegetal. En el texto puede leerse en letras azules sobre fondo blanco:

En esta casa nació el 4 de marzo de 1866, el ilustre Dr. D. Cristóbal Jiménez Encina, hombre sabio y modelo de bondad para sus paisanos. El Ayuntamiento, fiel intérprete de los designios del pueblo, acordó nombrarlo Hijo Predilecto de esta Villa y dedicarle este homenaje en purba de gratitud y cariño.


Placa laudatoria en la casa natal de Jiménez Encina


Abajo a la derecha, en letras mucho más pequeñas, vemos la firma de autor y el taller de procedencia J. Ruiz de Luna – Talavera . 41





Detalles de la placa



No es la única obra de Ruiz de Luna que existe en Monda, en este blog ya hemos hablado de la imagen de Santiago Matamoros que preside la entrada de la iglesia de Monda y que salió de ese mismo taller.

Muchos años después uno de sus descendientes, el compositor Cristóbal Halffter, visitó el pueblo de su ancestro y recibió la atención de las autoridades municipales y de los vecinos. Numerosos descendientes de Cristóbal Jiménez Encina se dedicaron a las artes por lo que entre ellos hay numerosos escritores y músicos.



Cristóbal Halffter Jiménez-Encina recibido por el Alcalde Francisco Sánchez Agüera


El busto que hoy se encuentra en la plaza de Andalucía primitivamente se situaba en la plaza de la Constitución en el lugar que hoy ocupa un escudo del pueblo. Fue trasladado al centro de la plaza Andalucía hace muchos años, durante unas reformas y de allí, tras la reciente remodelación de ésta, fue colocado en su ubicación actual, de cara a calle Doctor Jiménez Encina, sustituyéndose su peana de ladrillo por una de mármol negro. En la placa incrustada en su frontal se puede leer:


AL ILMO. DR.
JIMÉNEZ ENCINA
HIJO PREDILECTO DE MONDA
SU PUEBLO AGRADECIDO



Placa bajo el busto de Jiménez Encina


Desde su situación privilegiada puede observar el paso de las procesiones, de los chiquillos que suben y bajan del colegio, de las mujeres que hacen la compra… Pero por su ubicación al alcance de todos también ha sido víctima de multitud de travesuras y chiquilladas. Y lo seguirá siendo…

Pero no voy a profundizar en su figura, que parece contener algunos claroscuros, y prefiero enlazar su entrada en la Wikipedia, muchísimo más completa de lo que un servidor podría hacer:




Primer plano del busto de Jiménez Encina








Diego Javier Sánchez Guerra.